Jesús Marchamalo, escritor y periodista. (c) Daniel HerediaJesús Marchamalo, escritor y periodista. (c) Daniel Heredia

Marchamalo el de los libros, el ingenioso, el arquero, el generoso, el autor de libros tan maravillosos como Las bibliotecas perdidas, Donde se guardan los libros, Retrato de Baroja con abrigo o esa pequeña joya que se llama Tocar los libros, una especie de tótem en su carrera literaria. Admiro a este escritor y periodista, entre otras razones, porque siempre lleva un libro (o varios) en las manos o en la cartera. ¡Cómo no admirar a un tipo así! Jesús Marchamalo habla que te habla, sin parar, pero ¿qué puedo decir yo además de este humanista dispuesto a todos los saberes, ideas e inquietudes que no suene a tópico o a lisonja, con una obra pródigamente dispersa? La entrevista se llevó a cabo en la cafetería de un hotel frente al Parque del Retiro, en el pasado mes de junio, coincidiendo con la Feria del Libro de Madrid, esa gozosa exaltación a uno de los mejores encantos de la vida.

¿Qué se siente siendo el “inspector de bibliotecas”, como le bautizó el poeta Antonio Gamoneda?

Es la serie de trabajos por la que posiblemente se me asocie a este mundo mío que tiene que ver con libros, escritores, literaturas, perfiles de escritores. Estos trabajos de las bibliotecas es uno de los más gratificantes entre otras razones porque es fantástico elegir a un autor que te gusta, llamarlo y que te abra la puerta de su biblioteca, que en casi todas las ocasiones es la puerta de su casa, porque vida de libros y vida real se confunden en muchos casos. Es una gozada. Ver cómo tienen colocados los libros, las dedicatorias, los papeles que muchos de ellos guardan dentro, es una suerte de todo lo que he hecho hasta ahora. Y sigo con la serie. La última que he hecho es la biblioteca de Juancho Marcelo Armas. La anterior fue la de Félix de Azúa. Es un proyecto precioso y creo que deja entrever mucho de cómo son los escritores por la manera de cómo se relacionan con sus propios libros.

Ha reconocido en varias ocasiones que Tocar los libros es su trabajo más especial. ¿A qué cree que se debe?

Ahora me resulta difícil saber cuál es mi trabajo más especial. Pero Tocar los libros es un libro azaroso, fruto de esas casualidades fantásticas de la vida. Su origen es una conferencia que di en Valladolid en 2001 en la que percibí que no había conseguido interesar al auditorio de una manera llamativa. Sin que me quedase mal, tuve la sensación de no haber conseguido transmitir aquello que quería. Unos años más tarde, mi amigo Alejandro Dolz me regaló una colección preciosa que se llamaba Cuadernos de Mangana que editaba entonces el Centro de Profesorado de Cuenca. Y como me gustaron tanto quise publicar algo allí de manera inmediata. Él me pidió treinta folios para hacer un librito, y al buscar en casa recuerdo que releí esa vieja conferencia que ya no me resultó tan banal como me había resultado la primera vez. Fue estupendo publicarlo porque tuvo más repercusión de la que Alejandro y yo figurábamos. Tocar los libros no me ha dado más que alegrías. Seguramente es el libro que tiene que ver más conmigo de los que he escrito, de una manera personal porque hablo mucho de mi relación con los libros.

¿Habrá un segundo volumen de Donde se guardan los libros?

El segundo volumen saldrá en mayo o junio del año que viene. Espero que dentro de unos meses podamos celebrarlo juntos. Tengo ya quince bibliotecas más o menos preparadas de las que he ido haciendo para la Fundación Miguel Delibes. En el libro estarán las bibliotecas de Javier Gomá, Elvira Lindo, Luis Goytisolo, Manuel Vicent, Ignacio Martínez de Pisón, David Trueba, Ángeles Caso… Está preparado para salir el año que viene y espero que tenga tan buena acogida como el anterior.

¿Por qué le interesan tanto los libros dedicados?

El día que encontré mi primer libro dedicado, que no recuerdo exactamente cuál era, fue un shock para mí. Que puedas tener en la mano algo que siquiera ha tenido quince segundos Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez o Ramón Gómez de la Serna es algo que me llama la atención enormemente. Que puedas comprarlo para tenerlo en tu casa por un precio más o menos razonable, porque si no carece de gracia, me parece completamente chocante. En mi caso hay una relación electrizante con esos libros y esos autores que significan un rastro a través de su dedicatoria. Siempre que entrevisto a alguien, me llevo su firma en mi libro. Después no sé qué voy a hacer con ese libro, pero quinientos o seiscientos los tengo en casa.

¿Y los diccionarios?

En los diccionarios están las palabras, y las palabras tienen que ver con el mundo. Decía Víctor García de la Concha que al igual que otros animales son capaces de comunicarse por sonidos, las personas nos comunicamos con palabras, que son nuestro patrimonio y nuestra manera de definir el mundo, por lo que cuántas más palabras seamos capaces de utilizar nuestro mundo será mucho más grande y estará más lleno de matices. Cada vez que voy a visitar a un escritor y veo sus diccionarios es como entrar en un territorio compartido. Landero, Azúa o Luis Mateo me han hablado muchas veces de los ratos que pasan leyendo el diccionario y encontrándose con palabras que definen cosas que tú no sabías.

También los libros sobre piratas y los métodos de francés.

Cuando uno mira en las bibliotecas de los demás, se da cuenta que uno se acostumbra a vivir con normalidad absoluta con sus propios libros, de modo que las manías que tú tienes respecto a la lectura, los libros y las bibliotecas acaban pareciéndote las normales y piensas que todo el mundo tiene las mismas o parecidas. Es la manera en que ordenas los libros, los amontonas, pero te das cuenta que no cuando ves cinco bibliotecas distintas [risas]. Y una vez, cuando estaba escribiendo Tocar los libros, me percaté que tenía una balda entera de métodos de francés, antiguos la mayor parte de ellos, ya que en esos años estudiaba francés sin éxito y me interesaba cómo se había aprendido francés en otras épocas. Y tienes razón en que hubo un tiempo que me interesaron muchos los piratas, igual que también me interesó mucho la apicultura o las cuestiones que tenían que ver con la agricultura autosuficiente. Y he tenido también momentos en los que me han interesado determinados escritores, en los que me volví loco con Sebald o con Ibargüengoitia. Y cuando revisas tu biblioteca te das cuenta de las etapas por las que has pasado. Y de las obsesiones. No creo haber olvidado ninguno de estos intereses, sino que su sitio ha sido ocupado por otro interés.

Usted colecciona, además de libros, cajitas de hojalata, sombreros, gorras militares y soldaditos de plomo. ¿El coleccionismo es una enfermedad?

Sí, claro que es una enfermedad, sobre todo si quieres tener una casa minimalista, que no es mi caso en absoluto. No es que sea coleccionista, pero sí me gustan mucho los objetos. Porque creo que los objetos de algún modo te definen, habla de ti, de tu mundo, y siempre me ha gustado acopiar cosas bonitas. Mi casa la tengo hecha una chamarilería, aunque espero de verdad que no sea tan literal como yo lo vendo, pero sí creo tener pequeñas cosas bonitas. Hablando hace unos días con Manuel Borrás sobre un libro estupendo que acaba de editar Pre-Textos sobre Wislawa Szymborska, me encantó que hable de ese mundo de pequeños detalles que tenían que ver con ella ya que también le gustaba mucho guardar cosas. Y me decía Borrás, y creo que es verdad, que las biografías no se construían con los grandes acontecimientos, porque a todo el mundo nos pasan cosas parecidas, sino que lo que te define biográficamente son todos esos pequeños detalles, esos pequeños objetos que vas acumulando y esas pequeñas pasiones que te acompañan durante toda tu vida. Y yo tengo un numeroso parque de pequeñas pasiones.

Usted es una persona muy pasional.

Sí, porque todo lo que me gusta, me gusta mucho. Y disfruto bastante haciendo pequeñas cosas. Es verdad también que disfruto mucho haciendo regalos a mis amigos. Puestos a elegir, vamos a disfrutar, ¿no?

¿Entonces se puede ser también un enfermo del libro, como escribió Miguel Albero?

No me considero un enfermo del libro. Me cuesta mucho imaginarme como un ratón de biblioteca porque hay una reivindicación que tiene que ver con el empaque de la propia cultura, de la elegancia de ser un tipo leído. A mí me gusta mucho leer, desde pequeño, pero también me gusta mucho pasear, montar en bicicleta, nadar, venir al Retiro por las mañanas, tirar con arco. Quiero decir que tengo muchas pasiones más que también podrían ser enfermedades. En todo caso, la lectura es una de las grandes pasiones de mi vida. Y no me imagino un mundo donde no se pudiera leer, por lo que los libros siempre han sido un elemento esencial en mi vida. Pero no responde a ese formato clásico de señor mayor rodeado solamente de libros. Una vez un lector que había leído mi libro Las bibliotecas perdidas había pensado que yo era un señor mayor y esto me hizo mucha gracia. Y pensé que tenía que quitarme de los libros de inmediato porque parece que hablar de libros me envejece [risas].

¿Cuál es la diferencia entre bibliófilo, bibliómano y bibliópata?

Nunca la he sabido. Tengo una página en la revista Muy interesante sobre palabras y quisiera buscar en el diccionario este tipo de definiciones que a veces aireamos como pendones o banderolas porque yo nunca he significado de verdad lo que significan. Bibliófilo, que es la más común, es una persona infectada por el virus de los libros, yo creo que nunca lo he sido. El otro día, hablando con [José Luis] Melero, coincidimos en que ninguno de los dos somos estrictamente bibliófilos, según la idea que existe. Yo soy lector más que bibliófilo porque no tengo en casa libro alguno que no esté dispuesto a leer en algún momento. Lo que me relaciona con los libros no es que sean caros o tengan encuadernaciones bonitas o estén dedicados, sino que quiera leerlos. Nunca me he obsesionado por tener todos los cromos o por tenerlo todo de un escritor, sino sencillamente guardo cosas que me gustan, aunque siga frecuentando las librerías de viejo o vaya de vez en cuando a alguna subasta.

¿Qué significó obtener el Premio Miguel Delibes y qué significó conocerlo?

El Premio Miguel Delibes es una de las cosas irrepetibles que me han pasado en la vida. Y espero que lo de irrepetible no sea un adjetivo que se cumpla escrupulosamente. Fue en el 99 o en 2000, ahora no lo recuerdo bien, porque te lo entregan a finales de un año y lo recoges a finales del siguiente. Es algo maravilloso en mi biografía que me vincula con Miguel Delibes. Como yo tengo tan mala memoria, y cuando te dan un premio todas las cosas ocurren tan deprisa y de una manera tan irreal con la sensación de que no has podido vivirlo adecuadamente, tuve la obsesión de acordarme de todo lo que ocurría. Recuerdo haber ido a Valladolid corriendo porque grababa por la mañana y aún iba maquillado, de modo que cada vez que me tocaba la cara tenía todavía la pringue del maquillaje. Primero hubo una rueda de prensa y luego fui a ver a Miguel Delibes a su casa. Fue un encuentro irrepetible e inolvidable. Era un tipo excepcional y uno de esos escritores que me encanta haber podido conocer. Después de conocerlo esa tarde, nos carteamos durante una decena de años. Guardo como oro en paño esas tarjetas que llegaban a casa como un milagro, con su letra inconfundible, picuda, a veces difícil de traducir. Hace poco tiempo estuve haciendo su biblioteca para la Feria del Libro de Valladolid y fue un momento muy electrizante volver a estar en su casa, ver su mecedora, la mesa en la que trabajaba, los libros en los que estuvo trabajando… Parecía que en cualquier momento iba a aparecer de nuevo por allí.

¿Y Julio Cortázar?

Julio Cortázar es el escritor que todos quisimos ser, al menos para la gente de mi generación. Yo soy de 1960 y empecé a leer en los setenta, que vivimos con una intensidad de época lo que significó el boom. Todos leíamos a García Márquez, nos deslumbrábamos con Cien años de soledad, con Vargas Llosa, con La catedral y con La ciudad y los perros, y de repente era Cortázar, un tipo legendario que además vivía en París cuando todos vivíamos en aquella pacata España en blanco y negro donde no había cines ni librerías buenas, y donde todo lo bueno te lo tenían que dar por debajo del mostrador. Cortázar tenía acento francés, medía uno noventa y no podía envejecer. Era el tipo en el que todos nos queríamos convertir. Cortázar fue también el descubrimiento de esa literatura de lo gamberro, donde se puede escribir desde la travesura, desde el tropezón, desde lo divertido, desde lo lúdico. Además, a Cortázar me lo he ido encontrando a lo largo de toda mi vida como si fuera una presencia persistente. He hecho dos exposiciones sobre su biblioteca, publiqué un libro sobre su biblioteca, he escrito dos extensos artículos sobre él, hice un texto sobre un libro suyo que se perdió y ahora preparo una biografía gráfica para el año que viene. Julio Cortázar es siempre un estupendo sitio donde encontrarse. Me encanta.

Sus editoriales preferidas son…

Tengo muchas, pero creo que en este momento de zozobra donde nadie sabe bien lo que va a ocurrir, donde hay centenares de amenazas, entre ellas la tecnológica, que se ciernen sobre el libro y su futuro, hay un pequeño número de pequeñas editoriales que han vuelto a mirar al libro, que lo miman, que cuidan el tipo de papel, las tapas, la tipografía, los canales de distribución, llevando libros a los libreros, hablando con los lectores, y es la única manera de recuperar al libro como objeto. Me gustan mucho Nórdica, Impedimenta, Periférica, Páginas de Espuma… Para mí no es lo mismo leer un texto en una pantalla que en un libro, y creo que cada vez hay más lectores que nos estamos dando cuenta.

Algunos de sus libros provienen de sus colaboraciones en la prensa escrita. ¿Qué opina de la crisis del periodismo?

El periodismo ha sido siempre una catástrofe, y desde que empecé a trabajar todo ha ido siempre a peor. Los trabajos en los periódicos han estado mal pagados, nunca hubo una mínima seguridad económica, siempre hubo una gran precariedad. Pero ahora esa precariedad es mucho más precaria todavía, valga la redundancia. Estamos viviendo unos tiempos de crisis en el peor sentido de la palabra. Esta idea de que ha habido gente que ha salido beneficiada de la crisis frente a tanta gente que ha quedado gravísimamente perjudicada es terrible. Pero hay una parte de la crisis del periodismo que tiene que ver con el cambio en una época volátil donde todo pasa relativamente muy deprisa. Creo que los grandes medios son injustos con los lectores al pensar que a todos los lectores les interesa el mismo tipo de periodismo rápido y sin reposo basado en la espectacularización, en la brevedad y en la concisión. A mí me encanta lo que hago, por lo que espero que salgamos bien parados de esta crisis.

¿Se ha encontrado en un mercadillo o librería de viejo alguno de sus libros?

Sí, y afortunadamente no estaban dedicados [carcajada]. Es habitual y eso está bien. Me gusta que los libros cambien de manos, salgan de una biblioteca y busquen otra donde quedarse.

¿Cuáles son las cualidades que más aprecia en la gente, en sus amigos?

No tengo ni idea, nunca me he parado a pensarlo. Yo, por lo menos, tengo amigos muy distintos. Y más que buscar una cualidad común, me gusta identificar una virtud en cada uno. Lo importante es que tengo buenos amigos y creo que puedo presumir de moverme bien en el terreno de la amistad.

¿Cómo es un día normal en su vida?

Hay días tranquilos y días intranquilos, pero como hago cosas muy diferentes nunca sé a ciencia cierta cómo van a transcurrir los días. Los lunes y los martes habitualmente hago radio. Me encanta la radio y lo que hago en la radio. Todo mi trabajo en la radio tiene que ver de una u otra manera con libros, por lo que hago muchas entrevistas a escritores, editores o traductores. De vez en cuando viajo, aunque lo hago menos de lo que me gustaría. Aunque si tengo un día tranquilo, rápidamente lo aprovecho para complicármelo y hacer algo que me gusta. En una ciudad como Madrid no es fácil llevar una vida tranquila.

¿Con qué odia perder el tiempo?

Con los temas burocráticos, principalmente. O comprar un billete en una página web que es cien veces más complicada que lo que debería ser. De hecho, me encanta perder el tiempo según con qué cosas, como sentarme en el banco de un parque y leer. No tengo demasiada obsesión con el tiempo y su pérdida.

Un deseo por cumplir.

Tengo algunos deseos por cumplir, como casi todas las personas, pero no me importaría decir aquello de Virgencita, déjame como estoy.

Hemingway decía que escribía sobre lo que sabía. Otros escritores escriben para averiguar. ¿Para qué escribe usted?

No lo tengo muy claro, porque cada uno escribe para algo diferente. Unos escriben por la preeminencia de la escritura sobre la oralidad, para dejar sus libros en las bibliotecas. Otros escriben por el prestigio que ello conlleva. Yo escribo, e insisto en que no lo tengo claro, porque no me imagino mi vida no escribiendo. Igual que no me imagino mi vida no leyendo. ¿Para qué? No lo sé. Y ya tengo quince libros publicados, por lo que no debería seguir escribiendo. Pero me pone de buen humor, y eso está bien. Tampoco me obsesiona escribir. Yo no tengo que hacer un libro al año como muchos escritores. Además, soy un tipo lento escribiendo.

¿Se ha planteado escribir ficción?

En mi caso debe ser el lastre del periodismo, pero soy muy esclavo de la documentación a la hora de trabajar. Me contaron hace tiempo que Jean Echenoz, uno de los escritores que más me gustan, fue tachado de escritor sin imaginación. Y quizás a mí me ocurre lo mismo. Creo que no tengo imaginación y hago literatura con otras herramientas. Que escribo a raíz de la realidad, transformándola.

¿Tiene alguna superstición mientras escribe?

No. Tengo dos hijos que cada vez son más mayores, de hecho uno es casi mayor que yo, y mi casa no es muy grande. Trabajo con la lavadora puesta, con el sonido del aspirador, con los niños viendo la tele… Hay veces en que el ruido impide cualquiera posibilidad de escribir, y sólo entonces me rebelo excepcionalmente. No puedo tener supersticiones.

¿Ni manías?

Hay veces que me invento manías porque carezco de ellas, pero me duran poco tiempo. Parece que las manías forman parte del proceso de la escritura. Sin embargo, cuando hago una nueva biblioteca escribo en papeles amarillos y luego cuando lo paso a limpio lo hago en unos papeles en blanco. Pero es más por no liarme que por manía. No soy maniático. Aunque cuando me atasco escribiendo, y como ya no fumo, me pongo a limpiar y a pasar el aspirador.

Le gusta el papel.

Me encanta el papel, tiene que ver mucho con una relación táctil. Me resulta agradable tocar papel mientras estoy trabajando.

¿Corrige mucho?

Muchísimo. Hay una anécdota que me encanta de Bryce Echenique y Monterroso. Estaban los dos sentados en una mesa redonda a la que les habían invitado y Bryce dijo, tan divertido y simpático como es, que a él cada vez escribía más sin corregir, y Monterroso a su lado dijo lo contrario, que cada vez corregía más sin escribir. Yo soy más de la segunda idea: me encanta cada día más corregir. Mejor dicho, no me encanta, es imprescindible corregir. Creo que empiezas a escribir cuando empiezas a corregir. De hecho, tiene también que ver con el mundo del periodismo. A mí me gusta trabajar en folio y medio de extensión para saber lo que tengo que llenar cuando escribo. Y si tengo que escribir dos folios y medio me paso el último rato siempre quitando porque me sobra información. Corregir mejora mucho la escritura.

¿Recuerda cuando fue la primera vez que se sintió escritor?

No. Siempre he tenido la suerte de hacer las cosas muy joven. Mi primer libro, Manual ilustrado de copia y chuletaje, lo publiqué con 24 años y lo escribí con 23. Este libro por cierto es una lacra para mí [risas], pero he decidido que me encanta. Con este libro me pasaron además algunas cosas que no me hicieron sentir la necesidad de fingir ser escritor. Me fui a un pueblo a escribirlo, con mi gato, mi bicicleta y mi máquina de escribir eléctrica durante cuatro o cinco meses. Ya hice de escritor en mi primer libro, que curiosamente fue un éxito, y ya no me hace falta fingir nada. Es una gamberrada con algunos destellos que vendió cinco ediciones y con la que concedí más de cien entrevistas.

¿A quién le deja leer sus manuscritos antes de ser editados?

A mi mujer Inés, una periodista y editora excepcional que ve todo lo que escribo. Entra con dureza en los manuscritos y los mejora siempre. Últimamente tengo la manía de llamar a Manuel Longares. Una vez le pedí si podía leer una cosa mía y como es un hombre tan extremadamente generoso, cortés y maravilloso te hace pensar incluso que le estás haciendo un favor dejándole algo tuyo. Hay veces que lo lee alguien más, pero de ahí no suelo pasar. Y me quedo muy tranquilo si a los dos les gusta lo que he escrito.

¿Hay algún estereotipo de escritor en el que odiaría caer?

Sí, hay muchísimos, porque se dan bastantes aspectos detestables en la figura del escritor, aunque igual que pasa con los taxistas o los chapistas. No me gusta que no se involucren en determinados momentos de crisis como la que estamos pasando. Esa torre de marfil en la que siempre parecen vivir no me gusta. Y cada vez la comprendo menos porque entiendo que hay veces que tienen que estar a los pies de las manifestaciones. Detesto todo aquello que los convierte en alguien diferente a las demás personas. Todo aquello que te hace ser premeditadamente distinto me tira para atrás.

¿Dónde escribe?

Escribo en casa, pero depende de lo que escriba. Los guiones para la radio los hago directamente en el ordenador, pero cuando tengo que escribir algo más literario, que me va a llevar más tiempo, tengo un estudio cerca de casa donde escribo. También me gusta escribir mucho a mano en una cafetería que hay cerca de casa cuando necesito una mesa grande para la documentación. Yo soy muy desordenado trabajando, lo reconozco.

¿Por qué leer?

No soy nada talibán en estas cuestiones. Que la lectura te hace mejor no es siempre cierto en todos los casos, depende de lo que leas. Tampoco creo que haya que convencer a nadie para leer. Yo hace años leí ese libro que es Como una novela de Daniel Pennac donde habla de la incapacidad de convencer a su hijo adolescente de lo imprescindible de la lectura. Yo tengo dos hijos y jamás les he dicho que tienen que leer. Nunca. Y los dos son lectores porque me han visto leer en casa siempre durante todo el tiempo. No es bueno obligarles a leer en casa o en el colegio de ninguna de las maneras. Eso sí, creo que es bueno que los niños tengan libros cerca de ellos. Para mí la lectura es imprescindible, es consustancial a la vida. No creo que haya salido de casa sin un libro. No entiendo un día normal sin poder leer, no sin leer porque a veces no da tiempo.

¿Qué tipo de lector es?

Soy un lector normal, algo caótico pues empiezo muchos libros y no termino la mitad. En mi caso es por cuestiones de trabajo, porque La estación azul y El ojo crítico me obligan a leer libros de una manera a veces bastante caótica. Hay muchas veces que lo empiezo, entrevisto al autor y después lo dejo aunque me esté gustando mucho porque tengo que entrevistar a otro escritor. Los libros del trabajo me impiden leer otros libros que me apetecerían leer por placer. Mi relación lectora está muy condicionada por el trabajo. Empiezo varios libros a la vez, dejo algunos siempre por la mitad, leo tres o cuatro libros al tiempo. Por ejemplo, anoche, cuando me metí en la cama para dormir, me llevé tres libros para ver cuál de ellos empezaba.

¿Qué ha aprendido de sí mismo leyendo que no hubiera podido aprender solo?

No solamente aprendo de mí mismo, sino de los demás y del mundo. Hay personajes de ficción que me han enseñado mucho más que mis tíos o mis profesores. La literatura tiene mucho que ver con el aprendizaje emocional a través de las relaciones, sensaciones, amores y desamores de otros. Yo creo que todo esto ayuda a descubrirte. Cientos de veces he descubierto reflexiones en los libros que yo secretamente sabía pero que jamás había visto explicada de una manera tan certera. Y vas y lo subrayas mientras alucinas con lo que acabas de leer. Y descubres que ese autor y tú tenéis el mismo rollo. Y eso me pasa con Kafka, Faulkner, Dostoievski, Turguéniev, Sebald, Ibargüengoitia…

¿Cómo se debe leer: en voz baja, en voz alta o sin voz?

Cada uno tiene que leer como quiera. En Como una novela de Daniel Pennac hay un catálogo de los derechos imprescindibles del lector que yo suscribo ahora mismo.

¿Cuál es su sitio preferido para leer?

Tengo mil sitios preferidos para leer, pero me gusta mucho leer en la calle. Hace años un compañero de ABC Cultural iba con un bronceado digno del mayor de los elogios y un día le pregunté por qué iba siempre moreno, a lo que me respondió que leía en la calle. Yo leo mucho en un banco que hay cerca de mi casa, así también aprovecho para ponerme moreno [risas]. Es una maravilla leer con el sol en la cara. En casa hay un sofá donde me suelo quedar frito casi siempre lea lo que lea. Es un punto leerte un libro, quedarte dormido y tener frente a ese libro la certeza de la incertidumbre del sueño y la vigilia. Leo mucho también en la cama.

¿Cuántas horas diarias dedica a la lectura?

No lo sé. Pero al menos un par de horas diarias seguro. No mucho más. Una hora antes de dormir y otra hora en algún momento del día. Desde luego no leo cinco horas al día. Lo mío está muy condicionado por el trabajo.

¿Quién le enseñó a leer?

Mi padre murió cuando yo era pequeño, y en mi casa no había biblioteca ni gran gusto por la lectura. Pero sí tenía un tío, Pedro se llamaba, que vivía a doce metros de mi casa, con el que pasaba gran parte de mi vida y era un enorme lector. Me acuerdo perfectamente de mi tío y de una dedicatoria que le escribí, ausente siempre por estar metido en un libro, sentado en su sillón de escay verde. Recuerdo que le preguntabas cualquier cosa y te respondía en automático. Siempre me maravilló que mi tío Pedro estuviese físicamente en su casa mientras que su mente estuviese en otros sitios.

¿Qué libros le han emocionado en su vida como lector?

Muchísimos, yo soy un llorica total y persistente. Lloro en los cines y leyendo libros, por decirte dos sitios donde lloro habitualmente. De muchos libros sales siendo otra persona distinta. Quizás ocurra siete u ocho veces en la vida, como dice Ángel Gabilondo, pero por esas siete u ocho veces vale la pena. Por eso los jóvenes tienen que tener cuidado con lo que leen y adonde puede conducirles. Yo he llorado por ejemplo las dos veces que he leído la novela El olvido que seremos, en donde revive la historia de su padre, el doctor Héctor Abad Gómez, y las circunstancias de su asesinato. Me ha emocionado muchísimo también El balcón en invierno de Luis Landero y Un armario lleno de sombra de Antonio Gamoneda.

¿Alguno reciente que le haya dejado sin aliento?

El balcón en invierno de Luis Landero. Es una fantástica indagación en su infancia, en un mundo de palabras que ya no existe. Lo rural, el descubrimiento de la ciudad, de la ficción… Es un libro maravilloso.

¿Qué libro no ha sido capaz de terminar de leer?

Muchísimos, entre ellos los libros clásicos que nadie se ha terminado. Por ejemplo, Paradiso de Lezama Lima o el Ulises de Joyce. No tengo ningún problema en dejar un libro si no me gusta. Y aunque haya dejado estos dos libros por imposibles, sé que lo leído en buena literatura. Hay una literatura de lo complejo, de lo difícil, y no hay que despreciarla. Como tampoco hay que despreciar la literatura de lo fácil. Cada libro tiene su momento.

¿Sigue sin acordarse de lo que leyó de joven, como afirma en otras entrevistas?

Tengo una memoria malísima y sigo sin acordarme del primer libro leído, pero sí que me acuerdo de las primeras veces que entré en una librería, ya era mayor, y de ese olor tan absolutamente inevitable de las papelerías de mi barrio donde había libros. Los libros me los regalaban por Reyes, cuando terminabas el curso o cuando te ponías malo. Recuerdo perfectamente que cuando tenía anginas me ponían el esquijama y me regalaban libros de Salgari. Muchas de las lecturas de mi infancia las recuerdo a través de la enfermedad.

¿Existe una decadencia de la lectura, de los lectores?

Francamente creo que no. Los lectores seguimos siendo los mismos y muchas veces el que las cosas vayan mejor o peor depende de la gente que lee ocasionalmente. No me fío nada de las estadísticas que dicen que los lectores vamos a decrecer de manera peligrosa.

¿Qué significan los libros en su vida?

Son una presencia persistente en mi vida. Una gran parte de mi vida gira alrededor de ellos.

¿Cómo cuida usted sus libros?

Los cuido fatal, aunque el otro día estuve con Juan Cruz y llevaba un libro con las esquinas dobladas. Le eché la bronca porque eso no se hace [risas]. No me gusta marcarlos, me cuesta mucho subrayarlos con bolígrafo, así que los lleno de papeles. Tampoco me gusta abrirlos demasiado. Cuando digo que los trato fatal es porque nunca les limpio el polvo.

¿Los presta?

Sí, no me importa. Aunque depende de qué libro y a quién se lo presto. Que un amigo tengo un libro mío en su casa me une todavía más a él. En mi biblioteca hay una voluntad de conquista al querer ocupar baldas en las librerías de los demás. Es una tentación a la que a veces no puedo resistirme.

¿Quién le educó en el amor a los libros?

Mi tío Pedro, aunque no me educase de una manera consciente.

¿Prefiere los libros recién sacados de la imprenta o los volúmenes con cubiertas raídas y páginas apergaminadas por los años y el uso?

Me encantan los libros recién sacados de la imprenta, me gustan mucho cómo huelen. Mi jefe en La estación azul, Ignacio Elguero, lo primero que hace cuando llega un libro al estudio es abrirlo y olerlo. Pero también me gustan mucho los libros antiguos, sobre todos aquellos que guardan el rastro de los lectores que te han precedido. A veces aparecen comentarios o fotos. Hace poco me compré un libro de Guelbenzu, El mercurio, una primera edición, y estaba tan lleno de comentarios que está en su sobre para llevárselo y que él lo vea porque seguramente tendrá una lectura especial.

¿Dónde suele comprar los libros?

Últimamente compro pocos, es la ventaja que tiene trabajar para la radio porque si me interesa me lo envía la editorial. Cuando compro de nuevo, lo hago en la librería Rafael Alberti, que me encanta, Tipos Infames, que me pilla muy cerca de la casa de mi madre, Méndez, gran lector, y se me olvidarán quince grandes librerías donde habitualmente compro.

¿Visita las librerías de viejo?

Prefiero comprar en las ferias del libro de viejo, por lo que tienen de sorpresa, aunque la librería Gulliver de mi amigo Manolo Domínguez —a quien por cierto dediqué Tocar los libros— es imprescindible. Y cuando viene a Madrid, me gusta comprar a mi amigo Rafael Sánchez, de la librería Sánchez de Barcelona, porque tiene siempre mucho material del que me interesa.

¿Cuántos libros suele comprar en un año?

En casa pueden entrar cinco o seis libros a la semana. Hay días que sobrevivo con la certeza de que en cualquier momento me puedo comprar un libro. Hay veces que llegas a casa jodido por cosas que te han pasado y me digo que voy a comprar un libro. Un libro nuevo siempre te puede salvar un día.

¿Cuál es su posesión libresca de la que se siente más orgulloso?

Tengo una edición de Nuevas canciones de Antonio Machado, encuadernada en plena piel color burdeos, con nervios y tejuelos, que tiene la particularidad de llevar su firma. Me lo regalaron los libreros de viejo una vez que di el pregón en un salón del libro. Recuerdo que me dijeron que me llevase lo que quisiera, dentro de un margen absolutamente generoso por su parte. Es una sensación especial tener un libro que tuvo en su poder Machado porque él es uno de mis escritores favoritos.

¿Alguna manía u obsesión con los libros?

No. O todas [carcajada].

¿Posee ex libris?

Tengo un ex libris cada año porque he inventado una moda muy buena que consiste en invitar, con las artes buenas o malas que sean necesarias, a un amigo artista para que me haga un ex libris. Cada año lo cambio. El de este año ha tenido la amabilidad de regalármelo el escritor José María Merino, aunque tengo de Emilio Urberuaga, Antonio Santos, Javier Zabala, José Luis Mazario, Emilio González Sainz, Mo Gutiérrez Serna, Damián Flores… Tengo mucho morro y muchos amigos artistas. Es chocante porque se trata de todo lo contrario: de que tus libros sean reconocibles a través de tu ex libris.

¿El libro en papel será en el futuro un objeto de lujo?

Espero que no, pero si sucediese no lo verán nuestros ojos. No es algo que me preocupe.

¿Tiene libro electrónico?

Sí, soy un chico moderno. Y aunque me sigue gustando leer en papel, disfruto del resto de la tecnología con absoluta normalidad. Jamás he tenido problemas para dar un salto tecnológico.

Su biblioteca es…

Bastante caótica. No la he podido ordenar nunca, porque como casi todo el mundo vivo en una casa donde además hay libros. Tengo que adaptar mis libros al espacio que puedo dentro de la casa para no invadirla entera. Yo intento ser respetuoso en casa porque no vivo solo. Si viviera solo sería otra historia. Ahora los meto donde puedo, debajo de la cama, tras el cabecero, así que mi biblioteca acaba siendo un caos. Hay veces que me gusta que sea un caos, como cuando busco un libro y descubro otro que no sabía que tenía. Pero en general lo de no encontrar libros que sé que tengo lo llevo muy mal. Otra opción para los que tenemos muchos libros es adaptar una zona de la casa para biblioteca, pero lo normal es que se acabe desbordando.

¿Cuántos volúmenes contiene?

No tengo ni idea. Hay demasiados más de los que caben. Pero no presumo de una gran biblioteca. Al lado de mi casa tenemos un apartamento y poco a poco fui llenándola de libros para descongestionar mi casa. Diez años después, tengo el apartamento lleno de libros y también la casa.

¿Qué género predomina entre sus estanterías?

Hay mucha novela y ensayo, y últimamente más poesía de la que había. Me ha costado mucho entrar en ese reino de la poesía. La poesía está en el cabecero de la cama y casi tiene el cabecero completo más una parte que cae.

¿Cómo debe formarse una biblioteca?

Hay dos maneras. Si quieres tener una biblioteca de verdad tienes que buscar un espacio con unas buenas dimensiones, pero todas las bibliotecas que conozco están en casas normales. Hay un momento en tu vida en el que te dices que si te trasladas a otra casa, voy a ver la manera de llevarme los libros ordenados. Últimamente he estado varias veces en la biblioteca de Félix de Azúa y él tiene un truco que voy a adoptar cuando sea mayor, y es que los libros viajan con los estantes que los contienen. Eso es maravilloso, claro, porque en menos de un mes tiene todos los libros ordenados como los tenía en la anterior casa. Nunca eres consciente de que estás formando una biblioteca, y al final te ves totalmente invadido por los libros y vas apañándolo como es posible. Hay escritores que donan libros a la biblioteca cuando ya no entran más. Hay otros, como Landero, que los dejan en los bancos de una plaza que hay cerca de su casa. Y hay otros como Longares que cada vez que forma una pila considerable manda construir una nueva estantería.

¿Tiene un trastero o cuarto similar para los libros que no le interesan?

No, y lo tendría que hacer porque ya he desbordado todos los lugares secretos que tenía y me he planteado por segunda vez deshacerme de una cantidad significativa de libros. Y no porque sean malos o buenos, sino porque no me caben en casa. Si finalmente lo hago, llegaré a un acuerdo con algún amigo librero para que acaben en manos de gente a los que les pueda interesar.

¿Cómo clasifica su biblioteca?

La mejor manera de clasificación es la alfabética, pero Javier Marías me dio un truco muy bueno y consiste en preguntarse cómo los voy a buscar cuando lo ordene. Porque cada uno tiene su manera de buscar las cosas. Hace poco me sorprendió que Miguel Delibes ordenara sus libros por colecciones, los de Destino juntos, los de Seix Barral juntos, los de Alianza también… Luis Alberto de Cuenca los ordena por tamaños y sabe donde lo tiene todo cuando nadie diría que en esa biblioteca existe un orden. En mi biblioteca existe más de un orden. Hay una parte que ordené hace algún tiempo hasta la letra g, hay otra que tengo ordenada por editoriales (empecé por los amarillos de Anagrama), los viejos tomos de Alianza bolsillo están juntos… Siempre tengo el objetivo de sacar algo de tiempo para ordenarlos, pero nunca consigo que llegue ese día.

Sus baldas acumulan muchos objetos. Háblenos de ellos.

Hay gente que solamente tiene libros en sus baldas y gente que necesita mezclar sus libros con otros objetos. Ya antes te he contado que me gustan mucho los objetos, rodearme de ellos. No es fetichista la palabra, pero sí me gusta rodearme de objetos que me inspiran, que me gustan y que he traído de donde he viajado. Tengo de todo. Y la prohibición absoluta de que alguien limpie mis estanterías porque podría ser una catástrofe que se cayesen esos objetos. Hay desde soldaditos de plomos hasta piedras, por ejemplo, pasando por minerales, viejas cajas, un par de figuritas romanas, papeles, fotografías, dibujos…

¿Qué dicen los libros de su biblioteca sobre usted como lector?

No tengo ni idea, a mí no me hablan [risas]. Pero cuando algún amigo llega a casa y no sabe lo que tengo le suele provocar un poco de inquietud ver tanta chamarilería. Y muchos preguntan que si he leído todos los libros que tengo y esa pregunta me pone un poco de los nervios porque está claro que no. Las bibliotecas tienen que ver con quién eres, pero también con quién has sido, con quién has querido ser y con quién pretendes ser en algún momento. Todos esos yos están juntos en nuestra biblioteca de una manera muy perversa.

¿Cuál es el libro más raro de su biblioteca?

No tengo ni idea. Me haces unas preguntas sobre las que nunca había reflexionado. Seguro que cuando ahora llegue a casa empezaré a buscarlo.

¿Y el más caro?

No tengo libros caros, entre otras razones porque siempre me precio de comprar libros baratos. No tengo interés en los libros caros porque no tengo ese afán de posesión enfermiza. Me costaría mucho gastarme altas cantidades de dinero en un libro porque me parecería una desvergüenza con dos hijos en casa. Quizás uno de los más caros sea una primera edición de Cántico, de Jorge Guillén, firmado por el propio Guillén. Pero fue un acuerdo. Yo publiqué Las bibliotecas perdidas con Renacimiento, de Abelardo Linares, propietario también de una de las mejores, más exquisitas y no de las más baratas librerías de viejo de España. Cuando salió el libro me ofreció un anticipo que me daba igual, así que unos días más tarde vi que tenía Cántico al doble de dinero de lo que me había ofrecido como anticipo y saqué esa vena judía que todos llevamos dentro y le dije que si llegábamos a un acuerdo. El acuerdo consistía en que yo no he visto una peseta por ese libro, pero tengo las cuatro primeras ediciones de Cántico como derechos por Las bibliotecas perdidas.

¿Posee libros heredados de su familia?

No, seguramente no. Cuando me marché de casa de mi madre dejé allí mis libros y ella imagino que se ha ido encargando de hacerlos desaparecer con el tiempo. Y creo que de mi tío Pedro tampoco conservo ninguno. Y me hubiera gustado tener alguno.

¿Contiene libros en otros idiomas?

Sí, aunque no porque los entienda. Lamentablemente sólo leo en español. Pero sí, tengo libros en francés, alguno en ruso porque me ha gustado el libro y algunas ediciones en inglés de Dickens, Paul Auster o Martin Amis, aunque no creo que sea capaz de leerlos.

¿Qué biblioteca ha visitado y le ha fascinado?

Me han fascinado muchas por diferentes motivos. Y me ha gustado verme reflejado en muchas de ellas. Ver una biblioteca significa ver cosas que no tienen nada que ver contigo, pero también significan en muchas ocasiones encontrarte a ti mismo. Te voy a poner un ejemplo en detrimento de otros. La de Luis Landero me gustó mucho porque los libros especiales para él no estaban allí sino en el coche, normalmente en el asiento de atrás, ya que cuando lo entrevisté todavía daba clases en el instituto. Y los quería tener cerca.

¿Qué biblioteca le gustaría visitar?

Ahora tengo previsto visitar, espero que todas salgan, las de Julio Llamazares, Rosa Montero, Antonio Muñoz Molina y Javier Cercas. Y me encantaría visitar esa biblioteca misteriosa, llena de incógnitas porque él mismo se encarga de servirlas, de Eduardo Mendoza, que tiene a gala vivir apenas con un centenar de libros, el resto siempre dice que los deja por ahí en cuanto tiene ocasión de hacerlo.

Jesús Marchamalo (Madrid, 1960) es escritor y periodista. Ha desarrollado gran parte de su carrera profesional en Radio Nacional de España y Televisión Española. Ha obtenido, entre otros, los premios Ícaro, URTI, Montecarlo y Nacional de Periodismo Miguel Delibes. Entre sus libros podemos destacar La tienda de palabras (Siruela, 1999), 39 escritores y medio (Siruela, 2006), Las bibliotecas perdidas (Renacimiento, 2008), Dedicatorias. Un siglo de libros dedicados (Gremio Madrileño de Libreros de Viejo, 2009), 44 escritores de la literatura universal (Siruela, 2009), Tocar los libros (Fórcola, 2010), Cortázar y los libros (Fórcola, 2011), Donde se guardan los libros (Siruela, 2011), Retrato de Baroja con abrigo (Nórdica, 2013), Palabras (Kalandraka, 2013) y Kafka con sombrero (Nórdica, 2015). Página web.