Fotografía de Tom Harris.Fotografía de Tom Harris.

Parece que fue ayer. ¡A los libros! ha cumplido tres años hace pocas semanas, desde que a finales de septiembre de 2012 iniciara con imperiosa determinación esta publicación literaria atenta a los libros sobre libros, a las entrevistas (larguísimas) a los profesionales del sector y al acecho de los nuevos talentos, para señalarlos en cuanto aparecían, materias que tienen mucho que ver con la deriva de mis intereses personales. Todas las entradas publicadas me han proporcionado muchas satisfacciones y poder conocer mejor los nuevos escenarios del mundo editorial de la mano de sus protagonistas más cercanos. Como cantaba Frank Sinatra, “amigo mío, lo diré sin rodeos, (…) sin timidez, yo lo hice a mi manera”.

Pero vivir no es más que estar diciendo adiós a uno mismo, y, por consiguiente, a todo lo demás. Así que hoy digo adiós, hasta pronto, porque hago un paréntesis en el blog. No sé si de manera permanente o temporal. Ya veremos. Ahora quiero dedicar mi tiempo a trabajos profesionales remunerados —aspiro a vivir honradamente de mi oficio— y a escribir con aplicación un ensayo sobre bibliofilia que tengo en la cabeza desde hace algún tiempo. El caso es mantenerse en movimiento, sentir la corriente salvaje de la vida a través de nuevos proyectos, evitando con ello la fosilización de una existencia vacía, como en espera de algo. Lo ya hecho no cuenta.

Lo llevaba madurando desde hace algunos meses, pero fue la lectura de un clarividente artículo de mi amigo Juan María Rodríguez, Gratis total, publicado en la edición andaluza de El Mundo, quién terminó de convencerme de poner fin a mi blog literario. Últimamente me resultaba muy complicado preparar material nuevo por falta de tiempo. Y de motivación. La idea de tener que escribir entradas semanalmente estaba empezando a pesarme como una tarea abrumadora. Sobre todo cuando no me metí en esto por ambición, sino obedeciendo una necesidad interior que ahora no siento. No quiero arrepentirme algún día por haber malgastado un tiempo precioso que puedo dedicar a otras actividades. Además, fuera, en la calle, como dice Juan María, me está esperando el frutero. Con euros.

Esto no quiere decir que en el futuro no añada nuevas entradas cuando lea algún libro interesante y haga alguna reseña o un nuevo reportaje de libros sobre libros o una entrevista a un personaje especial que me interese. Quién sabe. Pero quiero permitirme de nuevo el lujo de examinar los suplementos culturales en la cama los sábados por la mañana o perder el tiempo reordenando mi biblioteca los domingos mientras escucho a Louis Armstrong. Y leer sin presión, por puro placer, con la quietud y la paciencia que requiere este acto solitario.

Para todos, el tiempo huye irreparable, la vida se va. Lo dijo Virgilio mejor que nadie, en latín y en verso: Fugit irreparabile tempus. Tengo cuarenta y cuatro años y ya he cruzado esa línea de sombra. Algo así me preocupa. Por primera vez le doy vueltas a mi edad, a los años vividos y a los todavía pendientes, sin ser capaz de saber si he pasado el ecuador de mi vida o si en adelante viviré menos de lo que ya he vivido.

Quisiera dar las gracias a los muchísimos lectores —algunos ya amigos— que tengo desde los primeros pasos de esta aventura. El verdadero triunfo es conseguir no sólo la atención de la mayoría, como ha sido el caso, sino sobre todo el afecto del lector y una comunicación auténtica. Será, entre otras razones, porque detesto los monólogos y prefiero los diálogos. Tampoco hubiese sospechado jamás que tuviese tanto éxito de visitas y repercusión mediática, lo que facilitó que se publicase en formato papel una selección de las entrevistas de la mano de la editorial La Isla de Siltolá, lo que sigue haciéndome inmensamente feliz. De algún modo, quisiera agradecer también a Andrés Anguita, Benito Olmo, David Hernández Ortega y Martín Cabo, mi pequeña familia literaria, por todo lo recibido.

En mi adiós sólo hay agradecimientos y ningún rencor. Aunque muchas personas no lo crean, hay que mantenerse siempre incólumes a la mezquindad personal y ajena y huir de ella. No queda más remedio.

Muchas gracias a todos, y no eliminéis el blog de vuestros favoritos porque así podréis continuar visitándolo. ¡A los libros! tiene suficientes entradas como para existir con sus contenidos actuales. Además, quién sabe si en un futuro lo retomo con más fuerza, sin la presión de tener que hacerlo. El tiempo que destruye también fortalece.

¡A los libros, letraheridos! ¡A los libros! Siempre.

Un abrazo muy fuerte.

Daniel Heredia