Pablo Gutiérrez, escritor.Pablo Gutiérrez, escritor.

Habla con una naturalidad y una sencillez que invitan a la confidencia. Nos hemos puesto a conversar, con sensación de vieja amistad. Pablo Gutiérrez ha irrumpido en el panorama literario con unas obras que han causado verdadera sensación en los lectores. La crítica especializada las considera piedras lanzadas hacia el futuro en la que va cifrada la literatura del porvenir, camino de la primera línea de nuestra actual novelística. Lo curioso del caso es que este profesor de secundaria ve el universo de los escritores como un lugar distante que visita de manera esporádica. La tarde pasada con este treintañero lúcido me ha sabido a poco. Lo grato de la media voz, con el reloj marcando el breve tiempo de cristal, llega envuelto en una contenida tristeza, por cuanto dice, a cada momento, las cosas que nosotros quisiéramos decir y no decimos.

La buena literatura es la gran homenajeada es su nueva novela, Los libros repentinos. ¿Todo se puede curar leyendo?

No todo, creo. Para lo más inmediato y lo más urgente no sirve. Pero para esas angustias de gran formato, por llamarlas así, la literatura puede ser un buen remedio, y a veces un alivio.

¿Por qué afirma que “escribir ahora sin motivo ya no le sirve”?

Porque escribir sin motivación tiene como único objetivo el libro, o acaso quedar investido por la figura del escritor, y eso es demasiado simple y muy poco gratificante. Ser escritor no es ser gran cosa. Como dice Rafael Reig, un escritor es un tipo que trabaja en pijama. Y además escribir cuesta, y consume. Yo siento que estas novelas se llevan trozos enteros de mi vida; quiero decir de mi salud y de mis horas de sueño, no hablo en un sentido poético. Y dedicar tanta vida y tanto esfuerzo sin motivo es una solemne estupidez.

¿Qué motivo le llevó a escribir Los libros repentinos?

Hay razones sociológicas e históricas, razones que tienen que ver con el modo en el que crecieron nuestras ciudades medianas de la Baja Andalucía, durante aquellos años del desarrollismo. Un crecimiento urbanístico descontrolado e inhumano, que se disfrazaba de caridad mediante el Patronato de las Casas Baratas pero que tuvo terribles consecuencias demográficas, como fue la configuración de los llamados barrios de aluvión, guetos sin alambradas donde se estabulaba a la excrecencia social, lo que no convenía, lo que sobraba. Toda esa estructura urbanística contaba, además, con una superestructura moral y religiosa castrante, que fue especialmente cruel con las mujeres, a las que convirtió en sirvientas de sus esposos arrebatándoles los logros conseguidos durante el periodo de 1931-1936. Descubrir esas cosas, ponerles un rostro: ése fue el motivo de la novela.

¿Cree usted entonces en el poder sanador de la literatura?

Como decía antes, no para lo inmediato, pero sí para las grandes angustias de la existencia.

¿Se puede escribir cabreado? Lo pregunto porque así parece que escribió Democracia.

Sólo durante un tiempo. Después hay que dirigir esa bronca hacia algún objetivo, y buscar un discurso para recubrirla. Si no hay discurso, sólo es la rabieta del niño malo. En Democracia el discurso era la comedia, una comedia cercana al esperpento, como es tradición en la literatura social española.

Usted cree en la literatura social…

Absolutamente. Suelo decir que no existe otra literatura. Quiero decir con eso que la literatura siempre ofrece una visión de la sociedad, también la literatura de la autoficción y del lirismo hermético. El autor ofrece siempre, incluso en contra de su voluntad, su respuesta frente a los conflictos sociales. Y la respuesta puede ser el conformismo, y mirar para otro lado y demasiadas veces para uno mismo; o puede ser la intervención, a sabiendas de que no conducirá a nada.

Reconoce haber sido muy mirón siempre.

Es la actitud natural del novelista. Observar e imaginar qué ocurre en la casa de al lado.

Democracia es una novela de la crisis, pero no han abundado, ¿no cree?

Sí que abundan. Hace poco estuve como invitado en un congreso de hispanistas alemanes y había secciones completas con decenas de ponencias dedicadas exclusivamente a la literatura de la crisis, los discursos de la crisis. Piensa en Isaac Rosa, Marta Sanz, Belén Gopegui, Elvira Navarro, Rafael Chirbes… Podemos hacer una lista de más de treinta títulos publicadas en los últimos cinco años que directa o indirectamente aborden este complejísimo periodo histórico.

Sus personajes principales viven “al margen”. ¿Por qué este interés por los seres marginales?

Por voluntad estética y por convicciones morales. Estética, porque me resultan mucho más atractivos, y me facilitan el trazo grueso, que es el tipo de dibujo que me interesa en el retrato. Morales, porque en el pequeño mundo de mis novelas procuro mantener un sentido de dignidad y de justicia.

Según la revista Granta, “es uno de los mejores narradores jóvenes de la literatura en español”. ¿No le produce vértigo esta afirmación?

Es una lista más, de las muchas que se hacen, y fuera de esa lista quedaron muy buenos escritores, mejores que los que estaban dentro. No significa más que una llamada de atención.

Es curioso que no sienta tener entre manos una carrera literaria…

Tengo una carrera como profesor de secundaria, que es mi profesión. La literatura no me parece una profesión, si acaso un oficio, que no es lo mismo, en absoluto. Y además me fastidia esa metáfora de la “carrera”, como si fuera un asunto deportivo, como si el siguiente libro tuviera que mejorar al anterior, para no caer en la decadencia. Creo en la carrera de cada libro, pero no en su continuidad como si fuera una escala hacia ninguna parte.

Una de sus características básicas como escritor es su cuidado en el estilo. Le gusta además dejar sentencias, aforismos, frases lapidarias que son puñetazos en la cara del lector.

Como Baroja, para la novela todo vale, es un cajón de sastre. Cualquier estímulo lingüístico que sirva para embellecer y espabilar al lector, quitarle el sopor.

¿Los escritores somos improductivos económicamente hablando?

No se me ocurre ninguna otra actividad más improductiva. Si calculáramos el tiempo invertido frente a la remuneración obtenida estaríamos hablando del trabajo peor pagado del mundo, una esclavitud. Por eso decía antes que no puede ser concebido como una profesión.

Ha obtenido unos cuantos premios literarios. ¿Para qué le han valido los premios a usted?

Soy especialista en ganar premios sin dotación. Pero creo que eso está bien. Sirven para que alguien se fije, y teniendo en cuenta la selva de novedades, es una ayuda.

¿Por qué motivo dejó el periodismo?

Porque nada más asomarme vi la explotación brutal a la que se someten los trabajadores, y la terrible manipulación política que hay detrás de todos y cada uno de los medios. No hay prensa libre, todo lo condiciona el poder y el capital; es decir, el capital.

¿Qué aprende en las aulas de los chavales?

A ser más directo, a evitar los rodeos. También a darme cuenta de las distintas velocidades con las que ellos procesan la información, con respecto a mi generación. Y otras muchas cosas que sería prolijo explicar.

Le interesa mucho el mundo del cómic. ¿Ha pensado alguna vez en escribir un guión?

Estoy demasiado lejos de ese mundo. Me interesa, soy lector de tebeos, me identifico con la estética de autores como Miguel Brieva, y creo que en el tratamiento de mis personajes se percibe la influencia del cómic, de la caricatura y la hipérbole. Pero ahí queda.

¿Cómo se puede trabajar de 8 a 3, tener hijos y escribir novelas?

Se puede, si duermes poco y te quejas menos. Quiero decir que nadie te obliga a escribir una novela, no hay una masa de lectores en la puerta de tu casa rogándote que escribas otra novela. Es como el alpinista que decide subir a la montaña sin que nadie se lo pida. Es esforzado, duele, pero no vale quejarse cuando la decisión es tuya.

¿Qué supuso la publicación de Nada es crucial y su magnífica repercusión entre crítica y lectores?

Supuso la aparición de dos personajes, Magui y Lecu, que creo que tuvieron cierta importancia para algunos lectores; lectores que, después, quisieron saber más cosas de ellos, y que compartían conmigo la sensación de que esos personajes eran superiores al conjunto de la novela, que por algún motivo se habían dotado de una carnalidad y una, ejem, realidad que superaba la construcción del relato. Fue una experiencia literaria muy intensa, y muy gratificante. Yo escribo desde el entusiasmo, no sabría hacerlo de otra manera, y pude descubrir que también hay lectores que leen del mismo modo.

¿Y el desembarco en Seix Barral con Democracia?

Por una parte, una gran comodidad, ya que Seix es una editorial con la infraestructura necesaria como para que todo funcione fácilmente. Por otra, unas lecturas mucho más severas y despiadadas. Estoy convencido de que Democracia habría sido aplaudida si hubiera sido publicada en una editorial independiente, pero al entrar dentro del circuito de la gran distribución fue observada, desde el principio, con sospecha.

¿Qué ocurre en el tiempo que media entre el final de una novela y el principio de la siguiente?

En mi caso, ese tiempo apenas existe, y los proyectos de novela, los esbozos, se van enlazando los unos con los otros. A veces es un personaje o una escena de una novela lo que da pie a la siguiente, y otras veces las novelas aguardan en un cuaderno como notas o párrafos, esperando a que llegue el momento de desarrollarse.

¿Cuáles son sus próximos proyectos?

Varias novelas en la cabeza, también una novela juvenil que quiero terminar pronto y que firmaré con pseudónimo para separar las dos trayectorias y no confundir a los lectores. Y detrás, el teatro, al que me gustaría regresar pronto, aunque sólo fuera con pequeñas piezas. Nunca he visto una obra mía en el escenario, y creo que debería pelearlo un poco.

¿Quién es Pablo Gutiérrez?

Sin definiciones. Soy profesor de secundaria, vivo cerca del mar, duermo poco y tengo unas ojeras muy profundas, me cuesta escribir pero lo hago para espantar enemigos. No sé qué otra cosa decir sin que suene aún más cursi.

Saramago afirmaba que escribir es un trabajo, que el escritor no es un ser extraordinario que espera las hadas. ¿Está de acuerdo?

De acuerdo. Es un tipo sentado que escribe. No hay nada mítico ni mágico.

¿Sigue una disciplina/rutina para escribir?

Ojalá pudiera, pero escribo donde caigo y cuando puedo, a medias entre el trabajo y los niños. Sin disciplina de ninguna clase.

¿Utiliza cuadernos para tomar notas o lo hace todo por ordenador?

Cuadernos. El ordenador llega después. Y el ordenador me perjudica en muchos sentidos, altera el ritmo y el sonido de la prosa. La próxima novela, si me llega el aliento, la escribiré a mano antes de teclearla.

¿Piensa en un lector determinado a la hora de escribir?

No, me cuesta imaginar a lectores reales, porque me sigue pareciendo enigmático que alguien que no me conoce de nada entre en una librería y decida leer algo que yo he escrito. Hace poco, en una feria del libro, me sorprendió descubrir que los lectores que se acercaban a mí eran mayores de lo que yo habría imaginado, supongo porque cándidamente aún me siento joven.

Si no hubiera sido escritor…

Habría sido lector y profesor de secundaria, y tendría entretenimiento de sobra, creo.

¿De dónde surgen sus historias?

De pequeños brotes de indignación, como en Democracia y en Los libros repentinos, y a veces también de ciertas imágenes, de cierta plasticidad, como en Nada es crucial.

¿Tiene alguna superstición a la hora de escribir?

Ninguna. Sólo el temor al título.

¿Para qué le sirve escribir?

Para desgastarme, es decir, para muy poco. La satisfacción de que alguien se sienta entusiasmado por un personaje, tal vez para eso sirve.

¿Corrige mucho?

Hasta el hartazgo. Le dedico mucho, muchísimo más tiempo a la corrección que a la escritura. Supongo que será porque no me sale bien desde el principio.

¿Cómo se clasificaría como escritor?

No sabría decirlo, pero entiendo que soy un escritor de minorías, tal vez por culpa del formalismo y de la preocupación por el estilo, que espanta a muchos lectores.

¿Cuándo comenzó a escribir y qué le motiva a hacerlo?

Como todos, cuando era un adolescente. Los motivos son diversos, dependiendo del texto. Sé que no escribo ni como desahogo ni como disfrute ni como terapia, porque de nada me sirve.

¿A quién le deja leer sus manuscritos antes de ser editados?

A nadie, sólo a mi mujer.

¿Dónde escribe?

Donde puedo, donde caigo.

¿Necesita silencio para escribir o le gusta escuchar música?

Necesitaría silencio, pero en una casa con niños eso es muy complicado. La música, sólo para corregir o para buscar información.

¿Por qué leer?

Como dice Baroja: para enterarse.

¿Cómo se debe leer: en voz baja, en voz alta o sin voz?

Ni idea. Declamar es cosa de los poetas.

¿Cómo hay que leer un libro?

No entiendo la pregunta.

¿Cuál es su sitio preferido para leer?

No soy maniático, donde puedo, en las interrupciones de cualquier otra cosa.

¿Quién le enseñó a leer?

¿Mis maestras del colegio? Supongo que serían ellas.

¿Deja un libro sin terminar si no le gusta?

Por supuesto. El derecho a abandonar un libro es irrenunciable.

¿Qué libros está leyendo?

El Establishment, de Owen Jones, y La resta, de Alia Trabucco Zerán. Excepcionales, los dos.

¿Con cuál ha llorado o reído últimamente?

No lloro, es extraño que un libro me haga reír, tampoco busco nada de eso en un libro.

¿Quiénes son sus autores favoritos y qué lecturas recomendaría?

Baroja, Milan Kundera, Martin Amis. Recomendaría Habitaciones, de Loius Aragon, y Las inquietudes de Shanti Andía, la mejor de las novelas de Baroja, y por desgracia no tan conocida.

¿Qué tipo de lector es?

Inconstante y con tendencia a sentirme decepcionado. Mal lector.

¿Cuál fue ese libro que le convirtió en lector?

Fahrenheit 451, de Ray Bradbury. Lo tenía todo para un chaval de trece años.

¿Cómo se puede fomentar la lectura entre los estudiantes que sólo abren los libros por obligación?

Es terrible eso de “fomentar la lectura”. Los libros están ahí, que se acerquen quienes quieran.

¿Existe una decadencia de la lectura, de los lectores?

La misma que en otras facetas. Igual que en el periodismo, o en el cine de autor, o en la filosofía, o en el capitalismo del arte. La lectura y la literatura no son islas.

¿Qué es el libro para usted?

Un invento perfecto, fácil de transportar y de prestar. Demasiado caro, por culpa de la cerrazón de las editoriales a hacer ediciones económicas.

¿Quién le educó en el amor a los libros?

Creo que nadie.

¿Dónde suele compra los libros?

Si digo que en Amazon sonará mal, pero no tengo buenas librerías a mi alrededor.

¿Visita las librerías de viejo?

No soy fetichista.

¿Cuántos libros suele comprar en un año?

Demasiados, pero no sé cuántos.

¿Cuál es su posesión libresca de la que se siente más orgulloso?

No tengo aprecio por ningún libro concreto, sólo son instrumentos. No me gustan las rarezas ni las ediciones caras. Mi ideal sería que todos los libros costaran dos o tres euros, y que pudieras deshacerte de ellos con la misma facilidad con la que los compras.

¿El libro en papel será en el futuro un objeto de lujo?

Por el precio al que está, creo que ya lo es. No hay mucha gente que pueda permitirse comprar tres o cuatro libros al mes.

¿Alguna manía u obsesión con los libros?

Ninguna.

¿Posee ex libris?

Sólo para sellar los exámenes de mis alumnos, para que no se copien.

¿Están sus libros limpios de notas y subrayados o los marca de alguna de manera?

Los buenos, muy subrayados y escritos por todas partes. Maltratados.

¿Qué opina de ese fenómeno comercial que es la Feria del Libro?

Me he divertido mucho cuando he asistido como autor, y me ha sorprendido la capacidad de los lectores para acercarse a un autor y hablar con él tan abiertamente. Yo como lector creo que no lo haría, pero como autor lo he disfrutado mucho.

¿Ha practicado en alguna ocasión el bookcrossing?

No.

¿Tiene libro electrónico? Y si es así, ¿cuál?

Un Kindle.

¿Qué opina sobre el libro electrónico?

Es práctico para ciertas cosas, pero me parece difícil para anotar y buscar fragmentos, o bien yo soy muy analógico, cosa que es posible.

¿Cómo luchar contra la copia ilegal de libros electrónicos?

No luchando. Es así. Y si se lee, tampoco es algo tan malo.

Su biblioteca es…

Pequeña, ordenada.

¿Hay muchos libros en su biblioteca?

Demasiados para el tamaño de mi casa.

¿Cuál es el número idóneo de libros para su biblioteca?

No lo sé.

¿Qué género predomina?

Novela y teatro.

¿La tiene ordenada?

Sí.

¿Cómo la clasifica?

Alfabéticamente.

¿Sólo tiene libros en las baldas o también acumula objetos, fotografías u otro tipo de fetiches?

Libros y los juguetes de mis niños, perdidos.

¿Alguna peculiaridad en sus estanterías?

Ninguna.

¿Qué libros le faltan en su biblioteca?

No sé, ¿los que aún no he leído?

¿Posee libros heredados de su familia?

Robados a mi familia, más bien.

¿Hace expurgo con frecuencia?

No lo hago.

¿Contiene libros en otros idiomas?

Sí, en inglés.

¿Qué biblioteca ha visitado y le ha fascinado?

Ninguna.

¿Qué biblioteca le gustaría visitar?

Ninguna, que yo sepa.

Pablo Gutiérrez (Huelva, 1978) es profesor en un instituto de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), aunque estudió Periodismo en Sevilla. Ha publicado las novelas Rosas, restos de alas (2008, reeditada y ampliada como volumen de relatos en Lengua de Trapo, 2011), Nada es crucial (Lengua de Trapo, 2010), galardonada con el Premio Ojo Crítico de Narrativa, Democracia (Seix Barral, 2012) y Los libros repentinos (Seix Barral, 2015), así como el libro de relatos Ensimismada correspondencia (Lengua de Trapo, 2011). En 2001 quedó finalista del Premio Miguel Romero Esteo de dramaturgia con la obra de teatro Carne de cerdo. Es uno de los mejores narradores jóvenes de la literatura en español según la revista Granta, y ha recibido el elogio unánime de la crítica.