Elia Barceló, escritora. (c) Pablo Á. MendivilElia Barceló, escritora. (c) Pablo Á. Mendivil

Hay libros –y autores- que marcan nuestra vida. Uno de esos libros que me ha marcado como lector es la novela Disfraces terribles, cuya autora, Elia Barceló (Elda, Alicante, 1957), se convirtió hace ya algunos lustros en una de mis escritoras contemporáneas preferidas y en alguien a quien admiro mucho. Como bien saben los asiduos de esta publicación literaria, la admiración es algo fundamental porque la gente que admiras conforma parte de tu educación sentimental, y a esta alicantina la he recomendado vivamente y por ahora nadie se ha quejado. Su inclinación a la fantasía la ha hecho merecedora del título de Dama española de la ciencia ficción. Elia Barceló vive en Innsbruck (Austria) desde 1981, donde trabaja como profesora de literatura hispánica. La entrevista se realizó a través de correo electrónico.

Una característica común en prácticamente todos sus libros es la presencia de una potente historia de amor. ¿Por qué?

Porque para mí el amor es el tema central de la existencia humana, entendiendo amor no sólo como una relación erótica entre dos personas, sino de todas las formas posibles: padres e hijos, hermanos, parejas, amigos, compañeros, el amor a uno mismo, la autoestima o su falta… simpatía, afecto, deseo, pasión, desagrado, desamor… Las combinaciones son infinitas y, cuando uno investiga las motivaciones para la actuación de alguien –tanto en lo cotidiano como en su proyección histórica- siempre descubre un conflicto que tiene su origen en el amor o la falta de amor. Más que el dinero, incluso, porque con mucha frecuencia el deseo de dinero o de poder está motivado por una falta de autoestima o de compensar ciertas carencias en el plano afectivo.

Pero el amor no es el único sentimiento sobre el que construye su obra.

Mis novelas están llenas de sentimientos porque es así como funcionamos los seres humanos; nos mueven más las emociones que las reflexiones en general. Por eso a veces hacemos cosas ilógicas, estúpidas, que nos distancian incluso de lo que queríamos lograr. La ambición, la envidia, la intolerancia, la traición, la incompresión, los malentendidos, la intransigencia con las verdades de los demás, la narración de la propia vida, la creación de la propia imagen, los secretos cuidadosamente ocultos, la nostalgia, el paso del tiempo, lo irreversible de las acciones… todas esas cosas y muchas más son las que me sirven para construir mis historias.

¿Por qué le interesa tanto la ciencia ficción?

Me interesa porque es el único género que aporta y trata temas nuevos en la literatura, además de usar los de siempre. Me parece que es un magnífico terreno de pruebas para reflexionar sobre nosotros, los seres humanos, nuestro presente y nuestro posible futuro. Además ofrece esa sensación de asombro sin límites, de ver las cosas de un modo totalmente nuevo. No es que sólo me interese la ciencia ficción, pero sí es uno de los géneros que más aprecio; y también fue el que me marcó en mi infancia, en mis primeros pasos de lectora. Descubrí muy pronto las inmensas posibilidades de la ficción especulativa, me maravilló el descubrimiento y siempre vuelvo al género buscando ese deslumbramiento que, lógicamente, no siempre se da porque no todas las obras son excelentes.

¿Qué nacen antes, las historias o sus personajes?

Vienen juntos porque una historia tiene que pasarle a alguien y cada quien tiene una historia. Pero si tuviera que decidirme, creo que la historia podría aparecer unos segundos antes.

¿De qué busca refugio Elia Barceló en la literatura?

De nada. Para mí la literatura no es un refugio, es mi actividad natural desde que tengo recuerdo. De pequeña y de jovencita leía muchísimo y también iba mucho al cine; consumí miles de historias hasta que empecé a escribir las mías. Pasar a escribirlas fue algo natural que acabó convirtiéndose en una parte fundamental de mi vida; pero no tengo la sensación de que me refugio en mis fantasías para huír de algo concreto o para negar el mundo que me rodea. Yo no soy una escritora atormentada y sufriente. Escribir me da placer, me divierte mucho, aunque sea un trabajo duro y solitario. En el momento en que deje de darme satisfacción, haré otra cosa. Nunca he entendido a esos autores que se pasan el rato presumiendo de lo que sufren al escribir. Entonces, ¿por qué lo hacen? Si lo hacen por mí, pueden dejarlo ya mismo. Como lectora, no me interesa asistir al autopsicoanálisis de nadie; yo lo que quiero es una buena narración de una buena historia.

No parece tener sacralizado el oficio de escribir. ¿Qué le llevó a ello?

No, en absoluto. Escribir es primero un oficio, una artesanía, tan exigente como cualquier otro oficio manual o no. Luego, en algunos casos, escribir puede llegar a ser un arte, pero eso es algo que ya no es mérito propio. La capacidad de crear Arte con mayúsculas no depende de la voluntad propia. Se nace artista o no. Es un accidente biológico (accidente en un sentido neutro, claro, no negativo). Por eso me parece un poco tonta ese aura de misterio de que se rodean algunos escritores o artistas en general; siempre me suena a falso, a tomadura de pelo. Ser un gran escritor o un gran pintor es, primero, una especie de regalo que le pusieron a uno en la cuna, y segundo, no le da derecho a nadie a despreciar o a tratar mal a los demás. Nadie soportaría de un fontanero o un contable, pongamos por caso, ciertas cosas que se perdonan a un gran pintor, un gran músico o un gran escritor. En mi caso, dedicarme a la escritura fue algo natural. De muy pequeña –digamos desde los seis o siete años- empecé a contarle historias de viva voz a un grupito de amigas, todas algo mayores que yo. Nos reuníamos después del colegio y de haber cogido la merienda en una caseta para trastos que tenía mi abuela en la azotea de la casa y siempre estaba llena de gatos que pasaban por allí o que venían a parir a sus cachorros. Como lo que más me gustaba era leer y ver películas, empecé a modificar mentalmente las historias desde muy pequeña: cuando un final no me había gustado, me inventaba uno propio; cuando un diálogo me gustaba especialmente, lo alargaba. A veces les contaba películas que yo había visto en el cine, pero cambiando lo que no me había parecido bien. Descubrí pronto que los mejores cuentos eran los de miedo porque eran los que más efecto tenían en mi público. Antes o después, empecé a inventar historias propias, completas; y un poco más tarde empecé también a ponerlas en papel.

¿Qué actitud debe tener un escritor respecto a su obra?

Supongo que cada escritor tiene la suya; no creo que haya una actitud válida para todos. La mía es de sorpresa, alegría y moderado orgullo por lo que he sido capaz de hacer hasta ahora. Me sigue pareciendo sorprendente que se me ocurran historias todo el tiempo, que nunca me falten historias que narrar. Me da alegría poder hacerlo y ser capaz de ponerlas en palabras, ser capaz de crear todo el edificio narrativo necesario para que esa historia, que suele ser muy simple –todas las historias del mundo son muy simples en el fondo y se pueden contar en unas frases-, se convierta en una novela de cuatrocientas páginas que proporcione al lector varias horas de entretenimiento e incluso placer. El pequeño orgullo viene de que, a pesar de tener un trabajo exigente en la universidad y de haber criado dos hijos estupendos, he podido escribir veintitrés novelas y casi sesenta cuentos. Y también me da satisfacción el hecho de que haya lectores en muchos países que disfrutan de lo que escribo y que me lo dicen cuando nos encontramos en lecturas públicas, festivales y demás. Pero no creo que mi obra sea algo importante para la humanidad y para la historia, algo que haya que proteger y sacralizar. Yo me siento más bien como los juglares medievales: hago mi mester de fantasía lo mejor que sé y trato de que el lector pase un buen rato y reflexione sobre lo que le propongo. Si mi obra perdura, bien; si no, también bien. Me moriré yo, ¿por qué no puede morir lo que he escrito? Todo muere.

Usted se ha prodigado en literatura juvenil…

Yo no hago grandes distinciones cuando escribo, pero es cierto que hay historias que me parecen más adecuadas para un público más joven y entonces las escribo pensando en lectores que tienen menos bagaje cultural (en el sentido de que han tenido menos años para leer y conocen menos la tradición literaria) y en acercarles temas, figuras o motivos que a mí me parecen importantes. Pienso mucho en el futuro y me gusta la idea de contribuir a formar lectores. Pero mis novelas juveniles pueden leerse siendo adulto y no desmerecen de muchas que se venden como literatura general. No hago concesiones en cuanto a la forma ni simplifico la lengua para «adaptarme» a un público más joven.

¿Cree que la novela juvenil está sufriendo menos los efectos de la crisis?

Es posible que sí en el sentido de que en todos los colegios se recomiendan lecturas y todos los alumnos tienen que comprar un par de novelas al año. Lógicamente, compran novelas juveniles en las que los personajes tienen su edad y les pasan cosas con las que pueden identificarse. Por eso supongo que la novela juvenil tiene más ventas. Y porque el precio de una juvenil sigue siendo razonable, mientras que las novelas oficialmente para adultos están sobre los veinte euros o más.

¿Presta atención a las críticas? ¿Le influyen de alguna manera?

No mucha, la verdad. Las leo de vez en cuando porque nunca pierdo la esperanza de encontrarme con un buen lector crítico y aprender algo de la lectura que él o ella han hecho de mi novela, pero no me obsesionan en absoluto. Me alegro mucho si alguien escribe en una reseña que le ha gustado y explica por qué, ya que a veces se trata de cosas que he hecho a propósito y que me han costado un cierto esfuerzo, y me encanta que alguien se haya dado cuenta. Si alguien escribe que no le ha gustado y da sus razones, lo pienso con cuidado para ver si coincido con su opinión y si puedo evitar caer en el mismo error en el futuro. Pero cuando leo una crítica –positiva o negativa- que está mal escrita (a veces incluso con faltas de ortografía), o que confunde los nombres de los personajes, entonces ya sí que me da igual lo que diga. Es su opinión, a la que tiene perfecto derecho, pero no puedo aprender nada de ello.

La dispersión de su obra por tantas editoriales puede significar un problema para que no sea más conocida por el gran público. ¿Lo ha pensado alguna vez?

Sí, claro. Eso y el hecho de que mis novelas no se ajustan a un patrón y nadie sabe qué va a encontrar en la próxima. Sé que desde el punto de vista del marketing es de lo peor que puedo hacer, pero para mí la escritura es una experiencia placentera, no un trabajo para ganarme las habichuelas, de modo que si no escribo lo que yo quiero en cada momento la cosa se convierte en un simple trabajo remunerado y eso no me daría alegría ni placer. Ni a mí ni a mis lectores. He escrito novelas que, oficialmente, se encuadran en ciencia ficción, fantástico general, novela realista, histórica, negra, de terror…, pero yo no me planteo el género cuando lo hago. Me acude una historia, me atrae, me enamoro de ella y la escribo. Luego es el agente, la editora, los del equipo de marketing, los periodistas, los blogueros, los libreros… los que se empeñan en «¿pero de qué género es?». Parece que no les basta con que sea una buena historia, una nueva sorpresa.

De entre los títulos que conforman su obra, ¿sería capaz de destacar un par de ellos y alegar las razones de tal selección?

¡Uf, qué difícil! Pero voy a intentarlo… El secreto del orfebre, una novelita breve pero muy intensa, en la cuerda floja entre el realismo triste de los años 50 y el fantástico más audaz, es una de mis favoritas. Una historia de amor potente, distinta, que sigue tocándome el corazón diez años después de haberla escrito. Es también mi obra más traducida. La otra sería Disfraces terribles, una novela larga, intensa y a la vez juguetona, totalmente realista pero con un toque constante de novela negra, de novela de secretos ocultos en el pasado, de amores intensos tanto hetero como homosexuales, de intrigas literarias, ambientada en el París de los años sesenta y setenta y en la actualidad. Disfruté inmensamente escribiéndola y sigo recibiendo cartas entusiastas de lectores alemanes sobre todo. Y para aportar también algo de mi vertiente de ciencia ficción: Futuros peligrosos, ocho relatos sobre cómo puede cambiar nuestra sociedad en un futuro próximo para que el lector reflexione sobre si vamos por buen camino y si estamos a tiempo de cambiar. Uno de esos relatos, Mil euros por tu vida, ha sido filmado también por un director alemán, Damir Lukacevic, y hay una película preciosa –Transfer- que ha ganado varios premios en festivales de todo el mundo. Y para terminar, dos juveniles: El almacén de las palabras terribles, una historia fantástica, sencilla, pero que se queda dando vueltas por dentro de la mente del lector porque el tema nos importa a todos a todas las edades: el daño que podemos hacer a las personas que más queremos con unas simples palabras, y la imposibilidad de recoger esas palabras una vez pronunciadas. Y Cordeluna, una novela histórica y fantástica que transcurre en la España del siglo XI y en la actualidad; una historia de amor inmortal truncado por una maldición. De entre mis novelas juveniles, esta es la más traducida y casi la más vendida, sólo superada por la anterior.

¿Cómo ve el mundo literario español desde Austria?

Con frecuencia lamento no poder participar un poco más, aunque a veces me alegra mucho estar lejos y no tener que estar siempre preocupándome de tener presencia mediática o comparándome con unos y otros colegas. Desde fuera yo lo veo como una carrera enloquecida por las ventas; la literatura parece haber sido degradada a la categoría de producto susceptible de ser vendido. Punto. Su calidad, su originalidad, su elegancia, su audacia en la elección de tema o en su forma… tonterías de otros tiempos. ¿Se vende? Es superbuena (como dicen ahora). ¿No se vende en un par de semanas? Se retira de la vista de los posibles lectores y se sustituye por otra novedad. Yo siento que vamos hacia una vulgarización que choca con mi carácter. No me gusta esa autopromoción constante que las editoriales exigen al autor, no me gusta que los libros se fabriquen como churros y se descarten como un periódico pasado de fecha; no me gusta el invento español de las tertulias televisivas en las que los participantes pierden las formas en público. En mi apreciación, lo de «mundo literario» no se ajusta a la realidad. Ni siquiera en las presentaciones de libros se leen unos fragmentos del libro que se presenta. La gente va a ver, a que la vean y a tomarse el vino, si lo hay. Mi sensación es que la literatura es lo que menos le importa a nadie, sobre todo a muchos de los que trabajan en el mundo editorial (Y no hablo de «editores». Los editores merecen todo mi respeto y en muchos casos, también mi admiración, pero cada vez quedan menos y a los pocos que quedan no les dejan hacer su trabajo).

Sus editoriales favoritas son…

Cualquiera que trabaje seriamente, que aprecie la literatura como manifestación artística, que tenga una línea reconocible y que esté dispuesta a trabajar codo con codo con sus autores y a serles fiel.

¿Cómo convive con la vanidad de los escritores?

Con paciencia, que es lo único que ayuda. Tratando de comprender por qué están tan necesitados de halagos –¿falta de autoestima, miedo de que les den de lado, falta de amor, necesidad de estar por encima en una jerarquía de humo y espejos?- y reaccionando con humor cuando estoy en un grupo en el que varios escritores tratan de dejar claro quién está mejor dotado (metafóricamente hablando); y no me refiero sólo a los hombres. Encuentro curioso que cuando coincidimos unos cuantos colegas, en lugar de hablar de nuestro oficio, de la escritura, la mayor parte prefiere hablar de ventas, de premios, de traducciones… de datos que pueden poner a unos arriba y a otros más abajo. Me parece ridículo que alguien piense que ser capaz de inventar buenas historias y ponerlas en palabras le hace uno acreedor a todo tipo de privilegios.

¿Qué significa para usted la Semana Negra de Gijón?

Muchísimo. Me invitaron por primera vez en 1996 y desde entonces he ido todos los años y he tenido la oportunidad de presentar allí todas mis novelas para adultos e incluso alguna juvenil. Allí he conocido a algunos de los amigos que más quiero, se iniciaron proyectos, contactos editoriales, nacieron ideas… en ese maravilloso laberinto de libros, fiesta y gente creativa. Es un milagro repetido al que volveré mientras tenga fuerzas, o ya de anciana en silla de ruedas, como Ana María Matute, hace dos años.

Si le nombro a Julio Cortázar…

Puedo escribir más de trescientas páginas, como hice en mi tesis doctoral. Y sonreír hasta que me duela la mandíbula. Y deshacerme en adjetivos laudatorios. Y contar maravillas a todo el que quiera oírme sobre su elección de narrador, sus frases truncas, su capacidad de despertar ecos en el lector, su ligereza para el juego serio de la literatura, su… en fin… para mí es el Maestro.

¿Podría describirnos un día cualquiera en su vida?

Mi vida es muy aburrida para alguien que no sea yo. Me levanto pronto, sobre las siete, tomo un café con leche y me siento a trabajar al ordenador. A lo largo de la mañana hago un par de pausas breves que aprovecho para poner una lavadora o tender la ropa o hacer algo pequeño por la casa. Hacia las doce y media me levanto y voy a la cocina a preparar algo para la comida. Mi marido suele venir a comer; los hijos ya hace un par de años que no viven con nosotros, cada uno en una ciudad. Comemos, leemos durante una hora más o menos y entonces, según el día de la semana, o voy a hacer deporte o me siento a trabajar otra vez. Cada día dedico una hora u hora y media a algún tipo de actividad física: caminar, yoga, fitness, gimnasia de mantenimiento, iaido… Trabajo hasta las siete y media, preparamos la cena, cenamos y luego leemos o vemos una serie y nos vamos a la cama sobre las once o poco más. Una horita de música y lectura y hasta el día siguiente. Todos los jueves estoy en la universidad durante casi doce horas, para todo lo relacionado con mi trabajo académico: clases, tutorías, etc. Los fines de semana trabajo igual, salvo que tenga visita. Si el día es espléndido, salimos a hacer senderismo por las montañas y lagos de la región. A veces, viernes o sábado invitamos a algunos amigos a cenar o vamos al cine.

¿Su vida es como la imaginó?

Es mejor de lo que imaginaba, pero se ha desarrollado básicamente por los cauces que siempre soñé.

¿A qué le tiene miedo?

En el plano privado a que le pueda pasar algo malo a mis hijos, a mi marido y a la gente que quiero. En un nivel general lo que me asusta es la inconsciencia de los seres humanos, esa falta de respeto, ese descuido respecto al único planeta donde podemos vivir. También me asusta la falta de empatía y de solidaridad con los que tienen y pueden menos; la locura con la que nuestros gobernantes roban lo que es de todos; el que la justicia se esté convirtiendo en una farsa; el que estemos perdiendo muchos de los derechos que tanto costó conseguir.

¿Con qué odia perder el tiempo?

Con conversación intrascendente, ese hablar por hablar de temas como «famosos» y de moda, y de cosas por las que no siento el menor interés.

¿Cuáles son las cualidades que más aprecia en la gente, en sus amigos?

La inteligencia, la bondad y el sentido del humor. Creo que todas las buenas cualidades se desprenden de esas tres.

¿Cuáles son sus próximos proyectos? ¿Cuándo saldrá publicada su próxima novela?

La próxima acaba de salir en alemán antes que en español. En España saldrá la misma novela en primavera de 2015 y, si no pasa nada, también aparecerá Hijos de las estrellas, el tercer (y último volumen) de Anima Mundi, una trilogía fantástica que está publicando Destino y cuya primera entrega ha ganado el Premio Celsius 2014 a la mejor novela de ciencia ficción o fantasía publicada en España en 2013.

¿Quién es Elia Barceló?

Una mujer feliz que, además, tiene la suerte de poder escribir novelas y relatos.

Cuando escribe, ¿qué busca, qué persigue?

Yo lo que quiero es contar historias. Contarme a mí misma una historia de la que me he enamorado y contársela también a un lector que, en circunstancias ideales, va a disfrutarla tanto como yo, o incluso más, porque para él es nueva. Me gusta dar sorpresas, tener en vilo al lector, descubrir secretos poco a poco, ir revelando los misterios que he planteado. Y por supuesto también –unas veces consciente y otras inconscientemente- quiero dar mi visión del mundo, hablar de cuestiones que a mí me parecen importantes, como el amor, el paso del tiempo, la dificultad de comunicación entre las personas, los malentendidos, el miedo, el mal, el pasado, la nostalgia… todo lo que yo me cuestiono en mi vida.

¿Sigue una disciplina/rutina para escribir?

Soy muy displinada en cuanto al tiempo que le dedico a la escritura, pero no trabajo todos los días con un horario fijo. Como cuando empecé, todo estaba supeditado a los horarios de mis hijos y de mi trabajo en la universidad, me acostumbré a trabajar a cualquier hora y en cualquier lugar, incluso a ratitos muy cortos. Ahora que ya soy mucho más independiente sigo escribiendo varias horas diarias, ahora ya casi siempre seguidas, con frecuencia por la mañana.

¿Utiliza cuadernos para tomar notas o lo hace todo por ordenador? ¿Qué tipo de cuadernos utiliza?

Siempre llevo conmigo un cuadernito negro Moleskine donde apunto toda clase de cosas que me llaman la atención y que uso también para hacer dibujitos de sitios que me gustan o de personas que me parecen curiosas, y para apuntar recomendaciones de libros, teléfonos… Lo importante es que el cuaderno sea de hojas en blanco: ni cuadros ni rayas. Detesto todo papel que no sea liso; tengo la sensación de que me están obligando a escribir de una forma determinada y eso es algo que odio. Como decía Juan Ramón Jiménez: «Si te dan papel rayado, escribe en otro papel». Cuando estoy trabajando en una novela compleja, apunto en ese cuadernito detalles de cronología, datos que no debería olvidar, etcétera, pero la mayor parte la tengo en la cabeza y no la escribo. No me hago fichas de personajes, ni esquemas de capítulos ni nada. Todo lo llevo dentro. Si de verdad es importante, no se me olvida.

¿Piensa en un lector determinado a la hora de escribir?

A veces, sobre todo en novelas juveniles, pienso en mi hija o en mis hijos, y al escribir ciertos detalles pienso en mi marido, en si conseguiré sorprenderlos, en si se reirán en este punto… En general pienso en mí misma como lectora, pero tan desdoblada que en muchas ocasiones, cuando yo como lectora querría que siguieran contándome más sobre un personaje determinado, por ejemplo, me niego el capricho y paso a hablar de otro, porque es lo que la novela necesita; y sé que luego mi yo lector (y el lector real de fuera de las páginas) me lo agradecerán.

¿De dónde surgen sus historias?

De donde surgen las historias de todo el mundo, supongo. Muchas veces de la afortunada combinación de dos o tres detalles, palabras, imágenes, recuerdos, que no tienen nada en común. Otras de ese «¿qué pasaría si…?» o «¿qué habría pasado si las cosas hubieran sucedido de otra forma?. En muchas ocasiones veo una imagen, como una diapositiva interior y sé que ahí hay una historia, que tengo que buscarla hasta dar con ella. Puede tratarse también de un objeto: un mueble, un libro, una joya… o un lugar: verlo y saber que ahí dentro se guarda una historia que desvelar. Y otras veces el disparador es un diálogo que oigo en mi interior entre dos personajes desconocidos. Si lo que dicen es interesante, me pongo a averiguar quiénes son y de qué hablan.

¿Cómo tiene la imaginación?

Bien, muy bien. Es el mejor músculo de mi cuerpo; el que más he entrenado y el que más lejos me lleva.

¿Tiene alguna superstición a la hora de escribir?

Nunca me lo he podido permitir. Cuando llevas todo el día soñando con poderte sentar a escribir esa escena que tienes tan clara en la cabeza y temes que se desdibuje, en el momento en que por fin te pones a las teclas, no se te ocurre ver si tienes flores frescas en la mesa, o si huele a manzanas verdes o si la casa está en silencio y suena música de Mozart o si vas vestida de azul. Aparte de que yo no soy supersticiosa en absoluto, ni con cosas generales ni con manías propias.

¿Es muy perfeccionista?

Yo creo que mucho no, pero todo depende de con quién se compare una. Por ejemplo, mis manuscritos están tan limpios en el momento de la entrega que hay correctores que se dedican a cambiar cosas como «quizá» por «tal vez» para tener algo que marcar. Pero yo no creo que eso sea perfeccionismo; es más bien una cuestión de ética profesional. Trato de hacer lo que hago de la mejor manera posible. Me gusta el trabajo bien hecho, el mío y el de los demás. Todo arte debe apoyarse en una sólida artesanía, en un buen oficio.

¿Cómo se clasificaría como escritora?

Narradora sobre todo. Enamorada de las palabras y sus infinitas combinaciones, de las asociaciones que crean, de los ecos, de los mundos que sólo pueden crearse escribiendo. Enamorada de lo extraordinario -y no me refiero necesariamente a lo fantástico, sino a lo que no pasa todos los días-, y de lo que te saca de tu pequeña circunstancia para llevarte más allá, en el tiempo, en el espacio o en las emociones. Quiero ser una escritora que dé placer a sus lectores. Mi contrato es: «Querido lector/lectora: me has dado tu dinero, ahora me vas a dar tu tiempo; puedes tener por seguro que voy a hacer todo lo que esté en mi mano para que disfrutes de lo que lees». Soy exquisita cuando es necesario y brutal cuando la historia lo pide, pero no tengo una imagen propia que quiera presentar al público (ni soy dulce y buena y sé cómo ayudarte a alcanzar la felicidad; ni soy más chula que nadie y te cuento barbaridades para que alucines; ni soy supermoderna y sigo la moda a rajatabla, ni nada preconcebido –yo soy yo, sin más). Soy versátil y variada, eso sí. Cuando alguien compra una novela de Elia Barceló, sabe que va a encontrar una historia de Elia Barceló, pero el género, el estilo, la localización, la época, la edad de los personajes… eso cada vez es diferente.

¿Ordenador o a mano?

¡Ordenador! Ya cubrí mi etapa de escritura a mano, con estilográfica, y luego pasar a limpio a máquina. Pasé por máquina mecánica normal –con copia de carbón-; máquina eléctrica de bola y luego de margarita, y de las maravillosas que tenían una pantalla diminuta que te permitía corregir una línea… un lujazo. He pasado por toda la evolución de los instrumentos de escritura y no hay nada más estupendo que un ordenador. Uno fijo de pantalla grande para casa y uno pequeño –de los que caben en el bolso o la mochila- para cuando ando por ahí y que me permite escribir en trenes y aeropuertos.

¿Qué sería de su vida si no pudiera escribir?

De momento me parecería espantoso, pero supongo que me dedicaría a leer, a ver películas y a ir al teatro. Necesito ficción en mi vida, pero si no fuera capaz de producirla yo, disfrutaría la producida por los demás. Haría más deporte, trabajaría más por mi jardín, dibujaría más y pasaría más tiempo cocinando. Escribir es una parte central de mi vida, pero puede acabarse en cualquier momento, como se acaba la etapa del cuidado de los hijos o la del trabajo remunerado. No lo idealizo. Escribir me hace la vida más hermosa, sí, pero sé seguro que, con mi carácter, encontraría otra forma de ser feliz.

¿Cuándo comenzó a escribir y qué le motiva a hacerlo?

Mi primer relato, que no llegué a terminar, lo escribí a los doce años. El primero terminado, el Viernes Santo de 1980. Había venido a Innsbruck a pasar las vacaciones de Pascua con mi novio austriaco (que ahora es mi marido) y, mientras él ayudaba a un amigo a montar una estantería, yo me senté en la cocina a escribir una historia que se me había ocurrido el día antes y, creo que por primera vez, era corta y había venido completa, de modo que me puse a ello y, casi sin darme cuenta, la terminé justo a tiempo para la cena. Fue mi primer relato escrito hasta el final y también el primero publicado en un fanzine de ciencia ficción de Barcelona, llamado Kandama. ¿Mi motivación para escribir? El placer. Sencillamente me gusta hacerlo. Me gusta tener una idea, darle forma en la cabeza, sentarme a las teclas y empezar a teclear hasta que la historia pasa de mi mente al papel. En algunos momentos –no con tanta frecuencia como yo quisiera- es una especie de estado de trance, lo que en inglés los psicólogos llaman «flow», esa sensación de que todo fluye con la misma naturalidad con la que corre un arroyo de montaña. Una está ahí, sentada a su teclado y los dedos se mueven por encima de las teclas con toda soltura, formando palabras, pintando diálogos… la luz del día se va perdiendo y una sigue escribiendo en la penumbra, sin mirar cuántas páginas lleva, sigue y sigue hasta que alguien enciende la luz y pregunta «¿tú no tienes hambre?». Creo que escribo por ese tipo de sensación, por ver si se repite. No soy de los que opinan, con Dorothy Parker: «Odio escribir, me encanta haber escrito». A mí no, a mí lo que de verdad me gusta es escribir. Haber escrito es el pasado y se me olvida. Claro que es bonito que salga el libro publicado, y que alguien te diga que lo ha pasado muy bien leyéndolo, y que te inviten a festivales o te hagan entrevistas, pero lo mejor son los momentos de escritura sin más. Sólo en esos momentos me siento envuelta y arropada por el presente. No pienso en el pasado ni en el futuro. Sólo estamos el ordenador, la historia y yo. Casi no hay nada mejor en el mundo.

¿Recuerda cuándo fue la primera vez que se sintió escritora?

Creo que fue después de mi tercera novela. Hasta entonces, cuando leía en un periódico o en una revista «la escritora Elia Barceló» me sentía un poco incómoda, como si estuviera adornándome con plumas ajenas, pero después de tres publicaciones profesionales empecé a pensar que si ya estaba escribiendo y publicando regularmente, pues era escritora. Como de ese trabajo no hay título oficial… Por eso me hace tanta gracia cuando a veces, hablando con una persona que me acaban de presentar, en respuesta al típico ¿y tú, a qué te dedicas? digo que soy escritora y la siguiente pregunta es «¿pero has publicado algo?». Con lo que a mí me costó convencerme de ser escritora y al parecer hay gente que va diciendo por ahí que lo son cuando ni siquiera han publicado nada.

¿Escribir es una forma de entender el mundo?

Sí. También. Muchas veces no sé bien lo que pienso o siento sobre algo hasta que no me pongo a escribir sobre ello. No me viene ahora a la cabeza otro escritor que dijo esto mismo, pero estoy de acuerdo con él. Escribir te obliga a ordenar los datos porque en tu cerebro todo puede darse simultáneamente, mezclado, todo a la vez, mientras que la escritura es un arte sucesiva, las cosas hay que presentarlas unas detrás de otras, para que luego el lector tenga una imagen simultanea de tu novela, del mundo que has creado. Pero mientras lo estás creando tienes que ordenar para ti misma todo lo que quieres decir y eso te fuerza a aclararte las ideas. Por desgracia, debido a la influencia del cine, de ciertas modas y de la mayor parte de los géneros, la literatura se ha acostumbrado también a simplificar en exceso y muchas veces la imagen del mundo que se obtiene en la lectura de una novela es demasiado fácil y cómoda, con una solución que en el mundo no sería posible porque las cosas no son tan simples.

¿A quién le deja leer sus manuscritos antes de ser editados?

A mi familia y a un pequeño grupo de amigos, mis «víctimas», que hace muchas novelas se ofrecieron a ello, sin coacción por mi parte. Básicamente siempre son los mismos y el sistema es siempre igual: les doy el texto, tienen tres semanas para leerlo, quedamos un sábado o un domingo en casa a la hora del café, vienen todos, sirvo café o té y ellos empiezan a discutir entre sí sobre la novela. Yo, mientras tanto, tomo notas y no digo nada, no explico, no aclaro, no me justifico ni me defiendo. Cuando se cansan de discutir, entonces ya les pido que me hagan las preguntas que quieran y voy contestando. O bien pregunto yo lo que no me ha quedado claro. Si varios coinciden en que algo es demasiado lento, o rápido, o es una tontería, o un personaje se comporta de un modo incomprensible o cosas así, lo apunto en rojo para pensarlo y reelaborarlo. Luego nos vamos a la cocina, ellos siguen hablando mientras yo hago la cena, ponemos la mesa y, cuando nos sentamos a cenar, ya no hablamos de la novela sino de cualquier otra cosa, nos reimos mucho y nos vamos a dormir.

¿Qué opinión le merecen los talleres de creación literaria? ¿Valen para algo?

Claro que valen, especialmente ahora que la educación que reciben en la escuela ya no es de fiar –y me refiero a competencias básicas como ortografía y sintaxis. Es fundamental que un escritor tenga afilada la pluma, por decirlo de un modo muy antiguo. Quiero decir que un escritor no dispone más que de palabras para ejercer su oficio (o su arte, en los mejores casos). No tenemos formas, ni colores, ni sonidos, ni nada más que palabras. Palabras que luego se van engarzando en frases y en párrafos y capítulos, etc. Cuantas más palabras conozca un aspirante, y mayor amplitud de registros tenga y mayor bagaje de modelos esté a su disposición, tanto mejor podrá resolver los problemas básicos que se le plantearán al ejercer su oficio. Todo eso se puede aprender en un taller, si el maestro lo es realmente. Lo que no se puede aprender en un taller es una forma propia de ver el mundo; tampoco se aprende de otro a tener una voz propia, ni se puede aprender a tener un pensamiento original y sorprendente. Pero si las bases del oficio son sólidas y el joven escritor aporta todo eso, un buen maestro puede llevarlo muy lejos en la primera etapa. Luego tiene que volar solo.

¿Hay algún estereotipo de escritor en el que odiaría caer?

Sí, hay dos cosas que detesto y, aunque conozco colegas que son así, creo que viene sobre todo de la influencia del cine. Por un lado, lo de «el artista está trabajando y no se le puede molestar»: ese tipo de escritor que se encierra en su estudio, al que nadie tiene acceso porque es un «santuario», y se desentiende de los problemas de su familia porque lo que él (o ella) está haciendo es mucho más importante que lo que pueda pasarle a los demás (seres vivos y reales que están a su alrededor y pueden necesitar ayuda inmediata). Por otro lado, lo del escritor «maldito pero genial», que se emborracha y se droga y se dedica a traicionar y engañar a su pareja, sus amigos y sus amantes mientras arranca hojas y hojas de la máquina (o en un ataque de ira tira a la papelera, arrugadas, las hojas que salen de la impresora) porque no consigue dar con las palabras precisas. Y luego, cuando alcanza la fama, se separa de la persona que lo ha aguantado hasta entonces y se busca a alguien que lo admire sin reservas y además sea veinte años más joven. Simplemente porque el hecho de ser un artista, un genio, lo pone por encima de la moral convencional (cree él, o ella). Los dos estereotipos me parecen odiosos y me molesta de verdad que sean los que con más frecuencia aparecen en películas, con lo que muchos espectadores piensan que los escritores somos así. Y que, si no somos así, es que no somos realmente buenos.

¿Dónde escribe?

En general, en mi estudio. Cuando no estoy en casa, escribo donde sea. Literalmente. En hoteles, trenes, aviones, aeropuertos, al lado de una piscina, en un bar… Curiosamente, no me entusiasma escribir en bibliotecas públicas. Prefiero ir a mirar qué libros tienen.

¿Cómo es ese sitio?

Es la habitación más grande de la casa –donde se suele poner el salón- porque es también nuestra biblioteca. Hay muchos libros, muchas plantas grandes, una ventana enorme por la que se ven las torres de la ciudad y todas las montañas del sur, otra al este casi convertida en una selva, dos mesas de trabajo, un gran sofá y lámparas de lectura. Sobre la mesa tengo el ordenador, mis pisapapeles de cristal, un par de piedras, un reloj de arena azul y muchos trastos y papeles. Y en general siempre un ramo de flores frescas o una sola flor en un jarrito.

¿Necesita silencio para escribir o le gusta escuchar música?

Muchas veces tengo la radio puesta bajita y lejana en algún programa de música pop o pongo «música de las esferas» o gongs nepaleses. Otras veces oigo una música concreta cuando va bien con un personaje o una ambientación que estoy tratando de crear. No necesito silencio para concentrarme, por eso puedo trabajar en cualquier sitio. Aprendí de pequeña a meterme en la lectura, independientemente de qué estuviera pasando a mi alrededor y esa habilidad me fue luego muy útil cuando empecé a escribir.

¿Se siente poderosa cuando escribe?

Algunas veces, pocas. Me sentía más poderosas de pequeña, cuando les contaba cuentos de miedo a las amigas y luego no se animaban a bajar la escalera en la oscuridad… Cuando entro en ese «flow» del que hablaba antes… hay algo… pero no es realmente poder sino una sensación de pertenecer a algo más grande, de ser parte de otra cosa mayor y por tanto ampliarme, ensancharme, crecer… No me siento poderosa al matar a un personaje o al hacer que consiga cumplir la ilusión de su vida. Si es lo coherente en la historia, me alegro o me entristezco con él. Si no es coherente, es que lo he hecho mal y hay que arreglarlo.

¿Qué ocurre en el tiempo que media entre el final de una novela y el principio de la siguiente?

¿Qué tiempo? Cuando voy por el final de una novela, suelo estar ya consumida de nervios porque hay otra –y en general desde hace meses- tocando a la puerta y fastidiándome el sueño por las noches. En cuanto acabo una, suelo tirarme de cabeza a escribir la siguiente y por eso me pongo tan nerviosa cuando llegan las galeradas de la anterior y tengo que interrumpir la escritura, o se publica la novela y empieza la ronda de entrevistas y viajes, todo muy bonito y muy divertido pero que me aparta de la rutina de mi escritura. Por eso cuando voy por ahí haciendo promoción de la novela que acaba de salir, al llegar al hotel o cuando me subo en el tren para ir a la siguiente ciudad, sigo escribiendo la novela que me tiene prendida. Cruzando Alemania en trenes y aviones para las lecturas públicas que tanto gustan en Centroeuropa he escrito montones de páginas.

Una razón para leerla, señora Barceló.

Porque me gusta tanto contar historias que esa pasión se transmite a lo que escribo, se contagia al lector y el lector disfruta. Y porque en lo que cuento siempre hay un misterio que desvelar, un secreto que al final se descubre, unos comportamientos que se entienden cuando se cierra la novela, y casi siempre muchas referencias a otros libros, a otros momentos históricos, a la tradición literaria.

¿Por qué leer?

Porque la vida propia es demasiado corta para vivir muchas vidas, en muchos lugares, en diferentes tiempos, siendo diferentes personas. Leer multiplica las posibilidades de experimentar. Es como vivir una aventura que luego te hace reflexionar sobre ti mismo, sin haber corrido los riesgos ni tener que soportar las consecuencias,

¿Leer es vivir?

Es una de las mejores experiencias que se pueden vivir. Y algunas veces leerlo es mejor que vivirlo. Otras no. Otras hay que vivirlo en carne propia. Leer y vivir se complementan bien.

¿Qué tipo de lectora es?

Voraz y omnívora.

¿Cuáles son las claves de un buen lector?

Estar abierto a dejarse llevar, también a lugares y personajes donde jamás habría ido solo. Tener buena memoria también ayuda a disfrutar más, porque puede poner en relación muchos más mundos. Tener sensibilidad estética para sentir el placer de la palabra.

¿Cuántas horas diarias dedica a la lectura?

Entre dos y tres durante la semana. En vacaciones puedo leer ocho horas tranquilamente, si me dejan.

¿Qué ha aprendido de sí misma leyendo que no hubiera podido aprender sola?

Yo suelo decir que soy una de esas personas que ha aprendido de los libros casi todo lo que ha necesitado aprender. Creo que de la literatura he aprendido sobre todo comprensión, tolerancia, relativización de muchas de esas «verdades de piedra» que trataron de inculcarnos en la España de Franco. También he aprendido que hay cosas que yo no quiero hacer en mi vida real, lugares en los que no quiero estar. Leyendo se aprende de experiencia ajena, tanto si se lee ficción como no ficción.

¿Cómo se debe leer: en voz baja, en voz alta o sin voz?

Cuando leo para mí, sin voz, dejando que las palabras se transformen en imágenes, sonidos, sensaciones, emociones… en mi mente, de modo automático. Por eso leo tan deprisa. Pero con frecuencia leo en voz alta para otras personas porque es una arraigada costumbre en mi familia, ya desde mi infancia. Y desde que publico en alemán, suelo hacer giras de lecturas públicas en librerías y bibliotecas cada vez que aparece una nueva novela. En esos casos, me gusta leer como actriz, cambiando la voz, haciendo las pausas necesarias, declamando si hace falta.

¿Cómo hay que leer un libro?

Con ojos limpios. Como si fuera la primera vez, incluso cuando se trata de un clásico muy conocido o de un libro que uno ha leído varias veces.

¿Cuál es su sitio preferido para leer?

Un sofá o una cama, pero también me gusta mucho leer en una tumbona al lado de una piscina o cerca del mar.

¿Quién le enseñó a leer?

Mi madre, a los cuatro años, para que no me aburriera –aún no habían nacido ni mi hermana ni mis primos. Y fue el mayor y mejor regalo que me han hecho en la vida. Nunca le estaré bastante agradecida.

Decía Juan Carlos Onetti que le gustaría padecer de amnesia para volver a leer como si fuese por primera vez los libros que más le habían emocionado. ¿Qué libros le han emocionado en su vida?

¡Qué razón tenía! Muchos. Me han emocionado muchos, muchos libros… El primero de mi vida: Viaje al centro de la Tierra, de Julio Verne; El conde de Montecristo, de Alejandro Dumas; 2001, una odisea del espacio, de A. C. Clarke; 1984, de George Orwell; Drácula, de Bram Stoker; el Poema de Mío Cid; Guerra y Paz, de Leon Tolstoi; los relatos de Edgar Allan Poe, los relatos de Julio Cortázar, los relatos de Jorge Luis Borges, los relatos de Ray Bradbury, la poesía y el teatro de García Lorca, la poesía de Leonard Cohen, el teatro de Shakespeare, Don Quijote de la Mancha, La mano izquierda de la oscuridad, de Ursula K. Le Guin, The Lord of the Rings, de JRR Tolkien; Don Juan, de Torrente Ballester; The Magus, de John Fowles; Possession, de Anthonia Byatt; Aura, de Carlos Fuentes; It, de Stephen King; The long walk, de Richard Bachman; Hyperion, de Dan Simmons; Neuromancer, de William Gibson; Das Versprechen, de Friedrich Dürrenmatt; An instance of the fingerpost, de Iain Pears; Doomsday book, de Connie Willis; Never let me go, de Katzuo Ishigura; The way the crow flies, de Anne Marie McDonald; The secret history, de Donna Tartt; El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez… Muchos, muchos libros, pero seguramente sólo un diez o un veinte por cien de los que he leído me han emocionado o me han dejado un recuerdo indeleble.

¿Quiénes son sus autores favoritos?

Julio Cortázar, Leonard Cohen, John Fowles… Son demasiados para hacer una lista, aunque yo prefiero seleccionar obras concretas, más que autores.

¿Cuál fue ese libro que le convirtió en lectora?

Yo me recuerdo leyendo toda la vida, pero siento especial cariño por uno de leyendas orientales con bellísimas ilustraciones que me regalaron por Navidad siendo yo muy pequeña y luego mi primera novela «de verdad», sin dibujos, Viaje al centro de la Tierra, de Julio Verne, regalo de mi padre por mi undécimo cumpleaños.

¿Y ese libro que relee con frecuencia?

Los relatos de Cortázar y muchos de los libros de la lista anterior. Y también muchos clásicos en español que releo para mis clases en la universidad y que también me dan mucha satisfacción.

¿Qué libros está leyendo en estos momentos?

Acabo de terminar La piel del cielo, de Elena Poniatowska y ahora estoy leyendo Under the skin, de Michel Faber, un auténtico descubrimiento. En cuanto lo acabe, pasaré a The crimson petal and the white, también de Faber.

¿Con cuál ha llorado o ha reído recientemente?

En mí no es raro llorar o reír mientras leo. Me pasa con muchas lecturas, por eso no recuerdo ninguna en concreto.

¿Qué título reciente le ha dejado sin aliento?

Creo que Fugitive pieces, de Anne Michaels, que es de 1996 pero yo descubrí hace poco. Por el uso que hace de la lengua. La primera parte de la novela; luego ya no tanto.

¿Qué libro no ha sido capaz de terminar de leer?

Nunca he conseguido terminar La divina comedia y también he abandonado un par de novelas de Javier Marías y de Paul Auster. Simplemente no conectamos.

¿Cómo se puede fomentar la lectura entre los estudiantes que sólo abren los libros por obligación?

Si lo supiera, lo haría. Con mis estudiantes a veces funciona leerles en voz alta fragmentos bien escogidos, dejarlos colgados, hablar apasionadamente de la obra, del autor, de la tradición literaria que lo ha llevado a escribir ese libro. Luego volver a leer un poco. Después ya cruzar los dedos y esperar a ver si la semilla germina.

¿Existe una decadencia de la lectura, de los lectores?

Sí, aunque a veces pienso que es lo que siempre dicen las generaciones anteriores sobre las jóvenes: que antes el nivel era mejor, que se leía más, que la literatura era de mayor calidad… quizá sea la sensación normal cuando uno se va haciendo viejo. Sin embargo sigo pensando que estamos en una época de decadencia de la lectura –no de la ficción, pero sí de la lectura- y que lo más probable es que el arte de leer acabe por perderse.

¿Qué es el libro para usted?

Sigue siendo el principal depositario de la tradición literaria y un billete de ida y vuelta a mil mundos. Como objeto, también algo que arropa, que hace compañía cuando pasas la vista por las paredes cubiertas de libros.

¿Cuál es su relación ahora con los libros?

De amor hasta la muerte, como siempre. También leo mucho en e-book, pero sigue siendo un libro al fin y al cabo. El soporte no es lo que me importa realmente; lo que yo amo son las palabras encadenadas con las que se crean imágenes, sensaciones, emociones en el lector.

¿Quién le educó en el amor a los libros?

Mis padres y mis abuelos. Todos eran grandes lectores; mi casa estuvo siempre llena de libros, revistas y periódicos, y siempre tuve acceso a todo lo que quise. Era frecuente que alguien interrumpiera la lectura privada para leernos a todos en voz alta algún fragmento que le hubiera impresionado, y muchos artículos de periódicos y revistas se leían también para toda la familia.

¿Prefiere los libros recién sacados de la imprenta o los volúmenes con cubiertas raídas y páginas apergaminadas por los años y el uso?

Como lo que de verdad me importa es el contenido, el continente siempre me parece bien, salvo los libros cuyas hojas se deshacen como barajas al ir leyéndolos. Esos libros me parecen una falta de respeto al lector.

¿Recuerda cuál fue el primer libro que compró?

Mi primera respuesta iba a ser que no me acuerdo con claridad porque, al haber vivido siempre rodeada de libros, no soy consciente del primero, igual que tampoco recuerdo la primera vez que vi el mar, pero al ir a escribirlo me ha aparecido en la mente uno muy concreto, he buceado en mis recuerdos y lo he encontrado: al cumplir los once años, después de muchos tebeos y cómics y libros de cuentos infantiles y de mi primer libro «de verdad», mis padres decidieron que, además de la asignación semanal que me daban para ir al cine con las amigas o para comprarme chucherías, tenía derecho a elegir una novela cuando íbamos a Alicante los sábados por la tarde. La editorial Molino estaba sacando una colección de literatura juvenil con tapas blancas y unas ilustraciones de cubierta muy bonitas para mis ojos infantiles. La primera que compré se llamaba Jazmín de la selva y sucedía en Birmania; con una niña de mi edad de protagonista, blanca, que había sido recogida por los nativos después de una inundación del río Irrawaddy y había sido criada como birmana. Y a pesar de ser blanca era la mejor bailarina de la aldea. Por desgracia no recuerdo el nombre del autor –en aquella época yo aún pensaba que los libros eran casi como las flores, se hacían solos y nos ofrecían su belleza sin que nadie hubiera tenido que escribirlos. Ahora, gracias a Google, sé que sus autores fueron Florence y Robert Agnew y que se publicó en 1963.

¿Cuántos libros suele comprar en un año?

Es difícil saberlo porque muchos me los regalan, otros los descargo (pagando, claro) y otros los intercambio con amigas… pero supongo que unos cincuenta al año son de compra. Eso sí, procuro comprar en bolsillo porque los tapas duras me parecen muy caros, muy incómodos para leer tumbada y necesitan demasiado espacio en un piso donde ya no hay dónde meter libros.

¿Dónde suele comprar los libros?

En librerías pequeñas, en mesas de librerías en ferias, por Internet. No suelo comprar ni en grandes superficies ni en las cadenas o tiendas inmensas.

¿Visita las librerías de viejo?

Sí, sobre todo en otras ciudades, cuando tengo tiempo para perderme por allí, tocar, oler, dejarme llevar por los recuerdos y las asociaciones. Siento una especie de curiosa ternura por los libros viejos, no los antiguos y valiosos, sino simplemente viejos. Me imagino siempre con qué ilusión se hicieron, cuántas esperanzas se depositaron en ellos, lo modernos que eran en su tiempo… y cómo han terminado ahora en un cesto polvoriento, a dos euros, sin que nadie les haga caso. Me parece una magnífica lección contra la posible vanidad y el exceso de esperanzas.

¿Cuál es su posesión libresca de la que se siente más orgulloso?

Ninguna. Me gusta tener mis libros, mirar sus lomos cada vez más descoloridos, recordar cuándo leí este o aquel, cómo era mi vida entonces… me gusta ver qué cosas subrayé cuando aún subrayaba los libros, sacar uno, hojearlo, devolverlo a su sitio… pero no me siento orgullosa de ellos. No me corresponde. No los he escrito yo. Y tampoco los poseo. Eso sí, he intentado ser para cada uno de ellos la mejor lectora posible

¿Alguna manía u obsesión con los libros?

No. No soy una persona dada a las manías. Pero sí hay algo que odio profundamente: que alguien coja un libro (no tiene que ser de los míos) y le retuerza hacia atrás la cubierta y las páginas que va leyendo para poder sujetarlo con una mano nada más. Cuando termina de leer, el libro parece una criatura torturada y me resulta insoportable verlo.

¿Cómo los cuida?

No lo hago a propósito, pero leo tan rápido y tan pulcramente que cuando termino un libro parece que nunca haya sido leído. Si uno de mis libros parece usado es que lo he leído y prestado muchas veces.

¿Los presta?

Sí. A gente de la que me fío, con la esperanza de que me los devuelvan. Si no lo hacen y el libro me importaba mucho, vuelvo a comprarlo y pienso que he hecho algo bueno: por un lado alguien ha leído algo que aprecio y por otro el autor ha ganado unos céntimos y un lector más.

¿Posee ex libris?

No. De joven los firmaba y ponía la fecha. Ahora ya no lo hago. Pero tengo muchos dedicados, siempre y solo por autores que conozco personalmente y con los que me une algún tipo de relación.

¿Están sus libros limpios de notas y subrayados o los marca de alguna de manera?

Antes lo hacía mucho. Luego, con los años de trabajo universitario en los que es casi obligatorio leer con el lápiz en la mano, el no marcar ni subrayar se convirtió en un lujo que sólo me podía conceder cuando leía «por gusto». Aún así, cuando encuentro algo que me impresiona particularmente, suelo marcarlo. Para el futuro. Para que la «yo» de dentro de unos años lo encuentre y recuerde a la «yo» de ahora.

¿Qué opina de ese fenómeno comercial que es la Feria del Libro?

Lo mismo que de las ferias de ganado: dicen que son necesarias para vender (no acabo de creérmelo), pero hay demasiado ruido, demasiada gente y demasiada competitividad para mi gusto. Yo, para ese tipo de cosas, soy una antigua: aún creo que la literatura es un arte y no un producto.

¿Ha practicado en alguna ocasión el bookcrossing?

No de forma continuada. Hace años liberé unos cuantos y seguí su periplo durante varios meses. Luego lo dejé.

¿Tiene libro electrónico? Y si es así, ¿cuál?

Claro. Viajo mucho y es fundamental ir bien provista de lectura, así que hace casi tres años que tengo un Kindle.

¿Qué opina sobre el libro electrónico?

Que es magia. Para alguien como yo, poco fetichista de los libros, el hecho de poder tener el texto que me apetece leer en un plazo de 30 segundos es de lo mejor que me ha pasado en mi vida de lectora.

¿Cómo luchar contra la copia ilegal de libros electrónicos?

No tengo ni idea. Y la verdad es que me asombra que haya gente con tantas ganas de leer como para robar lo que lee. Supongo que no se dan cuenta de que eso que ellos roban en unos minutos le ha costado meses de trabajo a una persona. Por no hablar de la imaginación y fantasía que requiere este trabajo. Por otro lado, comprendo que es muy tentador descargar sin pagarlo el libro que uno quiere leer y que en la librería te va a costar casi veinte euros, pero deberían darse cuenta de que sigue siendo un robo.

¿El libro en papel será en el futuro un objeto de lujo?

Supongo que sí. Puedo imaginar que serán libros hechos bajo demanda y que el comprador podrá participar incluso en el diseño, elegir los colores, las ilustraciones, el tipo de letra… Ahora que casi todo el mundo quiere tenerlo todo personalizado es la mejor solución: cuando te gusta de verdad un texto, decides bajo qué aspecto quieres que viva en tu estantería o en tu mesita de noche.

Su biblioteca es…

Caótica y variada.

¿Cuál es el fondo actual de títulos de su biblioteca?

No los he contado. A ojo, diría que unos cuatro mil.

¿Cuál es el número idóneo de libros para su biblioteca?

Menos de los que hay, a pesar de que de vez en cuando, a petición de mi marido, que también tiene muchos, diezmamos las existencias.

¿Qué género predomina?

Novela por goleada. Dentro de la novela, hay mucho fantástico, ciencia ficción, terror, novela negra, novela de espionaje y –algo menos- novela histórica. Y muchos libros de relatos de diferentes nacionalidades.

¿Cómo clasifica su biblioteca?

Por idiomas. Lo que necesito para mi trabajo, cronológico. Lo que compro por placer, alfabético. Pero esa es la teoría. Por desgracia, como los tamaños de los libros no están normativizados, cuando algo que debería ir en la R no cabe, lo pongo detrás acostado, o debajo o donde sea y antes o después ni yo sé ya dónde están las cosas.

¿Sólo tiene libros en las baldas o también acumula objetos, fotografías u otro tipo de fetiches?

Sobre todo libros, pero también hay algunas postales de museos, máscaras, estatuillas…

¿Alguna peculiaridad en su biblioteca?

Estanterías negras nada más.

¿Posee libros heredados de su familia?

Demasiados.

¿Contiene libros en otros idiomas?

Muchísimos. Yo diría que son más los que están en inglés que en español. Alemán, por supuesto, dado que vivo en Austria desde hace mucho. Francés, italiano, catalán y portugués.

¿Cuál es el libro más raro?

Una edición alemana muy bonita de Don Quijote, magníficamente traducida por Ludwig Tieck e ilustrada por Gustav Doré.

¿Y el más caro?

Supongo que una geografía del mundo, del siglo XVIII, que heredamos hace años.

¿Cómo debe formarse una biblioteca?

Igual que un jardín: lentamente, con amor, divirtiéndose con cada volumen añadido.

¿Qué biblioteca ha visitado y le ha fascinado?

La antigua Biblioteca Nacional de París, con sus hermosas cúpulas. Y la Biblioteca del Senado en Madrid.

¿Qué biblioteca le gustaría conocer?

Siempre estoy dispuesta a conocer bibliotecas: me gustan todas. Pero, puestos a elegir, la del Vaticano.

Elia Barceló (Elda, Alicante, 1957) estudió Filología Anglogermánica en la Universidad de Valencia y Filología Hispánica en la Universidad de Alicante. Se doctoró en literatura hispánica por la Universidad de Innsbruck, Austria, en 1995, con la tesis doctoral La inquietante familiaridad. El terror y sus arquetipos en los relatos fantásticos de Julio Cortázar. Ha recibido el Premio Ignotus de relato fantástico de la Asociación española de Fantasía y Ciencia Ficción en 1991, el Premio Internacional de novela corta de ciencia ficción de la Universidad Politécnica de Cataluña 1993, el Premio Gabriel (2007) que concede la Asociación Española de Ciencia Ficción, Fantasía y Terror, el Premio EDEBÉ de literatura juvenil en 1997 y en 2007 y el Premio Celsius (2014) a la mejor novela fantástica, entre otros. Desde 1981 vive en Innsbruck, donde trabaja como profesora de literatura hispánica, estilística y literatura creativa. Ha publicado las novelas Sagrada (Ediciones B, 1989), Consecuencias naturales (Miraguano, 1994), El mundo de Yarek (Ediciones B, 1993), El caso del artista cruel (Edebé, 1998), La mano de Fatma (Alba, 2001), El vuelo del hipogrifo (Lengua de Trapo, 2002), El caso del crimen de la ópera (Edebé, 2002), La roca de Is (Edebé, 2003), Si un día vuelves a Brasil (Alba, 2003), El secreto del orfebre (Lengua de Trapo, 2003), Disfraces terribles (Lengua de Trapo, 2004), El contrincante (Minotauro, 2004), Cordeluna (Edebé, 2007), Corazón de tango (451 Editores, 2007), El almacén de las palabras terribles (Edelvives, 2007), Caballeros de Malta (Edebé, 2007), Futuros peligrosos (Edelvives, 2008), Las largas sombras (Ámbar, 2009), Hijos del Clan Rojo (Destino, 2013) e Hijos de Atlantis (Destino, 2013). Sus novelas y relatos han sido traducidos a 18 lenguas.