Lo cierto es que, cuando uno se pasa la vida recomendando libros de los demás, a sabiendas de que no siempre va a acertar y que hay tantos criterios como lectores, el tener de pronto que glosar las virtudes de una obra propia acaba pareciendo, en cierta medida, un truco de feriante, de esos que vendían tónicos mágicos que lo mismo curaban la tuberculosis …