Las lecturas de infancia tienen siempre un libro representativo que marcan al niño de una manera especial y que nunca más podrá olvidar. Esa obra distintiva en mi caso es El Conde de Montecristo, de Alejandro Dumas padre (1802-1870), en la edición resumida por Sánchez Pascual y con viñetas de A. Guerrero, publicada por Toray en 1982 y leída una y otra vez ad nauseam