Es uno de los referentes españoles dentro del género fantástico. Para otros, uno de los grandes expertos dentro del mundo del cómic. Pero en lo que todos están de acuerdo es en su excelencia para escribir historias donde el mestizaje de géneros logra una perfección poco habitual, como lo demuestra con su última novela negra, Lona de tinieblas, publicada por Quorum Editores, unos grandísimos pequeños editores, vocacionales, dinámicos, que apuestan por la literatura de calidad (pidan su catálogo, pues encontrarán en él toda clase de diamantes ocultos). Leer a Rafael Marín resulta un completo aprendizaje de solvencia narrativa y ejemplaridad al margen de las furtivas leyes que regulan las modas literarias.
¿Por qué comenzó a escribir?
Fui un lector precoz y un escritor precoz. Nunca imaginé que pudiera ser otra cosa, aunque no me gane la vida full time con la literatura. Quizá porque en mi casa siempre hubo libros, quizá porque mi madre contaba estupendamente los libros que leía y las películas que había visto. La vena narradora la he tenido siempre, y solo hizo falta, como hace falta todavía, la experiencia y las lecturas para que me pusiera manos a la obra. Un buen profesor de literatura que nos hizo escribir obritas de teatro allá por el tercero de bachiller me hizo arrancar, y no he parado desde entonces.
No parece tener sacralizado el oficio de escribir.
En cuanto a lo de sacralizar el oficio… claro que lo tengo sacralizado. Pero, como dice Marsé, una cosa es la literatura y otra la vida literaria. Como escritor (y sobre todo, como traductor) mi trabajo está en casa, detrás del ordenador, todos los días, vacaciones y fiestas de guardar. No me prodigo en saraos literarios ni en el Cádiz-la-nuit-cultural. Hay que madrugar al día siguiente. Lo mismo cuando me jubile, si no estoy hecho un cascajo, me apunto a todas las presentaciones y todos los recitales que haya, pero de momento entrar a trabajar todos los días a las ocho de la mañana y tener que enfrentarme a cuarenta alumnos cada hora no me permite dedicarme al dolce far niente de aparentar y todo eso. Tampoco es que me interese demasiado, claro. La literatura tiene mucho de ego, y el ego es esa cosa inefable que solo existe en singular.
¿Por qué se decantó hacia la ciencia ficción desde el principio?
Tengo publicados treinta libros, sin contar los álbumes de historieta y alguna traducción a idiomas extraños. De esos treinta, solo dos novelas son ciencia ficción y solo dos de mis cinco antologías están compuestas por relatos de ciencia ficción. O sea, me molesta un tanto, después de haber escrito novela fantástica, novela juvenil, novela de aventuras, novela histórica, novela autobiográfica, novela detectivesca, que se me ponga la misma etiqueta que se me puso cuando publiqué mi primer libro allá por 1984. Desde entonces ha llovido mucho, he escrito mucho, y siempre he nadado entre varias aguas. Soy literariamente mestizo. Pero imagino que, casi como todo el mundo, las primeras historias que logré terminar fueron relatos (aunque previamente me había lanzado a escribir novelas que nunca acabé). En esa época, me temo que como ahora, el único sitio donde podía publicar un escritor novato era en las revistas especializadas: la narrativa, y sobre todo la narrativa corta, nunca ha tenido mucha salida en este país. Las antologías de relatos no se venden. Y las revistas especializadas a las que yo tenía acceso eran entonces de ciencia ficción, un género que me sigue pareciendo ideal para contar no maravillas tecnológicas, sino para hacer abstracción sobre la condición humana.
¿Ha escrito poesía en alguna ocasión?
Muy poca gente sabe que hice mis pinitos con la poesía por la misma época que empezaba a publicar relatos de corte fantástico.
¿Por qué se cuida tan poco en España a los escritores de ciencia ficción?
¿Solo se cuida mal a la ciencia ficción? En este país, si no sales en la tele o eres algo estrambótico, preferiblemente las dos cosas, no existes. La literatura no existe. Los intelectuales han desaparecido: no tienen ninguna influencia en la sociedad. La ciencia ficción es la literatura más difícil que hay (cuando es literatura, ojo, que no lo es siempre). Cada novela es (o era) diferente de todo lo anterior: en leyes físicas, en situaciones tecnológicas, en parámetros sociales, en relaciones humanas. Y el principal recurso de la ciencia ficción es que va describiendo esos mundos siempre distintos sobre la marcha: pueden pasar cien o doscientas páginas y no comprendes todavía los resortes. Es lo que se llama «sentido de la maravilla». Es normal que, de un tiempo a esta página, porque es tan difícil, la ciencia ficción haya dejado paso en todo el mundo a la fantasía medieval: no hay que calentarse la cabeza para entender nada, no se hace reflexión sobre el ahora. Porque la ciencia ficción no habla de mañana: habla de hoy. De nosotros. De ahora.
En los últimos años está escribiendo novela negra.
Mi primera novela corta publicada, allá por el año 79, Nunca digas buenas noches a un extraño era una mezcla de ciencia ficción política y novela negra, estilo Blade Runner, para entendernos, unos cuantos años ante que Blade Runner. Me gusta mucho la novela negra, me gusta mucho la crítica social, los ambientes marginales, los personajes solitarios.
¿Qué aporta a la novela negra un protagonista singular como Torre?
Torre es novela negra, pero también es novela costumbrista, novela picaresca, novela de Cádiz. Está escrita en gaditano, cosa que puede ser un hándicap para quien no esté dispuesto a admitir que también yo, como Delibes o los autores sudamericanos, tengo derecho a escribir en mi habla. Y, como además no hay diálogos (aunque «suene» Cádiz) y las novelas experimentan con el lenguaje, es una literatura difícil. Divertida, pero difícil. Un ejercicio continuo de escribir casi al dictado, como si alguien me contara una historia de viva voz y yo la reprodujera con ese mismo tono. He escrito las tres novelas de Torre en estado de posesión, sin ser consciente de la trama policial, aunque luego encaje todo por esas circunstancias inexplicables que produce tu subconsciente al escribir un libro, y sin corrección de estilo. Lo interesante de Torre, para mí, aparte del placer que me produce escribir con la voz que escuchaba en mis tíos o de mi madre, la voz de ese Cádiz que ya vamos perdiendo, es el personaje en sí, y el entorno. Cádiz es un escenario magnífico, divertido y a la vez melancólico.
Las tres novelas de la saga Torre publicadas hasta el momento están escritas sin diálogos. ¿Por qué?
Cuando se me ocurrió la idea de un detective gaditano escribí un relato, Ciudad negra, que se publicó en Diario de Cádiz y dediqué a Óscar Lobato. No sé ni cuánto tiempo hace de eso. Ese primer relato-embrión estaba escrito en primera persona, con la típica voz del detective de las novelas. Me sonaba muy raro escuchar a Philip Marlowe hablando de Cádiz. Muchos años más tarde decidí escribir un relato sobre lo que ya era Torre como tal: la historia del boxeador amnésico, el recuerdo de una ciudad pasada que nunca iba a recuperar, el lumpen, la picaresca, la vida a la sombra de su mentor y amigo Pepito Fiestas. Fue un relato que titulé Con la memoria partida. Casi sin descanso, escribí un segundo relato, Como lágrimas en la lluvia, donde contaba la relación de Torre con Pepito Fiestas. Treinta o cuarenta páginas entre los dos relatos. Y entonces me vino la inspiración, maté a Pepito Fiestas en el principio del tercero de los relatos y los continué para convertirlos en novela. Y cuando ya llevaba sesenta o setenta páginas me di cuenta de que no había diálogos. Y por tanto eso se convirtió en el santo y seña de estilo de Torre: escribir en gaditano, con modismos gaditanos, con situaciones gaditanas y personajes gaditanos… pero sin que los escucháramos hablar directamente. Escribir como si se relatara lo que me cuentan. Escribir (los estudiantes de inglés me entenderán) exclusivamente en estilo indirecto. Sé que eso puede dificultar la lectura, pero me permite entrar y salir a placer en la mente retorcida de Torre, o de Torre y Angelito Fiestas, en el caso de la segunda novela (donde, aparte de los referentes culturales de uno y otro, los capítulos que se centran en Torre hablan de «Cadi» y los que se centran en Angelito, que es un joven de hoy que ha perdido el acento hablan de «Cádiz»), o del Torre sesentón y el Torre veinteañero en el caso de Lona de tinieblas.
¿Cree que sus novelas ganan así?
Sí, lo creo. Porque de lo contrario, si hubiera optado por incluir los diálogos tal cual, intentando remedar el habla, habría quedado un andaluz o un gaditano falso, al estilo de los Álvarez Quintero.
¿Qué diferencia encontrarán los lectores entre un protagonista tan peculiar como Torre y uno de esos protagonistas fríos de las novelas negras del Norte de Europa?
Torre es un mindundi, un sonao, un detective a su pesar, un bullita que se mete en líos por cuestiones tan peregrinas como la amistad o el azar. Un metomentodo. Pero no es tonto. Le faltan veinte años de vida que ha olvidado, vive solo en una ciudad de luz y playa. No es frío, pero tampoco es pasional. Es una especie de samurái gadita. Senequista sin tener ni idea de quién es Séneca. Si tengo que buscarle un referente, estaría en los personajes de la novela picaresca, en los perdedores del cine. En la Semana Negra, Justo Vasco, que era cubano y entendió la retranca y se admiraba de que se pudiera escribir como se habla, lo definió como «un huevón». Torre es Cádiz. Para lo bueno y para lo malo.
Por si alguien alberga alguna duda, ¿entenderán el humor de Torre los lectores no gaditanos?
La experiencia me dice que sí. Hay grandes fans de Torre que no son de Cádiz, sino de sitios tan dispersos como Valencia, Madrid o Barcelona. Lo mismo, quizás, que hay aficionados al Carnaval que son de lugares igual de lejanos. La mayor dificultad de Torre, el estilo y el vocabulario, pueden solventarse a poco que uno le preste atención a lo que se está diciendo, o a que consulte el glosario medio en serio medio en broma que acompaña a las novelas. Hay una anécdota muy curiosa al respecto. Me abordó una lectora catalana, en Gijón, y me dijo que se había reído mucho (cuando yo creo que en Torre la risa y el drama están a la par), pero que se había vuelto loca intentando comprender lo que era una «casapuerta» (la primera novela no incluyó el glosario). «¡Y resulta que era un zaguán!», me dijo. Y yo le pregunté: ¿Pero tú qué crees que se entiende mejor, «casapuerta» o «zaguán»? Y entre risas ella reconoció que sí, que se entendía mejor «casapuerta».
¿Habrá una cuarta entrega de este detective sin licencia?
No lo sé. Las historias de Torre vienen sin avisar. Ahora mismo estoy con una larguísima y complicadísima novela histórica que me puede llevar varios años. Hay un puñado de relatos de Torre por ahí dispersos que se publicaron en el periódico La Voz de Cádiz en sus principios y que me gustaría recuperar en formato libro. Y, sí, dos novelas más de Torre en la cabeza, de las que solo sé los títulos y una idea muy somera del argumento: Los muertos de Madrid y El último caso. Pero las novelas de Torre son así, filigranas mentales del protagonista que se va enredando en casos sin aparente importancia y que luego se escriben solos. Habrá que ver si tras Lona de tinieblas conseguimos reeditar la casi inencontrable Detective sin licencia y, a partir de ahí, retomar al personaje y sus aventuras.
La dispersión de su obra por tantas editoriales puede significar un problema para que no sea más conocido por el gran público. ¿Lo ha pensado alguna vez?
Las editoriales grandes, tradicionalmente, solo apuestan a caballo ganador. O, en todo caso, buscan incansablemente un elefante blanco. Suele ocurrir en el fantástico, que siempre se ha publicado en colecciones numeradas, no como libros unitarios. Cuando publicas tu novela en un sello, con suerte, ya has cumplido el cupo, suponiendo que la colección no se cierre antes de que tengas posibilidad de repetir. Y entonces toca buscar otro sello. El fantástico eclosiona y se hunde cada cinco años, parece que es una ley no escrita. Pero, en cualquier caso, no creo que sea diferente a la situación que viven los poetas. Yo diría que en el escalafón de autores poco conocidos por eso que entendemos por «gran público» están primero los poetas, y luego los autores de fantástico. Y, después de todo, los libros hoy solo duran en el mercado pocos meses: todo lo que no se encuentra en las librerías no existe.
¿Qué tienen sus novelas que enganchan tanto a sus fieles lectores?
¿Ya he conseguido un segundo lector para que hablemos en plural?
¿En qué medida el escritor posee el don de regalar otra realidad a quienes leen sus ficciones?
Uno escribe para explicarse el mundo. Para expresar sus temores, sus ilusiones, sus gustos. A veces la literatura es parábola. A veces es espejo. Me parece muy bien que un lector solo quiera entretenimiento y escapismo, pero eso se puede conseguir también con la necesaria dosis de reflexión y de aprendizaje. A veces la realidad es más absurda que la ficción. Si alguien hubiera escrito hace diez años la novela de lo que está pasando ahora en España y en el mundo, seguro que no habría encontrado editor.
¿Cómo ve el panorama narrativo español?
España siempre ha dado más importancia (entiéndase esto como lo que somos, ojo) a los poetas y a los dramaturgos. La narrativa siempre ha sido la hermana pobre de las letras. Estudiamos en los institutos las generaciones poéticas y los autores teatrales, pero los narradores (y los cuentistas ya no digamos) son siempre pasados por alto, quizás porque, para ese absurdo que son los comentarios de texto en los exámenes, es más fácil sacar punta a un texto poético que a la prosa. Pero hay excelentes narradores. Y, sin citar los nombres más conocidos, da gusto ver, en la Semana Negra de Gijón, a tanta gente que escribe hoy narrativa y la escribe bien: Alfonso Mateo-Sagasta, Cristina Fallarás, Rodolfo Martínez, Félix J. Palma, Elia Barceló, Juan Miguel Aguilera…
¿Ha ganado el lado oscuro en el mundo editorial?
Me temo que sí, y desde hace muchos años. Se está potenciando la literatura chicle, la que no suponga ningún esfuerzo ni colaboración del lector. Todo tiene que estar mascadito, y no importa que un corrector de estilo tenga que remozar los libros que se publican de arriba abajo, o que no salgamos del tópico, que no haya belleza en la palabra. Entre famosotes, negros, gente que se autopublica, adolescentes que imitan lo que escriben otros adolescentes, best sellers de fuera… Ojo, que lo mismo siempre ha sido así. Pero fastidia. Una cura de humildad la viví en carnes en la feria del libro de Madrid la primera vez que fui a firmar: me pasé dos días y firmé doce libros si acaso. En la caseta de al lado, Rappel y Las Virtudes tenían cola. Pero no me da la gana escribir plano. Lástima que la literatura sea eso que sobra en la ecuación de tantas editoriales.
Sus editoriales favoritas son…
No me gusta el fútbol. No milito en ningún partido político. No soy de Paquiro ni de Frascuelo. Me gusta la comida mexicana, la china y la japonesa. No me da la gana elegir. ¿Por qué iba a tener una editorial favorita? Cónchiles, parezco Carlos Boyero.
¿Alguna recomendación para los jóvenes que están intentando abrirse camino en el mundo literario?
Que no le hagan caso a nadie, ni siquiera a mí. Esto es una carrera de fondo y no de velocidad. Es una lotería donde prima la suerte por encima de la calidad. Y que cuenten lo que tengan que contar como creen que tienen que hacerlo. Luego, Dios dirá. No he conocido a dos escritores que escriban igual, entendiendo que sigan un mismo método. Lo que vale para uno no puede aplicarse a otro.
¿Alguna idea en la cabeza desde hace muchos años?
Bastantes, pero los libros se escriben cuando ellos quieren. La ciudad enmascarada durmió en el disco duro de mi cabeza casi treinta años, hasta que supe que podía escribirla. Otras historias no las escribiré nunca, y lo sé, pero qué se le va a hacer. En ocasiones tienes pensado escribir algo y de pronto se te cuela otra idea por medio y es más fuerte que tus planes.
Además de escritor, traductor y profesor, es también guionista de cómics. ¿Cómo fue su experiencia trabajando para la Marvel?
De momento, soy el único guionista español que ha recalado en Marvel. Dos años, y en parte por enchufe, eso lo tengo claro: Carlos Pacheco y yo esbozábamos los argumentos y siempre he sido consciente que sin Carlos como tirón, por sus dibujos, yo no habría entrado allí. Conocimiento del inglés aparte, por supuesto. Fue una experiencia extraña. Primero, por escribir en otro idioma que no es el tuyo. Segundo, porque el control y el miedo editorial a que dos fulanos del sur de Europa manejaran a su antojo los iconos en los que se basa la editorial (en nuestro caso, Los Cuatro Fantásticos) fueron un auténtico dolor de cabeza. Desde el primer día. La censura, además, era arbitraria: nunca entendimos qué podíamos hacer y qué no podíamos… porque lo que un día era blanco al otro era negro. Anécdotas de este sinsentido las hay a punta pala. Ahora son divertidas, pero en su momento fueron muy dolorosas. Pero, como suelo decir, estuve allí y la experiencia fue como jugar con la selección española y tirar un penalti o cantar mano a mano Mediterráneo con Serrat. Estuve allí y lo hice.
Es también un teórico de las historietas.
No me gusta el término “teórico”. Parece como si yo supiera cómo tienen que ser los tebeos que otros hacen. Soy más bien un estudioso, un experto si quieres. Un analista, tanto de los recursos narrativos del cómic como de lo que se cuenta en ellos: cómo se refleja nuestra sociedad, por ejemplo, en los tebeos Marvel de los años sesenta y setenta. Cuál es la poética y la estructura narrativa de Watchmen.
¿Qué significan los cómics para usted?
Muchos ratos de entretenimiento, una forma de apreciar el arte y la belleza, gran parte de la cultura de trivial pursuit que es mi cultura. La historieta (yo la llamo alternativamente cómic, historieta o tebeo) es un medio en sí mismo que no tiene que envidiar nada a otros medios. He sido lector de tebeos desde que aprendí a leer. Quizá en la adolescencia más temprana quise ser dibujante, hasta que descubrí que tengo dos manos izquierdas. Poco imaginaba aquel niño que algún día iba a guionizar Los 4 Fantásticos o Los Inhumanos para Marvel… Es un medio distinto a la literatura, sí, pero participa de la literatura en la palabra. Y como escritor me enfrento a problemas diferentes cuando soy guionista, y esos problemas diferentes, porque el cómic es imagen, se resuelven y se tratan de manera diferente que cuando escribo un relato o una novela.
¿Cree que funciona el mercado del cómic en España?
En este santo país el mercado se vino abajo cuando apareció la televisión y la música pop. Los jóvenes dejaron de leer tebeos porque la tele les daba el mismo entretenimiento, pero gratis. La cosa se encarriló un poquito durante la transición, cuando recuperamos títulos que llevaban décadas censurados en España, pero la ilusión duró poco: llegó la movida, la música y los tebeos dejaron de ser cultura juvenil o contracultura. Luego, con los videojuegos e internet, el cómic dejó de ser un referente de la cultura popular. En España, en cualquier caso, no hay editores: hay re-editores de material extranjero, principalmente norteamericano y japonés. Un dibujante español (y no digamos un guionista) no pueden vivir trabajando para este mercado.
¿Cuál es su género preferido dentro del noveno arte?
Como de todo. Los grandes clásicos de prensa norteamericanos, los tebeos «de autor» de los años ochenta del cómic español (Carlos Giménez principalmente), los superhéroes (o al menos los superhéroes hasta hace unos diez años), el cómic francobelga (Astérix, Blueberry, Thorgal), el cómic popular italiano… Me ha costado más entrar en el manga (que no es un género aparte, como propugnan quienes lo leen), entre otras cosas porque leo de izquierda a derecha y me parte por la mitad la moda snob de leer de derecha a izquierda.
¿Un cómic que cambió su vida?
Príncipe Valiente, sin duda. La influencia del cómic de Hal Foster es manifiesta en casi todo lo que escribo. A nivel puramente formal, también noto la influencia del autor uruguayo-argentino Robin Wood, su Nippur de Lagash especialmente.
¿Un cómic al que le hubiese gustado escribir el guión?
Sería una pedantería decir que Watchmen. Yo sería feliz si pudiera escribir los tebeos que creo que puedo y sé escribir, pero el problema de los guionistas es que necesitamos la mano o manos de los dibujantes. Y como el mercado está como está y la gente tiene esa necesidad tonta de tener que alimentarse… En plan nostálgico, por homenaje al medio y al niño que un día fui, sí que me gustaría guionizar algún futuro revival de El Capitán Trueno o El inspector Dan…
Su autor favorito es…
Hal Foster, Alan Moore, Alex Raymond, Frank Robbins, Russ Manning, Carlos Giménez, Jean-Michel Charlier, Gir/Moebius… la lista sería infinita.
¿Cuándo fue la última vez que pensó que se había gastado demasiado dinero en un cómic?
Mi mujer va a leer esto. Me acojo a la quinta enmienda.
¿Le aporta algo a su obra literaria su faceta de traductor?
Indudablemente, me quita el tiempo para escribir las historias que quiero escribir y no me alcanza. Pero me proporciona (o me proporcionaba, la cosa está chunga últimamente) unos ingresos que, por desgracia, mi producción propia no podrá igualar nunca. También me sirve para ver por dónde van los tiros en el mundo editorial y el mundo de la escritura. Aunque aún no he conseguido que no se me lleven los demonios cuando me toca traducir libros cuya publicación es un misterio. Pobres árboles.
Le atrae mucho el cine y las series de televisión.
Me atrae todo lo que cuente historias. En ese sentido, yo sería un storyteller, algo que compruebo cuando cuento en mis clases alguna anécdota o el argumento de esos libros que amo. Y por eso admiro a otros storytellers. A la moda de novelas que no cuentan nada (y ojo que yo soy un estilista de todo esto), o a la de los «tebeos pintados» que se creen superiores porque usan una estética diferente, me gustan los libros y los cómics que cuentan eso, historias, y que las cuentan bien. Hoy esas buenas historias, el poder desarrollar un personaje a placer, sin las cortapisas del tiempo, ya no se hace en el tebeo ni en el cine, sino en la televisión. Vivimos una edad de oro. Mejor disfrutarla mientras dure.
¿Podría describirnos un día cualquiera en su vida?
Lo más soso del mundo. Madrugar, leer la prensa a toda velocidad antes de ir al colegio a dar mis clases, volver a casa, descansar hasta las cinco, abrir el ordenador y ponerme a traducir, a escribir o a tontear. Ver algo de tele en la tele misma o en el ordenador, que para algo uno sabe inglés, y luego leer en la cama hasta quedarme frito. Día de la marmota todos los días.
¿Cuáles son las cualidades que más aprecia en la gente, en sus amigos?
La sinceridad, el buen humor, la conversación. Uno hace tiempo que vive esperando que lleguen los viernes por la tarde para disfrutar de esas pequeñas cosas.
¿A qué le tiene miedo?
Tal como está el patio, a muchas cosas. Me temo que los años de la transición que hemos dejado atrás serán recordados por nuestros hijos como nuestros padres recordaron los buenos tiempos (que los hubo) de la República.
¿Quién es Rafael Marín?
Ese señor gordito de la foto. Más que un tipo renacentista, un hombre-orquesta que hace demasiadas cosas a la vez porque no sabe estarse cruzado de brazos. Un torbellino, cuando se lo propone. Un pedante, cuando se lo propone también. Un tipo encantador, si le dejan.
Una razón para leerlo, señor Marín.
Si es usted inteligente y tiene un gusto exquisito, no lo dude: pruébeme.
Cuando escribe, ¿qué busca, qué persigue?
Conocerme, explorarme, entretenerme. Vaciar lo que uno sabe. Contarme un cuento que no sabía. Es una obligación inescaqueable. Si luego encuentras un editor y un lector que te siga, tanto mejor. Pero también tengo, como todo el mundo, un par de libros perdidos en el disco duro del ordenador que no ha publicado nadie. Los escribí porque tenía que escribirlos, a tumba abierta, como he escrito todo lo que he escrito.
¿Sigue una disciplina/rutina para escribir?
Experimento el síndrome de la primera frase del capítulo. Hasta que no la tengo, no arranco. Luego todo puede ir sobre ruedas, pero me mortifica mucho esa primera frase, y mira que es una tontería, pero uno es así. También he notado que me paso horas y horas perdiendo el tiempo y, cuando estoy agotado, me he visto dos episodios de cualquier serie de televisión, he tonteado en Facebook o me he pasado media hora hablando por teléfono, entonces, y solo entonces, como si estuviera en modo off, es cuando escribo.
¿Piensa en un lector determinado a la hora de escribir?
No, así me va. Escribo lo que quiero escribir y lo hago como creo que tengo que escribirlo. Mis libros no son fáciles, pero ya estoy demasiado mayor para intentar licuar mi prosa o buscar un éxito que sé que no va a llegar nunca. Mientras yo me divierta y me entretenga…
¿Cómo tiene la imaginación?
Hay dos tipos de imaginación. O los libros se escriben de dos maneras: lo que imaginas que vas a escribir, y lo que luego escribes de verdad, lo que tu imaginación, tu subconsciente, el demiurgo o como queramos llamarlo escriben encima de ti mientras tú escribes. Un libro nunca queda igual que como lo imaginaste. A veces es peor. Pocas veces es mejor. Siempre es distinto.
¿Hay mensajes ocultos en sus escritos?
No creo. Otra cosa es que no se lea con atención lo que dicen o sugieren las palabras. Un ejemplo: en La leyenda del Navegante el personaje que escribe la historia empieza a mentir o a jugar con las palabras en los dos o tres últimos capítulos. Hilé tan fino que vi que no se entendía, y añadí una posdata, para obligar si acaso al lector a volver atrás y ver dónde estaba la gracia. Creo que hice bien, porque el editor estuvo a punto de rechazarme el libro por el final… hasta que leyó la posdata.
¿Recuerda por qué empezó a escribir?
No. Nunca he concebido vivir sin escribir. De niño ya quería ser escritor (se ve que no me llegó a convencer demasiado lo de ser torero, cantante yeyé o astronauta). Las primeras atrocidades las escribí con trece años. Las primeras cosas las publiqué con 18. Mi primera novela la escribí con 21… La pregunta tendría que hacerse a la gente que no escribe: cómo no lo hacen.
¿Tiene alguna superstición a la hora de escribir?
No que yo sea consciente.
Para escribir no puede faltarle…
Una historia que contar, un deseo de experimentar, ese punto justo entre inquietud y aburrimiento interior que hace que te lances a las teclas.
¿Ordenador o a mano?
Escribo a ordenador desde hace muchos años. Antes, siempre a máquina. El ordenador y la máquina de escribir me dan una velocidad para expresar los pensamientos por escrito que no me da el hecho de hacerlo a mano: suelo perder el sentido de la frase si tengo que escribir a boli, y además tengo una letra espantosa. Cierto es que algún libro lejano, La leyenda del Navegante o mi tesis de licenciatura sobre Los cómics Marvel los escribí a mano, lentamente, en el primer caso porque necesitaba un ritmo de la frase más pausado: hasta que no tuve escritas las doscientas primeras páginas no pasé a la máquina.
¿Corrige mucho?
Corrijo muy poco. Hay libros como El niño de Samarcanda, donde cuento más o menos la forja de ese héroe de todos nosotros que es Juan José Téllez, o las novelas de Torre, que no tienen prácticamente corrección. Es como si escribiera otra persona y yo simplemente copiara al dictado.
¿Dónde escribe?
Escribo en un despachito que tengo en casa, al fondo. Una leonera llena de libros, tebeos, papeles.
¿Cómo es ese sitio?
Un caos absoluto. Pero yo me entiendo.
¿Necesita silencio para escribir o le gusta escuchar música o tener la radio encendida?
Cuando era jovencito, para inspirarme, escuchaba música, mayormente bandas sonoras de películas cuyas escenas fueran en consonancia con la trama que escribía en ese momento. Hace ya mucho tiempo que no escucho música apenas. Ni para inspirarme ni para otra cosa: la música no forma parte de mi vida ni de mi educación sentimental. Cosa curiosa, porque me paso el día canturreando y, además, busco siempre la música no solo de la frase escrita, sino del libro, que debe de ser una especie de sinfonía, no una sola nota repetida. En ocasiones, hasta que no encuentro la música de ese libro o ese relato no me lanzo a escribirlo. Y pueden pasar años hasta que se encuentra esa música.
¿Cómo se clasificaría como escritor?
Soy el típico escritor sin fortuna literaria. Nunca seré profeta en mi tierra… y eso que me considero cosmopolita. Pero que no me pongan apellidos, por favor. Creo en el mestizaje, no en las etiquetas de géneros.
¿Qué sería de su vida si no pudiera escribir?
Un puro aburrimiento. Yo no sería yo. Y, ojo, no es que esté escribiendo todo el santo día. Pero imagino que es cuestión de miradas. Eres escritor aunque no teclees.
¿Recuerda cuándo fue la primera vez que se sintió escritor?
Es una pedantería decirlo, pero siempre me he sentido escritor. Desde muy pequeñito. Incluso cuando no había escrito ni un solo folio. Debe ser cosa de destino manifiesto o algo así. Es verdad que cuando tienes por primera vez en las manos tu primer libro te crees que la gente te va a mirar por la calle de otra manera, pero es una ilusión que dura cinco minutos.
¿A quién le deja leer sus manuscritos antes de ser editados?
Tengo unos cuantos amigos, lectores beta, a los que suelo dar el coñazo enviándoles los capítulos (o, en el caso de Antonio Romero, el dibujante de Las cuevas de María Moco, leyéndole párrafos y más párrafos por teléfono). Lo que pasa es que los puñeteros leen el libro gratis y no suelen darme feedback. Eso me halaga, pero no me resuelve las miles de dudas que acompañan cuando uno escribe… aunque tampoco tengo muy claro que fuera a hacerles caso a sus consejos, si los hubiera.
¿Cuáles son sus afinidades literarias?
Han ido variando con el tiempo. Francisco Umbral ha sido siempre mi maestro. Stephen King, en la otra banda. Vargas Llosa, por el juego experimental. Autores de novela negra como Raymond Chandler. Shakespeare, siempre. E, inevitablemente, los escritores amigos con los que uno comparte experiencias y sensibilidades: Juan José Téllez, Manolo Ruiz Torres, Rodolfo Martínez, José Manuel Benítez Ariza…
¿Hay algún estereotipo de escritor en el que odiaría caer?
No. Yo respeto a todo el mundo. Al maldito y al de éxito. Al que escribe fatal y se gana la vida con esto y al que escribe como Dios y no se come una rosca. La literatura es una amante misteriosa y a cada uno nos acaricia y nos desprecia como quiere.
¿Qué opinión le merecen los talleres de creación literaria? ¿Valen para algo?
Por pasar un rato y por conocer gente lo mismo están bien. Nunca he asistido a ninguno y solo el año pasado, en la Semana Negra de Gijón, por ocupar un hueco, di un día de «clase» a aspirantes a escritor. Donde, claro, les dije antes que nada que no me hicieran ni puñetero caso y que aprendieran por su cuenta el oficio. O sea, recordar aquello de que a montar en bicicleta solo se aprende montando en bicicleta (una disciplina, por cierto, que no domino: lo de montar en bicicleta, quiero decir). Los talleres literarios para mí tienen el peligro de que la gente que asiste a ellos se lo crea (no suele pasar: los escritores tenemos más ego cuanto menos obra publicada tengamos) y entonces todo el mundo acabe por escribir igual. La idea propuesta en alguna parte de que ser escritor fuera un título universitario me parece tan ridícula que solo en España puede imaginarse semejante tontería.
¿Por qué leer?
Tenemos fecha de caducidad y capacidades limitadas en esta vida. Lo más parecido a la inmortalidad o a aprender de la experiencia de los que estuvieron antes que nosotros, es leer. Hay quien vive sin leer, y vive bien. Y hay quien vive leyendo. Lo mismo leer te hace más feliz o más infeliz, precisamente porque te da claves para comprender el mundo injusto en el que vivimos. Entre los lectores y los no lectores me temo que pueda existir eso mismo que he leído tanto en las novelas de ciencia ficción de primer encuentro. Unos no entienden a los otros, no conciben la forma de ver el mundo de los otros.
¿Leer es vivir?
No. Es encontrar unos cuantos alicientes más a la vida. Quien no lee no sabe lo que se pierde. Pero ojo que lo mismo te dirá quien juega al ajedrez o se va a pescar a la Punta de San Felipe. En el fondo, creo que tenemos muy mitificada la figura del lector. Parece que damos el visto bueno a leer cualquier cosa, cuando no creo que tenga mérito ninguno hacerlo. Me temo que no hay por ahí millones de personas ansiosas de leer un libro maravilloso (casualmente, el nuestro), porque precisamente, con contadas excepciones, los libros que más venden en el mundo entero distan mucho de ser maravillosos. Al final, el mundo editorial se rige por los gustos de la inmensa mayoría de la gente, que es la que no lee.
¿Qué ha aprendido de sí mismo leyendo que no hubiera podido aprender solo?
Quizá he aprendido más sobre los otros. De uno mismo se aprende más cuando se escribe.
¿Cuántas horas diarias dedica a la lectura?
Muy pocas. Con las clases y las traducciones y lo que uno escribe no leo tanto como antes. El día no me cunde como yo quisiera. Añoro aquellos años de leerme un libro de una tacada y no pegar ojo en toda la noche hasta cerrarlo.
¿Cuál es su sitio preferido para leer?
Solo me da tiempo para leer en la cama. Y me duermo prontito.
Para leer no puede faltarle…
Antes, luz en la mesilla de noche. Ahora, con el Kindle, ni eso.
¿Quién le enseñó a leer?
Me enseñó una señorita encantadora llamada Chiruca, la misma que le enseñó a Óscar Lobato, que es mi amigo más antiguo y con quien compartí banca durante nuestra infancia más temprana. En aquellos primeros años sesenta ya jugábamos a publicar un periódico… escrito a boli sobre papel cuadriculado. Oh, infancia…
¿Cuál fue el libro que le convirtió en lector?
Siempre he sido un lector de tebeos voraz. Aprendí a leer con tres o cuatro años. Con siete o así empecé a leer libros. Los primeros, naturalmente, no me gustaron: no los entendía, me aburrieron. Luego llegaron las Novelas Selección Bruguera, los grandes clásicos cribados, aquella inteligente mezcla de páginas de literatura y páginas de tebeos que le daba mil vueltas a la «literatura infantil» o la «literatura juvenil» que se publica hoy, tan sosa, tan tonta, tan mal escrita, tan llena de tópicos y buen rollismo. Algo de Dickens, quizá. Oliver Twist, David Copperfield, James Fenimore Cooper. Tuve la suerte de que siempre me regalaran libros por santos, reyes y cumpleaños. Y luego, poco más tarde, la excelente selección de libros de Círculo de Lectores, donde ya no hice distingos entre libros juveniles (entendiendo por tales las adaptaciones afeitadas de los clásicos del siglo XIX) y libros para adultos.
¿Qué libros le han emocionado en su vida?
Tantos libros… De los best-sellers veraniegos que leía en las tardes de mi adolescencia a la gran literatura que te deja en estado catatónico: Conversación en la Catedral, Cien años de soledad, Bomarzo, La tía Julia y el escribidor, Dune, Las crónicas marcianas, El sueño eterno, El largo adiós, 1984, Insólito esplendor, La hora del vampiro, La tierra permanece… Cuando un autor me interesa, me interesa tanto que lo leo hasta que me lo sé de memoria, hasta que me aburre. Pero si hay un libro donde yo quisiera vivir, donde me siento tan identificado que me veo dentro, es Las ninfas, del maestro Umbral.
¿Qué título reciente le ha dejado sin aliento?
Entro en una edad en la que me sorprendo poco y no me dejo llevar por las pasiones literarias. Pero, sin ser lector de poesía, me ha dejado sin aliento Las grandes superficies de mi hermano Téllez y Casa de misericordia de Joan Margarit.
¿Qué libro no ha sido capaz de terminar de leer?
Muchísimos. Desde Los pilares de la tierra al Ulises de Joyce, evidentemente por motivos distintos. Suelo tener la mesilla de noche hasta el techo con una pila de libros abandonados a las pocas páginas.
¿Qué tipo de lector es?
Leo de todo, pero cada vez disfruto menos de lo que leo. No puedo sacudirme de encima, en ocasiones, al escritor que soy, y pensar cómo habría contado tal o cual escena. Ni al traductor, más que nada. Quizá por eso cada vez disfruto más con el ensayo.
¿Hay algo mejor que leer?
Haber escrito.
¿Existe una decadencia de la lectura, de los lectores?
Existe una sacralización de lo banal. No se puede leer cualquier cosa, como no se puede escribir cualquier cosa. Leer no es una hazaña. Pero tampoco es una actividad que no requiera un mínimo de esfuerzo intelectual por parte de quien abre el libro. No se puede dar todo mascado. No se puede escribir para un lector plano y tonto. Como suelo decir medio en broma, hasta para follar hay que sudar. El goce de un libro necesita una predisposición. O, en palabras de Henry David Thoreau: «Los libros deben ser leídos con la misma intensidad con los que han sido escritos».
¿Qué es el libro para usted?
Ese amigo inevitable que me ocupa los pasillos de la casa y me proporciona muchas horas de reflexión, diversión y tertulia.
¿Tiene libro electrónico? Y si es así, ¿cuál?
Tengo dos, ambos Kindle. Uno de los primeros modelos y el más reciente, el Paperwhite, con pantalla iluminada. Una chulada.
¿Qué opinión tiene sobre el libro electrónico?
Para mí es una gozada absoluta. No pesa, no molesta a la vista, te lo puedes llevar de viaje, almacenas cientos de títulos… y no hace catapúm y te despierta cuando te quedas dormido en la cama y se te cae (además resiste el golpe). No es que sea el futuro: es que es el presente y se lo recomiendo a todo el mundo. Supone también, o lo supondrá si alguna vez nuestras editoriales espabilan y no reproducen los errores de la industria de la música, que los libros sean más baratos. Anda que no es positivo comprar un libro vía Amazon y tenerlo descargado en un par de segundos.
¿Cuál es su relación ahora con los libros?
La de siempre. Me gustaría volver a quedarme leyendo hasta las tantas, como hacía de jovencito. Me gustaría volver a releer algún libro de esos que te marcan… pero, como dijo Umbral (siempre Umbral), cuando releemos un libro vamos a buscar el lector que éramos cuando lo leímos por primera vez: «Se lee siempre el mismo libro, como se escribe siempre el mismo libro», que llegó a decir.
¿Cómo los cuida usted?
No los cuido. Soy el más puro ejemplo de la entropía. Los leo y los archivo en la pared. Cuando hay demasiados, se me despista su paradero. Punto.
¿Los presta?
Los presto y no me los devuelven. Me los prestan y tampoco los devuelvo. Lo natural.
¿Alguna mitomanía?
No soy mitómano. No soy fetichista. Si lo fui, me curé de espantos hace veinte años, cuando mi hijo me destrozó el ejemplar de Spider-Man americano que me acababa de llegar de Estados Unidos. Desde ese día dejé de ser coleccionista para convertirme en amontonador, y de darle importancia a los libros como hecho físico. Los libros son un espacio mental que ocupa, en las casas de hoy, demasiado espacio físico. Si además te pasa como a mí, que he acabado descubriendo una incómoda alergia al papel viejo (me pican los ojos cosa mala), dejas de darle valor al fetiche: un libro no es una obra de arte que mirar de lejos o leer con guantes azules. Es un utensilio que te alegra la vida.
¿Posee ex libris?
No. Pero tengo un póster de Star Wars firmado por Drew Struzan. Supérenlo.
¿Hay algún olor que relacione con los libros?
Por desgracia, solo el de la humedad. Pero es cierto que, como el maestro Umbral, lo primero que hago al coger un libro, sobre todo si es mío, es olerlo. Me gusta emborracharme del olor de la tinta recién impresa.
¿Dónde suele compra los libros?
Donde los encuentre. Ahora el mundo se ha hecho pequeño y todo está a un clic, pero durante muchos años no he concebido viajar sin visitar las librerías de otros sitios con la esperanza, casi siempre vana desde la adolescencia, de encontrar cosas que no hubiera en las librerías que tengo cerca.
¿No tiene entonces librería de cabecera?
Añoro aquellas librerías gaditanas donde hice las compras de casi toda mi vida y que ya no existen: Dulcinea, Alfa (luego Omega), Petrarca, La Marina, Estoril… Creo que soy el único ser vivo que recuerda que en la calle Muñoz Arenillas, frente a lo que hoy es el Barabass, hubo una librería allá por los años setenta… Durante muchos años Jaime ha sido mi librería de cabecera: todos los sábados paseíto y compra de libros y cómics. Pero hace tiempo que casi todo lo compro por Internet: Mile High Comics para los tebeos durante un par de décadas y ahora Amazon para casi todo.
¿Visita las librerías de viejo?
Me gustan más las ferias del libro de ocasión, que ya no existen en Cádiz, por desgracia.
¿Qué opina de las librerías tipo Corte Inglés, Fnac o Casa del Libro?
Suplen la deshumanización con un servicio excelente. No puedo evitar visitar la Fnac o la Casa del Libro allá donde las encuentro. Las librerías son mi pastelería favorita, y reconozcamos que las grandes cadenas están bien surtidas.
¿Cuántos libros suele comprar en un año?
Nunca he hecho la cuenta. Pongamos que dos o tres al mes. Una anécdota: mi primera biblioteca de lector, la familiar, se compuso con libros de Círculo de lectores, trimestre a trimestre, con aquel endiablado sistema de puntos. Por uno de esos misterios insondables, Círculo desapareció de Cádiz. Luego, cuando me casé, una tarde, llamaron a la puerta y era uno de los vendedores de Círculo. Yo estaba escribiendo y ni me enteré. Mi mujer se hizo socia, recordando aquellos tiempos de nuestra infancia-adolescencia y con la mirada puesta en nuestros hijos. Pues bien, cada dos meses llegaba el señor con los catálogos y yo los examinaba ansioso. Lo primero que me llamó la atención, era que los libros resultaban carísimos. Habían pasado de popularizar la lectura a convertirse en un club del gourmet, con ediciones muy cuidadas pero de precio prohibitivo. Y en cuanto a las otras cosas que ofrecían… ya las tenía, por haberlas comprado en mis librerías de costumbre. Pasaron casi dos años y apenas hice un par de pedidos. El vendedor de Círculo, al cabo del tiempo, me dijo que me borraba, ya que no compraba nada. Le dije que de acuerdo, pero los libros que me interesaban ya los tenía. No me creyó, sin duda. Ahí no estuve fino: tendría que haberle abierto la puerta y enseñado el pasillo donde tengo que andar de lado porque no quepo por culpa de las estanterías repletas…
¿Y tebeos?
Ahora muy pocos. Si acaso, un álbum o un recopilatorio integral cada cuando salen, que no es siempre. Y, en inglés, suelo pedir a Amazon las recopilaciones de los grandes clásicos de prensa, tomacos de trescientas páginas que vienen a salir una vez al año. Pongamos que un libraco cada dos meses. Aunque mi mujer no me crea.
¿Cuál es su posesión libresca de la que se siente más orgulloso?
Por motivos puramente sentimentales, porque allí está mi infancia y mi educación, los ocho libros de Burulan, años setenta, con las maravillosas páginas de Prince Valiant. Uno de los momentos culminantes de mi «carrera» como traductor ha sido poder traducir de nuevo esos tebeos para la excelente edición en blanco y negro del portugués Manuel Caldas.
¿Están sus libros limpios de notas y subrayados o los marca de alguna de manera?
Algunos sí están subrayados, mayormente los de ensayo, para así poder localizar luego la información que me va a hacer falta.
¿Qué opina de ese fenómeno que es la Feria del Libro?
Es una fiesta de los libros para los que no leen libros. Y lo bueno, o lo malo, según se mire, es que los que leemos y escribimos nos la creemos. Imagino que son necesarias, porque como dijo el otro hasta Dios necesita campanas. Dicho lo cual, y lo mismo soy el único, no me gusta nada la ubicación de la feria del libro de Cádiz, tan alejada de los caminos peatonales de la gente, y sin un puñetero autobús gratuito (tipo el búho bus) que lleve a los potenciales clientes a ese lugar inhóspito y caluroso donde parece que de un momento a otro van a rodar una peli de la primera guerra mundial. Si yo fuera emperador de la galaxia, que no lo soy, pondría la feria del libro de Cádiz en las murallas de Puertas de Tierra, allí arribita, reivindicando el paseo y dándole vidilla.
¿Los demasiados libros acabarán con el libro?
Publicar, hoy en día, es fácil y hasta barato. Las autoediciones nos invaden. Falta el filtro editorial, pero si las editoriales no hacen bien su trabajo, es normal que la gente se líe la manta a la cabeza y hasta gane más dinero que con el mísero diez por ciento que nos ganamos la mayoría… cuando nos liquidan. Se publica mucho, pero los libros duran muy poco en stock. Las grandes empresas hasta los guillotinan a los seis meses. O, en algún caso, se saldan, con lo cual la gente, que no es tonta, espera a que les salgan más baratos. Una pescadilla que se muerde la cola. Me temo que la literatura de verdad quedará para la élite y el chicle quedará para las masas. Quizás como ha sido siempre. En cualquier caso, en el momento en que los ineptos despiadados que nos gobiernan o nos sub-gobiernan quiten el IVA reducido al libro, esto se va definitivamente a la porra.
¿Cuál es el futuro del libro?
Sinceramente, me interesa más el futuro de mis hijos.
Su biblioteca es…
Un caos, un experimento de prueba y error. Algún título muy amado, otros olvidados, alguno misterioso que no sé ni cuándo compré ni cómo está allí.
¿Cuál es su fondo actual de títulos?
He vaciado tantas veces mi biblioteca que ni lo sé. Pero imagino que unos tres mil libros son los que habrán sobrevivido a la penúltima criba.
¿Y cuántos tebeos tendrá?
Bastantes más. Los tebeos son más finitos, pero abultan mucho. El problema es que muchos de ellos, todos en inglés, comic-books originales, los tengo apilados en cajas herméticas. No los puedo consultar. Cuando quiero hacerlo, voy directamente a los archivos que tengo descargados de Internet.
¿Qué género predomina?
La narrativa. Tengo muy pocos libros de poesía: no soy lector de poesía. Tengo también muchos libros de ensayo. Casi todos de temas que me interesan o como bibliografía para futuras historias propias.
¿La tiene ordenada?
Por supuesto que no, ¿por quién me toma usted?
¿Sólo tiene libros en las baldas o también acumula objetos?
Los libros en triple fila y ocupando los espacios superiores no dejan mucho sitio para otros objetos. Las navecitas y las figuritas micromachine de Star Wars las tengo en un mueblecito ad hoc o en el mismo mueble donde mi mujer almacena tazas y souvenirs, eso que mi abuela llamaba «lujos».
¿Alguna peculiaridad en su biblioteca?
Aparte de que tengo las baldas combadas por el peso, no.
¿Cuál es el libro más raro?
No creo tener ningún libro raro. Si acaso, libro viejito porque uno va para viejito y libros que compré hace cuarenta años y aún conservo. Tebeos, sobre todo. Así como pequeña maravilla personal tengo tres tomacos azules, preciosos, con las tiras diarias de Star Wars, en edición limitada, firmada por los dos autores, Al Williamson y Archie Goodwin, ambos grandes, fallecidos ya, que me auto-regalé cuando me casé. No soy de tener libros firmados, por otra parte. Y me da cierto reparo poner mi triste rúbrica en mis propios libros cuando los firmo.
¿Y el más caro?
En el mundo de la historieta norteamericana se están recopilando tiras y comic-books a partir de los originales. Tengo tres ladrillos de diez kilos con todo Calvin y Hobbes a tamaño original que me costó una pasta. Lo mismo con la reproducción de los originales de Born Again o el Tarzan de Joe Kubert. Y una edición de un año de Prince Valiant a tamaño original que no me cabe en ninguna parte.
¿Hace expurgo en su biblioteca con frecuencia?
Sí, claro.
¿Adónde van a parar esos libros sacrificados?
Durante mi adolescencia, compraba tebeos vendiendo en la plaza, a Bernardo en el baratillo, los tebeos que no iba queriendo. Eso evitó que me convirtiera en un coleccionista compulsivo, al menos en aquella época. Luego no he tenido nunca empacho en regalar mis libros: ten en cuenta que, nada más que con los ejemplares de cortesía de los casi doscientos libros que he traducido necesitaría otra habitación supletoria en casa: ¿para qué quiero yo seis ejemplares de una novela que lo mismo ni siquiera me hizo mucha gracia, y además en distintos formatos, pues cada vez que se reedita me mandan los ejemplares correspondientes? Los libros existen para ser leídos, no para ser enterrados entre otros libros. Por otra parte, mi madre murió hace un par de años y gran parte de mis libros se quedó en el piso deshabitado: los libros que no había trasladado a mi casa de casado, más los que había ido prestándole a lo largo de veinte años (mi madre era una lectora infatigable a pesar de que no sabía escribir). El verano pasado decidimos poner el piso en venta y hubo que vaciar la casa. No había problemas con tirar o donar los muebles, los utensilios de cocina, los televisores. ¿Pero y mis libros? Tuve que tomar una decisión: elegir cuáles me quedaba (no me cabrían en mi casa, que es pequeña y ya está a rebosar de libros), o los daba todo. Fue una decisión dolorosa, pero me llevó apenas unos minutos: en aquellas estanterías estaba toda mi vida de lector, de la adolescencia a la treintena. No fui capaz de elegir unos títulos sobre otros. Así que los regalé todos. No sé ni cuántos viajes tuvieron que hacer Santiago Moreno y los demás amigos de la UCA para llevárselos. Pero no soy fetichista, así que dolió solo lo justo.
Como traductor y profesor de inglés, tendrá muchos libros en otros idiomas.
Claro, no tengo problemas para leer en los dos idiomas. Tengo muchos libros y muchísimos cómics en otros idiomas. Incluso en idiomas que no hablo, como el francés o el alemán, pero por Barberouge, Astérix o Prince Valiant se hace lo que sea.
¿Cómo debe formarse una biblioteca?
Tacita a tacita, como los buenos cafeteros. Una biblioteca es la radiografía de tu vida como lector, de tus gustos y en ocasiones de tus fracasos. En cuanto al orden… nunca he sabido cómo hacerlo. Bueno, sabido sí: pero en cuanto tienes demasiados libros y las estanterías se te acaban, empieza el caos.
Lezama Lima sostenía que poca gente había viajado tanto como él dentro de las paredes de una biblioteca. ¿También es cierto esto en su caso?
Yo soy poco viajero de puro comodón. Los libros suplen a veces no solo la necesidad de viajar, sino la de vivir otras experiencias. Mis alumnos se quedan siempre algo pillados cuando les confieso que los mejores amigos, las mejores amantes, las grandes peripecias y los mayores desencantos los he vivido en los libros.
¿Qué biblioteca ha visitado y le ha fascinado?
Cualquier biblioteca de cualquier casa que visito me entretiene más que cualquier conversación. Es el momento de buscar puntos de coincidencia, recordar libros que has leído o has perdido, descubrir que hay títulos que desconocías o ediciones de las que no tenías constancia. También, a veces, me he asombrado al ver cómo la gente ordena sus libros, un misterio que yo no he conseguido aclararme todavía. Pero mi recuerdo adolescente vuelve siempre a la ordenadísima tebeoteca que tenía mi amigo Alfonso Prieto Rousselet, coleccionista gaditano, tebeos que yo no imaginaba que existían, títulos míticos de la historia del cómic español. Algunos en estado prístino y eso que tenían muchas décadas encima. Me pregunto qué habrá sido de aquella maravillosa biblioteca.
¿Qué biblioteca le gustaría visitar?
La biblioteca de los libros nunca escritos que aparece en mi relato Bibliópolis. Lo hice una vez, en sueños, cuando me inspiró el relato, y todavía recuerdo la sensación de maravilla y sorpresa. Y de dolor, claro: ver qué cosas se perdieron, o me perdí, por no haber tenido tiempo de escribirlas.