Javier Menéndez Llamazares, escritor. (c) Daniel PedrizaJavier Menéndez Llamazares, escritor. (c) Daniel Pedriza

Lo cierto es que, cuando uno se pasa la vida recomendando libros de los demás, a sabiendas de que no siempre va a acertar y que hay tantos criterios como lectores, el tener de pronto que glosar las virtudes de una obra propia acaba pareciendo, en cierta medida, un truco de feriante, de esos que vendían tónicos mágicos que lo mismo curaban la tuberculosis que hacían crecer el pelo en las calvas más brillante.

No obstante, y dado que la invitación no deja de resultar apetecible –¿quién mejor que uno mismo para echarse flores, y de paso barrer bajo la alfombra todo aquello que desluzca al conjunto?–, trataré en las siguientes de vender lo mejor posible el género que traigo a la plaza.

Los ingredientes

Cuando me preguntan de qué va la novela, suelo recurrir a una fórmula de lo más eficaz: sexo, revolución y rock and roll.

Por un lado, se narra el despertar al mundo de una joven ingenua, procedente de uno de los ambientes más asfixiantes que podamos imaginar, la pequeña burguesía del tardofranquismo.

Luego hay un fuerte componente político: desde los provos hasta los coqueteos con el terrorismo, la política está muy presente. Aparte de los innumerables matices del izquierdismo, la atención principal se centra en el freudomarxismo, en los planteamientos antiautoritarios y en la fabulosa idea de la oposición extraparlamentaria.

La música también es fundamental, como lo fue en la época. Incluso con voluntad de discernir entre lo que tiene de negocio y lo que tiene de arte, la novela tiene su propia banda sonora: en cada capítulo hay una canción que se engarza en la trama; sería bueno que el lector pudiera escucharla al tiempo que lee el libro.

Por supuesto, también hay mucho más; se trata de explorar los límites de la libertad en el tiempo mágico de la juventud, y hacerlo con un espíritu lúdico. Hay un trasfondo de investigación, con toques de espionaje (no olvidemos que transcurre en el Berlín dividido, en plena guerra fría, y que el gobierno de la Alemania ‘libre’ tenía una agencia dedicada a espiar a sus propios jóvenes).

Y hay humor, claro. Algunos amigos han destacado su tono ligero, como de comedia de la Ealing, lo que me parece fantástico: yo adoro esas viejas películas.

La época

Para mi generación, el 68 era algo remoto y en cierta medida ‘casposo’; imagino que crecimos deslumbrados por la movida y toda su carga de frivolidad y modernidad a ultranza –posmodernidad, que se decía entonces, y que yo siempre creí que consistía en peinarse cresta y llevar gafas negras–. Nuestra falta de compromiso fue alarmante, y supongo que por eso llevamos décadas tratando de compensarlo y, aunque mantengamos una especie de alérgica por la política, hayan florecido tantas oenegés y tantos proyectos alternativos. Será por eso, por la mala conciencia propia, por la que me resulta tan interesante una época en la que la mayor obsesión de los jóvenes era cambiar el mundo; es el canto del cisne de las ideologías.

Claro que también hay claroscuros, como el pensamiento simplificado que representan las consignas. Algunas, las que me han resultado más sugerentes, las he utilizado para titular los capítulos, en varios idiomas distintos, porque el 68 fue el primer movimiento global: México, Japón, Italia… hasta en España hubo protestas estudiantiles.

La protagonista

Me apetecía que la novela estuviera protagonizada por una mujer, sobre todo porque ellas fueron las protagonistas de aquel momento histórico, y las verdaderas beneficiadas: ahí comienza, en mi opinión, el camino de la igualdad, la verdadera revolución sexual de finales del siglo XX.

También quería que fuera española, no sólo porque una visión externa permite un análisis más objetivo –Mentxu tiene dificultades con el alemán, con lo cual no termina de comprender del todo el mundo que le rodea; un poco, como nos sucede a todos, aunque no queramos admitirlo–, sino para poner en evidencia el contraste entre la España del momento y el resto del mundo occidental. Creo que en esa diferencia radica gran parte del conflicto entre mi generación y la de mis padres.

Y la empadroné en Hondarribia porque allí había sido párroco en esa época un tío mío, al que tenía mucho cariño, y me acompañó a recorrer la vieja Fuenterrabía. Por desgracia, aquel sería nuestro último viaje juntos.

Claro que Mentxu tiene un violento alter-ego, la violadora de hombres Érika la Roja, que me regaló mi antiguo editor Max Lacruz. Suya es la invención de esa feroz justiciera, y suyas sus armas tan peculiares.

Espero, en definitiva, que quien se acerque a esta novela pueda disfrutar tanto de una lectura grata como de un acercamiento a un momento histórico que me resulta de lo más fascinante. Muchas gracias.

Javier Menéndez Llamazares