Leer Palabras quebradizas es sentir la vida a la vez que su desencanto. Es un libro que he escrito en dos lenguas y unido mediante imágenes de ambas orillas (España-Marruecos) como medio de fusión a través de la palabra e ilustración. Directo a la vez que juega con la doble intención. Cálido, sin pasar por lo templado a lo frío, quiebra el concepto actual de la poesía.
Digo bien, quiebra el concepto que se tiene de la poesía, porque aunque este género evita la narración de historias, en Palabras quebradizas atendemos a un principio, nudo y desenlace claramente definidos con el ritmo y temática de los poemas. Mi intención no ha sido otra que la de acercar el género poético a un lector no delimitado, dejar las puertas abiertas a la poesía, sin renunciar por ello de las referencias clásicas.
He tratado a la multiculturalidad como elemento naturalizado, fundiéndola hasta tal punto que no sepamos si el yo poético se expresa como español o como marroquí. Asimismo, mi propósito es el juego del espacio contribuyendo a crear y disfrutar de esa confusión al lector. Trato de que los sentidos se adentren y olamos a harira en pleno ramadán, oigamos la llamada del almuecín, del mar o del silencio de una alcazaba de al-Andalus, del tacto de la brisa de Tetuán siendo espectadores de la pasión, de la incomprensión o del destino.
He destacado a la palabra quebrada que envuelve, desarma, confunde, que aporta pero destruye, que embauca para difuminarse sin contemplaciones, como protagonista de mi libro. Es la «palabra» la fémina expresión que sucumbe, que miente, que enamora y que alecciona a la vida.
El título de mi nueva publicación, Palabras quebradizas. Entre las orillas del silencio y la soledad, en edición bilingüe (español-árabe) con prólogo del catedrático de la universidad de Al azhar del Cairo, Gamal Abdel Rahman y traducido por Khaled Raissouni, y que próximamente será traducida al rumano y llevada a género dramático por los Institutos Cervantes y la Universidad de Hyperion en Bucarest, nos presenta una voz poética firme, inquebrantable, que lucha como David y Goliat contra esas «palabras quebradizas», una voz poética segura que pasea por las medinas de Tetuán, de Rabat o la mezquita de Hassan II de Casablanca o Chauen, pero que, al llegar a la orilla de la que parte, se desvanece, desfallece, trata de olvidar a golpe de olas, de gritos en silenciosos desiertos, escenas que en ocasiones, desorientan al yo poético haciéndolo sentir oriundo para llegar a la fusión en cuerpo y alma hasta concebir una nueva creación: la poesía de las dos orillas como un corpus con dos voces, dos almas, dos expresiones, la voz de la palabra quebrada recomponiéndola con ese juego serio e íntimo de la lectura.
Es aquí mi juego íntimo con la poesía, donde el lector es el protagonista.
Invito así, a disfrutar de esos viajes por las estrechas calles de las medinas, atravesar las sietes bab o puertas, las plazuelas del Usáa donde los niños hablan en silencio mediante sus miradas curiosas e inquietas, donde las mujeres tienen sueños envueltos por el velo de su cultura, pero no dejan de ser sueños, donde los hombres jalean los goles a la puerta de los cafés o teterías como en cualquier ciudad europea, con la misma expresión exagerada de cualquier andaluz.
Invito a visualizar el color azul único de Xauen, los saludos de su gente, ver a un Mohamed como si se tratara de un José de Vejer de la Frontera. Descubrir cómo lavan las ropas en el río, rememorando aquellos lebrillos, que aún hoy permanecen como enclave del recuerdo en el poblado de las Negras en Almería u otros puntos de España.
Palabras quebradizas es un viaje poético directo al placer de los sentidos, donde la sensualidad se expresa en dos lenguas, al descubrimiento de espacios, olores, costumbres, pensamientos, miedos y pasiones entre dos mundos, pasiones suspendidas entre danzas, entre dos orillas.
Os invito a cruzar mi estrecho particular.
Destruyes mi ilusión,
la haces perecer entre escombros de brisas negras
cubiertas sobre el velo de la ausencia.
Maldita la huida que desola mis playas.
Maldigo la rutina del tiempo sin reloj.
Maldigo la lectura de una línea sin letras.
Maldigo el que ama un amor que no es amor.
Maldigo la extrañeza con que miras mis pasiones.
Maldigo la locura de amar enamorada.
Maldigo la ley que inflige ser fiel.
Maldigo el pensamiento que aprieta y ahoga.
¡Sostenme, ven, no te alejes y vuelve!
Que olvido la seda de tu piel
el sabor de tus besos de agua
y el placer de ser tu ser.
Yolanda Aldón