Óscar Lobato, escritor y periodista.Óscar Lobato, escritor y periodista.

El viejo zorro con memoria de linotipia y esa cara tallada por los siglos y por la vida. De esta manera definió Arturo Pérez-Reverte a su buen amigo Óscar Lobato en un artículo de El Semanal publicado en 2005. Añadiría también que es proverbialmente discreto, lúcido y auténtico, además de poseer una gran curiosidad. Uno no sólo tiene la sensación de que ha leído a casi cualquier autor, sino que compite también en erudición con los expertos. La lectura de sus dos novelas es un inmejorable bálsamo para los lectores con ganas de disfrutar de historias bien contadas y entretenidísimas. La entrevista con este periodista y escritor tuvo lugar en una cafetería del centro histórico de Cádiz situada frente a una librería. Cuatro horas y media de diálogo me demuestran que Óscar Lobato crece cuanto más se le conoce.

Su tercera novela [La fuerza y el viento] se está haciendo mucho de rogar. ¿Cuándo saldrá publicada y en qué editorial?

Eso depende de Alfaguara, mi editorial. Estas macroestructuras con grandes autores en su nómina, y no me incluyo entre ellos, tienen que preparar unas campañas estratégicas muy importantes. Entonces, los que estamos en la cuadra de Alfaguara vamos siendo colocados en función de la programación que realiza la editorial. Por utilizar un símil deportivo, yo juego en un equipo de la primera división, pero soy consciente de ser ese jugador al que le dejan jugar diez o quince minutos del partido. Yo me limito a entregar la novela en el plazo acordado y esperar a que un día me permitan ser titular. No puedo hacer más. De hecho, mi tercera novela quedó terminada el año pasado y está en su poder. Ahora sólo falta elegir la portada y otros detalles menores. Saldrá publicada en 2013, aunque serán los editores quienes decidan la fecha exacta.

Primero fue el mundo del periodismo, después el de la equitación de élite. Ahora toca…

Me parece muy oportuna esta pregunta, porque Cazadores de humo utiliza el artificio del periodismo pero es una novela de aventuras, y Centhæure, el de la equitación de élite siendo una novela negra, de intriga. Me parece fantástico que las definas así y que el lector piense eso porque el tema es lo más difícil de acertar. Con Cazadores de humo utilicé recursos que conocía. Inicialmente, ninguno de los dos protagonistas de esta novela iba a ser periodista. Él iba a ser analista de sistemas y ella, bióloga. Pero claro, había momentos de la trama donde no era lógico que un informático estuviese hablando con un forense. No me compliqué la vida y me pregunté cuál sería la única profesión que puede estar sin desentonar en muchos sitios. Y respecto a mi tercera novela, no puedo decir ni una palabra, pues tengo reservas hasta para decir el título. Además, la editorial nos obliga a ello, sobre todo a los periodistas, porque sospechan que nuestras temáticas son más vivas y más fluidas que la de los demás escritores. Y pueden ser conocidas por otros periodistas escritores.

¿Será al menos una historia de ficción con base real, como usted nos tiene acostumbrados?

Efectivamente me gusta contar historias de ficción con una base muy real. Te puedo afirmar que será una historia de una rebeldía brutal, donde los protagonistas son un grupo de personas que resulta absolutamente inconcebible que estuvieran tanto tiempo haciendo lo que hacían sin que nunca los pillaran. Es una novela a la que llegué al revés, es decir, partí de una situación hipotética, siempre basado en ideas que tenía de hechos reales. Pero cuando empecé con ella me di cuenta de que se me estaba escapando de las manos. Consulté entonces con un experto de un campo muy delicado como es el sector de la inteligencia. Y este amigo, habitualmente dedicado a cosas muy malvadas, se me queda mirando y me dice: O sea, que vas a contar la historia del niño de fulano… ¡Yo no sabía ni que existía el niño de fulano ni el propio fulano! Mi novela se extiende a lo largo de muchísimos años, por lo que había zonas en nebulosa que tuve que completar. Pero tuve la suerte de contactar con dos mujeres que vivieron y conocieron de cerca a los protagonistas. Una, familiar directa, y la otra, la novia de uno de ellos. Por otra parte, no me atengo sólo a lo que hicieron, sino que les atribuyo “méritos de otros”, como habitualmente hago en mis novelas. Así gana la tensión narrativa y sobre todo el lector. Creo que va a ser un auténtico bombazo, porque el lector va a tener acceso a ciertas materias oscuras sumamente útiles en la vida, como la evasión de impuestos. Para mí fue un auténtico descubrimiento.

¿Está escribiendo una cuarta novela?

Ya tengo terminada un tercio de la cuarta, que va saliendo con una rapidez extraordinaria debido a que estoy elaborando algo que no había hecho en las otras tres, y que no voy a volver a hacer. En las tres primeras le doy al lector la oportunidad de comprobar las radicales de esas novelas con su propia vivencia cotidiana, mientras que esta vez juego a anticiparlas. Luego no tengo que confrontar tanto, sino que proyectar, sin perder de vista la realidad, porque es básicamente lo que persigo. Yo la calificaría como una novela de anticipación, pues pongo a la gente unos años más adelante, donde se van a encontrar con circunstancias que conocen, se intuyen o ya se ven en perspectiva.

Ha sido personaje en tres novelas de Arturo Pérez-Reverte. ¿Qué tal la experiencia?

Siempre digo lo mismo, llevo años intentando convencer a Hacienda de que no existo y que soy un personaje ficticio de Reverte. Pero fracaso miserablemente porque sigo tributando. Se comprueba una vez más que la gente de Hacienda no lee lo suficiente. Más que la experiencia de ver tu nombre o tu carácter en sus novelas, me parece divertido, porque como dice Arturo, «los amigos están para putearlos». Esta experiencia no es nada comparada con la experiencia de tener su amistad personal.

¿Qué significa Arturo Pérez-Reverte para usted?

Para mí primero ha sido un amigo, porque nos conocimos en la época periodística. Entonces aprendí a respetar a un tipo que era famoso en el oficio. Sin embargo, lo más impactante de Arturo era el absoluto conocimiento en profundidad de los resortes y de las posibilidades de la profesión. Eso lamentablemente no se enseña en las facultades, por lo que tener al lado a alguien con ese bagaje profesional es extraordinario por lo que aprendes. Posteriormente le fui siguiendo su trayectoria literaria, y entonces aprendí a respetarlo y admirarlo como autor. Si tuviera que decir el nombre de mi maestro, sería sin duda el de Arturo Pérez-Reverte. Tú y yo hemos tenido la suerte de combinar, o la maldición, nunca se sabe, las dos profesiones y los dos campos, o sea, escribir literatura y hacer periodismo. Y nos influye tener amigos escritores, algunos de ellos de renombre, que aunque son tipos divertidos y geniales poco te pueden enseñar en el fondo. Con Reverte no pasa eso. Una persona como él, que es capaz de galvanizar ante un libro a una cría de 13 años y a un señor de 90, y te estoy hablando de lo que he visto, es un mago de la literatura. Evidentemente a todos no les gusta, pero con que le guste a una gran mayoría está más que salvado. Sin embargo, para mí lo más importante es el amigo que tengo en Reverte. Cuando no se habla de literatura ni de periodismo, se habla de un montón de cosas, y en todas demuestra que es un contertulio cultísimo, avisado en el sentido de que ha aprendido mucho en la vida y tremendamente respetuoso con las opiniones de sus amigos, aunque sean opuestas a las suyas. Escucharlo hablar sobre algunos temas es un auténtico placer. Ese no es el personaje público que como él no se cansa de repetir lo creó para los artículos semanales, con ese tono insolente, osado y atrevido. Muchas personas se creen que es así, pero ese es un problema de la gente. Tener como amigo a Arturo Pérez-Reverte es una de las mejores cosas que me han pasado en la vida.

Ha comentado en bastantes ocasiones que los adultos más fascinantes son quienes han leído y viajado mucho.

He viajado siempre muchísimo, pero ahora con mi esposa los viajes son mucho más intensos. En lo bueno y en lo malo. Esta pasión que ambos compartimos por viajar y por leer nos ha enriquecido una barbaridad y nos ha hecho ser un matrimonio bastante estable y feliz. El otro día hacíamos cuenta: yo he viajado a 32 países con estancias más o menos prolongadas, e incluso viviendo allí durante un tiempo, y Maribel, a 21. Viajar es una experiencia fascinante, con la ventaja de que no necesitamos los grupos organizados al hacernos compañía mutuamente. A veces hemos comprado un paquete y cuando llegamos al sitio, nos perdemos y no nos ven el pelo hasta el día de la salida. Y respecto a la lectura, tú escribiste el otro día un reportaje muy interesante sobre bibliófilos, bibliópatas y bibliómanos. Pues bien, yo me considero de una cuarta categoría que no estaba recogida ahí: bibliófago. Yo contraje una enfermedad desde niño consistente en alimentarme de libros, con un apetito desordenado, hiperconvulso, que lee de todo y sobre todo. Mi cuñada recuerda una ocasión en la que fue a recoger algo a mi mesilla de noche y vio allí un libro sobre la cría de conejos. Soy capaz de leer dos o tres libros al mismo tiempo y gozarlos todos por igual, saltando de un tema a otro sin transición. Recuerdo haber estado leyendo dos novelas en la duna de los montes de Barbate, sentado bajo los pinos: Olvidar Palermo, de Edmonde Charles-Roux, y Buenos días, tristeza, de Françoise Sagan. Al mismo tiempo estaba observando el Océano Atlántico en un precioso día de verano. Raras veces he conseguido ser más feliz.

¿Es bibliófago desde niño?

En mi adolescencia leía unos seis libros a la semana. Y cuando era verano y tenía tiempo libre, imagínate. Esto tiene una lógica, pues me crié interno. Cuando dominabas el internado, te ibas haciendo con las llaves de todo, especialmente de la despensa porque se pasaba mucha hambre. Una de estas llaves que conseguí fue la de la biblioteca, pero no la de los alumnos sino la de los sacerdotes jesuitas que regían el colegio. Nosotros teníamos una biblioteca de alumnos, donde leí a Enid Blyton o Julio Verne, y yo además la otra, donde devoré Otello, La Odisea o La máscara de carne, de Maxence Van der Meersch. Esto me hacía pasar la barrera de todas las edades. Ahora leo incluso más que antes porque no tengo otra cosa que absorba mi atención. De hecho, casi no veo televisión, salvo informativos, documentales y como soporte para cine. Así que no sé quienes son esos conductores de programas de impacto tan conocidos por la gente.

Algunos incluso escriben novelas.

O lo intentan. No estoy obligado a ver sus programas y tampoco estoy obligado a leer sus libros. Opino que la persona que triunfa conduciendo uno de esos programas no tiene nada interesante que contarme.

Los personajes femeninos de sus novelas resultan sumamente interesantes y atractivos, en todos los sentidos.

El personaje de Saurina Vallseca [Cazadores de humo] resulta interesante porque es la combinación de cinco mujeres reales muy, muy atractivas. Cada una de ellas, de por sí, era impactante. Pero lo mismo le pasa a Lluvia Ruiz-Gollury [Centhæure], que en mi opinión es aún más aguerrida e hija de puta que Saurina, pese a que se la ve como una delicada amazona y una niña bien. Esta capacidad de combatir de la mujer, y de ser también la víctima principal, creo que llama la atención de todos los escritores. Ahora se está reponiendo Los miserables, de Víctor Hugo, que tiene que estar revolviéndose en su tumba, y las mujeres son lo mejor de este musical. El problema es que durante mucho tiempo la percepción femenina ha estado condicionada por un Hollywood limitadito, muy proclive a la censura moral y a convertir a la mujer en un personaje secundario. No me imagino a Clark Gable en Lo que el viento se llevó diciendo esa frase que pronuncia Vivien Leigh al final de la película, A Dios pongo por testigo de que jamás volveré a pasar hambre. Entre otras razones, porque él va sobrado. En cambio ella lo ha perdido todo. Esta idea de la mujer condenada por los dioses que se enfrenta a su destino es de las más apasionantes de la literatura. Me alegro si he conseguido hacer interesantes a mis personajes femeninos, porque es lo que pretendía.

Su interés por las mujeres es muy llamativo.

La educación estaba separada por sexos en la época en la que estudié. Por decreto. Yo hice la primaria en una academia mixta, pero el bachillerato en un colegio masculino. A eso le añades que era interno, con lo cual ni siquiera te cabía el contacto exterior con las chicas. No podíamos interactuar con ellas, o lo teníamos limitada al mínimo. Esto despierta en mí un interés especial por la mujer al ser una criatura a la que no estoy acostumbrado a ver todos los días. Tengo además la suerte de que mi madre y mi hermana son dos mujeres fascinantes. Luego hay una condición que tenemos quienes nos dedicamos al periodismo: somos observadores. A mí, cuando empecé a trabajar, siempre me sorprendía mucho las reacciones de las mujeres ante los problemas. Y además solía comprobar que en el 90% de los casos su enfoque era más útil, más práctico e incluso más brillante. Y eso sin embargo no lo apreciaban los jefes masculinos. Parecía normal que una chica resolviese un problema, pero si ese mismo problema lo resolvía un chico, era un machote y había que celebrarlo. Pero al mismo tiempo aprendí que ellas mantenían una especie de lucha soterrada doble. Una con los hombres, a la que se veían abocadas sin ellas pretenderlo. Y luego otra entre ellas mismas. Terrible.

¿Ha tenido jefes de ambos sexos?

He tenido jefes masculinos y femeninos, algo no muy habitual en España para la gente de mi edad, que sólo estábamos acostumbrados a obedecer a hombres. Pero en periodismo hay mujeres al frente de las secciones y como redactores jefe desde hace mucho tiempo. Y son unas profesionales fabulosas con capacidad de mando, de selección de la noticia y de motivación del personal. Nunca tuve ningún problema con ninguna de mis jefas, a diferencia de muchos de mis compañeros. Y sí lo tuve con jefes masculinos, es curioso. Cuando uno de mis jefes ha sido un imbécil, no le hacía caso porque a mí ningún idiota sentado en un despacho me da órdenes. Yo siempre he respetado la maestría, el conocimiento, sea del sexo que sea. En el periodismo escrito pasa como en la infantería, es decir, somos la carne de cañón de la información. Y si ya hablamos de infantería femenina…

¿Le gusta jugar con sus lectores?

Es una de mis grandes obsesiones cuando escribo. Yo narro un hecho determinado y muchos lectores comprueban esa información. Y el lector te respeta más por eso, porque comprueba que una cosa que aparece de pasada en tu novela es una verdad como la copa de un pino. Ahí es donde están tus armas como narrador y donde tú adquieres una ventaja sobre el lector.

¿Presta usted especial atención a las críticas? ¿Le influyen de alguna manera?

No, pero hasta ahora quienes han reseñado mis libros lo han hecho de manera favorable. Aunque tampoco creo que me afectasen demasiado si fuesen negativas. Quizás he tenido suerte porque he dado con críticos inteligentes. No soy además un autor que esté bajo el foco mediático. Yo escribo para lectores, no para la crítica, porque son dos cosas diferentes aunque tengan algunos puntos de coincidencia. Y afortunadamente los lectores son seres muy libres que saben lo que quieren y lo que no quieren, lo que les gusta y lo que no les gusta. Precisamente porque es lector no necesita que nadie le alumbre sobre lo que debe leer. El papel de la crítica es más limitado de lo que pensamos. Lo que sí me resulta muy curioso es cuando un lector me intenta explicar lo que yo he querido decir o me saca reflexiones, deducciones o conclusiones que no me había planteado siquiera, lo que me convierte en el doctor Frankenstein, pues mi criatura está tomando una vida que no esperaba. Esto me demuestra que el poder de la literatura excede lo escrito. Sé que he triunfado cuando me dicen que les ha gustado mi novela, que han disfrutado con ella y que llegan a conclusiones.

Aún se recuerdan sus divertidísimos artículos de sucesos, como el de una pareja detenida por celebrar con sexo en público el ascenso del Cádiz…

Para escribir crónica negra tienes que utilizar un toque de humor, pero no de humor negro. Y debo de tener razón cuando la gente se reía leyendo mis crónicas de sucesos. No es más que el uso del idioma como instrumento de diversión. Creo que los periodistas hemos logrado aburrir a la gente porque en el fondo somos muy aburridos. Y debemos ser más divertidos. Es una obligación informativa urgente. Si yo fuese director de un periódico, haría que todos los novatos pasasen el primer año cubriendo la crónica de sucesos. Recomiendo leer la novela El laberinto de las sirenas, de Pío Baroja, una lección magistral de crónica de sucesos. O leer a un periodista actual como Pedro Ingelmo, que trabaja en Diario de Cádiz, autor de un libro de crónicas negras llamado Galería del crimen [Quorum Editores], en el que cuenta la historia de una provincia tomando sucesos reales como punto de partida. Por libros como éste, de una gran experiencia literaria, Ingelmo se convierte en el periodista todoterreno que todos debemos aprender a ser en contrapartida con la actual hiperespecialización. Si hubiera que modificar la enseñanza del periodismo en la universidad, lo primero sería quitarle años a la formación. Ya hay universidades que lo están haciendo. El periodismo no es una carrera universitaria, la hizo universitaria Manuel Fraga Iribarne por varias razones. En Gran Bretaña, por ejemplo, cuando alguien finaliza los estudios universitarios en periodismo, eso no lo convierte en periodista hasta que no empieza a trabajar, como sucede en España con los licenciados en Derecho, que no son por ello abogados. Al periodismo informativo le falta contacto directo con la realidad, y de hecho puede morir por este padecimiento, y le sobra vaguedad y el solucionarlo todo con Internet. La Red es una magnífica herramienta, no un fin ni una fuente en sí. Cuando un periodista se olvida de este detalle, se convierte en un mal periodista.

Escribió el obituario de Jaime Pérez-Llorca, que tituló Una mente maravillosa. Su mente tampoco está mal.

No me puedo comparar con Jaime porque era una persona que hablaba correctamente cuatro idiomas, con una experiencia profesional muy amplia y al día en la evolución tecnológica de algo tan complicado como es la industria armamentística. Trabajó en la OTAN, lo que demuestra que se puede ser de izquierdas y trabajar allí. Su cerebro era punto y aparte, como considero que le pasa a Arturo Pérez-Reverte. Estas personas tienen cerebros privilegiados, y hay uno, dos o tres por siglo con estas características. Yo no tengo tanta capacidad como la gente me atribuye, lo que pasa es que tengo mis neuronas mejor conservadas al dedicar muy poco tiempo a la visión de televisión y dedicar muchísimo tiempo a la lectura, no sólo libros sino también revistas especializadas de temas muy dispares, por lo que recibo bastante más información que otras personas. Tengo retentiva, eso sí. Y creo que mi memoria es muy alta, entre otras razones porque la he desarrollado a lo largo de los años.

Sus compañeros de profesión le definen como un autodidacta compulsivo…

Ser autodidacta en la vida es bueno hasta cierto punto. Si eres autodidacta, tienes que aprender también cuáles son tus limitaciones y no meterte en berenjenales que te sobrepasen. Con los años he aprendido a decir no a cosas que no sé hacer. Y esto hoy no se enseña. En las universidades están enseñando a los jóvenes a mentir descaradamente y a decir que ellos son capaces de hacer eso y más. Y se están impartiendo titulaciones donde subyace la idea de que tú eres un gestor económico y que eres capaz de gestionar cualquier sector. ¡Mentira! Antes tendrás que conocer el sector. Este divorcio praxis/teoría es demencial, sobre todo en ciencias de la información. Hasta el punto que hay universidades privadas, como la Pompeu Fabra, donde están ventilando la carrera de periodismo con dos años y un posgrado, chocando con los cinco años de las universidades públicas.

¿De qué temas no sabe algo Óscar Lobato?

¡De tantos! La vida tiene tantísimas facetas que resulta imposible abarcarlo todo. Me queda muchísimo por aprender. Cuando no sé de un tema, me callo y escucho al que sabe. O leo.

¿La curiosidad es la virtud fundamental para un escritor?

Indudablemente. Si uno quiere ser escritor, hay que viajar mucho, leer muchísimo y tener una extraordinaria curiosidad para ver detalles más allá del campo de visión normal del no lector. En el fondo, leer es como saber ver en la oscuridad. Una persona lectora está mirando un cuadro y está reflexionando sobre qué le recuerda ese cuadro, en qué año se pintó, qué acontecimientos importantes pasaron en esa fecha, cuál era la biografía del pintor, etcétera. Indudablemente hay genios, como Julio Cortázar.

¿Cómo es un día habitual en su vida?

Me levanto muy temprano, a las seis, llevo a Maribel al trabajo, desayuno mientras leo la prensa, también la extranjera, y me pongo a escribir hasta aproximadamente las dos y media de la tarde. Recojo a mi esposa, comemos juntos y aprovecho un rato para ver alguna película. Después me pongo a repasar lo escrito por la mañana, salgo a correr más o menos tiempo dependiendo de la climatología y regreso a casa para ducharme y cenar. Hay veces que puedo estar metido en la cama a las ocho, donde leo durante un par de horas. Mi mujer dice que cuando me acuesto hago una especie de despliegue, pues tengo un pequeño atril donde sitúo el libro que estoy leyendo y también el ordenador portátil porque me interesa visionar los escenarios donde se está desarrollando lo que leo. Una de las últimas novelas que he leído ha sido Palmeras en la nieve, de Luz Gabás, ambientada en la isla de Fernando Poo. Pues mientras la leía, iba visionando en el ordenador imágenes, videos o información sobre la isla. También me llevo varios diccionarios a la mesilla de noche y una libreta en la que tomo notas de las ideas que me sugiere la lectura que tengo entre manos. No es una vida que resulte impresionante ni que pueda fascinar a mis lectores. Es simplemente ordenada. Y reconozco que me gustaría llevar una vida monacal, o sea, vivir en Mónaco [carcajadas]. En este aspecto me siento igual que Tolkien. Sus alumnos se quedaron alucinados cuando se enteraron que él era el autor de El señor de los anillos. Para ellos, su profesor era un tipo aburrido. Si los lectores vieran cómo es mi vida, pensarían que no merece la pena ser escritor.

¿Cómo tiene la imaginación?

Muy bien. Incluso se agudiza con el paso de los años, es sorprendente. Yo pensaba que la imaginación más fértil es la de los niños, porque es más viva, más rápida. Pero la intensidad de la imaginación cuando te vas haciendo adulto es mucho más rica. Creo que mi imaginación es más aguda, más perceptiva y más brillante, dicho sea todo esto entre comillas, que la que podía tener con trece años. Arturo [Pérez-Reverte] dice de mí que escribo como los francotiradores: apunto, disparo y mato. Este proceso intelectual de imaginación me ha ido llegando con los años. Yo no quería empezar a escribir muy pronto porque quería tener cosas que contar. Me gusta imaginar historias, y noto como si eso fuese el filo de una catana.

¿Se ha encontrado con alguna de sus dos novelas en un mercadillo o librería de viejo?

Afortunadamente no. Juan Manuel [Fernández, librero de Manuel de Falla] dice que mis novelas se venden como gotas chinas, lo que significa que llevo años vendiendo de seguido aunque en pequeñas cantidades. Tampoco tengo una obra tan extensa como para tener muchos libros míos por ahí repartidos. Sospecho que ahora con la crisis, algunos lectores de desprenderán de parte de sus bibliotecas y a lo mejor cae algún libro mío. Lo que sí me resultó impactante es cuando vi a una chica leyendo Cazadores de humo en el Metro de Madrid. Por supuesto esa persona ignoraba que yo era el autor. Cuando empecé a escribir, me juraba que iba a hacerlo para la gente que pasa mucho tiempo en el transporte público, darles esa necesaria compañía. Por eso, cuando vi materializado mi sueño fue una sensación superdivertida. Pude además en un momento determinado fijarme por qué parte del libro iba, con lo que me resultó fascinante observar sus reacciones.

¿Cuáles son las cualidades que más aprecia en la gente, en sus amigos?

Aprecio pocas cosas de la gente común porque el ser humano no pasa por su mejor momento. La intolerancia, la sinrazón o el racismo resurgen con brotes episódicos, lo que demuestra que somos más brutos y más incapaces que hace treinta años. Esto se ve también en la escena política, donde el franquismo ha vuelto a aparecer con las mismas fórmulas de actuación y de pensamiento. Y además elegido por sufragio. También comprendes que las instituciones económicas que rigen el mundo están llenas de miserables, y como los pobres imitan a los ricos, hemos convertido el pensamiento miserable en un ejemplo a seguir. Un buen ejemplo es el personaje de la película Wall Street, Gordon Gekko, cuyo lema «hay que ganar dinero por encima de todo y de todos» es en estos momentos un valor social en alza. Y respecto a mis amigos, decir que son los mismos desde hace muchos años y que cada vez los veo mejores porque el paso del tiempo los ha ido haciendo más maduros. Admiro mucho a mis amigos y eso es lo mejor que me puede pasar.

¿Quién es Óscar Lobato?

Siempre me gusta citar la frase de Woody Allen, «yo no soy un hombre, soy una duda que camina». Siempre dudo porque siempre necesito conocer algo más. No tengo interés en tener importancia, porque la biología me ha enseñado que mi tiempo cronológico es finito y limitado, y que los hay más y menos brillantes que tú. Además, por nuestra profesión, sé perfectamente cuáles son los mecanismos necesarios para construir un mito falso. Si la gente conociera de cerca a muchas de las celebridades a las que admira por el hecho de salir en televisión, a lo mejor se suicidaban. Por estas razones, intento no pararme a pensar sobre mí mismo. Es un tema que ya tengo resuelto hace mucho tiempo. Lo que no tengo resuelto es cómo ir hacia delante en mi propia existencia.

Usted empezó como periodista. ¿Cómo se convirtió en escritor?

Por evolución lógica, aunque me convertí en novelista, no en escritor. Para mí el escritor total es, por ejemplo, Juan José Téllez, un señor que escribe poesía, novela, cuentos, ensayo, y para coros, comparsas y chirigotas. Téllez es un polígrafo prolífico. Yo me convertí en novelista, que es una evolución natural del periodista. Novela es una palabra que viene del italiano, de novella, que significa colección de noticias. Es lógico que si me he dedicado durante muchísimos años a escribir noticias, acabase escribiendo colecciones de noticias. Esta evolución es algo que se ha repetido históricamente en España: Leopoldo Alas Clarín, Pío Baroja, Azorín, Pérez-Reverte y tantos otros magníficos novelistas vienen del periodismo.

¿Recuerda cuando fue la primera vez que se sintió escritor?

Cuando fui a la editorial Alfaguara, en la sede del Grupo Santillana. En la puerta me pregunté si era consciente de dónde estaba, porque aquello más que una editorial parece la sede del Banco Mundial. Entrar allí, con esas puertas supermodernas de cristal con tarjetas electrónicas, sentir las atenciones de los trabajadores, de todo el equipo, y ver las fotografías de los autores de la casa, Arturo Pérez-Reverte, Mario Vargas Llosa, José Saramago, Hermann Hesse, Juan Cruz… me hizo preguntarme qué hacía yo ahí. También me sentí escritor cuando vi físicamente mi primer libro.

¿Recuerda bien ese momento?

Sí, claro, nunca lo podré olvidar. Había visto por correo electrónico la portada, las guardas, las galeradas, etcétera, pero aún no el libro físico. La editora me había pedido que fuese a la editorial para conocernos personalmente, porque hasta eso momento todo había transcurrido en la distancia. Y cuando llegué, me encontré allí con mi libro por primera vez. Estaba dentro de una caja de cartón, sobre una mesa. El segundo o el tercero libro pueden ser muchísimo mejores, pero no tendrá nunca el factor emocional de tu primera obra.

¿Cuál es su método de trabajo?

Mi método es absolutamente prusiano. Trabajo, trabajo, trabajo, trabajo y más trabajo. Todos los días, sin excepción, incluso en vacaciones. No conozco otra manera. Puedo pasar al día unas diez o doce horas escribiendo, revistando textos, buscando información para los próximos capítulos. Es un método de trabajo realmente asqueroso, sin nada de gloria, absolutamente distinto de lo que se ve en el cine o en la televisión.

¿Utiliza cuadernos para tomar notas o lo hace todo por ordenador?

Utilizo unas sencillas libretas que reproducen la portada de los libros de bolsillo de Austral, donde apunto ideas para las novelas y para los reportajes periodísticos. Las notas siempre van a mano, y las tomo en cualquier sitio y en cualquier momento. Me gustan también las Moleskine, pero son carísimas, por lo menos para mi presupuesto. Utilizo también la grabadora, sobre todo para las declaraciones de los políticos, para tener cubiertas las espaldas, pero tomo también notas a mano porque me enseñaron a desconfiar de las grabadoras. Escribir lo hago con el ordenador. Y aprovecho para pedir que Word añada un buen diccionario. No me fío de Internet y me parece que Wikipedia es tan útil como confusa. Está bien utilizar Internet como aperitivo, pero no para una comida entera. Por ejemplo, si quieres saber sobre equitación y pones caballo en el buscador, te salen un montón de páginas sobre heroína. Si no sabes lo que buscas, Internet no te va a enseñar.

Para escribir, ¿primero hay que observar o escuchar?

Las dos cosas. Primero observar, porque es más fácil. Y luego escuchar al que sabe, sobre todo para que tus personajes ganen en intensidad. Mi trabajo, gracias a la herencia periodística, consistió durante años en traducir lo que escuchaba para que lo entendiese todo el mundo. A muchos lectores les llamó la atención el personaje de la forense en mi primera novela, pero es que me pasé muchas horas viendo cómo se expresaba una forense. Los tics, las formas o la manera de trabajar están basadas en profesionales reales.

¿Tiene alguna superstición a la hora de escribir?

No. Ni para escribir ni para otras cosas.

¿Es muy perfeccionista?

Perfeccionistas somos todos, porque siempre queremos hacer mejor las cosas. Yo comencé a escribir cuando me sentí preparado.

¿Corrige mucho?

Mucho, mucho, mucho… La mitad de mi jornada laboral consiste en corregir. La mañana es para escribir y la tarde para corregir. Y diferencio también entre corregir y pulir. Corregir se refiere al desarrollo de la tensión narrativa mientras que pulir es para mí un ejercicio de estilística.

¿Dónde escribe?

En mi casa, en una habitación pequeña que llamamos pretenciosamente la biblioteca porque contiene la gran mayoría de nuestros libros. Escribo en una mesa muy escueta, de madera y de tablero fino, que soporta el ordenador y varias bandejas. Es muy parecida a la que podemos encontrar en una oficina.

¿Necesita silencio para escribir o le gusta escuchar música?

Los periodistas no necesitamos silencio para escribir porque estamos acostumbrados a las redacciones de los periódicos. Tal vez prefiera el silencio para conseguir una intensidad determinada en un pasaje concreto, pero poco más. No vivo en una torre de marfil. Me gusta escuchar de vez en cuando Radio Clásica, y no porque sea un amante de la música culta, que no lo soy, de hecho es otro tema del que no sé nada en absoluto, sino porque me serena. Empecé a escuchar música clásica para escribir porque una vez entrevisté a un alto cargo militar cerca de Bruselas y sonaba precisamente Radio Clásica en su despacho. Le pregunté si trabajaba con música y me respondió que era la única manera de no volverse loco debido a que siempre estaba en tensión.

¿Hay algún estereotipo de escritor en el que odiaría caer?

No me gustan los escritores divinos, los que pierden la cabeza por el éxito. Son los intelectuales establecidos en su charca, ni siquiera en su ciudad, que en muchos casos han publicado un libro en una pequeña editorial sin distribución pero que se creen inmortales. Esos escritores divinos son unos miserables como personas, no como escritores. El que piensa que ya es alguien por haber publicado un librito en una editorial subvencionada o marginal, se equivoca. Otra cosa es que sea una cuestión alimenticia, porque entonces me callo. Soy un periodista que se pregunta siempre el por qué de todas las cosas. Llevo haciéndolo toda mi vida. Y por eso no deberíamos caer en esos errores personales. Cuando estás de promoción, ves entrar al periodista que hace ese trabajo todos los días y sabes que controla del tema, y nada más hacer la primera pregunta lo reconoces, porque tú has hecho eso infinidad de veces. También te encuentras al pobre o la pobre que le han dado tu libro a la entrada y que además tiene que hacer las fotos y dos minutos para la radio. Y como también te reconoces, le intentas hacer fácil la vida.

¿Por qué leer?

Para huir, para evadirse, por placer, para vivir. En mi tercera novela hay una frase que dice así: “Quien lee, encuentra razones para vivir o para morir”. Cuando una persona lee, realiza un acto contra natura, porque nadie nace sabiendo leer. Aprender a leer es un proceso lento, difícil y, para muchos, doloroso. Es más, hay gente que lo odia de tal manera que se olvida de practicarlo en su vida diaria. Sin embargo, quien lee, tiene una defensa natural contra la información o la narración que le está llegando a través de la lectura. Hay que leer también porque cabrea al Gobierno.

¿Cómo se debe leer?

Depende de lo que leas. A lo mejor el teatro y la poesía se deben leer en voz alta para captar el matiz y porque están pensados para ser representado y declamado, respectivamente. Pero en principio se debe de ser sin voz, de manera interior.

¿Cuántas horas diarias dedica a la lectura?

Un mínimo de dos horas, entendiendo lectura para mi asueto. En vacaciones mucho más tiempo, porque tanto Maribel como yo somos dos lectores empedernidos. Hay algunos sábados en los que nos tumbados en el sofá, después de recoger la casa, y leemos durante horas. Nosotros organizamos las vacaciones con un viaje a España y otro al extranjero. Hay veces que pillamos una superoferta de sol y playa en un magnífico hotel fuera de temporada. Entonces vamos a la piscina, abrimos una novela y somos las personas más felices del mundo.

¿Cuál es su sitio preferido para leer?

Leo en cualquier sitio, aunque me gusta mucho leer en la cama. Ahora me han regalado un teléfono móvil chachi y mientras espero una cita o en la parada del autobús releo El Quijote en el móvil, por aprovechar el tiempo muerto. Después caerá La Celestina, que es la otra novela que viene gratis en el dispositivo.

¿Quién le enseñó a leer?

En los primeros años reproducía lo que hacían mi padre y mi madre. Y entendía lo que leía con tres años, cierto que eran cuentecitos y tebeítos. En el colegio, fue mi profesora Chiruca, que era como un hada, quien me enseñó a leer correctamente. Burroughs escribió en sus novelas de Tarzán que aprendió a hablar y a leer juntando las hormigas, en referencia a las letras tipográficas, que había en el papel de los libros heredados de sus padres. Me gustó siempre esa imagen.

¿Qué libros le han emocionado en su vida?

¡Tantos! ¡Y los que me quedan! Pero por la cercanía, tengo que destacar El tango de la Guardia Vieja, de Arturo Pérez-Reverte, que me parece impactante, sobre todo un momento en el que el protagonista, en dos pasajes seguidos de dos momentos históricos diferentes, narra a tiempo presente el mismo hecho de acción: un robo. Hay que ser un maestro para escribir eso. La ciudad enmascarada, de Rafa Marín, una novela negra, gótica, de intriga, que recomiendo leer a todo el mundo. O la tuya, La sombra vencida, que me impresionó por cómo supiste describir esa niebla interior que envuelve al personaje. Me pareció unamuniana, brillante, asfixiante. Tuve que respirar profundamente mientras la leía porque me asfixiaba. Estos tres libros y tantos y tantos más, además de los tebeos, me acompañan y me hacen ser la persona que soy. No hay un libro que me haya marcado, sino una sucesión enorme de libros que me han marcado.

¿Quiénes son sus autores favoritos?

Voy a citar a algunos amigos: Daniel Heredia, Rafa Marín, Manuel Ruiz Torres, Juan José Téllez, Jesús Maeso de la Torre, Arturo Pérez-Reverte… También quisiera añadir a Vicente Blasco Ibáñez, del que creo que lo he leído todo.

¿Qué libro no ha sido capaz de terminar de leer?

A tres metros sobre el cielo, de Federico Moccia. La película me pareció amena, pero el libro no me interesó lo más mínimo. Es una puesta al día de Tierra brava, de Martín Vigil, pasado por un videoclip musical. En cambio, a mis sobrinas, que son las destinatarias reales de la historia, les ha encantado. El código Da Vinci me pareció la mierda más profunda que he leído, no por la historia en sí, sino por los errores que comete. Parece escrita para analfabetos. Esta novela ha vendido millones de ejemplares, que le han reportado a Dan Brown una pasta indecente. Así que imagínate lo poco que le va a importar al tipo lo que yo opine de su novela mientras se acuesta sobre un colchón de billetes. El último bombazo editorial, Cincuenta sombras de Grey, no lo voy a leer porque las perversiones sexuales que interesan a las norteamericanas medias me la traen floja. Me alegro muchísimo por la autora del libro y por toda la pasta que está ganando, pero ¿dónde está su mérito literario? Igual sucede con Crepúsculo. Su único mérito es haberse dado cuenta de que en un mercado de adolescentes compradoras venden los vampiros guapos y con abdominales. Pero ese mérito se llama mercadotecnia, no literatura.

¿Lee libros en otros idiomas con frecuencia?

Siempre estoy con alguno en inglés o en francés para intentar mantener el idioma en su punto. Pero me llevan muchísimo tiempo el terminarlos. Tampoco tiene ningún mérito.

¿Cómo se puede fomentar la lectura entre los estudiantes que sólo abren los libros por obligación?

Los seres humanos aprendemos por imitación, por lo que un niño querrá leer cuando los adultos que le rodean sean lectores y tengan esa pauta de comportamiento. Y si no lee, no pasa nada. Pero debe ser consciente que luego será un completo estúpido. La vida le va a demostrar que al carecer de conocimientos, no logrará brillar. El ser humano tiene todo el derecho a destruirse. Soy muy respetuoso con el suicidio.

¿Existe una decadencia de la lectura, de los lectores?

Existen cambios, porque si Moccia, con una novela que me pareció insufrible, es capaz de conseguir que mis sobrinas aprecien el placer de la lectura, lo está haciendo de puta madre. El problema es que hay que competir contra algo que antes no existía: el Halo 4. Cuando veo a un adolescente aficionado a los juegos de combate, me encantaría ponerlo en un escenario real de guerra para que comprobase en sus propias carnes el miedo, el dolor, la sangre, que cuando te pegan un tiro en las tripas, apestan, cosas que yo cubrí lamentablemente cubriendo crónica negra. Los jóvenes de ahora entienden que la cultura es algo visual, y ése es un enemigo difícil contra el que combatir. Yo creo que lo visual complementa a la cultura.

¿Qué ha aprendido de sí mismo leyendo que no hubiera podido aprender solo?

Que soy más persona. Gracias a leer, y a aplicar a la vida lo que leo, soy más persona, en el sentido griego de la palabra persona. Haber leído sobre historia, sobre ciencia, sobre medicina, sobre geografía, haber leído para divertirme, tebeos, cómics, novelas, me ha hecho persona, mala o buena, pero persona. Arturo [Pérez-Reverte] me regaló hace poco los Ensayos de Montaigne, que me proporcionan una verdadera paz interior. Porque yo no creo en Dios, pero sí creo que el ser humano tiene un espíritu. Este libro reflexivo, escrito por una persona culta en un momento avanzado de su vida, me proporciona tranquilidad. Y me hace ser más y mejor persona. Y en un momento de la historia en la que los seres humanos están decididos a ser masa gracias al fútbol o a la Fórmula 1, me reconforta ser persona. Yo sé que soy uno más entre esa masa, pero antes soy persona. Funciono de manera distinta a la masa, y no sé si eso es bueno o es malo. También me he encontrado a gente analfabeta culturalmente, pero muy sabia en experiencias vitales.

¿Qué es el libro para usted?

Ante todo un amigo, y puede ser bueno o malo, como cualquier amigo. Y algo que me acompaña desde hace muchos años y que irá conmigo hasta que deje de existir.

¿El libro es el principal vehículo del saber humano?

Sí, o por lo menos uno de los principales, porque cuando lees filosofía, historia o biografías estás entrando en contacto con la mente de la gente más brillante de una determinada época. En este aspecto, el libro es insuperable. La teleserie británica más cuidada de época no logra llegar al valor de un libro sobre esa época histórica. La película El gatopardo, de Visconti, es formidable, brillante, pero en la novela están los olores, los sabores, los ruidos, las ideas, la atmósfera de esa Italia rural, de esa casa de campo, de esa mansión, de ese calor que entra por las ventanas. Igual sucede con El nombre de la rosa. La película es muy buena, pero la novela es mucho mejor.

¿Qué experiencia significativa le convirtió en usuario de libros?

Descubrir que no me aburría. Darme cuenta de eso me cambió la vida. Y los mayores veían muy bien que el niño se quedase leyendo cerca de ellos, entretenido y disfrutando de las aventuras de Sandokán.

¿Dónde suele compra los libros?

En librerías clásicas, donde detrás del mostrador hay un librero que me conoce y sabe lo que busco. Donde encuentro especialización, ternura, un amor por los libros que no encuentro en una gran superficie. Un librero debe ser como un médico de cabecera. En Cádiz compro en Quorum, en Manuel de Falla o en Jaime [Óscar Lobato pidió ser fotografiado con estos libreros para el reportaje gráfico de la entrevista]. También en Las Libreras, que está cerca de mi casa. Esa posibilidad de tener a tu alcance tanto conocimiento, tanto placer, poder acariciar el lomo, las guardas… Cuando entro en una librería creo que todos los libros van a ser míos.

¿Qué opina de las librerías tipo Corte Inglés o Fnac?

No son librerías, son otra cosa completamente distinta. En El Corte Inglés te puedes comprar una camisa o un traje, pero no son camiseros ni sastres. Depende mucho también del vendedor que te toque, sobre todo si le gusta leer. Pero lo normal es que esté un tipo subcontratado, mal pagado y poco interesado por el producto que vende. No tengo una opinión muy formada de Fnac, porque solamente he ido al de Sevilla y no me pareció atractivo.

¿Visita las librerías de viejo?

Sí, especialmente las de Cádiz, Sevilla y Madrid. El problema de los bibliófagos es que compramos compulsivamente, mientras que el bibliófilo elige como un gourmet. Los bibliófagos entramos por un libro y salimos con cinco más. Hace poco me compré en una librería de viejo de Madrid un volumen fantástico y muy útil: El arte de abrir con ganzúas. Me costó además 6 euros. Gracias a él estoy triunfando en sociedad.

¿Cuántos libros suele comprar en un año?

Entre los que compro, los que me regalan y los de mis amigos escritores… una barbaridad. A estos le sumamos los que compra mi mujer. Tal vez compre uno por semana de media, aunque en vacaciones compro muchos más. Una vez fuimos al Monasterio de Piedra, y el pueblo más cercano era Alhama de Aragón, un sitio pequeño al que nos acercamos porque me había quedado sin nada que leer. En el pueblo había una papelería donde vendían también unos cuantos libros. Y allí me encontré con una de las mejores novelas que he leído nunca: Con el viento solano, de Ignacio Aldecoa.

¿Cuál es su posesión libresca de la que se siente más orgulloso?

Tengo un manuscrito del escritor Fernando Quiñones de gran valor afectivo para mí: Encierro y fuga de San Juan de Aquitania. Estábamos cenando cuando me la regaló, lo recuerdo perfectamente. Haberlo leído en esas hojas manuscritas, con sus correcciones a mano, fue impresionante. También guardo con mucho cariño la tesis doctoral de mi buen amigo Rafa Marín: Los héroes Marvel, un universo en expansión.

¿Alguna manía u obsesión con los libros?

[Largo silencio] Sospecho que no, que más bien es la impresión que pueda tener otra persona respecto a mí. Y me refiero al uso de los diccionarios, incluido el de la Lengua Española. Yo aprendo idiomas todos los días, por lo que necesito pararme y consultar el diccionario. Me parece además mi obligación como lector y como amante del idioma. Aunque no es una manía, sino un hábito que me acompaña desde siempre. Entiendo que pueda resultar llamativo si se ve desde fuera, pero para mí es como se debe leer. Con un diccionario cerca.

¿Posee ex libris?

No, no, es una cuestión tan personal que el día que tenga una idea de cómo será el mío, a lo mejor lo hago. Mientras tanto…

¿Están sus libros limpios de notas y subrayados o los marca de alguna de manera?

Los libros prácticos, técnicos e históricos sí tienen notas, marcas y están subrayados, porque después los cito en artículos periodísticos. En cambio, las novelas no suelen estarlo. Y si subrayo algo en una novela es una palabra, y a lápiz, para recordar que tengo que buscarla en el diccionario. Me proporciona mucha información cuando me prestan un libro y veo que está subrayado o con marcas, siempre sin hacerle daño físico. Me da a entender que el libro está leído, que su dueño ha interactuado con él.

¿A qué huelen los libros?

Si hubiera un olor para definir a los libros sería el de la libertad. No obstante, soy de tacto más que de olores.

¿Qué es un libro que no se lee?

De entrada no es un libro. Para que un libro sea libro tiene que ser leído, aunque sea la guía telefónica. Otra cosa es la decoración, como ocurría en la España de los setenta, donde se pedía siete metros de libros para decorar el salón.

¿Qué opina de ese fenómeno que es la Feria del Libro?

Está bien. Yo voy como lector, porque están más baratos pero también porque me gusta encontrarme con amigos que no veo de manera habitual. Otra cuestión es si te toca hacerle la presentación a un amigo, porque entonces voy encantado como telonero. Es lo mejor que se puede hacer en literatura, siempre recordando que el protagonista es él. Yo tengo además una suerte enorme: la publicación de mis libros nunca ha coincidido hasta ahora con la feria del libro, con lo cual esa sensación que han tenido compañeros míos de estar un par de horas tras una mesa para firmar no la he padecido. Vivo en una ciudad donde hay muchos brillantes escritores locales, a los cuales los libreros acuden para que firmen en sus casetas. Y como no soy un autor local… Me llamó mucho la atención algo que sucedió en la pasada feria del libro de Cádiz, donde se reconocían menos visitas pero curiosamente más ventas. Es un signo fantástico, porque si va menos gente y se vende más, es mejor que lo contrario. En resumen, si ayuda a que la sociedad se aproxime a los libros, pues estupendo. Pero es como si me preguntases qué opino de la feria de ganado de Mérida. Es un espectáculo cojonudo aunque yo no vaya a comprar ningún cerdo. La última feria en la que estuve fue la de Trebujena, donde Jesús Maeso presentó La sibila de Colobona [Quorum Editores]. Me encantó ver que un pueblo con una situación económica difícil, con una tradición de tremendo atraso cultural, tuviese su propia feria del libro, aunque solamente contase con dos casetas. Y que se presentase el libro de un amigo con la sala llena de público. Fue fantástico.

¿Ha liberado libros en alguna ocasión?

Sí, he liberado libros pero yo no he recibido ninguno en contrapartida. O no me entero bien de las zonas donde se liberan libros o cuando voy por si alguien cruza alguno conmigo no me he encontrado con nadie. En teoría, cerca de mi casa hay dos sitios para liberar libros. No sé. Quizá es que el servicio de basuras es muy eficaz en mi barrio.

¿Tiene libro electrónico?

No, no tengo, aunque Maribel, que es una lectora voraz, lo tiene y está muy contenta. El libro electrónico y el libro en papel están obligados a coexistir.

¿Qué opina sobre el libro electrónico?

Tiene algunas ventajas, porque es llevadero, cómodo y puede ahorrar espacio. Pero mi relación con el libro es distinta. Yo necesito tener un contacto físico con el libro. Pienso que el libro electrónico es como la revista Playboy a las señoras [carcajadas]. El papel me parece que soporta con mayor grandeza lo escrito. Además, vete a pedirle un autógrafo a tu autor preferido con el libro electrónico.

¿Cómo luchar contra la copia ilegal de libros electrónicos?

Regulando el sector. España se ha convertido en un agujero negro por la desidia de los políticos y de los gestores. Estoy completamente convencido de que al mundo editorial y de la distribución le da más o menos igual vender el producto. Lo que no puede ser es la piratería, ni por los autores ni por la literatura en general. Lo que no deja de llamarme la atención es que la piratería es siempre contra los artistas, nunca contra los ingenieros de caminos o los industriales, que son otras profesiones que también crean. Es más, el público está dispuesto a pagar porque parece que obtiene mejores garantías por ese trabajo. Siempre miramos la piratería desde un punto de vista español, y en España no es que se lea poco, es que no hay el hambre de la lectura que hay en países como Francia, Holanda, Gran Bretaña e incluso Italia, donde entras en librerías normalitas y ves a la gente con cestas llenas de libros. Nos separa un abismo con esos países respecto a los hábitos lectores. La piratería en Estados Unidos o Francia no es un problema tan grave porque tienen una legislación clara y pertinente.

¿El libro en papel será en el futuro un objeto de lujo?

Primero hay que preguntarse si habrá futuro… Si pasa un amplio margen de tiempo, todo acaba siendo un objeto de lujo. Además, si el libro electrónico no tiene el soporte literario, se convierte en un videojuego. La pregunta es si habrá creadores literarios en el futuro.

¿Los habrá?

Es toda una incertidumbre abierta. La caterva internacional de nazi-liberales, cuyos manijeros gobiernan esta nación, aborrece la cultura. Ya tenemos un IVA del 21% sobre producción cultural, en una patria habitualmente refractaria a cuanto suene a instrucción o a ilustración. El mismo país que ha elevado, por cierto y por decreto oficial, los choteos y los cachondeos al rango de manifestación artística. Vivimos en un régimen político que escatima fondos para la investigación y la enseñanza hasta reducirlas al absurdo, con absoluto desprecio hacia quienes las realizan, a quienes las imparten o a quienes las reciben. Esta nación tiene un difícil futuro. En algunos años, nuestra literatura puede verse reducida a ser una mera loa de las proezas de los futbolistas de turno. Ya sucedió con los gladiadores en la Roma más decadente y volverá a pasar. Preveo que a los creadores literarios no les queda otra que volver a actuar como francotiradores, a las primeras de cambio. Mira, los pensadores, los intelectuales más lucidos, los periodistas más comprometidos y, en general, la gente inquieta, han debido echarse al monte de Internet para encontrar espacio. El problema es que, hoy por hoy, la Red es una absoluta cacofonía y sus voces se pierden entre el muchísimo estrépito que la inunda. Auguro un futuro de creadores acosados por jaurías de Werts y similares, auténticos perros de jateo al servicio de unas clases corporativas que viven de expoliar los erarios públicos de los estados. Esas élites criminales han elaborado una doctrina oscurantista, que se imparte como una verdad revelada en universidades muy renombradas. El negacionismo es hoy un dogma, y el esclavismo, un paradigma de coherencia económica. En cualquier caso, y por citar a Demóstenes: “Cuando se pierde una batalla, sólo quienes huyen pueden librar la siguiente”.

Su biblioteca es…

Un auténtico maremágnum, donde hay tratados sobre tecnología de armamento al lado de libros sobre biología, historia, novelas o ciencia ficción, que a mi esposa le gustan bastante. Es además el sitio donde trabajo. Para mí, una biblioteca es la cueva del tesoro de Alí Babá. Me acuerdo de niño, alucinado, cuando entraba en una biblioteca, porque me producían una sensación inmensa de poderío. Los libros son mil puertas por donde evadirte de la realidad. Y no era un típico niño empollón. Pero esa sensación de cueva del tesoro de Alí Babá no se me ha olvidado. Por eso me dice mucho de una persona los libros que tiene en su casa. Y puede que no tenga muchos, pero que lo compagine con otras opciones culturales. Lo malo es cuando no ves ningún tipo de opción cultural, salvo una magnífica televisión plana para ver todos los partidos de fútbol de tu equipo favorito. Es bueno que la gente disfrute con el deporte, pero recuerdo que ver fútbol no es hacer deporte.

¿Cuál es su fondo actual de títulos?

Nunca los he contado, pero imagino que [largo silencio] unos cinco mil tiene que haber, arriba o abajo. Una vez ordené una estantería y allí había cerca de setecientos. Y era sólo una estantería. Eso sí, hay libros en todas las habitaciones de la casa, incluso en el pasillo y en el cuarto de baño.

¿Cuál es el número idóneo de libros para su biblioteca?

A lo mejor no es cuestión de números, sino de títulos. A veces, en una balda con diez títulos de diez autores diferentes hay más literatura que en una sala llena de anaqueles rebosantes de libros. Visto desde ese prisma, es una tendencia infinita, un número áureo. También porque en este país, como antes dije, he visto los libros como ornato de decoración, donde la gente pedía cinco metros lineales de los premios Goncourt en tapa dura, importándole un comino lo que lleven dentro.

¿Qué género predomina?

Todo, aunque quizás el género que menos representación tenga sea la poesía. Lo confieso. Tengo algunos buenos amigos poetas y esos libros suyos son mis únicos poemarios. El poeta es un creador intimista, alguien capaz de presentar sensaciones, de mostrar sensibilidades. En cambio yo soy novelista, o sea, un narrador. Y los narradores narramos hechos o situaciones o caracteres exteriores, pero no sentimientos internos. Eso no quiere decir que no se deslicen. Tengo mucho teatro, porque me ha gustado siempre el teatro leído, algo que heredé de haber estado interno durante muchos años. Hay ensayos políticos, de desarrollo e investigación internacional. Maribel dice que poseo una verdadera colección pornográfica de libros sobre armamento y formas de matar. Y también colecciono libros especializados sobre medio ambiente y naturaleza. Mucha gente que viene a casa me pregunta si soy biólogo porque tengo muchísimos libros de biología.

¿Alguna peculiaridad?

Posiblemente su eclecticismo.

¿La tiene ordenada?

Sí, pero la tengo por sectores. Hay sectores que son de lectura, donde están los libros que me han dedicado los amigos, lo que hace que tus dos libros estén al lado de los de Pérez-Reverte o los de Francisco González Ledesma, y otro sector de libros de trabajo, donde están los de consulta muy constante, porque mis libros técnicos están escritos en papel por auténticos especialistas, incluso en distintos idiomas. Para organizar mi biblioteca no utilizo el Sistema de Clasificación Decimal Dewey.

¿Contiene entonces libros en otros idiomas?

Sí. Hay una zona donde tengo los libros en inglés, francés, italiano y portugués.

¿Guarda los libros sobre periodismo en la parte de historia o en la de ciencia ficción?

Los guardo en la parte técnica. El periodismo, si se hace, es historia. No hace falta hacer historia del periodismo. Eso queda para una asignatura. Y el periodismo real no es ciencia ficción, pues la ciencia ficción es muchísimo mejor que el periodismo. Hoy, al contexto periodismo, le hemos quitado todo el valor y toda la profundidad. Hay un puñado de gente desencantada, que ya salieron desencantadas de la facultad, porque no quieren hacer periodismo, sino salir en la televisión, cosa que por otro lado me parece muy bien. Además, y esto se lo oí hace poco tiempo a una compañera de profesión, si ciertos individuos que se presentan como periodistas son periodistas, yo no quiero ser periodista. Me borro. No soy como ellos.

¿Cómo debe formarse una biblioteca?

Primero, desde la infancia o desde edades muy tempranas. Creo que en toda buena biblioteca hay libros que te regalaron de pequeño. Cierto que son versiones infantiles, pero es un buen comienzo. Luego, con tiempo, con amor y finalmente con criterio. Una biblioteca es el lugar donde tú vas a permitir que otras mentes habiten, así que tienes que aprender a quien vas a dejar entrar en tu casa.

¿Sólo tiene libros en las baldas o también acumula objetos, fotografías u otro tipo de fetiches?

Tengo de todo, premios, medallas, recuerdos de mi vida periodística… Justamente delante de uno de mis pocos libros de poesía, de nuestro amigo común Juan José Téllez, tengo una granada fumígena de la OTAN. Y guardo también con mucho cariño una cuerna de gamo que nos encontramos en La Nava de San Pedro, en Cazorla.

¿Qué libros le faltan en su biblioteca?

Hay veces que uno piensa en comprarse un libro por su valor bibliófilo. Reconozco que me gustaría tener una primera edición de El Quijote o de El Conde de Montecristo, por poner dos ejemplos. Pero si no los tengo, no importa. En cambio, le estoy muy agradecido a las colecciones de bolsillo de Austral y de Reno, que editó en su tiempo Plaza & Janés. Austral y Reno son para mí dos palabras claves. Hablamos de libros con unos precios muy asequibles que me aportaron muchísimo y llenaron horas y horas en mi vida que me hicieron crecer como ser humano y madurar como autor.

¿Posee libros heredados de su familia?

Sí, aunque las familias generalmente lo que te legan son enciclopedias. En mi caso son las enciclopedias Monitor, Labor, la Espasa Calpe y la Larousse.

¿Hace expurgos con frecuencia?

No los hago con frecuencia, sino cuando me obliga la necesidad de espacio físico. Los libros que son rematadamente malos, que los hay y sospecho que los seguirá habiendo, van a la basura seguro. No tengo ningún remordimiento por ello. Le tengo mucho respecto a la palabra impresa, pero si hay que quemarlos, los quemo. Cuando considero que un libro merece una segunda vida, lo dono o lo libero. El tema de la liberación de libros en Cádiz no es muy serio, así que los dono a una ONG que los lleva a países de Latinoamérica o de África, donde todavía pueden servir a otras personas como en su momento me sirvieron a mí.

¿Qué biblioteca ha visitado y le ha fascinado?

La de Arturo Pérez-Reverte es fascinante, como tú bien sabes. La biblioteca y el dueño. Pero particularmente sobrecogedora es la Cambridge University Library. No solamente entras en esas salas con esas impresionantes escenografías victorianas, sino que también ves el discurso que Einstein dio en la BBC para un programa de ciencias. Me entusiasmaron asimismo la del Trinity College en Dublín y la Biblioteca Geral de la Universidad de Coimbra. Son una perfecta fusión de arquitectura y recogimiento para la lectura, en mi modesta opinión. Disfruto mucho en la Garrison Library de Gibraltar, reabierta hace poco tiempo con todo el empaque de las grandes bibliotecas británicas. Y con una zona de lectura al aire libre muy buena. Visité la del Vaticano con mucho interés, pero no me resultó especialmente impresionante porque me pareció un parque temático que me evocó en algunos momentos a la de El nombre de la rosa. Me impresionó más la cartografía que la biblioteca. Yo utilizo mucho la Municipal de Extramuros de Cádiz, que depende del Ayuntamiento, y la Provincial, de la Junta de Andalucía, que considero extraordinarias. En general me suelen impresionar todas las bibliotecas.

¿Qué bibliotecas le gustaría visitar?

Tengo un sueño: tener mi propia enorme biblioteca y retirarme a disfrutar de esas mentes que escribieron las maravillas universales. Es un irrealizable, sobre todo por cómo está ahora la cuestión económica. No tengo ningún interés en una biblioteca particular, sino tener mi propia enorme biblioteca.

Óscar Lobato (Madrid, 1958) es periodista y escritor. Ha desarrollado su trayectoria profesional en las agencias de noticias LID y EFE, así como en los periódicos Diario 16, Europa Sur y Diario de Cádiz, además de colaborar en El País, SER, Unatv y El Independiente de Cádiz. Ha trabajado para la Administración General del Estado en la Subdelegación del Gobierno en Cádiz. Es autor de las novelas Cazadores de humo (Alfaguara, 2007) y Centhæure (Alfaguara, 2009).