Luis Alberto de Cuenca (c) Julián de DomingoLuis Alberto de Cuenca, poeta, ensayista y traductor. (c) Julián de Domingo

Alto, con el cabello hacia atrás, perfectamente peinado. Siempre elegante, con estilo. Y propietario de una exquisita biblioteca que supera los 35.000 ejemplares. Luis Alberto de Cuenca representa la evolución de la poesía española en las últimas décadas porque la suya es una aventura estética de primer orden. Leer un poema de este hombre ordenado, por pequeño que sea, le hace a uno entrar en un trance del que no podrá salir nunca. Ama el cine, la música, los libros y, sobre todo, la literatura, al margen de ser un apasionado de los cómics y de los libros ilustrados. Al pie de su retrato bien podría figurar la inscripción que el admirado Baltasar Gracián hizo poner bajo el suyo: “Escribiendo sus libros se describió a sí mismo”.

Su primera poesía (Elsinore, Scholia) está claramente cargada de referencias culturales y librescas, a ratos barroca, sugerente y hermética que pide un lector formado y dispuesto a sumergirse en sus entresijos. Sin embargo, sobre todo a partir de La caja de plata, su poesía se hace más accesible. ¿Por qué se produce este cambio, si es que considera que se produce un cambio?

Cambié yo, no mi poesía. Me hice mayor, maduré, salí a la calle. A consecuencia de esas tres cosas, una vida más intensa empezó a respirar en mis versos.

En sus orígenes la poesía se cantaba o se acompañaba de música. Posteriormente la poesía culta prescinde de la música y el texto queda solo como único elemento expresivo. ¿Cree que cuando se musicaliza un poema o se escribe expresamente un texto para ser cantado no estamos regresando a los orígenes de la lírica? ¿No cree que la poesía debe ser escuchada antes de ser leída? Su colaboración con la Orquesta Mondragón o con Loquillo apunta en esa dirección.

Por supuesto. La poesía lírica está hecha para ser recitada o cantada. Siempre que me lo preguntan, digo exactamente lo que usted acaba de decir.

¿Qué tal la experiencia de escuchar sus poemas en la voz de Loquillo?

Inolvidable. Dos personajes se funden en esa experiencia, y hasta diría que se convierten en una sola máscara protagonista.

Percibo una gran dosis de fina ironía en muchos de sus poemas. A lo largo de la historia de la poesía española muchos autores han empleado este recurso como una forma de lucha contra el desencanto. ¿Entiende que sus poemas sólo cumplen con una continuación de esa tradición tan española, o en su caso particular, la ironía es una íntima necesidad expresiva?

Necesito la ironía. Me acompaña de forma perenne en mi modo de ver el mundo, de percibir la realidad. Y me ayuda, en efecto, a mitigar el desamparo (más que el desencanto).

La poesía de estos últimos años ha vuelto los ojos al mundo del cine, del cómic, de la cultura pop, etcétera. ¿No cree que los poetas, de tanto repetirse y copiarse los unos a los otros, han agotado los temas tradicionales (Ubi Sunt, Carpe Diem, Tempus Fugit…) y tienen que mirar hacia Superman, Obi Wan Kenobi y Marilyn Monroe?

No. En el cine, en el cómic, en la cultura pop perviven los temas tradicionales, y estos nunca se agotan: son inherentes a la condición humana.

Decía Rimbaud que el poeta ha nacido para soliviantar a los infiernos. ¿Cuáles son sus avernos particulares?

Son infiernos muy agradables: tienen que ver con la épica, la literatura fantástica y el cómic clásico.

De entre los títulos que conforman su obra, ¿sería capaz de destacar un par de ellos y alegar las razones de tal selección?

La caja de plata (Sevilla, Renacimiento, 1985) y El reino blanco (Madrid, Visor, 2010). No tengo razones para preferirlos. Pero hic et nunc son mis favoritos.

Usted colecciona muñequitos, figuras, chismes de todo tipo, además de libros. ¿El coleccionismo es una enfermedad?

Una enfermedad que sana. Una especie de vacuna contra la enfermedad de vivir, contra el vacío.

¿Se puede ser un enfermo del libro, como escribió Miguel Albero?

Decía Pierrot-Belmondo en la película de Godard que éramos como muertos a los que se había permitido asomarse a la vida por un rato. Durante los años que dura ese rato enfermamos de muchas cosas: entre otras, de los libros y a causa de los libros.

¿Cuál es la diferencia entre bibliófilo, bibliómano y bibliópata?

El bibliófilo es más cursi: solo compra libros caros. Prefiero ser bibliómano o bibliópata.

¿Perdería la cabeza por ¡un tercio de línea!, como el protagonista de El bibliómano, de Charles Nodier?

Por cosas mucho menos importantes he perdido en más de una ocasión la cabeza, y hasta el resto del cuerpo.

Recomiéndenos tres libros sobre libros que considere imprescindibles.

Franciscus Columna de Nodier, los muchos tomos de la editio maior del Manual de Palau, la Introducción a la historia del libro y de las bibliotecas de Millares Carlo.

¿Cómo fue la experiencia de dirigir la Biblioteca Nacional?

Muy positiva. Me sentí como el minotauro de un laberinto de papel impreso.

¿Cuáles son las cualidades que más aprecia en la gente, en sus amigos?

La lealtad, el sentido común, el interés por las humanidades lato sensu.

¿Cómo es un día normal en su vida?

Me levanto a las 7:00, me ducho, me visto, me voy a mi despacho del CSIC, donde estaré trabajando hasta las 15:00 aproximadamente. Por la tarde leo, traduzco, doy una charla, participo en programas de radio, voy al cine…

Sus editoriales preferidas son…

Me encantan las viejas colecciones de Aguilar en papel biblia, y las series para niños de Araluce.

¿Qué significan los tebeos para usted?

Una de las justificaciones de mi vida. Siempre he vivido entre tebeos.

¿Y Tintín?

Una de las obras maestras que ha dado el siglo XX.

¿Qué es un libro que no se lee?

Un amigo cabreado.

¿Se ha encontrado en un mercadillo o librería de viejo alguno de sus libros? Si es así, ¿qué sintió?

Me he encontrado libros míos en el mercado de viejo. Muchos de ellos con su dedicatoria a personas de las que, como es obvio, he tomado nota (siempre que no se hubiesen muerto antes, claro).

¿Con qué odia perder el tiempo?

Con eso que suele llamarse vida social y que resulta tan insulso.

¿Qué proyectos librescos tiene entre manos?

Un nuevo libro de versos. Una edición bilingüe de El Cíclope y Las Fenicias de Eurípides. Una traducción de Macbeth.

Un deseo por cumplir.

Ver crecer a mis nietas María y Genoveva.

¿De qué vive ahora usted?

Del amor de mis seres queridos. Y, en lo material, del CSIC, donde soy Profesor de Investigación desde hace muchos años.

¿Quién es realmente Luis Alberto de Cuenca?

Pregúnteselo a mi mujer, a mis hijos, a mis amigos. No entra dentro de mi estética definirme a mí mismo.

Hemingway decía que escribía sobre lo que sabía. Otros escritores escriben para averiguar. ¿Para qué escribe usted?

Para poner en limpio el borrador de lo que se cuece dentro de mí y tratar de entenderlo.

¿Escribir es entonces una forma de entender el mundo?

Es, más bien, una forma de intentar descifrarlo. Luego no se consigue, pero se intenta.

¿Escribe cada día?

Poemas no. Pero es cierto que cada día escribo algo: parte de un artículo, una reseña, un prólogo, parte de una traducción…

¿Piensa en un lector determinado a la hora de escribir?

No.

¿Tiene alguna superstición mientras escribe?

Ninguna. Soy un trabajador nato. No necesito condiciones favorables, ni música, ni silencio. Escribo en cualquier sitio, siempre que haya un ordenador a mano.

¿Bebe mientras escribe?

No bebo nunca más que agua. De vez en cuando me permito alguna bebida isotónica. Pero solo de vez en cuando.

Para escribir poesía no puede faltarle…

Un papel y un bolígrafo. Y un motivo de inspiración.

¿Tiene palabras por las cuáles sienta fascinación?

Götterdämmerung, por ejemplo. O su sinónimo nórdico Ragnarök.

¿Corrige mucho?

Unas veces sí, otras no.

¿Utiliza cuadernos para tomar notas o lo hace todo por ordenador?

Lo hago casi todo por ordenador. Apenas guardo manuscritos. En ocasiones he utilizado cuadernos, siempre que tengan dibujado en su cubierta algún héroe de los tebeos.

¿Recuerda cuando fue la primera vez que se sintió escritor?

Sigo sin considerarme escritor. Soy un lector que escribe de cuando en cuando.

¿A quién le deja leer sus manuscritos antes de ser editados?

A mi mujer, Alicia. A amigos como Abelardo Linares, Fernando González de Canales o José del Río. A mis hijos (más a mi hija Inés últimamente, porque mi hijo Álvaro anda muy ocupado con mis nietas).

¿Cuáles son sus afinidades literarias?

Rubén Darío, Juan Eduardo Cirlot, Pere Gimferrer, los poetas de la Antología Palatina, Catulo, Guillermo de Aquitania.

¿Hay algún estereotipo de escritor en el que odiaría caer?

Me aburren los escritores maudits. Detesto a los poetas que se creen mediadores entre los dioses y los hombres. No soporto las autobiografías, las memorias ni los diarios.

¿Dónde escribe?

Sobre todo, en el despachito que me he montado en la que fuera habitación de mi hijo Álvaro, en la calle Don Ramón de la Cruz, donde vive mi biblioteca.

¿Cómo es ese sitio?

Un cuarto pequeño, con tres de sus cuatro paredes atestadas de libros.

Una razón para leerlo, señor De Cuenca.

Que no tenga usted algo mejor que hacer.

¿Por qué leer?

Es la actividad que mejor nos define como seres humanos.

¿Leer es vivir?

Leer es aprender a vivir mejor.

¿Qué tipo de lector es?

Rápido, intenso, compulsivo.

¿Qué ha aprendido de sí mismo leyendo que no hubiera podido aprender solo?

Todo (que, a la postre, es poquísimo). Sigo considerándome a mí mismo como un gran desconocido.

¿Cómo se debe leer: en voz baja, en voz alta o sin voz?

Salvo cuando estás leyendo a alguien o con alguien, debes leer sin voz: es mucho más discreto y menos primitivo. Pero si estás leyendo a alguien o con alguien lo suyo es que leas en voz alta, para que se entere ese alguien de lo que lees.

¿Cuál es su sitio preferido para leer?

Cualquier sitio cómodo. En un sillón de orejas, en la cama, en una hamaca fronteriza con una piscina recién higienizada…

¿Cuántas horas diarias dedica a la lectura?

Muchos días, muchas; pocos días, ninguna.

¿Quién le enseñó a leer?

Una señora que se llamaba Manolita. En casa de mis abuelos maternos.

¿Qué libros le han emocionado en su vida como lector?

No cabrían en un volumen de varios cientos de páginas.

¿Cuáles son sus autores preferidos?

Los autores de los cantares de gesta populares (Volksepen). Adoptan el nombre de Valmiki, Homero, Turoldo, Per Abbat…, pero en realidad son anónimos.

¿Qué título reciente le ha dejado sin aliento?

Las cinco entregas aparecidas hasta la fecha (abril de 2013) de la Canción de hielo y fuego de George R. R. Martin.

¿Qué libro no ha sido capaz de terminar de leer?

Nunca empiezo a leer los libros que sé que no voy a ser capaz de terminar de leer.

¿Cuál fue ese libro que le convirtió en lector?

Tres libros de la benemérita colección Araluce: La canción de Rolando, Sigfrido y Los caballeros de la Tabla Redonda.

¿Existe una decadencia de la lectura, de los lectores?

Faltan buenos lectores, pero leer sí se lee mucho: acaso más que nunca, a juzgar por el éxito de algunos lamentables bestsellers.

Parafraseando a Stefan Zweig, usted es De Cuenca, el de los libros. ¿Cuándo comenzó esa especial relación?

En los tiempos de Maricastaña, cuando hablaban las calabazas. Pero también podrían llamarme, con igual propiedad, De Cuenca, el de los tebeos.

¿Qué significan los libros y los tebeos en su vida?

Una continua posibilidad de evasión.

¿Cómo cuida usted sus libros?

Mucho, obsesivamente. Están limpios de polvo y paja. No escribo en sus páginas, no los subrayo, no los someto a ningún tipo de sevicias. Son mi segunda familia, y los trato igual de bien que a la primera.

¿Por qué se deben encuadernar los libros?

Solo se deben encuadernar aquellos cuyo estado lo esté pidiendo a gritos. Los libros del siglo XX, por ejemplo, me gustan en su rústica original, envueltos en papel cebolla, con sus cubiertas originales.

¿Los presta?

Sí, pero no indiscriminadamente. Solo a aquellos que los tratan con el mismo mimo que yo, para evitar disgustos ulteriores.

¿Qué experiencia significativa le convirtió en usuario de los libros?

Ninguna en particular. Nací devoto de los libros, como otros nacen deportistas de élite, fontaneros o transportistas.

¿Quién le educó en el amor a los libros?

Nadie en particular. Aunque es cierto que en casa de mis padres se trataba bien a los libros (que no superarían los dos o tres millares).

¿Prefiere los libros recién sacados de la imprenta o los volúmenes con cubiertas raídas y páginas apergaminadas por los años y el uso?

Prefiero los libros impolutos, sea cual sea su fecha de aparición.

¿Dónde suele comprar los libros?

Los libros nuevos los compro en la librería Visor (Donoso Cortés esquina a Isaac Peral, en Madrid). Los de viejo, por todas partes. Soy amigo de muchos de sus propietarios.

¿Por qué le interesan tanto los libros ilustrados?

Debe de ser un atavismo. De pequeños, solo nos fijamos en las ilustraciones de los libros.

¿Cuántos libros suele comprar en un año?

No me gustan las preguntas cuantitativas. Me recuerdan a las que me hacían los periodistas cuando era Secretario de Estado de Cultura.

¿Cuál es su posesión libresca de la que se siente más orgulloso?

Una vez más, de mis series de Araluce, que me retrotraen a la infancia.

¿Alguna manía u obsesión con los libros?

Alinearlos cuidadosamente en sus estanterías, de modo que ninguno sobresalga más que los otros.

¿Posee ex libris?

Tengo varios, alguno de ellos firmado por un artista plástico de renombre, pero muy pocos libros míos los exhiben. Me da pudor manifestar jactanciosamente la propiedad de algo que en el fondo no es mío, sino de todos los que lo han poseído antes que yo o lo poseerán en el futuro.

¿El libro en papel será en el futuro un objeto de lujo?

No creo. En cualquier caso, a mí no va a tocarme lidiar con ese toro.

¿Tiene libro electrónico? Y si es así, ¿qué modelo?

Me regalaron uno, pero no recuerdo la marca ni sé dónde lo puse.

¿Qué opina sobre el libro electrónico?

Me parece muy bien. Es bueno leer La isla del tesoro. Da igual en qué soporte.

Su biblioteca es…

Pequeña, peluda, suave… Como Platero.

¿Cuántos volúmenes contiene?

Muchos miles.

¿Qué género predomina entre sus estanterías?

El género LAC. Es una fotografía de la persona que se oculta bajo ese acrónimo.

¿La tiene ordenada?

Por desgracia, no. Haría falta un espacio cinco veces mayor que el que tiene mi casa de Don Ramón de la Cruz para ordenarlos adecuadamente.

¿Se deben ordenar siempre por editoriales para ahorrar espacio físico?

Así lo hago yo. Hay que hacer de la necesidad virtud. En la Biblioteca Nacional también se atiende para ordenar los libros por criterios relacionados con la talla o formato de cada uno.

¿Cómo debe formarse una biblioteca?

Haciendo de los libros una de la razones de ser de tu existencia.

¿Tiene un trastero o cuarto similar para los libros que no le interesan?

Tengo un trastero atiborrado de libros que sí me interesan. Los que no me interesan no los conservo. No me interesa batir récords cuantitativos, sino poder decir de cada uno de mis libros que forman parte de mi familia.

¿Cómo clasifica su biblioteca?

De ninguna manera. No está catalogada como Dios manda. Está en mi cabeza, y cada vez menos.

Sus baldas acumulan muchos objetos. Háblenos de ellos.

Todos ellos tienen un valor sentimental: muñequitos, postales, juguetitos, cachivaches de toda índole. Son también parte de mi retrato, como los libros a los que acompañan.

¿Qué dicen los libros de su biblioteca sobre usted como lector y como persona?

No lo sé. Imagino que les caeré bien en ambos casos: los trato divinamente.

¿Cuál es el libro más raro de su biblioteca?

Si cito uno, seguro que habría otros que protestarían.

¿Y el más caro?

El que me costó más dinero fue la primera edición de Le Diable amoureux de Jacques Cazotte. Pero tampoco tuve que hipotecar la casa para pagarlo. Yo nunca he podido comprar libros caros. Mi economía no me lo ha permitido.

¿Posee libros heredados de su familia?

De la biblioteca de mi bisabuelo, Carlos Luis de Cuenca, conservo, por ejemplo, algunas rarezas.

¿Hace expurgo en su biblioteca con frecuencia? ¿Adónde van a parar esos libros sacrificados?

Ahora estoy efectuando uno, con la ayuda de mi hija Inés. Suelo regalar los libros sacrificados. Alguna vez —rara vez— he vendido algunos, pero hace mucho que no lo hago.

¿Contiene libros en otros idiomas?

Por supuesto. Hay hasta una edición en caracteres cuneiformes de la Epopeya de Gilgamesh. Me gustan las bibliotecas políglotas. Pero la lengua predominante es el castellano.

¿Qué biblioteca ha visitado y le ha fascinado?

Muchas. En el cine, la de Higgins en My Fair Lady (1964) o la de la Bestia en Beauty and the Beasts (1991). En la realidad, la Biblioteca Nacional de Rusia en San Petersburgo (antigua Biblioteca Imperial), la del Trinity College de Dublín o la John Rylands Library de Manchester (por citar solo tres, porque hay muchas que me fascinan).

¿Qué biblioteca le gustaría visitar?

La de Alejandría. Pero no la de ahora, sino la del siglo III antes de Cristo, cuando andaban por allí personajes como Apolonio de Rodas o Calímaco de Cirene, dos poetas helenísticos que se odiaban entre sí pero que a mí me encantan. Para eso hay que viajar por el tiempo. Wells ya nos dijo cómo.

Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950) se licenció (1973) y se doctoró (1976) en Filología Clásica por la Universidad Autónoma de Madrid con sendos Premios Extraordinarios. Trabaja como profesor investigador en el CSIC. Ha sido Director de la Biblioteca Nacional (1996-2000) y Secretario de Estado de Cultura (2000-2004). Es académico de la Real Academia de la Historia. Como poeta ha publicado, entre otros libros, La caja de plata (1985), El hacha y la rosa (1993), Por fuertes y fronteras (1996), Los mundos y los días. Poesía 1970-2005 (1999; 2012), Sin miedo ni esperanza (2002), La vida en llamas (2006), La mujer y el vampiro (2010), El reino blanco (2010), El cuervo y otros poemas góticos (2010) y En la cama con la muerte. 25 poemas fúnebres (2011). Entre sus libros de ensayos figuran Floresta española de varia caballería (1975), Necesidad del mito (1976 y 2008), El héroe y sus máscaras (1991), Bazar. Estudios literarios (1995), Álbum de lecturas (1996), Las cien mejores poesías de la lengua castellana (1998), Señales de humo (1999), Baldosas amarillas (2001), De Gilgamés a Francisco Nieva (2005), Nombres propios (2011) y Libros contra el aburrimiento (2011). Ha escrito la nouvelle Héroes de papel (1990, 2011). Como traductor, tiene una obra muy extensa. Entre otros muchos galardones cuenta con el Premio de la Crítica de Poesía y el Premio Nacional de Traducción.