La pasada noche de Reyes Magos me regalaron un libro electrónico: un Sony Reader PRS-T3. El nuevo paradigma de la era digital entró por fin en mi hogar, con todas sus maravillas inimaginables hace apenas unas décadas. El avance imparable de los ebooks va ganando terreno –dicen- a los formatos impresos, aunque por ahora los libros en papel siguen siendo mayoritariamente nuestra forma preferida para leer.
Según los datos que facilita la Agencia del ISBN, el total de libros electrónicos registrados en España durante 2013 fue de 20.402, solo 323 registros más que en 2012. El ebook ofrece mejores resultados, pero se estanca su crecimiento. Como casi siempre, llevamos cierto retraso con respecto a otros países de Europa y, sobre todo, de Norteamérica. Las cifras en papel durante 2013 fueron de 72.494 libros de primera edición, un 15% menos que en 2012. El papel va lentamente a la baja.
Los libros electrónicos han sido generalmente poco apreciados, cuando no infravalorados a partir de algunas rutinarias dosis de ligereza. Tampoco es anómalo que ocurriera así, sobre todo si se tiene en cuenta que el libro en papel es una de las creaciones más útiles y hermosas de todos los tiempos. Es, como dice Umberto Eco, «uno de esos milagros de una tecnología eterna de la que forman parte la rueda, el cuchillo, la cuchara, el martillo, la olla, la bicicleta».
Me gusta mi libro electrónico y lo estoy empezando a utilizar porque me resulta manejable, de poco peso y con una pantalla antibrillo de alta resolución con apariencia de papel. Mi modelo viene además con una funda protectora con cierre. Su tamaño se ajusta exactamente a un bolsillo. Según recoge la página web de Sony para el modelo Reader PRS-T3, «hemos utilizado nuestra experiencia como pioneros para hacer que la lectura digital sea lo más real, ilimitada y cómoda posible».
A la escritora María Dueñas le parece «un soporte cómodo, eficaz e innovador». Cómodo, sí, aunque la costumbre al libro en papel resulta muy fuerte. Especialmente si está bien editado, pues el placer es aún mayor. Es mi hábito, nuestro hábito, el hábito de todas las sociedades durante siglos. Pero como lector lo que tampoco podemos es negar la existencia del libro electrónico. Sin embargo, si preguntamos a lectores habituales, obtenemos como respuesta una prevención, casi una negativa, hacia usar estos nuevos soportes de lectura.
Uno ha oído a escritores, editores y críticos formular la premisa de que el libro electrónico nace caduco. Según Enrique Redel, editor de Impedimenta, «es obsoleto por naturaleza; además, intentar decir que acabará con el libro en papel es como decir que el ascensor acabará con las escaleras. Llámenme troglodita, pero para disfrutar de un libro necesito que sea tangible, no virtual».
Hay quien pone reparos a abandonar el papel –como le sucede a Enrique Redel- y otros –los menos- dan al libro por liquidado. En cambio, el escritor Ricardo Menéndez Salmón contempla el cambio de paradigma «sin especial temor, pues entiendo que es un fenómeno sin marcha atrás, con el que debemos aprender a convivir, pero sin ningún dramatismo. Creo que el libro en papel sobrevivirá».
El escritor de novela histórica Jesús Maeso de la Torre lo encuentra «muy útil para dejar más espacio en mi maleta cuando viajo. Tengo claro que durante los próximos años convivirán el libro tradicional y el ebook. El soporte donde se lee es lo de menos. Es la historia que se cuenta lo que importa y la calidad literaria». De manera parecida opina la editora Elena Ramírez, de Seix Barral: «Es un complemento ideal para determinados momentos, como viajes, por ejemplo».
Al novelista y cineasta David Trueba no parece interesarle por el momento el ebook: «Me parece feo y más práctico que hermoso. Pero en el futuro mejorará y quizá logren seducirme. Porque me informo habitualmente de lo que hay en el mercado y hasta lo pruebo. Pero no me convence. Si estuviera estudiando una tesis o trabajando en una agencia donde tengo que leer miles de títulos entonces sí lo tendría, pero me gusta elegir lo que leo y disfrutarlo en papel».
Lo único que parece claro –al menos en España- es que la lectura digital no acaba de despegar. Se venden muchos aparatos pero apenas se producen descargas legales, siendo ilegales en la mayoría de los casos. Los elevados precios de los libros electrónicos son disuasorios y fomentan la piratería. El negocio editorial español navega por ello en mares revueltos. Al contrario que los demás, al escritor Montero Glez le encanta que le pirateen, «porque lo que quiero es que me lean. Es curioso que resulta más fácil encontrar mis libros en el emule o en otros sitios similares que en las librerías. Gracias a la piratería, mis libros pueden llegar a sitios como Latinoamérica, porque hasta ahora no se distribuyen allí».
Palmira Márquez, directora de la Agencia Literaria Dos Passos, cree que la mejor manera de luchar contra la piratería «es ofrecer una oferta legal, a precios competitivos, ser capaces, entre todos, de crear un escenario que satisfaga a todos; en mi opinión, un libro electrónico no debería costar más de 5 euros, todo lo que pase de ahí lo único que hace es fomentar la piratería. Y por supuesto, poner en marcha políticas oficiales, leyes, contra este fraude que es la piratería».
En cualquier caso, para el editor Javier Jiménez, de Fórcola, «el libro en papel sigue siendo un negocio rentable; no en cambio el soporte electrónico, que aunque ofrece múltiples facilidades y utilidades al lector, aún no es rentable en términos económicos para el editor».
Las posibilidades de los libros electrónicos son infinitas: ocupan poco espacio, los textos son más baratos, posibilidad de recuperar libros ya descatalogados y, sobre todo, como almacenaje, pues las casas de los bibliófilos amenazan con hundirse por el peso. Sería absurdo renegar de estas virtudes. Pero hay ciertos rituales, comodidades y sensualidades vinculadas al papel que nada tienen que ver con la tecnología digital y a los que los lectores no estamos dispuestos a renunciar. Como prescindir del tacto y de la vista. ¿Hasta qué punto la pantalla altera la noción de leer como hacemos con las páginas de un libro?
Entiendo el libro digital como un complemento del libro tradicional, no como una alternativa. Me parece que están destinados a convivir durante mucho, mucho tiempo. La periodista y escritora Eva Díaz Pérez cree que el ebook «es una posibilidad más, pero no me gusta que se esté convirtiendo en la única alternativa. Me parece que hay cierta bobería en olvidar a los lectores y buscar sólo al consumidor de objetos electrónicos».
Con todo, el libro sobrevivirá porque es un soporte fiable mientras que los artilugios digitales de hoy tendrán que mejorar mucho más en unos años. Seguro.
A veces el tiempo termina poniendo las cosas en su sitio, o casi. Pero, ¿se está haciendo correctamente la transformación del negocio editorial hacia lo digital? ¿Pasará como con la industria discográfica? ¿Qué espacio ocuparán en este nuevo escenario las librerías? ¿Y los distribuidores? ¿Y los autores? ¿Cómo luchar en el mercado digital contra la copia ilegal de libros? ¿Podrán los formatos actuales leerse en el futuro o pasará como con tantos programas informáticos?
Habrá que acostumbrarse al libro electrónico porque ha llegado para quedarse. Cada día tengo más claro que soportes digitales e impresos están condenados a coexistir, por lo que tendrán que aprender a respetarse.
Son las reglas del mercado.