Francisco Pleguezuelo
Obra completa
Quorum Editores (Cádiz, 2013)
550 páginas / 25 €
Me gustaría recomendar la obra completa de Francisco Pleguezuelo, pero me temo que no puedo hacerlo. Me explico. Si hay algo que me atraiga de la filología, del amor por las palabras, propias y ajenas, son las pinturas de guerra, la sabiduría legada, la impronta de gurú para señalar un camino olvidado. Qué leer, cómo leerlo, dónde buscarlo. Compartir con los demás las experiencias leídas, buscar libros perdidos, salvándolos del olvido.
Es uno de los aspectos que siempre me ha atraído de esta vocación, más que oficio, que se venera en la liturgia de los sentidos asimilados mediante la palabra con más fe que otra cosa. Pienso por ello que el filólogo, no exclusivamente, pero sí especialmente, tiene una responsabilidad adquirida para con el mundo de lectores del que forma a su vez parte.
Es precisamente este el motivo de que no pueda recomendaros Obra completa de Francisco Pleguezuelo. Porque he aquí que no es solo un buen libro. Sino una buena vida.
No es fácil evaluar algo así. Un legado cultural, una figura imprescindible de las letras españolas, como tantas otras que trabajan diariamente a veces en el anonimato, muchas veces de forma desinteresada, para dar voz y alas a la cultura.
Así, si les parece bien, más que una simple reseña literaria, me gustaría realzar la figura del hombre, del intelectual. Del escritor. Francisco Pleguezuelo nació en Cádiz en 1928, y ya desde muy joven, con el respaldo de la biblioteca paterna, se interesó por el mundo de las letras. Que sus inquietudes literarias lo llevaran a relacionarse muy tempranamente con nombres como el de Juan Ramón Jiménez, Fernando Quiñones, Camilo José Cela o Rafael Alberti, debería ser aval suficiente para mostrar la intensa actividad cultural e intelectual que promovía y de la que formaba parte, bien de manera presencial, epistolar, o a través de sus propios escritos.
Fruto de ello nacieron las revistas El Parnaso y Platero, que ya desde su título expresaban muy elocuentemente sus filias, acogiendo a través de su legado literario a los poetas de la generación del medio siglo, de la que Pleguezuelo formó parte privilegiada como asistente, promotor y autor.
En su obra podemos encontrar poemas en prosa de herencia juanramoniana, con un positivismo puro y desnudo en pos de la poesía más esencial. En ellos tampoco falta una conexión marinera y vital que comparte con otro gran poeta andaluz como es Alberti, si bien tampoco le faltan palabras de cariño para su ciudad de acogida, Sevilla.
Sus relatos cortos están exentos de artificiosidad y rebosantes en cambio de lirismo, con un enfoque humanista, íntimo, que tiende a ensalzar la memoria como forma de viaje, con una remembranza de estímulos pasados por el filtro del recuerdo: un olor, un sabor, una esquina. Un patio de juegos bañado en agua de mar. Me viene a la mente, y estoy de acuerdo con esa definición, el apelativo de “observador nato”, como una de las mejores construcciones sintácticas que pueden definir el tipo de escritor que es Pleguezuelo, tan anclado a la tierra, a su entorno, al mundo que le rodea.
En última instancia, el hecho de asomarme a la vida de otra persona a través de sus palabras, despierta en mí una intensa admiración por quien cede tanto espacio vital a algo tan abstracto y poco práctico como es la literatura. Sí, poco práctico. Realmente creo que coincidirán conmigo, en que las cosas más bellas de esta vida suelen resultar muy poco “prácticas”, y sin embargo, totalmente imprescindibles.
El recuerdo, el amor, la poesía. Del mismo modo que un personaje tan nuestro como Don Quijote resulta poco pragmático y alejado de cualquier lógica mundana pero en cambio posee una vitalidad rebosante que le hace comprender la vida de una manera mucho más cercana, real y elevada.
Son estas locuras en pos de una idea, las que me parecen dignas de admiración.
Es por ello que me alegra que se publiquen y se sigan publicando volúmenes como este, destinados a rescatar y reivindicar el legado cultural y literario del que forman parte. Porque a veces olvidamos que los editores son a su vez lectores, y que en muchas ocasiones comparten un afán por la literatura, por rescatar figuras injustamente olvidadas, por renovar textos que merecen ser revisados, con una intención más artística y cultural, que económica.
Aquí, me alegra poder decir que estamos ante uno de esos casos.
Y por mi parte poco más. Ahora es cuando ustedes deberían empezar a leer, y descubrir el nuevo mundo que les aguarda, esperando humildemente, haber sido capaz de presentar con justicia la figura de un hombre que dio tanto por la literatura como esta le dio a él.
David Hernández Ortega