Hipólito G. Navarro, escritor. (c) ConchitinaHipólito G. Navarro, escritor. (c) Conchitina

Hipólito G. Navarro es uno de los escritores españoles más atrevidos en el terreno del cuento. Sus narraciones breves son transgresoras, lúcidas, corrosivas, brillantes, divertidas, escritas con un tipo de humor que en nuestras letras tiene escasos representantes. Quizá como un Ring Lardner castizo aderezado con generosidad y retranca. Posee además la capacidad de narrar como si estuviésemos escuchando a alguien que conocemos muy bien. Cada uno de sus relatos se convierte por tanto en algo irrepetible que interactúa con el lector y pone a prueba su inteligencia. Poli -para los amigos- resulta un tipo sorprendente, dotado de una fina ironía que empuja a devorar sus historias.

Ha estado algún tiempo sin escribir. ¿Por qué?

¿Un tiempo? Llevo una eternidad sin escribir. Al menos una eternidad sin escribir por el puro placer de escribir. Hace demasiado que solo atiendo a encargos más o menos gustosos o nutritivos, y a algunas escrituras todavía demasiado íntimas y secretas, que no sé si verán alguna vez la luz. Ignoro la razón de este casi abandono, la verdad. Dejé de fumar, y con la nicotina se me fue la inspiración, vamos a decir. Habrá más razones, pero mejor será no escarbar demasiado en un asunto que comienza a ser ya un poquitín doloroso para mí.

¿Para cuándo entonces su próximo libro?

No lo sé. Las hojas más corregidas, las que no me avergüenzan del todo, las he tenido ya amarradas en dos o tres formatos distintos, pero ninguno de esos atadijos me termina de convencer. Me gustaría dejar cerrado en este 2015 un volumen que no me disgustase demasiado. Aunque este deseo es el mismo que me he repetido durante los tres o cuatro últimos años, quisiera pensar que esta vez seré capaz de cumplirlo de una vez.

¿Cuento o relato?

Cuento, cuento. Pero no ocultaré que durante mucho tiempo me poseyó también la querencia fuerte aquella de nuestro añorado Fernando Quiñones de llamar relatos a las narraciones que iba consiguiendo. Mi primera colección, El cielo está López, en la portada misma lleva como subtítulo la advertencia de que lo que encontrará el lector en sus páginas son «18 relatos». Se comprenderá que en 1990, y con aquel título descacharrado, intuyera yo como bastante necesaria la aclaración. Incluso diez años después seguía pensando igual, pero ya sin tanta aparatosidad. En Los tigres albinos, del año 2000, es en el texto de las solapas donde se señala el libro como colección de relatos y microrrelatos. Pero luego ya el término cuento se me ha ido imponiendo y cada día lo prefiero con más fuerza. Además, escribir cuentos lo convierte a uno en cuentista, que es una cosa mucho más bonita que ser relatista, ¿no?

¿Por qué le interesa tanto el cuento?

Porque es un género que me ha permitido jugar con el lenguaje, con las estructuras, de una manera que intuyo imposible en formatos más largos. Como lector, porque me parece el género más respetuoso, el que me deja mayor espacio para disfrutar la lectura de verdad. Me gusta la proporción mágica entre brevedad e intensidad que regala un buen cuento.

¿Qué nace antes, las historias o los personajes?

Los dos van de la mano, no creo que puedan separarse y existir mucho rato las unas sin los otros y viceversa.

¿Cuáles son, a su entender, las cualidades que debe disponer un buen cuentista?

No lo sé. Cada cuentista tendrá las suyas, pero si existe una cualidad principal esa debe ser, sin duda, saber poner el punto final a tiempo. Por algún lado se lo tengo leído a Isaak Babel a propósito de Maupassant: «No hay acero que traspase de forma más contundente el corazón humano que un punto puesto a tiempo«.

¿Qué sería usted sin el humor?

Pues precisamente esto que soy ahora. Era el humor el que me salvaba de mí mismo. Y ahora me encuentro un poco solo. Me está pareciendo que al humor mío yo solo le había puesto la erre final, que todo lo demás me lo daba el tabaco, con su humo, tan guapo.

¿Qué papel juega el azar en sus cuentos?

Todo, o casi todo. Siempre he escrito mis cuentos un poco a lo loco, sin saber muy bien hacia dónde se dirigen la historia y los personajes, al menos hasta la mitad de su aventura. Cuando se me hace la luz del final, siempre procuro cerrarlos rápidamente, para pasar al cuento siguiente y volver a disfrutar de esa zozobra, de esa incertidumbre. Así los escribí durante años; por eso era tan placentero todo. Me temo que ahora pretendo controlar demasiado, me paralizo y termino por aburrirme.

¿Los cuentos y el jazz tienen muchas características similares para usted?

Quisiera pensar que los míos tienen bastantes. Hay en ellos, en muchos de ellos por lo menos, un tema principal, un nudo, o varios, que se dejan rodear de mucho juego y mucha improvisación. Pero también es verdad que el resultado final tiene que ver a veces con una minuciosa corrección y peinado y repeinado del derrame azaroso de su primera escritura, de poner en orden concienzudamente toda esa locura inicial.

Ha comentado en otras entrevistas que entre cuento y cuento escribía novelas, todo lo contrario de lo que afirman la mayoría de los escritores.

Entre libro y libro de cuentos, sí. Para descansar de la tensión que supone la escritura de los libros de cuentos. Es una broma, obviamente, una manera de responder a ese comentario tan común de muchos novelistas. Hay que ser muy malvado para decir que entre novela y novela, para descansar, se escriben cuentos. ¡Para descansar se pasea por la playa o por el parque, no se pone uno a escribir cuentos ni novelas! Es un comentario tan despreciativo hacia el género cuento, y tan repetido además, que me pareció bien darle la vuelta para repartir un poco de esa medicina entre los novelistas de pro.

Su novela Las medusas de Niza. ¿Fue una casualidad o quiso demostrar que era capaz de escribir una novela?

Esa novela es también un libro de cuentos camuflado, no nos vamos a engañar a estas alturas de la vida. Un libro de cuentos que confluyen todos en una sola historia, eso sí. Como novela la pensé y estructuré, como novela fue premiada, y como novela se defendió entre los lectores y la crítica en sus dos ediciones. Pero fue una experiencia que no he sido capaz de repetir después. No logro sentarme con unos mismos personajes y situaciones durante más de dos semanas seguidas. Me desespero. Lo mismo me sucede como lector: no puedo con los libros de ficción que me ocupan más allá de ese tope de los quince días.

No es un autor muy prolífico, ¿por qué?

Bueno, yo considero que fui muy prolífico hasta la reunión de casi todos mis cuentos en Seix Barral, Los últimos percances, publicada en 2005. Siete libros en quince años me parecía entonces y también ahora una barbaridad. Se pone uno a pensar en Rulfo y da hasta un poco de vergüenza. Otra cosa es lo que me viene sucediendo desde esa fecha, este bloqueo ya preocupante. En estos diez años solo ha visto la luz en España una antología en Páginas de Espuma, El pez volador, a finales de 2008. Pero también es verdad que no he dejado de participar en libros colectivos y en casi todas las antologías de cuentos y de microrrelatos publicadas en este tiempo, y que se me ha traducido y editado en una docena de países, incluida Nueva Zelanda, que es lo más lejos a donde yo pensaba llegar con mis cuentos: teniendo en cuenta que eso está en las antípodas mismamente, llegar más lejos hubiese sido un despropósito, como volver a acercarse otra vez, por el otro lado, ¿no le parece?

De entre los títulos que conforman su obra, ¿sería capaz de destacar un par de ellos y alegar las razones de tal selección?

Me sigue gustando El aburrimiento, Lester, porque es una colección de piezas muy experimentales, muy diferentes entre sí, que señalan muy bien, me parece, el carácter de obra única y exclusiva de cada una de ellas, que no hubiesen necesitado de la compañía de las otras para andar por el mundo: en lugar de un libro de cuentos, podría haber sido once libritos individuales, uno por cada cuento. Y también me gusta Los tigres albinos, justamente por lo contrario: porque es un volumen muy medido en su composición, con dos bloques que se enfrentan en un pulso: los cuentos de extensión convencional contra los microrrelatos, un género que también me apasiona. Como en Los últimos percances se recogen esos dos títulos, más el que da nombre a la compilación entera, mejor será señalar este último, imagino.

¿Hasta qué punto ha sido determinante en su obra que su infancia la pasara en varios pueblos de la Sierra de Huelva?

No lo sé. Sí me resulta curioso descubrir que mis primeros textos tenían un carácter marcadamente urbano (comencé a escribir cuentos ya en Sevilla, cuando estudiaba Biología, fascinado por la ciudad), y que ahora las pocas aventuras que inicio acaben yéndoseme casi todas a aquellos lugares mágicos de mi infancia y adolescencia. Regreso al paraíso perdido de la infancia. Mal asunto. Serán cosas de la edad.

¿De qué vive ahora usted?

Si su pregunta tiene alguna retranca, podría responder que de las ruinas, de las rentas de lo que ya fue. Si es más literal, le diré que de un trabajo más o menos estable y más o menos gris. Pero después de pasar por varios lugares esquizofrénicos de la edición, del periodismo y de la publicidad, también le puedo decir que mucho más tranquilo, rodeado de buenos amigos.

¿Podría describirnos un día cualquiera en su vida?

Un despertar despacioso, para que se me pongan en marcha las bisagras sin demasiado dolor (desde una operación de columna las tengo algo delicadas y torponas), y luego una alternancia de calmosa vida familiar, horas de lectura de textos de ficción por placer y de textos legales por obligación, paseos, películas y música, mucha música sobre todo. Unos días de vértigo, como se puede ver.

¿Cuáles son sus afinidades literarias?

Me gustan mucho todas las gentes del cuento, esa secta maravillosa. Y todos sus lugares, sus plazas y jardines.

¿Cómo convive con la vanidad de muchos de sus compañeros de profesión?

Es divertido el espectáculo, por ahora. Con ratos patéticos, cuando se descubre uno actuando en él, pero divertido, ya digo, por ahora.

¿Qué le gustaría alcanzar a nivel editorial en los próximos años?

Con que mis editores me sigan queriendo me conformo. Eso es mucho, para un autor que lleva una eternidad sin darles trabajo.

Sus editoriales preferidas son…

Páginas de Espuma, Seix Barral y Pre-Textos, que son las últimas que han apostado por mi escritura. Siento añoranza de aquel sello ya desaparecido que unió a Anaya con Mario Muchnik, el editor que me sacó de la oscuridad editorial andaluza cuando yo era un perfecto desconocido.

¿Se ha encontrado en un mercadillo o librería de viejo alguno de sus libros?

Una vez vi un ejemplar en la Cuesta de Moyano y estuve tentado de llevármelo. Pero le hubiese quitado la alegría de encontrarlo a otro comprador y lo dejé allí, con su dedicatoria y todo. ¿No dicen que así, con la primera página garabateada por el autor, dedicado a un amigo, valen un poco más? ¿O era un poco menos?

Un proyecto libresco que tenga entre manos…

Conformar un atadijo de textos medianamente aceptable con lo que doy por terminado de corregir, pero que no sé muy bien cómo agrupar.

¿Cuáles son las cualidades que más aprecia en la gente, en sus amigos?

La alegría, el buen humor, la inteligencia, la calidez.

¿A qué le tiene miedo?

A la locura, a la enfermedad.

¿Con qué odia perder el tiempo?

Con el noventa por ciento de la programación de todas las televisiones.

¿Quién es realmente Hipólito G. Navarro?

Esto no es para que lo responda el tío, desde luego. Quiero pensar que soy una buena persona, un buen amigo. Un tipo algo loco y dicharachero, eso también.

Hemingway decía que escribía sobre lo que sabía. Otros escritores escriben para averiguar. ¿Para qué escribe usted?

Hasta ayer, siempre escribí por placer, para divertirme y pensar (cosa que no sé hacer por mí mismo, solo), y de camino, para hacer reír y pensar a un tiempo a mis lectores.

¿Escribe cada día?

No. Puedo pasarme largas temporadas sin escribir una coma. Ya lo estamos viendo.

Para escribir no puede faltarle…

Mucho tiempo y tranquilidad por delante.

¿Piensa en un lector determinado a la hora de crear?

No, pero puedo imaginar sobre la marcha la cara y las sonrisas de muchos lectores amigos con algunos pasajes que se me ocurren, y el gesto de fastidio de otros, menos amigos estos.

¿Tiene alguna superstición mientras escribe?

No.

¿Corrige mucho?

Corrijo demasiado, infinitamente. Así bastantes días lo haga como Oscar Wilde: “Hoy me he pasado todo el día corrigiendo: por la mañana he puesto una coma, y por la tarde la he vuelto a quitar”.

¿Utiliza cuadernos para tomar notas o lo hace todo por ordenador? Si utiliza cuadernos, ¿qué tipo de cuadernos?

Cuadernos y papelitos, sobre todo papelitos. De todo tipo, no tengo preferencias.

¿Recuerda cuándo fue la primera vez que se sintió escritor?

Escritor me parece una palabra demasiado gorda y pomposa para lo que yo hago; vamos a cambiarla por cuentista, mejor. Recuerdo que me sentí cuentista el día que puse el punto final a un cuento, allá por el verano del 81, que a mí me pareció que ya podía defenderse solo, sin tener que acompañarlo yo para explicar qué había querido contar con él. Su título es Sucedáneo: pez volador, y le tengo un particular cariño.

¿A quién le deja leer sus manuscritos antes de ser editados?

A tres o cuatro amigos muy queridos, cuentistas ellos también, y a mi compañera y a mi hijo.

¿Hay algún estereotipo de escritor en el que odiaría caer?

Hay varios, sí. A saber si no habremos caído ya en alguno. Estas cosas se ven mejor desde fuera.

¿Dónde escribe?

Por regla general, en casa, en mi pequeño estudio.

¿Cómo es ese sitio?

Una habitación pequeña con una mesa enorme y las paredes forradas de libros.

¿Necesita silencio para crear?

No. Pongo música todo el rato, instrumental.

¿Qué opinión le merecen los talleres de creación literaria? ¿Valen para algo?

Imagino que habrá de todo, como en botica. Dependerá de quiénes los imparten. Conozco un buen puñado de ellos muy valiosos, en los que no me importaría matricularme y aprenderlo todo de nuevo. Por la parte que me toca, el contacto que en ellos establecen los alumnos con los autores me parece unos de los costados más interesantes del asunto: yo aprendo muchísimo de los alumnos cada vez que paso unas cuantas horas con ellos.

¿Y los premios literarios?

También hay de todo en ellos. A mí me parecen necesarios. Los autores también comen. Personalmente me han hecho muy feliz los que he recibido sin necesidad de presentarme.

Una razón para leerlo, señor Navarro.

Mejor que la den otros; será más elegante, ¿no?

¿Por qué leer?

Porque es una de las ocupaciones más fascinantes y ricas que podemos tener.

¿Leer es vivir?

No. Pero se le parece bastante.

¿Cuántas horas diarias dedica a la lectura?

Muchísimas. Todas las que puedo. Hay días, muchos, que no hago otra cosa.

¿Qué tipo de lector es?

Pues compulsivo, apasionado, arrebatado.

¿Cuáles son las claves de un buen lector?

No lo sé.

¿Qué ha aprendido de sí mismo leyendo que no hubiera podido aprender solo?

Casi todo.

¿Cómo se debe leer: en voz baja, en voz alta o sin voz?

Prefiero hacerlo en silencio. Lo que no quita que en casa nos encante leer en voz alta, para compartir todos a la vez la emoción de una buena historia.

¿Cuál es su sitio preferido para leer?

Leo en cualquier lado y en cualquier momento sin problemas. Tengo buena capacidad para cerrar ojos y orejas a lo que me rodea mientras leo. Nada me estorba si lo que tengo entre manos me gusta.

¿Quién le enseñó a leer?

Ah, Elvira Navarro, mi madre querida, y la señorita Esperanza, nuestra querida maestra de párvulos en Fuenteheridos.

¿Cuál fue ese libro que le convirtió en lector?

No fue un libro en concreto: fue la maravilla de las letras por ellas mismas, la fascinación de los sonidos que formaban al reunirse en sílabas y palabras, para darle el nombre a las cosas del mundo.

¿Qué libros le han emocionado en su vida?

Han sido muchos, afortunadamente. Fue toda una conmoción releer El paseo, de Robert Walser, junto a mi madre en su cama, en el hospital, en los últimos días de su vida. La belleza de las páginas del escritor suizo y la mano de ella apretando la mía en algunos pasajes serán ya para siempre una misma cosa dulce y poderosa en mi memoria.

¿Cuáles son sus autores preferidos?

También son bastantes. Como muchos de ellos son buenos amigos, y muy queridos, no quisiera citar unos para dejarme atrás otros. Tengo debilidad por los cuentistas latinoamericanos de la etapa del boom, y por autores centroeuropeos de la primera mitad del siglo XX. Autores y autoras, sin distinción de género, por favor.

¿Qué título reciente le ha dejado sin aliento?

Hombre, tanto como sin aliento… El último libro de Javier Sáez de Ibarra, Bulevar, me parece prodigioso. Anoche cerré Un paseo invernal, el último libro de Thoreau que han publicado los de Errata Naturae; es una absoluta delicia.

¿Qué libro no ha sido capaz de terminar de leer?

También ha habido ya unos cuantos. Tan solo con uno lo intento y lo intento; le quedan todavía un par de oportunidades veraniegas más: el Ulises de Joyce. Contiene páginas deslumbrantes, es cierto, pero me cansa el puñetero, y no logro concluirlo.

¿Cómo se puede fomentar la lectura entre los estudiantes que sólo abren los libros por obligación?

Quizá una buena manera fuese prohibiéndoles la lectura. El libro que más leyeron los estudiantes de mi época, especialmente los que no leían nada, fue el famoso librito rojo de Mao, que estaba prohibido por aquel entonces.

¿Existe una decadencia de la lectura, de los lectores?

Creo que sí. Entre las nuevas generaciones, los libros lo tienen difícil para competir con las atractivas propuestas de la industria audiovisual, me temo.

¿Qué es el libro para usted?

Uno de los artefactos más bellos inventados por la humanidad.

¿Cuáles son sus primeros recuerdos de infancia con los libros?

En mi casa, desgraciadamente, no había libros. Los primeros que tuve fueron los libros de texto del colegio. Podía consumir horas y horas pasando sus páginas, contemplando las ilustraciones, emborrachándome de su aroma, cuando casi aún no había aprendido a leer. Así estuviesen impresos a dos tintas, le dieron todo el color a mi infancia en los grises años sesenta que me tocaron en suerte.

¿Cuál es su relación ahora con los libros?

Estupenda. Y problemática. Ahí estamos en el pulso de si ellos me echan de casa o si les pongo vivienda nueva más amplia para que quepamos todos juntos. Es una pelea, me temo, que ganarán ellos siempre.

¿Quién le educó en el amor a los libros?

Ha sido una querencia personal desde siempre, que brotó en mí de forma misteriosa, porque ni en mi casa, como le digo, ni en la de mis familiares, había libros. Un profesor muy añorado del bachillerato, Amadeo Romero, la reforzaría más tarde, pero la pasión ya estaba bien afianzada. Bueno, ahora que pienso en esto, recuerdo que sí había un libro en la casa de mi abuelo, que yo heredé de él: era un ejemplar muy viejo, casi hecho menuzos, de un escritor sevillano llamado José Nakens, una colección de burlas anticlericales titulada Chaparrón de milagros. No creo que fuese ese libro el que me marcó (sí recuerdo que eran muy divertidas –y hasta escandalosas para el niño que yo sería entonces– las consideraciones del autor sobre algunos milagros famosos), pero no lo siento como un volumen particularmente especial. De hecho lo perdí en alguna mudanza o lo regalé a alguien, no lo recuerdo. Sí debo de reconocer en cambio que la palabra «chaparrón» del título, utilizada para algo que no tenía nada que ver con la lluvia, me llamó poderosamente la atención, y desde entonces se convirtió en mi palabra talismán, una palabra comodín que utilizo constantemente.

¿Cómo los cuida usted?

Afortunadamente son criaturas que exigen poco: no hay que darles de comer, ni sacarlas tres veces al día para que hagan sus necesidades. Con ponerles unas baldas bien firmes se conforman. Solo quieren compañía, que les arrimes nuevos compañeros todo el rato. Con alguna pena elimino a veces los escurridizos lepismas que les rondan, esos bonitos pececillos de plata diminutos con aspecto de pangolín prehistórico.

¿Los presta?

Algunos presto, sí. Tengo además tres o cuatro amigos muy útiles para cuando necesito deshacerme de algunos volúmenes: todo lo que les dejo no regresa jamás a mis estanterías, y eso es impagable.

¿Qué es un libro que no se lee?

Siempre será una posibilidad de futura lectura; nuestra, o de otros. Junto a los libros ya leídos, amados, es bueno tener al alcance de la mano un buen número de libros que esperan su oportunidad. Sé que tengo muchos a mi alrededor que no podré leer, pero me alegra la vida saber que me acompañan, que están ahí dándome felicidad y futuro.

Un libro que relea con frecuencia.

Tres: Drácula, de Bram Stoker; El proceso, de Kafka, y Molloy, de Beckett. Se trata de mi pasión desde la más cándida adolescencia por los autores de apellido con k. Es curioso: digo «cándida adolescencia», y caigo en la cuenta de que los tres fueron libros leídos por recomendación de mi buen amigo Cándido. ¡Qué listas son las palabras, virgen santa!

Y uno que le hubiese gustado escribir.

¡Dios, muchos! Historias de cronopios y de famas, de Cortázar. O ese relato largo maravilloso de Mrozek, Alguien que me lleve. ¡Y Bàrnabo de las montañas, de Buzzati!

¿Prefiere los libros recién sacados de la imprenta o los volúmenes con cubiertas raídas y páginas apergaminadas por los años y el uso?

Recién salidos de la imprenta, por favor, olorosos de tinta nueva.

¿Dónde suele comprar los libros?

En librerías amigas.

¿Visita las librerías de viejo?

Sólo cuando salen al aire libre, en las ferias, para airear sus humores.

¿Cuántos libros suele comprar en un año?

Demasiado pocos quizá. Me regalan muchos mis amigos.

¿Cuál es su posesión libresca de la que se siente más orgulloso?

No tengo ese sentimiento con los libros; los quiero a todos por igual. Quizá lo sienta más por algunos tebeos.

¿Alguna manía u obsesión con los libros?

Creo que no. Bueno, sí, sí, una muy curiosa, para estudiar psicoanalíticamente: todos los nuestros viven recluidos en la biblioteca, en las habitaciones, forrando las paredes. En el salón de nuestra casa solo permanecen, casi ocultos detrás de una lámpara en una mesita, los que tenemos entre manos en el momento. Si alguien llega a casa y no traspasa la frontera del salón, no verá libro alguno. Parece como si en ese ámbito quisiera darle un carácter de intimidad total a esa pasión. Para estudiarlo, ya digo.

¿Posee ex libris?

Tres o cuatro sellitos de caucho tengo por ahí, regalos de amigos y familiares, precioso uno de ellos, además. Pero con todos me ha pasado lo mismo: los he usado una vez para ver el dibujito impreso en la página de respeto de un libro, y ya después me olvido.

¿Están sus libros limpios de notas y subrayados o los marca de alguna de manera?

Por deformación profesional, supongo, no puedo dejar sin doblar la esquinita inferior de la hoja cuando encuentro una errata.

¿El libro en papel será en el futuro un objeto de lujo?

No lo creo. Quizá en un futuro muy muy lejano, no imaginado todavía ni por la ciencia ficción.

¿Tiene libro electrónico?

No.

¿Qué opina sobre el libro electrónico?

A mí me parece estupendo, especialmente para esos lectores que argumentan que pueden llevar mil o dos mil libros sin peso para sus vacaciones. Yo, que apenas consigo leer dos o tres a la semana, no lo encuentro tan necesario, la verdad.

Su biblioteca es…

No sabría decir. Es la mía, sin más.

¿Cuántos volúmenes contiene?

Algunos miles. No sé cuántos, nunca los he contado.

¿Cómo clasifica su biblioteca?

En los orígenes tuvo una clasificación más o menos estándar: novela, cuento, cómics, ensayo, agrupados además por nacionalidad de los autores, pero con el paso del tiempo se ha ido complicando, y conviven juntos ahora volúmenes muy diferentes entre sí.

¿Qué dicen los libros de su biblioteca sobre usted como lector?

Quizá que tengo demasiados intereses, porque en ella hay de todo; que he sido bastante caótico, que lo sigo siendo, a pesar de la querencia por la ficción en formato breve.

¿Qué género predomina entre sus estanterías?

Cuento.

¿La tiene ordenada?

Lo procuro, pero el arribo continuo de nuevos libros me lo impide del todo. Eso sí: autores muy queridos tienen sus baldas propias, y sus libros están a la mano siempre. Lo malo de tener estantes de triple fondo es que algunos volúmenes se van quedando en la parte de atrás casi para siempre.

¿Cómo debe formarse una biblioteca?

Lo ignoro. Poco a poco, supongo. Que cada volumen incorporado sea de verdad una pieza querida, deseada.

¿Tiene un trastero o cuarto similar para los libros que no le interesan?

No. Los que no me interesan los guardo un tiempo, pero tarde o temprano terminan saliendo de casa.

¿Sus baldas acumulan objetos además de libros?

Sí, es inevitable. Postales, figuritas de animales, cochecitos de juguete y, sobre todo, romanos; a falta de figuritas de El Jabato, mis tebeos de la adolescencia, colecciono romanos, que eran los enemigos naturales de mis héroes favoritos.

¿Cuál es el libro más raro de su biblioteca?

Creo que no tengo ningún libro raro. Miro a mi alrededor y los encuentro todos de lo más normales.

¿Y el más caro?

Tampoco poseo libros caros. No me interesan los libros por su precio.

¿Hace expurgo en su biblioteca con frecuencia? ¿Adónde van a parar esos libros sacrificados?

De vez en cuando, sí. Regalo muchos, y también me gusta dejarlos, uno a uno, sobre los bancos de un parque cercano. Es curioso comprobar cómo pasa la gente, los mira, y no se atreve a cogerlos siquiera para echarles un vistazo; tardan mucho en desaparecer en ocasiones.

¿Contiene libros en otros idiomas?

Muy pocos. Los que contienen traducciones de mis cuentos, y algunos de los tiempos de estudiante, obligatorios en el bachillerato, de los que me da pena deshacerme.

¿Qué biblioteca ha visitado y le ha fascinado?

Me fascinó la Biblioteca Pública de Nueva York, ciertamente, pero recuerdo que justo cuando la visitaba me vino a la memoria con una fuerza inusitada la de mi viejo profesor Amadeo Romero, en su casa de Cortegana. Creo que fue aquella sala, donde pasé tantas horas de mi adolescencia –cierro los ojos y puedo ver todavía hoy con nitidez los maravillosos tomos azules de la Summa Artis alineados frente a mí–, la que más me gusta del mundo, aunque ya no exista, o precisamente por eso, por la melancolía que me produce su desaparición.

¿Qué biblioteca le gustaría visitar?

La Trinity Library, en el Trinity College, de Dublín.

Hipólito G. Navarro (Huelva, 1961) reside en Sevilla desde 1979. Biólogo interruptus, ha desarrollado varios trabajos relacionados con el mundo editorial. Entre 1994 y 2001 dirigió la revista dedicada al cuento literario Sin embargo. Ha colaborado en varios periódicos y sus relatos, traducidos a nueve idiomas, han sido recogidos en numerosas antologías. Ha escrito siete libros de cuentos: El cielo está López (Don Quijote, 1990), Manías y melomanías mismamente (Don Quijote, 1992), Relatos mínimos (Ediciones del 1900, 1996), El aburrimiento, Lester (Anaya & Mario Muchnik, 1996), Los tigres albinos (Pre-Textos, 2000), Los últimos percances (Seix Barral, 2005) y El pez volador (Páginas de Espuma, 2008), así como la novela Las medusas de Niza (Algaida, 2000). Ha ganado numerosos premios, como el Alberto Lista, el de Novela Ciudad de Valladolid, el de la Crítica Andaluza, el Mario Vargas Llosa NH o el del programa El Público, entre otros.