Uno de los grandes. Felipe Benítez Reyes es uno de los grandes escritores contemporáneos españoles, y pertenece a esa clase de autores capaces de saltar de un género a otro sintiéndose en cada uno de ellos muy cómodo trayendo y llevando, además, lo aprendido de uno a otro con total naturalidad. Desde su primer libro, Paraíso manuscrito, publicado en 1982, ha pasado el tiempo y la vida por Felipe, pero sobre todo la confirmación de su maestría.
Su literatura tiene uno de esos sellos personales que reconoces enseguida, un signo de excelencia. ¿Lo busca con determinación?
Me temo que la mejor manera de no encontrar ese tipo de cosas consiste en buscarlas. No puedo saber si lo que escribo tiene rasgos personales, por la misma razón por la que no puedo saber qué cara pongo mientras duermo. Tengo que limitarme a escribir de una manera que me parece la adecuada con arreglo a mis posibilidades y también a mis convicciones estilísticas, y poco más que eso. Es posible que el estilo sólo pueda fundamentarse en intuiciones, en procedimientos instintivos. Y todo instinto conlleva una apuesta. Es decir, una incertidumbre. En la formación de un estilo supongo que también cuentan mucho los prejuicios estéticos: es tan importante saber lo que quieres hacer como lo que no quieres hacer. Y suele ser más controlable lo segundo que lo primero.
Rafael Chirbes afirma que “leer y escribir han sido casi siempre un modo de refugio”. ¿De qué busca refugio Felipe Benítez Reyes?
No sé si puedo acogerme a ese concepto de “refugio”, ya que tanto la lectura como la escritura pueden representar a veces una expansión. Quien lee o quien escribe no siempre está refugiándose. Cabe la posibilidad, ya digo, de que esté esparciéndose.
La infancia, la juventud perdida, el paso del tiempo, son temas recurrentes en su poesía. ¿Por qué?
Quizá porque no me queda otra. Los considerados “temas eternos” no son eternos por casualidad. Un tema puede ser muy antiguo, pero siempre es nuevo para cada uno de nosotros. El pensamiento actúa sobre conceptos muy trillados, aunque desde un sentimiento privado de novedad.
Su espíritu literario y su sentido del humor son también dos de sus características destacadas. De hecho, su novela El pensamiento de los monstruos provoca risas y carcajadas gracias al policía filósofo y sus extraños amigos. ¿Por qué le interesa tanto el humor?
El humor me interesa como vehículo, no como meta. Creo que el humor puede ser un mecanismo de equilibrio entre los aspectos solemnes y los aspectos cómicos de nuestra existencia, entre lo terrible y lo absurdo de nuestra vida, que está hecha de todos esos factores, en alternancia, o incluso en revoltijo. Algunos de mis humoristas preferidos no se llaman Jardiel Poncela o Wodehouse, sino Nabokov o Kafka, pongamos por caso. En cualquier caso, el humor tiene la ventaja de esquivar el riesgo del patetismo, aun a riesgo de caer en la trivialidad, ya que de los peligros no se libra nadie. Al fin y al cabo, la escritura es una carrera de obstáculos.
Tiene una cuantas novelas excelentes y una verdaderamente prodigiosa, El novio del mundo. ¿Piensa que es su novela más conseguida hasta el momento?
No lo sé. La escribí hace mucho tiempo y no la he releído.
El novio del mundo es una novela desoladora y divertidísima a la vez. ¿Cómo se consigo eso?
¿Lo conseguí de verdad? En fin, te respetaré el optimismo… Supongo que en literatura todo se consigue escribiendo, sin más. A veces las cosas salen y otras veces no. Los propósitos sirven como guía, pero las guías no acaban sirviendo para mucho. Incluso sospecho que puede haber errores que resultan indispensables para conseguir un acierto.
¿Qué ocurre en el tiempo que media entre el final de una novela y el principio de la siguiente?
Dependerá, supongo, de la vida que lleve cada cual. Literariamente, en mi caso al menos, un periodo de depuración motivado por el hartazgo. Tengo que olvidarme del esfuerzo para animarme a esforzarme de nuevo. Escribir una novela es como tirar de un carro en el que cada vez hay más personajes, más situaciones, más divagaciones, más bodas, más naufragios, más cadáveres y más funerales.
Me gustaría preguntarle por sus primeras lecturas poéticas.
Fueron afortunadamente caóticas. Cuando uno empieza a leer, conviene que los estímulos estén muy diversificados, para adquirir cuanto antes una visión caleidoscópica de la literatura. Eso te obliga no tanto a la elección de estéticas afines como a la conciliación crítica de estéticas dispares. La capacidad de elección suele venir más tarde. Al principio, lo importante es la aceptación mareante del caos.
Su obra poética completa se ha publicado en 2009 con el título de Libros de poemas. ¿No le dio vértigo ver publicada su poesía completa?
Vértigo no. A lo sumo un poco de mareo metafísico, como suele ocurrir cada vez que publicas algo, así sea un simple artículo de prensa. No fue la primera recopilación, de modo que iba ya inmunizado.
¿Es Las identidades su mejor poemario (además de ser el último)? La crítica especializada parece que así lo afirma.
No lo sé. No creo. Para escribir ese libro necesité escribir todos los anteriores, y supongo que es consecuencia de ese proceso. Me conformaría con que fuese un capítulo coherente dentro de una secuencia.
¿Cuáles son los rasgos fundamentales de un poema, los que logran que nos conmueva?
No creo que pueda reducirse a una fórmula. Ojalá. Un buen poema es una suma imperceptible de muchos factores. Y sospecho que mejor cuantos menos factores y cuanto más imperceptibles.
En Cádiz, el circunloquio y la expresión inesperada es casi una seña de identidad. ¿Por qué la provincia de Cádiz da tantos y tan buenos poetas?
En Cádiz hay una relación peculiar con el lenguaje, no sólo a nivel literario, sino a niveles populares. Dicho así, parece una catetada localista. Pero ahí están los carnavales, por ejemplo, que son, por encima de todo, una fiesta del lenguaje, desde la pura juglaría. Aquí se valora mucho, en la conversación cotidiana, el doble sentido, el retruécano, la formulación perifrástica que es menos un rodeo que una ondulación del sentido.
Ha traducido a autores como Eliot y Nabokov. ¿Qué aprende en los poemas de los otros?
Traducir poesía viene a ser como desmontar un juguete para ver cómo está hecho, para desentrañarle el mecanismo. Aparte de eso, implica la construcción de un poema no diré que del todo distinto, pero sí inevitablemente paralelo. Si traduces un poema de Eliot, pongamos por caso, el resultado no es un poema de Eliot, sino el fantasma de un poema de Eliot, y de eso debe ser consciente tanto quien lo traduce como quien lo lee. Por buena y estricta que sea la traducción de un poema, siempre será una falsificación.
En Oficios estelares (Destino) hace un repaso a 26 años de relatos, pues incluye todos sus libros anteriores de narrativa breve y uno inédito entero. ¿Qué le interesa del cuento?
Quizá la necesidad de acotación. La delimitación ineludible de un espacio narrativo: una historia de la que hay que sobreentender lo previo y, generalmente, lo posterior. Creo que el buen cuento empieza en realidad cuando acaba. Cuando las posibilidades de reverberación se multiplican en la conciencia de quien lo ha leído.
Su último libro de cuentos es Cada cual y lo extraño, un delicioso calendario vital y literario con muchas sorpresas…
Lo dispuse como un almanaque: un cuento por cada mes del año. Y en un año pueden pasar muchas cosas. La elección de esa estructura tan simple me facilitó mucho la tarea. Por raro que parezca, las pautas funcionan.
De entre los títulos que conforman su obra, ¿sería capaz de destacar un par de ellos y alegar las razones de tal selección?
Mal está señalar, y menos señalar algo propio, pero, por razones que sería muy largo enumerar, y que no serían estrictamente literarias, me quedaría tal vez con El equipaje abierto, en poesía, y, en novela, con El pensamiento de los monstruos… No, mejor con Mercado de espejismos…. Bueno, qué más da. Ayer te hubiera señalado otros. Mañana podría señalarte otros. Y pasado mañana seguro que te señalaría otros. La relación que uno mantiene con sus libros suele estar sometida, como todas las relaciones, a la inestabilidad.
Nunca ha ocultado su admiración por Borges.
Las admiraciones no hay que ocultarlas. Admirar nos honra. Borges me parece excepcional en todos los géneros: como poeta, como cuentista, como ensayista e incluso como entrevistado.
De adolescente quiso ser como Jimi Hendrix. ¿Cómo quién quiere ser ahora Felipe Benítez Reyes?
¿Como Jimi Hendrix, pero vivo? Bueno, las proyecciones de identidad son propias de la adolescencia. Con el tiempo se diluye esa capacidad de extrapolación. Llega un momento en que sólo puedes aspirar a ser quien crees ser.
¿Ha reconocido en muchas entrevistas que se fija mucho en los que le rodean? ¿Qué ve a su alrededor?
El escritor, el novelista sobre todo, tiene mucho de espía de realidades ajenas. Observas para deformar, pero el procedimiento es legítimo. No importa tanto lo que ves como lo que crees ver.
¿Cómo podemos adquirir herramientas para saber mirar?
Mirando. Y tal vez fijándose menos en las panorámicas que en los detalles. Conviene fijar el objetivo en lo anómalo, no en lo obvio. Detrás de la realidad más inocente y rutinaria puede haber abismos y pesadillas, por la misma razón por la que detrás de una pesadilla aparente puede esconderse un paraíso.
Se prodiga en las redes sociales y en su blog Mercado de espejismos. ¿Qué le aportan esas apariciones en la Red?
Me temo que poca cosa. Un ligero estupor ante lo imprevisible y descabellado de la condición humana, tal vez.
¿Qué se siente cuando una calle de su pueblo natal –Rota, donde vive- lleva su nombre?
Bueno, es que en mi pueblo tiene una calle con su nombre todo el mundo. El ayuntamiento es muy generoso y considerado en ese aspecto. Aquí el concepto de “celebridad” se mide por un parámetro que tiene muy poco que ver con la celebridad en sí.
¿A qué le tiene miedo Felipe Benítez Reyes?
Depende. Despierto, al dolor físico y a los semidesconocidos que me paran por la calle para ponerme al día de sus cosas y para preguntarme que cuándo van a darme el premio Nobel o, en el peor de los casos, el premio Planeta. Dormido, al conde Drácula y a ese tipo de gente.
¿Sigue siendo la impaciencia uno de tus mayores defectos?
…Déjame que lo piense un momento, porque estoy en fase de curación… Ya… Sí. O tal vez no. No sé… No quiero precipitarme.
¿Cómo es una jornada diaria en su vida?
Como la de casi todo el mundo: algo que está entre la rutina de un obrero y la de Gregor Samsa después del percance.
¿Su vida es como la imaginó?
Es que nunca quise imaginármela. Opté por dejar vía libre a la sorpresa.
¿Cuáles son sus próximos proyectos?
Ahora mismo estoy con una novela. Y, como me pasa siempre, estoy convencido de que será la última, porque la escritura de una novela me lleva mucho tiempo y ya tengo más proyectos que tiempo. No sé cómo saldrá, ya que ahora mismo estoy en la fase confusa, en la de abrochar acontecimientos, pero a mi edad tiene mérito hacerte la ilusión de que puedes resolver una ficción sostenida y coherente, que es un propósito más propio de los escritores jóvenes. Lo sensato sería que a estas alturas sólo escribiera aforismos.
¿Quién es Felipe Benítez Reyes?
Eso tendrías que preguntárselo a él.
Saramago afirmaba que escribir es un trabajo, que el escritor no es un ser extraordinario que espera las hadas. ¿Está de acuerdo?
Esperar la visita de esas hadas no suele ser una esperanza muy fundamentada ni muy prudente, desde luego. Es un símil complicado y con resonancias de paranormalidad. La escritura surge simplemente del afán de escritura. Al escritor no se le regala nada desde afuera, salvo que se dedique al plagio. Decía Nabokov, por cierto, que todas las grandes novelas son grandes cuentos de hadas.
Cuando escribe, ¿qué busca, qué persigue?
En principio, lo más básico: no avergonzarme de lo que escribo. No es una meta sublime, pero sí prudente.
¿Sigue una disciplina/rutina para escribir?
Se trataría de una especie de método radical: estar disponible las 24 horas del día, horas de sueño incluidas. La ocurrencia suele ser instantánea, aunque el desarrollo de esa ocurrencia requiere, si no una rutina, sí una dedicación más o menos calculada. Si hay suerte, un poema o un relato puedes resolverlo en cuatro ratos, aunque esos cuatro ratos puedan espaciarse a veces en varios años. Una novela exige una continuidad, una persistencia en la tarea que a veces desemboca en el puro tedio, aunque comprendes que eso va en el lote y que tienes que seguir para evitar el peligro de aburrirte del todo de tus propias invenciones e incluso un poco de ti mismo.
¿Utiliza cuadernos para tomar notas o lo hace todo por ordenador?
Tomo muchas notas. Algunas acaban siendo útiles y otras no. Fundamentalmente, las notas suelen tener para mí una función de recordatorio. Mi memoria no suele ser precisa, y además tiende a saturarse.
¿Qué tipo de cuadernos utiliza?
Aunque esté mal decirlo, me gustan especialmente las Moleskine, aunque también uso otras, desde cuadernos italianos encuadernados en piel y de papel verjurado a libretillas de gusanillo de tres a un euro.
¿Piensa en un lector determinado a la hora de escribir?
Me gustaría, pero no tengo capacidad para dar concreción a las abstracciones. No creo que exista “el lector” como un ente genérico. Cada cual busca y encuentra algo distinto incluso en un mismo libro. Ese factor no puede controlarlo el autor.
Si no hubiera sido escritor…
No estaríamos hablando ahora, entre otras carencias… No sé, casi nadie puede imaginar lo que sería si no fuese lo que es. Esa capacidad de suposición nos excede, aunque a veces nos entretengamos en imaginar otra vida, casi siempre con una tendencia demasiado optimista a la mejora.
¿De dónde surgen sus historias?
Según. Generalmente, de ninguna parte. La realidad no suele servirme como punto de partida. No es del todo verdad, pero casi podría asegurarle que mis historias surgen de sí mismas.
¿Tiene alguna superstición a la hora de escribir?
Creo que no, aunque con las supersticiones nunca se sabe.
¿Para qué le sirve escribir?
Para muchísimas cosas y a la vez para ninguna en concreto. Tal vez como un método de interpretación de algo, aunque no estoy seguro de qué.
¿Corrige mucho?
Te digo lo que decía Monterroso: yo no escribo, yo sólo corrijo. Generalmente, para restar.
¿Cómo se clasificaría como escritor?
Soy el menos indicado para eso. Todo escritor, incluso el más tipificado, se tiene por inclasificable.
¿Ordenador o a mano?
Según para qué.
¿Cuándo comenzó a escribir y qué le motivó?
A los 12 años tocaba en un grupo de música rock y escribía letras de canciones en un idioma vagamente parecido al inglés. Han pasado varias décadas, he escrito muchas otras cosas y te confieso que no sé darte una respuesta sobre mi motivación.
¿A quién le deja leer sus manuscritos antes de ser editados?
Antes que nadie, los lee Silvia, mi mujer. Luego, algún amigo muy cercano. Carlos Marzal y Luis García Montero, sobre todo.
¿Dónde escribe?
Sólo tengo capacidad para escribir en mi cuarto de trabajo. En cuanto salgo de allí, me convierto en ágrafo. Soy incapaz de escribir ni siquiera un artículo de prensa no ya en la habitación de un hotel, sino ni siquiera en otra habitación de la casa. Comoquiera que uno tiende a ser optimista con respecto a su capacidad de organización, cuando me vine a vivir a esta casa dispuse cuatro mesas de trabajo, para dedicar cada una de ellas a una tarea específica: una para el ordenador, otra para hacer collages, otra para documentación y ese tipo de cosas, otra para… El propósito era inmejorable, pero el caso es que hago todo en una sola, la más fea de todas. Las otras tres han quedado como meramente ornamentales.
¿Cómo es ese sitio de trabajo?
Bueno, como casi todos. A veces más ordenado que otras.
¿Por qué leer?
Porque todo sería peor si no.
¿Leer es vivir?
Bueno, hasta cierto punto, y en sentido muy figurado. La lectura viene a ser una vida complementaria y paralela, una percepción vicaria de la vida, pero no me atrevería a decir que puede ser un sustituto de la vida propiamente dicha. Ambas engañan de manera distinta.
¿Qué tipo de lector es?
Me temo que especialmente caprichoso y desordenado. Y un poco implacable también: dejo muchos libros sin terminar. Seguramente me equivoco casi siempre, y me perderé grandes cosas, pero hay que ser respetuoso con las primeras impresiones, sobre todo cuando llega un momento en que comprendes que las primeras impresiones no sólo no son tan primarias como pudieran parecer, sino que además suelen ser también las definitivas.
¿Cuántas horas diarias dedica a la lectura?
Depende de cómo ande de tarea, aunque siempre menos de las que me gustaría. Normalmente, unas tres o cuatro.
¿Cuál es su sitio preferido para leer?
Depende más de la iluminación que del sitio. Leo siempre, eso sí, en la cama, antes de dormirme, y agradezco mucho que algún libro me mantenga en vilo hasta las tantas, por no poder dejarlo.
¿Cómo se debe leer: en voz baja, en voz alta o sin voz?
Como le venga mejor a cada cual, supongo. Yo, siempre en silencio. Cuando termino de escribir un poema, sí lo leo en voz alta, para asegurarme de que no estoy demasiado lejos de la cadencia de lo oral.
¿Quién le enseñó a leer?
No lo recuerdo. Entre el colegio y la casa, supongo.
¿Cuál fue ese libro que le convirtió en lector?
Las biografías ilustradas de grandes personajes de la historia y los tebeos, sobre todo los de Marvel. También una antología de literatura universal, publicada por Santillana, que teníamos en la EGB como libro complementario al manual de lengua y literatura; allí estaba casi todo.
¿Cómo hay que leer un libro?
Eso no puede saberlo casi nadie. Cada libro impone tal vez un modo de lectura.
¿Qué libros está leyendo?
Siempre leo varios a la vez. Una novela, un ensayo, una biografía, un libro de poemas… Liando las cosas.
¿Con cuál ha llorado o reído últimamente?
Soy malo para llorar, incluso cuando era niño, según me dicen, pero dejémoslo en conmover: Cumbres borrascosas, una de esas lecturas postergadas. Pocos libros me han puesto tan nervioso. Lionel Asbo, la última novela de Martin Amis, me ha hecho sonreír, a pesar de no ser gran cosa.
¿Quiénes son sus autores favoritos y qué lecturas recomendaría?
Tengo devociones inamovibles que arrastro desde que era muy joven: Borges, Chesterton, Nabokov, Dickens, Cervantes, Pessoa o Eliot. Les mantengo una fidelidad agradecida, una devoción inmutable, al menos de momento, porque con lo inmutable nunca se sabe del todo. Pero la lista sería mucho más larga, claro está. Esos serían los tutelares, digamos. Por otra parte, recomendar libros es una responsabilidad demasiado arriesgada. Los entusiasmos no suelen ser transferibles.
¿Qué ha aprendido de sí mismo leyendo que no hubiera podido aprender solo?
De mí mismo no sé, pero he aprendido mucho de David Copperfield, del barón de Charlus o de Fabrizio del Dongo, por ejemplo.
¿Cómo se puede fomentar la lectura entre los estudiantes que sólo abren los libros por obligación?
Mucho me temo que prohibiéndoles leer libros. Esa táctica no suele fallar.
¿Existe una decadencia de la lectura, de los lectores?
Hoy se lee más que en cualquier otro momento histórico. Y hay lectores con intereses muy diversos. Las listas de libros más vendidos suelen ser desalentadoras, pero, bien mirado, el desaliento no debe fundamentarse en lo demoscópico. Hay margen para la literatura subterránea.
¿Qué es el libro para usted?
Una cosa que a veces leo y que otras veces escribo.
Un libro que le cambió la vida.
Si existiera ese libro, tendría que quemarlo. Ningún libro tiene derecho a tanto.
¿Dónde suele comprar los libros?
Los nuevos, en la librería del pueblo. Los viejos, por Internet.
¿Visita las librerías de viejo?
Antes mucho. Ahora mucho menos. Cuando vivía en Sevilla, casi todas las tardes hacía una ronda, jugando al bibliófilo. Y casi todas las tardes iba a visitar a Abelardo Linares a su librería de la calle Mateos Gago, aunque no tanto para buscar libros, ya que mi economía de estudiante no daba para mucho, como para charlar con él. Me prestaba muchos libros inencontrables, y también muchos discos raros. Gracias a su generosidad, su librería se convirtió para mí en biblioteca.
¿Cuántos libros suele comprar en un año?
Depende del año. También recibo algunos.
¿Cuándo fue la última vez que pensó que se había gastado demasiado dinero en un libro?
Hace un par de semanas compré un libro muy celebrado. 18 euros tirados a la papelera. No es mucho, pero algo es.
¿Alguna manía u obsesión con los libros?
Aparte de tener algunos, no.
¿Cómo los cuida?
Suelen cuidarse solos.
¿Los presta?
Sí, claro. También regalo.
¿Posee ex libris?
No. Y ya soy demasiado mayor para eso.
¿Están sus libros limpios de notas y subrayados o los marca de alguna de manera?
Depende. Los libros “de trabajo”, por así decirlo, los subrayo. Aquellos sobre los que voy a escribir o que van a servirme para algo que pienso escribir. Algún párrafo de una novela… Siempre a lápiz, con un trazo muy leve que puede borrase sin dejar huella. Los de poesía no. Tampoco, claro está, los que tienen valor de objeto.
¿Qué opina de ese fenómeno comercial que es la Feria del Libro?
Me parece bien… No se me ocurre ningún inconveniente.
¿Ha practicado en alguna ocasión el bookcrossing?
¿Qué es el bookcrossing?
Dejar un libro en un lugar público para que lo recoja otra persona y crear así una cadena de lectores.
Ah, ya. No. Me han pedido libros para eso, y los he dado, y se supone que han rodado por ahí, pero mi única experiencia equiparable al bookcrossing ha sido la de olvidarme un libro en algún avión o en un tren. Por seguir con los extranjerismos, lo mío sería una especie de casual bookcrossing.
¿Tiene libro electrónico?
De momento no.
¿Qué opina sobre el libro electrónico?
Casi lo mismo que opino sobre las batidoras o los secadores de pelo: a quien le resulte útil, estupendo.
¿Cómo luchar contra la copia ilegal de libros digitales?
Supongo que con una ley específica y, sobre todo, con la voluntad de aplicarla.
¿El libro en papel será en el futuro un objeto de lujo?
Hace unos meses que me noto poco profético… No lo sé, la verdad. El libro en papel como objeto de lujo ya existe. Cuando la gente se mueva por las ciudades en aeronaves, ya veremos.
Su biblioteca es…
Como casi todas, una historia privada.
¿Cuál es su fondo actual de títulos?
No tengo capacidad de cálculo para eso. Unos 5.000 quizá, no sé.
¿Cuál es el número idóneo de libros para su biblioteca?
Siempre sobran, por pocos que tengas, y siempre faltan, por muchos que tengas. Se trata de un organismo cambiante, en función de los intereses del momento, de las épocas de tu vida.
¿Cómo debe formarse una biblioteca privada?
Supongo que de la única manera posible: poco a poco. Con el criterio de la necesidad y del capricho, que vienen a ser dos disfraces del azar.
¿Qué género predomina en la suya?
Hay de todo. La sección de poesía, por ejemplo, la tengo muy esencializada. Almaceno muy pocos.
¿Cuál es el libro más raro de su biblioteca?
El concepto de “rareza” es bastante raro en sí mismo. Lo que se posee nunca es raro.
¿Y el más caro?
No tengo ni idea. Tal vez uno impreso por Ibarra, aunque no estoy seguro.
¿Cómo clasifica su biblioteca?
Por mera aproximación. Por zonas más o menos temáticas, pero siempre acaban contaminadas. Soy muy ordenado, pero mis circunstancias no suelen serlo.
Acumula objetos, fotografías y todo tipo de fetiches en las baldas de su biblioteca.
No soy muy de cacharritos en las baldas. Algunos tengo, pero pocos.
¿Alguna peculiaridad?
No tiene nada especialmente distintivo, a pesar de que todas las bibliotecas acaban resultando excéntricas para quien no sea su dueño. A menos que sean temáticas, sólo tienen coherencia para quien las forma. La apariencia puede ser enmarañada, pero creo que toda biblioteca se fundamenta en una conexión secreta. Pasa lo mismo que con los armarios: sólo sus dueños saben establecer una pauta combinatoria para sus prendas de vestir.
¿Qué libros le faltan?
Ojalá que muchos.
¿Posee libros heredados de su familia?
Le tengo mucho afecto a un ejemplar de las obras completas de Antonio Machado que perteneció a mi abuelo materno y a un manual de magia y prestidigitación que fue de mi padre, que jamás ha practicado la magia, al menos que yo sepa.
¿Hace expurgo en su biblioteca con frecuencia?
Sí. No me gustaría vivir en una casa abarrotada de libros. He mandado miles, a lo largo de muchos años, a las dos bibliotecas del pueblo. También regalo muchos, cuando intuyo que a algún amigo puede interesarle un libro en concreto.
¿Contiene libros en otros idiomas?
Sobre todo en inglés.
¿Qué biblioteca ha visitado y le ha fascinado?
Entre las de mis contemporáneos, y por no salir del ámbito de las privadas, ya que las públicas tienen algo de museo, y nadie ansía ser dueño de un museo, he envidiado la de Abelardo Linares, la de Andrés Trapiello, la de Chus Visor, la de Juan Manuel Bonet, la de Joaquín Sabina, la de Juan Bonilla, la de Luis García Montero. Soy un bibliófilo redimido, pero la bibliofilia es como el tabaco: por mucho que te quites, nunca te quitas del todo.
¿Qué biblioteca le gustaría visitar?
Eso lo sabré más adelante. Cuando la visite.