Se licenció en Periodismo pero pronto supo que su destino sería literario, porque, como a Alonso Quijano, los ojos le brillaban ebrios de lecturas. Eva Díaz Pérez representa el talento y la calidad de una autora, andaluza para más señas, que se ha encaramado ya en los puestos altos de nuestra república de las Letras con unas novelas que abren manos y tienden puentes. Unas manos, las suyas, que le siguen dando a la tecla desde un periódico –en la sección de Cultura- para sobrevivir. La vida, sin duda, se la ofrece la literatura, aunque todo cuanto lee, oye, ve, sueña o ama le sirve para contar una buena historia a esta novelista de la memoria.
Parece que aprovecha muy bien su tiempo. ¿Cómo se pueden escribir novelas, trabajar en El Mundo y tener vida propia?
Pues aprovechando mucho el tiempo. Es cierto que es muy difícil porque trabajar en un periódico significa trabajar intensamente y al cien por cien. No hay horarios y tienes que estar dispuesta las 24 horas del día. Mi truco, si se puede llamar así, es centrar la escritura de las novelas al trabajo intenso y disciplinado de las vacaciones de verano. En ese mes de vacaciones es cuando puedo tener la disciplina real que requiere la escritura de la novela. El resto del año deambulo a ciegas por la novela, apunto ideas, la voy estructurando, voy paseando dentro de ella sin que todavía sea un edificio pero intuyendo sus ventanas, balcones, puertas, pasillos y escaleras. Es verdad que también el periodismo me ha dado mucho oficio, de forma que la escritura de la novela es lo que menos tiempo me ocupa. Duro mucho más documentándome o imaginando la novela.
¿Con qué odia perder el tiempo?
Soy una obsesa con el tiempo. Hasta cuando camino tengo que estar haciendo algo: caminando rápido para perder calorías y escuchar conversaciones en inglés para mantener el conocimiento del idioma, por ejemplo. Me da mucha rabia perder el tiempo esperando el autobús o hacer cualquier tipo de cola. Menos mal que el mp4 con el inglés me permite no perder el tiempo ni siquiera en esos momentos.
Usted ha entrevistado a muchísimos escritores. ¿Suele decepcionar conocer a un autor admirado?
Lo cierto es que casi nunca me ha ocurrido porque los escritores que admiro suelen ser grandes, no esos escritorcillos de tres al cuatro, autores de espantosos best seller que curiosamente son los más tontos, engreídos y que más problemas de vanidades dan cuando se les hace una entrevista.
¿Cómo convive con la vanidad?
En ese sentido, creo que el periodismo es una gran escuela contra la vanidad. El periodista sabe, o debería saber, que lo que escribe morirá al día siguiente. Incluso que el papel en el que escribe –al menos mientras exista el periódico de papel- servirá al día siguiente para usos domésticos. Me doy cuenta, cuando coincido con escritores en jornadas, cenas, congresos y seminarios, que en el mundo literario la vanidad y el egocentrismo son muy altos. Creen –ilusos ellos- que lo que escriben está destino a la posteridad, a la frase en bronce, y eso es un error. Un escritor tiene que tener capacidad autocrítica, curiosidad, conciencia de que no toca techo y que tiene que seguir evolucionando y que le queda mucho por aprender. Si no, eso se nota.
¿Presta atención a las críticas? ¿Le influyen de alguna manera?
Sí que presto atención, sobre todo porque me parece muy importante conservar esa capacidad de aprender, de corregir, de seguir aprendiendo. Sin embargo, es cierto que hay muchas críticas absurdas, gratuitas y muy subjetivas. También aprendes a darte cuenta de qué críticas puedes aprender y cuáles es mejor que las arrojes a la basura.
¿Qué actitud debe tener un escritor respecto a su obra?
Creo que la de seguir evolucionando. Yo leo poco mis obras anteriores, pero estoy orgullosa de ellas. También me doy cuenta, y eso me da mucha satisfacción, de que hay una evolución, un avance. Soy de las autores que piensa que la literatura es una carrera de fondo, no puedes quedarte embobada mirando y leyendo lo que has escrito porque seguro que es mejorable. Hay que avanzar.
¿Por qué le interesa tanto crear ficción a partir de la Historia?
Porque sinceramente creo que el pasado se proyecta en el presente. Todo lo que ocurrió antes forma parte e influye en el hoy. Y es absurdo no pensar en eso. Yo no puedo evitar cuando viajo o paseo por una ciudad recordar lo que ocurrió antes de que yo paseara por allí. ¿Cómo olvidar a los que nos precedieron? Además, es una torpeza no aprender de lo ocurrido antes. Mi última novela indaga en esa obsesión: cómo el pasado influye y moldea el presente.
¿Qué significó para usted el haber quedado finalista del premio Nadal en 2008 con su novela El Club de la Memoria?
Fue un sueño maravilloso. Para mí significó dar un salto muy importante, llegar a más lectores, atravesar por fin Despeñaperros, porque aún sigue pesando para los autores andaluces intentar publicar más allá de Andalucía. Desgraciadamente, te siguen colocando el cartelito o la etiqueta de escritor provinciano, cosa que no ocurre con los autores de Madrid o de Barcelona que publican allí porque están en el ojo del huracán. Publicar y ser reconocido desde Andalucía es mucho más difícil.
¿Están amañados los premios literarios?
Yo he tenido importantes premios literarios y puedo decir que no estaban amañados. Lo digo por pura experiencia. No digo que no sea cierto, pero mi caso es el de la ‘joven’ y desconocida autora andaluza que consigue un premio. Así que a mí no me han funcionado las supuestas ayudas que sirven para llegar a esos codiciados galardones. Siempre digo que mi ejemplo sirve para demostrar que todo es posible. Aunque confieso que es importante estar ahí en el momento justo. La suerte es demasiado importante a veces.
¿Qué se siente siendo autora de una editorial tan excelente como Destino?
No hay más que echar un vistazo al catálogo editorial de Destino para quedar deslumbrada. Yo me siento muy chiquitita junto a esos grandes que forman parte de nuestra mejor literatura contemporánea. Destino es una gran editorial con la que he tenido una experiencia maravillosa y me siento muy bien. Ahora con mi nueva novela, Adriático, he vuelto a la Fundación Lara porque es la que otorga el Premio Málaga de Novela, pero en realidad pertenece a Planeta, en realidad el mismo grupo de Destino. Así que de alguna forma todo queda en casa. Sólo cambia la habitación desde donde edito. Estoy también muy satisfecha porque comencé con ellos –la Fundación Lara- y nos entendemos a la perfección.
¿De qué busca refugio Eva Díaz Pérez en la literatura?
Muchas veces pienso que por dedicarme profesionalmente al periodismo, busco en la literatura la tranquilidad, el reposo, la reflexión, el tempo mas calmado. También huir del vértigo diario, de la espuma de los días, de las frivolidades del presente. Aunque tengo que confesar que el periodismo me ha ayudado a que mi literatura, aunque tenga evocaciones al pasado o a otro tiempo, sea una respuesta a la época en que vivo, a mi inmediato presente. Es inevitable que un autor actual en realidad esté escribiendo sobre el tiempo en el que vive.
De entre los títulos que conforman su obra, ¿sería capaz de destacar un par de ellos y alegar las razones de tal selección?
Creo que Memoria de cenizas lo destacaría porque fue mi primera novela, un auténtico reto porque cuando comencé a escribirla yo no sabía si sería capaz de terminarla. Era una novela complicada, sobre el poco estudiado tema de la Reforma protestante en España. Además, es un libro que a pesar de haber sido publicado en 2005 aún se sigue vendiendo, un hecho insólito en estos tiempos de urgencia que se aplica a la venta editorial teniendo en cuenta, por otro lado, que nunca tuvo especial promoción. Espero que se siga reeditando porque aún muchos lectores que me siguen hablan con emoción de ese libro. En segundo lugar destacaría El sonámbulo de Verdún porque es mi novela más compleja y ambiciosa. Además con ella inicio una serie de novelas que dedicaré a Europa para intentar explicar la complejidad de nuestro continente a través de la literatura.
¿Cuáles son sus próximos proyectos? ¿Cuándo saldrá publicada su próxima novela?
Adriático, que acaba de ganar el Premio Málaga de Novela, es mi obra más reciente y aún estoy en promoción. En otoño continuaré con encuentros con lectores. Y ya estoy preparando la próxima que forma parte de esta galería de novelas dedicada a la memoria europea. El sonámbulo de Verdún fue mi novela dedicada a centroeuropa y Adriático está dedicada a la Europa meridional. La que ahora estoy escribiendo será mi novela british. Cuenta el viaje de un matrimonio de ancianos desde Londres a Ginebra. Lo curioso es que también tengo en mente la siguiente, que será mi novela francesa: una historia que sucede durante los trágicos días de la Comuna de París en 1870.
¿Podría describirnos un día cualquiera en su vida?
Uf. Pues me temo que casi siempre es un día dedicado a mi trabajo en el periódico, que comienza por la mañana y termina sobre las once de la noche. Además, no existe posibilidad de hacer otra cosa. Otro asunto es cuando tengo la posibilidad de dedicarme cien por cien a la literatura. Entonces, todo es mucho mejor y maravilloso. Me levanto, desayuno y leo; escribo un rato, almuerzo; vuelvo a leer, escribo, corro, leo al atardecer, que es una de las cosas que más me gusta mientras bebo un poco de vino; ceno y me acuesto leyendo otra vez. Una maravilla de vida, vamos. Lástima que dure tan poco…
¿Su vida es como la imaginó?
Sólo la intuí. Confieso que es mejor de lo que la imaginé. Yo estudié periodismo porque sabía que en este miserable país en el que vivimos no se podía vivir de la literatura, que es lo que a mí de verdad me gusta. Sabía que si me dedicaba al periodismo podría vivir y quizás alguna vez escribiría libros. Lo cierto es que lo de escribir libros llegó antes de lo que pensaba. Yo imaginaba que estaría preparada para escribir mis libros cuando me acercara a la jubilación, que pensaba que sería una época más tranquila profesionalmente. Ahora lo dudo, porque todo ha cambiado tanto…, hasta las posibilidades de tener una jubilación. Pero finalmente llegaron los libros, tuve suerte y pude publicar quizás por eso que mencionaba de estar en el momento justo en el lugar adecuado. Además de haber dedicado mucho esfuerzo, claro. En resumen, no imaginé que compaginaría el periodismo y la literatura.
Conocerá a muchos compañeros desempleados de la profesión periodística. ¿Qué nos puede decir de la crisis del periodismo?
Es terrible. Tampoco imaginé esto. Y eso que cuando comencé en Diario 16 allá por el año 1993 el asunto ya estaba en crisis. De hecho, aquel periódico desapareció y todo fue bastante traumático. Ahora intentan convencernos de que estamos en vía de extinción, pero alguien tendrá que seguir contando las cosas ¿no? Sin embargo, todo es muy lamentable porque se está despreciando a varias generaciones de excelentes profesionales, se olvida la experiencia (nunca he comprendido las redacciones sin memoria, cuando es lo más importante para la capacidad crítica de un periodista) y se está abaratando un trabajo que es un pilar fundamental en toda sociedad democrática. Al periodismo le han pillado dos crisis, la económica y la tecnológica, la necesidad del cambio de modelo de negocio. El periodismo está en una encrucijada, pero sobrevivirá. Lo que no sé es en qué condiciones.
¿Cómo ve el mundo de la Cultura?
Desgraciadamente muy mal y no por los que crean y creen en la Cultura. Yo tengo luchas muy particulares y vehementes por defender la Cultura. De hecho, en el periódico vivo y sufro auténticas batallas por defender el espacio dedicado a la Cultura, que además tiene que diferenciarse del espectáculo frívolo con el que alguna gente intenta identificarla. Lo que lamento mucho es vivir en un país que no cree en la Cultura cuando es casi lo único que ha merecido la pena en su Historia y por lo que nos conocen fuera. Me da mucha pena ver a los artistas mendigando cuatro perras para hacer Cultura porque nadie cree en ellos. Pero sé que es una raza superior, tienen una vocación fortísima y eso los hace más fuerte. Nunca se rinden y ahora, a pesar de las patéticas circunstancias, los veo más fuertes que nunca. Odio dos circunstancias actuales, el desprecio del gobierno a la Cultura y la gente que considera que debe ser gratis sin tener en cuenta que ese pirateo condena al artista a la mendicidad. Si aquí nadie duda en pagar una cerveza, ¿por qué sí lo hace por consumir Cultura? Es triste el trato que se da a los creadores en este país.
¿A qué le tiene miedo?
Sinceramente, me dan miedo muchas cosas. Soy una persona frágil. Lo que más miedo me da es la enfermedad, no tener salud. Lo demás, no me importa tanto.
¿Cuáles son las cualidades que más aprecia en la gente, en sus amigos?
Saber que estarán ahí también en los momentos difíciles. Aprecio mucho la confianza y la complicidad.
¿Quién es Eva Díaz Pérez?
Eso quisiera saber yo…
Cuando escribe, ¿qué busca, qué persigue?
Creo que tampoco me lo he planteado porque siempre me gustó escribir. Para mí es la mejor forma de expresarme, pero no simplemente para contar historias fútiles. No, la escritura te permite comunicarte en un nivel profundo de pensamiento. Eso es lo que me interesa. Al mismo tiempo, nunca pude evitar no imaginar, fantasear, inventar cosas que parten de la realidad.
¿Sigue una disciplina para escribir?
Intento seguir una disciplina en esos meses de verano en los que centro la escritura de la novela, pero nunca llega a ser un ejercicio demasiado duro y obsesivo. Escribir es lo que más me gusta y, dedicándome también a escribir en los periódicos, no me gustaría llegar a cansarme al identificar la escritura con la obligación. De todas formas, ya me gustaría tener ciertas rutinas a la hora de escribir. Eso querría decir que por fin me puedo dedicar cien por cien a la escritura.
¿Utiliza cuadernos para tomar notas o lo hace todo por ordenador?
Con cada novela utilizo varios cuadernos que se han convertido en un instrumento clave. Allí anoto las ideas que surgen a lo largo del año y hasta los sueños y, por supuesto, todo el trabajo de documentación y de conformación de los personajes y el escenario de la novela. Trabajar con cuadernos es clave porque necesito apuntarlo todo, incluso cosas que luego no utilizaré. Creo que también es una necesidad ya que la escritura la centro en muy poco tiempo al año, el que me deja mi trabajo como periodístico, así que tengo que tenerlo todo muy ordenado y guardado. No me gusta que se me escapen ideas.
¿Piensa en un lector determinado a la hora de escribir?
No, en ese aspecto me dejo llevar mucho por la lectora que soy. Pero sinceramente no pienso demasiado en eso. Creo que es la única forma de ser sincera con el lector.
¿De dónde surgen sus historias?
De mil cosas. A veces puede ser de una fotografía, un viaje, un comentario sobre algo o alguien. Hasta un olor. De hecho, la novela que escribiré, después de la que ahora me ocupa, parte de un olor.
¿Cómo tiene la imaginación?
Diríamos que tengo el músculo de la imaginación bastante sensible. Sin embargo, lo tengo bien embridado. Galopa, pero no se me suele escapar si no quiero.
¿Tiene alguna superstición a la hora de escribir?
No, a la hora de escribir no.
¿Es muy perfeccionista?
Soy perfeccionista porque me obsesiona hacer el trabajo bien hecho y las novelas rigurosas.
¿Cómo se clasificaría como escritora?
No lo sé. Pero cada vez pienso que escribir novela literaria –aunque eso se supone que debería ser lo normal- no es sólo mi naturaleza sino también una reivindicación. Es increíble, pero en el mundo editorial te pueden criticar porque escribes novela literaria. También me definiría como autora culturalista. Siempre hay referencias culturales en mis novelas y también tengo a veces que disculparme por eso. Tal vez es que muchas veces olvido el país en el que vivo.
¿Ordenador o a mano?
Sin lugar a dudas con el ordenador. De hecho, me cuesta muchísimo trabajo escribir a mano. Sólo escribo a mano las anotaciones en los cuadernos de preparación de cada novela.
¿Qué sería de su vida si no pudiera escribir?
Bastante simple. Me he acostumbrado a tener esa dimensión paralela y no me sentiría completa si no pudiera seguir escribiendo.
¿Cuándo comenzó a escribir y qué le motiva a continuar?
Siempre me recuerdo escribiendo, desde muy pequeña. Claro que hasta muy tarde no conseguí escribir una novela. La razón de que escriba es porque creo que forma parte de mi naturaleza. No me entiendo sin escribir.
¿Recuerda cuando fue la primera vez que se sintió escritora?
También desde pequeña. Escribía cuentecillos o pequeñas historias. Pero escritora escritora no me he atrevido a convencerme de que lo soy hasta no tener publicados varios libros. Es entonces cuando es cierto que no se trata de una casualidad o un hobby sino de algo más serio.
¿Escribir es una forma de entender el mundo?
Sin duda es así. Y creo que es una forma audaz de entender el mundo, quizás demasiado osada, porque de alguna forma te atreves a interpretarlo, aportar reflexiones, desvelar cómo entiendes las cosas.
¿A quién le deja leer sus manuscritos antes de ser editados?
A mi marido, que también escribe y es un gran lector, y a varios amigos especiales que lo han tomado como una misión ineludible. Todos forman parte del resultado final.
¿Qué opinión le merecen los talleres de creación literaria? ¿Valen para algo?
Siempre he tenido mis sospechas porque creo que el mejor taller de creación literaria es leer, devorar libros y analizar lo que escriben otros con un bisturí diseccionador. Sin embargo, los talleres literarios son muy útiles porque ayudan a verbalizar cosas y, de alguna forma, sirven para plantear dudas, problemas comunes, soluciones, para ver el error del otro o que el otro vea el tuyo.
¿Hay algún estereotipo de escritor en el que odiaría caer?
El del escritor malísimo que por vender mucho cree que está escribiendo la mejor literatura de su tiempo. Como verá un ejemplar bastante común.
¿Dónde escribe?
Donde puedo, pero me gusta escribir en mi portátil en la terraza de casa. Me gusta escribir al aire libre, cuando es posible. En verano normalmente me retiro a una casa de campo que alquilo y escribo mientras escucho a los pájaros y el aire huele a matorrales y a árboles, a viento limpio. No veo nada más cercano a la felicidad que eso. Y para mí, lo más cercano al paraíso.
¿Necesita silencio para escribir o le gusta escuchar música?
Me gusta el silencio, pero en ciertos momentos es fundamental determinada música. Siempre es música antigua o culta contemporánea (Ligetti, Arvo Parts). Y curiosamente cada novela tiene su banda sonora. En Adriático fue música de guitarra barroca; obras de la Escuela de Viena en El sonámbulo de Verdún; Turina para Hijos del Mediodía, y en Memoria de cenizas, música renacentista de vihuela. Los discos de Jordi Savall casi siempre están presentes.
¿Se siente poderosa cuando escribe?
No poderosa, pero sí feliz.
¿Tiene palabras por las cuáles sienta fascinación?
Sí, hay palabras que me gustan especialmente, pero en realidad cualquier palabra puede provocar efectos inesperados si se consigue la metáfora adecuada. Me gusta tener siempre presente ese reto cuando escribo.
¿Qué ocurre en el tiempo que media entre el final de una novela y el principio de la siguiente?
Lo cierto es que casi nunca pasa demasiado tiempo. Siempre tengo otra novela en marcha, así que no he vivido aún ese ‘vacío’.
Una razón para leerla, señora Díaz.
Sinceramente, me da pudor. Pero sí diría que detrás de cada libro hay una intención literaria, de recreación del lenguaje, de indagación en un tema, de curiosidad por una época o una ciudad. En muchas ocasiones, los lectores me han dicho que mis libros abren el apetito, la curiosidad por seguir leyendo más por el tema.
¿Por qué leer?
Porque se es más feliz –o quizás no-, la lucidez da dolor a veces.
¿Leer es vivir?
Sin duda es vivir más intensamente. El lector vive más vidas y las vive con más profundidad.
¿Qué tipo de lectora es?
Bastante compulsiva. Es lo que más me gusta hacer con diferencia.
¿Cómo se debe leer: en voz baja, en voz alta o sin voz?
Como salga de dentro o como pida cada historia.
¿Cómo hay que leer un libro?
El cómo creo que no es relevante.
¿Cuál es su sitio preferido para leer?
Al aire libre, en el campo.
¿Quién le enseñó a leer?
No recuerdo el momento exacto. A veces tengo la sensación de que nací leyendo. Es una boutade, claro…
Decía Juan Carlos Onetti que le gustaría padecer de amnesia para volver a leer como si fuese por primera vez los libros que más le habían emocionado. ¿Qué libros le han emocionado en su vida?
Muchísimos. Es indescriptible ese momento en el que un libro te provoca esa sensación de vértigo y de felicidad total. Recuerdo algunos especiales como Cien años de soledad cuando tenía 17 años. Las últimas páginas las leí tan emocionada que no me di cuenta de que se había ido la luz (estaba leyendo en el campo al atardecer). Otro libro importante en el que llegué a llorar en mi adolescencia fue De parte de la princesa muerta, de Kenizé Mourad, pero creo que me embargaron los sentimientos, la efectiva construcción del aparato emotivo por parte del autor. Autores que me han emocionado ya intelectualmente han sido Sebald, Max Aub, Valle-Inclán, Magris o Antonio Muñoz Molina. El final de Sefarad me hizo llorar y no porque el autor haya buscado hábilmente cómo atrapar los sentimientos. Era una cosa bien distinta. Ese libro me impactó más como escritora que como lectora.
¿Quiénes son sus autores favoritos?
Los que acabo de citar, además de Vila-Matas, Mauricio Wiesenthal, Javier Cercas, Julian Barnes, Baroja, Cela, Valle-Inclán, Quevedo, Borges, Mújica-Laínez y, naturalmente y siempre, Cervantes.
¿Cuál fue ese libro que le convirtió en lectora?
No lo recuerdo. Supongo que fueron muchos, pero hay un momento fascinante en mi infancia en el que comienzo a leer un libro de poesía de la colección de Austral. Yo no sabía a quién estaba leyendo. Era una antología de Antonio Machado. Me cautivó.
¿Qué libros está leyendo en estos momentos?
Varios al mismo tiempo. Acabo de terminar Jardines de Kensington, de Rodrigo Fresán, pero también estoy leyendo el libro de relatos de Julian Barnes Al otro lado del canal. Y el ensayo Posguerra, de Tony Judt; Londres. Una biografía, de Peter Ackroyd; Historia de la muerte en Occidente, de Philippe Ariès, y un libro fabuloso sobre la historia del olor, El perfume o el miasma. El olfato y lo imaginario social, de Alain Corbin.
¿Qué título reciente le ha dejado sin aliento?
Dos: El esnobismo de las golondrinas y El libro de los réquiems, ambos de Mauricio Wiesenthal.
¿Qué libro no ha sido capaz de terminar de leer?
Me temo que demasiados. Y algunos de ellos tenían momentos fascinantes, pero por alguna razón decaían. Soy muy exigente con la lectura. Si no me atrapa, paso a otro.
¿Cómo se puede fomentar la lectura entre los estudiantes que sólo abren los libros por obligación?
Es un problema realmente complicado. Quizás comenzando con buenos cómics, luego entrando en el género de terror, que claramente les gusta y ahí enlazando con clásicos de la literatura romántica y gótica, desde Poe a Bécquer. Claro que tampoco estaría nada mal que se fomentara cierto esfuerzo porque me sorprende que en la escuela actual sólo se piense en claves lúdicas. Aprender puede ser muy divertido, pero también necesita de cierto esfuerzo.
¿Existe una decadencia de la lectura, de los lectores?
Es más que evidente. Ya ocurre desde hace tiempo. Recuerdo que Flaubert en una carta a George Sand apuntaba que su época era un tiempo de ignorancia y frivolidad. La evolución parece que va acompañada de cierta involución. La gente prefiere lo cómodo, lo sencillo y lo superficial porque cuesta más trabajo (como le pasa a los niños). Es una lástima que mucha gente nunca llegue a descubrir lo maravillosa que es la cultura. Y no será porque la cultura no está al alcance de todos. Vivimos en la mejor de las épocas en ese aspecto y no vale el discurso demagógico de que la cultura es elitista. Al contrario, la cultura y la educación son la revolución pendiente, lo único que sirve para cambiar las cosas y las diferencias sociales.
¿Qué es el libro para usted?
Siempre una continuación de mí. Siempre llevo un libro encima y dentro, claro. Es mi objeto más preciado. Lo que poseo en más cantidad en mi casa porque mi biblioteca es el lugar más importante. Y confieso que es lo único en lo que casi nunca dudo en gastarme dinero. No me gusta comprar ropa, ni tecnologías, ni muebles. Pero temo entrar en una librería porque tengo que controlarme.
Entonces su relación ahora con los libros es…
Total y absoluta. Forman parte de mi vida profesional, creativa, lúdica. No me entiendo sin ellos.
¿Quién le educó en el amor a los libros?
Mis padres. Les agradezco que siempre me regalaran libros. Mi padre, cuando se acercaban los Reyes Magos, me llevaba a una librería muy grande que había en Sevilla y me decía que escogiera. Qué felicidad. También en el colegio había un profesor, don Manuel, que nos hacía leer por las tardes los Cuentos de la Alhambra, de Washington Irving. Y en segundo de EGB, aunque parezca increíble, nos ponía a leer El Quijote. Además teníamos que hacer como trabajo de clase un resumen de cada episodio de la serie infantil de El Quijote que echaban todos los sábados por la mañana. Eran otros tiempos y ahora parece ciencia ficción, pero esa escuela existió y yo la recuerdo con gran cariño y agradecimiento.
¿Qué ha aprendido de sí misma leyendo que no hubiera podido aprender sola?
He descubierto muchas cosas al leer a otros. La buena literatura guarda siempre páginas deslumbrantes de la condición humana. Leer me ha ayudado a entender mis fragilidades al reconocerlas en otros. Te hace adentrarte dentro de tu memoria, tu pasado.
¿Prefiere los libros recién sacados de la imprenta o los volúmenes con cubiertas raídas y páginas apergaminadas por los años y el uso?
Sin duda tengo una pasión especial por las librerías de viejo. Los ejemplares antiguos son volúmenes con pasado. A veces, he encontrado huellas de la biografía de cada libro, de las personas que lo leyeron. Hay lectores de los que he encontrado varios libros que he reconocido por sus exlibris y ya casi son amigos de toda la vida. En mis viajes me gusta comprar en librerías de viejo. En Praga encontré cosas maravillosas y en un ejemplar restos de cartas que me sirvieron para la novela que estaba escribiendo en ese momento. En Sevilla, en la librería Babel encontré una vez en un libro de Cansinos Assens una página de periódico cuidadosamente doblada. Era un artículo que yo había escrito en El Mundo sobre Cansinos Assens. Naturalmente compré el ejemplar y aún me pregunto qué persona guardaría ese reportaje que yo escribí.
¿Recuerda cuál fue el primer libro que compró?
No, no lo recuerdo, pero sospecho que sería algún cómic sobre el Príncipe Valiente, de Harold Foster. Ya desde pequeña me gustaban los héroes del pasado.
¿Dónde suele comprar los libros?
Me gusta repartirme entre las buenas librerías que aún quedan en Sevilla. Suelo ser bastante fiel a Beta, que es una librería generalista pero cuida muy bien al lector. Céfiro porque está especializada en libros de Historia. Y ahora hay librerías nuevas muy interesantes, enfocadas al lector-lector, evitan el best seller y sugieren con criterio como La Extravagante o Birlibirloque. En fin, han hecho lo que las grandes superficies no, que han preferido vender libros para gente que no suele leer.
Dijo antes que le gusta comprar en las librerías de viejo.
Sí, e incluso casi me quedo a vivir en ellas. No hay cosa que me guste más que entrar en una librería de viejo en una tarde de lluvia y quedarme allí hojeando ejemplares. Qué olor también el de estas maravillosas librerías. Lástima que cada vez queden menos, aunque siguen resistiendo en internet que, paradójicamente, ha sido la salvación del libro antiguo.
¿Cuántos libros suele comprar en un año?
Pierdo la cuenta. Muchísimos libros. Como media diría que uno por semana. Además, al dedicarme al periodismo cultural recibo muchos en el periódico con lo que las dimensiones de mi biblioteca están llegando a un nivel peligroso.
¿Qué hace con esas novedades editoriales que no le interesan?
Tengo una mesa en el periódico a la que llamo la piscina de Umbral. Umbral decía que los libros tontos que no le interesaban los tiraba a su piscina, pues eso es lo que hago. Los pongo allí y eso quiere decir que cualquier compañero puede recogerlo si le interesa. Recibo muchas novedades absurdas, malos libros destinados a venderse como churros porque son baratijas, meros productos de usar y tirar. Esos van a la piscina del periódico y si alguien los quiere, los rescata. Aunque tengo que decir que en los dos últimos años ni siquiera he tenido la compasión de ‘tirarlos’ a la piscina. Directamente han ido a la basura. La razón es que cada vez me molesta más que se publique a gente estúpida que no sabe escribir y haya estupendos escritores casi inéditos.
¿Cuál es su posesión libresca de la que se siente más orgulloso?
Una edición de Nuestra Señora de París, de Victor Hugo, de 1854. Tiene algunas páginas quemadas. ¿De qué incendio se salvó?
¿Alguna manía u obsesión con los libros?
No, no tengo manías. Sí que me gusta subrayarlos o anotar cosas al margen, algo que sé que espanta a mucha gente. Son libros vividos y, sobre todo, leídos.
¿Posee ex libris?
Sí, uno maravilloso de la Victoria de Samotracia en un dibujo sarcástico que dibujó mi marido.
¿Qué opina de ese fenómeno comercial que es la Feria del Libro?
Bueno, tiene ese punto de comercialización inevitable. Hay cosas que me gustan y otras que no. De las Ferias del Libro me quedo con las posibilidades que da de encuentro con los lectores.
¿Ha practicado en alguna ocasión el bookcrossing?
Es curioso, pero no. Me parece muy interesante, pero nunca lo he hecho.
¿Tiene libro electrónico?
No tengo libro electrónico.
¿Qué opina sobre el libro electrónico?
Me parece que es una posibilidad más, pero no me gusta que se esté convirtiendo en la única alternativa. Me parece que hay cierta bobería en olvidar a los lectores y buscar sólo al consumidor de objetos electrónicos.
¿Cómo luchar contra la copia ilegal de libros electrónicos?
Sinceramente no lo sé. Y lo peor es que me temo que es un problema de educación nacional. La gente cree que tiene derecho a piratear la cultura y es algo que no puedo comprender.
¿El libro en papel será en el futuro un objeto de lujo?
Espero que no, porque sería injusto. Creo que el verdadero lector sigue disfrutando con el libro como objeto. Eso no impide que también lea en formatos electrónicos. Lo que no debería ocurrir es que la moda tecnológica obligue a que una opción ya no exista y que se convierta en algo supuestamente para lectores ‘elitistas’.
Su biblioteca es…
Pues el lugar más importante de mi casa, aunque añadiría que en realidad mi casa es ya una biblioteca porque quedan pocos huecos que no estén llenos de libros.
¿Cuál es su fondo actual de títulos?
No sabría decir porque los tengo repartidos entre mi casa, la de mis padres, un estudio y la casa de mi hermana.
¿Cuál es el número idóneo de libros para su biblioteca?
Nunca habrá un número. Es insaciable, como mi curiosidad de lectora.
¿Qué género predomina?
El ensayo histórico.
¿Cómo clasifica su biblioteca?
Ahora estoy en proceso de clasificación porque ya me pierdo y hay títulos que no encuentro. Sí que tengo más ordenada la parte de títulos dedicados a Sevilla pero sólo por razón de mi trabajo. Necesito tenerlos controlados para trabajar con eficiencia.
¿Sólo tiene libros en las baldas o también acumula objetos, fotografías u otro tipo de fetiches?
Sí, también incluyo objetos especiales de viajes principalmente que es lo que más me gusta hacer después de leer y escribir.
¿Alguna peculiaridad en su biblioteca?
Me temo que cierto desorden. Y eso sí, mucha diversidad. Creo que es una biblioteca que reúne muchas disciplinas.
¿Posee libros heredados de su familia?
No, es una biblioteca de creación propia, aunque tengo libros de mis padres, no heredados, afortunadamente, sino donados.
¿Contiene libros en otros idiomas?
Sí, en inglés, que desgraciadamente es el único idioma en el que puedo leer, y algunos volúmenes en francés e italiano, que me cuesta muchísimo traducir pero que he comprado en viajes.
¿Cuál es el libro más raro de su biblioteca?
El más raro quizás sea uno que perteneció a mi abuela y lo tenía mi padre y que es una especia de guía para artesanos centrada en la enseñanza de la escritura de cartas comerciales. Cosas de otras épocas. Pero es curioso porque reproduce distintos tipos de letras.
¿Y el más caro?
Me temo que lo olvidé o mi memoria sabia y racional quiso olvidarlo. Ya digo que soy peligrosa comprando libros. Ahora recuerdo que quizás sea una primera edición de Troteras y danzaderas, de Ramón Pérez de Ayala, pero se me ha olvidado cuánto me costó, claro.
¿Cómo debe formarse una biblioteca?
Siguiendo tu criterio de lector. No hay nada más maravilloso que contemplar tu biblioteca y darte cuenta de que estás mirando tu propia vida, tu biografía.
¿Qué biblioteca ha visitado y le ha fascinado?
Recuerdo la biblioteca de la Abadía de Strahov en Praga, que además me sirvió de inspiración para una escena de El sonámbulo de Verdún. Además, me gusta mucho visitar las casas natales de los escritores y si allí mismo, aunque reducida o minúscula, está su biblioteca me parece el paisaje más maravilloso que puedo imaginar. Cosas de mis pasiones librescas.