Enrique Murillo, editor y escritor.Enrique Murillo, editor, traductor, periodista y escritor.

Ha desempeñado todo tipo de trabajos en el mundo del libro, desde lector en sus comienzos hasta editor en Anagrama, Alfaguara, Plaza & Janés o Planeta, entre otras editoriales. Ahora es uno de los editores independientes más valorados en España con su sello Los Libros del Lince y, por supuesto, uno de los maestros de la industria española de la palabra impresa. Porque ser editor es mucho más que controlar un balance de contabilidad o poner en marcha una línea de libros orientada al beneficio personal. Conversar con este hombre polifacético resulta una experiencia inolvidable.

¿Siempre quiso ser editor?

Quise ser director de cine y lo dejé. Quise ser profe de universidad y lo dejé. La vida me hizo traductor porque me quedé sin trabajo y sabía inglés, y un día mi amigo Javier Fernández de Castro me dijo que estaba harto de traducir, que la vida de James Joyce (Richard Ellman) se le hacía muy larga, y que iba a presentarme a un señor que tenía una editorial pequeñita en Sarrià, que es un barrio muy bueno de Barcelona. Allí conocí al señor Jorge Herralde. Terminé esa traducción, me dio otra, y otra, luego libros en inglés para hacer informes de lectura. Por azar hablé muy bien de una novela que luego vendió mucho, y así me gané una reputación, y empecé a combinar la traducción con otras cosas en esa misma casa: leer todo lo escrito en español, leer todo lo del premio de novela, leer la mitad de lo inglés y norteamericano, y todo eso por horas, como una asistenta…

Por casualidad, vamos.

En realidad pisé la primera reunión de un consejo editorial en 1969, poco antes de irme de este país insoportable a Londres. Leí para Carlos Barral durante unos meses. Fue gracioso que me diera para informar una novela de alguien que se apellidaba Lópezalgo y que escribía novelas de obreros con la sana intención de cargarse el franquismo con una novela, que se llevaba mucho en aquel entonces. Mi informe fue demoledor. Carlos Barral me dijo que estaba de acuerdo conmigo, que eso era muy malo pero que lo publicaría de todos modos porque era compañero de viaje (del PCE). Y, yendo al meollo de ese comienzo de los comienzos, yo tuve una infancia muy enfermiza, y un carácter un poco anarco, así que leí horas y horas gracias a mi escarlatina y otras dolencias diversas, desde que descubrí que Las aventuras de Guillermo proporcionaban emociones comparables a las de marcar un gol tirándote en plancha.

Su editorial Los Libros del Lince se caracterizó en sus comienzos por publicar ensayos críticos sobre asuntos de actualidad. ¿Por qué ha acabado publicando también narrativa?

Porque soy un escritor (muy perezoso) de ficción. Nunca he escrito ensayo. Y tengo una cierta idea de qué es una historia y cómo hay que contarla, y un cierto criterio de selección para manuscritos de narrativa. Y suelo trabajar con los autores de ficción para echar una mano y mejorar lo más posible un libro. De modo que se suele establecer un diálogo que los escritores agradecen porque es fructífero. Y a mí me gusta esa parte que en inglés se llama editing y en español no tiene nombre porque no se suele hacer. Como periodista, puedo ayudar también a un escritor de no ficción, pero ignoro todo de todo, así que en la parte relativa a la especialidad no puedo hacer gran cosa. En cambio, me dicen mis autores de ahora y de antes que para ficción les resulto útil.

¿Cuál es el criterio principal del catálogo de Los Libros del Lince?

La heterodoxia, la actitud crítica en los ensayistas, la singularidad, la visión única en los narradores. También me gustan mucho los libros en los que la categoría de género queda rota en pedazos. Procuro contratar esos libros que me parece que yo podré publicar en el sentido fuerte de la palabra, hacer públicos, conseguir que mucha gente se entere de su existencia y que quieran leerlos. Busco libros que me afecten en cuanto a descolocarme, a obligarme a pasar por el cedazo de esa visión nueva que me descoloca. Y busco lectores a los que les guste eso mismo. No suelo publicar libros que te dejan al terminarlos igual que estabas antes de empezar a leerlos.

Reconoce publicar los libros que le sacan de sí mismo, que le hacen ver el mundo de una manera nueva. ¿Por qué?

Porque eso es lo mejor que puede hacer un libro. Decía Juan Benet, y cito muy aproximadamente, que los libros (y se refería a esas novelas o poemas que pretendían cambiar el régimen franquista) nunca han servido más que para una cosa: para contar la desdicha humana. Añadiría a eso que los libros que me han gustado, y los que procuro publicar, ofrecen una visión renovada de las cosas. En ensayo, por ejemplo, me gustan los libros que analizan políticamente terrenos no políticos. Por ejemplo, La expropiación de la salud, que he publicado en mayo, estudia desde la experiencia de unos médicos de familia de qué manera el médico se ha atribuido la facultad de decirme si estoy sano o enfermo, si estoy loco o cuerdo, si arriesgo mi vida con cierta tasa de colesterol, si puedo o no exigir que me den morfina cuando estoy muriéndome en medio de dolores insoportables… ¿Quién diablos manda aquí? Ahora mismo he publicado otro libro muy distinto y extraordinario que se titula Mi cuerpo también, que es el descubrimiento de una escritora enorme, brillante, inteligente, y cuya obra narra su cáncer buscando sobre todo desentrañar las relaciones de poder que se producen en un hospital. El otro día se me ocurrió recordar aquella bella frase de Valery, “furiosos de inteligencia” para describir lo que es sin duda Raquel Taranilla, la autora de este libro.

¿Por qué le puso Los Libros del Lince a su editorial?

Porque los libros, al igual que el lince ibérico, son una especie en vías de extinción, y al propio tiempo son bellísimos. Salvarlos de la desaparición va a ser una tarea ingente. Nosotros hacemos ahí lo que podemos, que es poquito, claro. Como animal totémico el lince representa algunas de las cualidades que un editor debería tener: buena vista, astucia, capacidad para sobrevivir en condiciones adversas.

¿Mira por igual lo literario y lo comercial a la hora de editar un libro?

A mis alumnos del Máster de Edición de la UAB les explico el primer día que la edición es a la vez arte (intuición) y negocio (cálculo). La mejor editorial del mundo, la que publicara los mejores libros, dejaría por completo de publicar si no atiende a su lado negocio. No en el sentido de ganar dinero, sino en el de no perder tanto que acabes cerrando y con deudas impagables. Tengo la fortuna de que la docena de socios de la sociedad, mis amigos y familiares, los que conmigo pusieron el dinero inicial, lo hicieron con generosidad y no por la pasta, sino por la idea de hacer algo que ayuda a que el mundo no empeore. Aprendí muy pronto que combinar unos libros capaces de vender y otros capaces de arruinarte, es lo que permite sobrevivir a las editoriales que sobreviven. Trato de pensar siempre en las dos cosas a la vez, y sé que algunos libros no darán dinero, que a lo mejor ni siquiera cubrirán gastos, pero que hay que publicarlos. Y que habrá otros que den unos beneficios que no serán nunca tales, pero que financiarán la supervivencia de la editorial.

¿Confía plenamente en su juicio literario?

Claro. Sé que una cosa me gusta, y no dudo de si me gusta o no. Pero jamás pienso que ese criterio va a durar cien años. Yo no soy ni profesor de universidad ni crítico. Sólo soy editor. Publico para los míos, para la gente que vive en el mundo en mi tiempo. No intento mirar el mundo desde lo alto de la pirámide y decir: lo que yo diga valdrá para siempre. Entonces no se trata de juzgar. Se trata de sentir, intelectual y emocionalmente, un manuscrito.

¿Cuáles son las tareas que debe cumplir un editor?

Muchas y muy diversas y a veces complicadas. El escritor trabaja en una soledad terrible, y solamente se tiene a sí mismo para juzgar lo que escribe. Y pasa a menudo de la euforia a la depresión en apenas unas horas. Tienes que estar allí para ayudarle, para ofrecer tu lectura distanciada y contribuir a que las cosas encuentren su medida. Tiene que editar el texto, en el sentido fuerte del término. Y luego contar con un equipo de correctores de estilo, de pruebas, talleres de composición, imprenta, etcétera, todo el lado industrial que es importante por respeto a quien se gasta un dinero en el libro. Y finalmente pelear en la gran batalla final que consiste en que la gente sepa que existe este libro nuevo y único, y contarle a todo el mundo qué tiene de nuevo y de bueno. Y buscar lectores al autor. El editor tiene un compromiso moral con su sociedad, por un lado, y con los escritores, por otro. Y es el puente que une a los individuos que tienen esa mirada única, y ponerlos en contacto con los lectores, la gente que busca soluciones intelectuales a la dificultad a veces extremada de la existencia.

En una editorial, ¿quién crea el valor añadido?

No estoy muy seguro. Si hablamos de valor a secas, todo el valor está en el texto. Veo nuestro trabajo como el de intermediarios imprescindibles. Me asustan esos colegas que hablan como Gallimard de que su obra es su catálogo. A ver, seamos serios. La obra es la obra, y un catálogo no es una obra. Los editores no existiríamos si no hubiera escritores. Nuestro papel es muy secundario, por mucho que sea necesario.

¿Qué importancia tiene la cubierta de un libro para que se venda bien?

Muchísima. Y eso lo ves cuando entras con un autor en una librería pues el autor se angustia pensando que es literalmente imposible que nadie no ya compre, sino vea siquiera su libro («el mío») en medio de esa inmensidad. Cuenta mucho la portada, y cuenta mucho la buena presentación, el papel. Y también el texto de contraportada. En aquella editorial de Sarrià empecé a escribir textos de contraportada por docenas. Es tan difícil como escribir un soneto. Tienes las líneas contadas. Y con esas pocas líneas tienes que abrir una ventana a un mundo, hacerlo interesante para la persona que ha cogido el libro por la portada, el título, el nombre del autor, y luego le da la vuelta y en unos veinte segundos leerá una frase o dos…

¿Qué libro de su catálogo ha tenido las ventas más bajas?

Carezco de atención para estos detalles. No tengo ni idea y me da pereza mirarlo.

¿Y cuál las más altas?

Hubo un periodo de unos 18 meses, cuando yo fui director editorial de Plaza & Janés, que media docena de libros míos sumaron en total dos millones de ejemplares vendidos. Aquello era edición industrial. A cambio, me permitieron crear una colección literaria donde conseguí que renaciera el interés por la obra de Juan Marsé, o publicar a Ray Loriga, Félix Romeo y otros autores jóvenes y muy innovadores, así como a mi viejo amigo Javier Tomeo y gente como Salman Rushdie, a quien no quería ningún editor por lo de la fatwa… En Los libros del lince la obra de Santiago Niño-Becerra, el economista heterodoxo por excelencia, lleva más de cien mil ejemplares vendidos.

¿Qué libro del catálogo de Los Libros del Lince recomendaría leer sin falta?

Todos. Si no, no los hubiera publicado.

¿Qué consejo daría a quienes quieren publicar sus manuscritos?

Que los trabajen mucho y que elijan bien la editorial a la que envían su obra. Yo echo una ojeada a casi todo lo que me llega, y luego leo cuando puedo y como puedo. Pero sé que no es corriente leer lo que le llega de personas anónimas. Cada vez más me llegan libros que tienen que ver con lo que yo publico, y eso significa que ya se empieza a percibir socialmente qué clase de editorial es Los libros del lince. Lo malo es que no tenemos más financiación que el dinero de los ejemplares que vendemos. Andamos siempre con riesgo de quiebra, y además estoy empeñado en hacer los libros mimándolos, de uno en uno, implicándome a fondo en las partes del proceso que conozco (soy muy malo haciendo corrección de estilo y de pruebas, etcétera). Así que tengo siempre contraída una enorme deuda con gente que espera a que lea y les diga algo. Es doloroso. Yo también he enviado manuscritos a editoriales. Se pasa muy mal con los silencios, las esperas. Pero no puedo con todo.

¿Qué diferencias encuentra entre editar en un gran grupo editorial y una pequeña editorial donde usted es el hombre orquesta?

Son gigantescas. Pero tiene mucha gracia que, trabajando solo, logres cosas que para una multinacional requerirían del trabajo de grandes equipos muy especializados. En un gran grupo sueles encontrarte con gente que detesta a los escritores, que a pesar de eso les pueden llegar a pagar adelantos enormes sólo por evitar que se vayan a la competencia. O para robárselos. Sueles encontrarte con gente que sólo leen las cifras de venta que elabora Nielsen. Y, a lo sumo, informes de lectura escritos por otros. Hay editores que son prácticamente analfabetos funcionales. También los hay en esas macroempresas que saben leer y disfrutan de este mundo. Pero abundan los otros.

Una de las leyes fundamentales del mundo de la edición en España es la discreción. ¿Por qué en nuestro país no se habla, como en el mundo anglosajón, de las relaciones entre editor y autor?

Porque no se hace editing, porque en las editoriales no se lee apenas, porque no se trabaja con los autores.

¿Por qué, en general, los editores en España tienen tan mala fama?

En algún caso, porque se la han ganado a pulso.

¿Qué opina de la figura del agente literario?

En España Carmen Balcells comprendió muy pronto que como las editoriales no declaraban a los autores todos los ejemplares que vendían, lo mejor era cobrarlo todo en el anticipo. Como ella me dijo un día: si me pagan royalties es que he negociado mal. Con este precedente, la situación se hizo insostenible. La inflación de anticipos ha sido tradicionalmente gigantesca en relación a las escasas ventas. Hay de todo, claro. Yo tengo muy buena amistad con algunos agentes. Y hay muchos que hacen muy bien lo que tienen que hacer: defender los derechos de los autores frente a las grandes corporaciones.

Habrá visto muchos tejemanejes en el mundo editorial…

Cuando escriba mis memorias, hay un capítulo reservado para eso. Lo escribiré en tono de comedia y sin decir nombres, claro. El título de ese capítulo ya lo tengo. Es una frase del doblaje al español de Campanadas a medianoche, que no sé si está o no en Shakespeare: “Señor, Señor, las cosas que hemos visto”.

¿Cuándo saldrán publicadas sus memorias?

Las empecé y ahí se quedaron, esperándome, lo mismo que una novela de la que tengo cien páginas escritas que según mi querida y última editora, Ana María Moix, es lo mejor que he escrito en ficción. Pero tal como está ahora mi editorial, no voy a continuar ni una cosa ni la otra hasta que me retire.

Ha publicado varias novelas y libros de relatos. ¿Para qué le sirve escribir?

Para darle vueltas al tema que hizo que escribiera: el mal en el mundo, la dificultad de encajar en él. Escribes como si ahí fueras a construir y poner en orden lo que en la realidad es caos. Terminas y te das cuenta de que no lo has conseguido. Y vuelta a empezar.

Después de publicar El secreto del arte se declaró un escritor sin imaginación. ¿Lo sigue pensando?

Bueno, tal vez me pasé, pero no creo que sea mi fuerte como escritor.

¿Desde cuándo tiene la costumbre de plasmar sus ideas a mano en un papel?

Empecé muy tarde. Con dieciocho años o por ahí.

¿Qué opina de los premios literarios?

Fui cocinero de algunos. Fuera de España no dan crédito a que puedan existir unos premios concedidos por las propias editoriales, con jurados que publican generalmente en esa misma editorial, con jurados de los que forman parte los propios editores… Y no sólo me parece espantoso que existan los premios literarios, sino que me parece incluso peor el trato que les da la prensa. Para los editores, son un negocio, aunque no se imagina usted la cantidad de veces que no sirven para vender. Dos ejemplos de record de malas ventas del Premio Planeta: Camilo José Cela y Mario Vargas Llosa. ¿A que tiene gracia? Pero para los periódicos, que no tienen nada que ganar… ¿Nos hemos vuelto todos tontos? ¿Cómo es posible que les den tantos titulares? Los premios son premios, no son concursos. Ahí no concursa nadie. Hay un par de cientos de escritores que creen presentar un manuscrito a un premio y concursar con él con los demás que se puedan haber presentado… Y, en paralelo, la editorial busca un libro de un autor generalmente reconocido y con buenas ventas (de lo contrario fracasan, y eso pasa una y otra y otra vez: el premio solo, con todo su marketing, no es suficiente), o al menos con ventas medianas, o con capacidad mediática y tema molón, y se firman los contratos y punto y se acabó.

Los editores no tienen buen ojo en bastantes casos.

Cierto. Por ejemplo, Carlos Ruiz Zafón se presentó al Premio Fernando Lara, y ese año le tocaba ganar a alguien, que ganó, naturalmente. Y La sombra del viento se publicó porque Terenci Moix, sin haber leído el manuscrito, se fió de lo que yo le dije (y yo había leído apenas unas cincuenta páginas y, por supuesto, no detecté el megabestseller), y dijo que era una novela muy buena, y José Manuel Lara Bosch, que era miembro del jurado, debió de pensar que si lo decía el niño de oro sería que era verdad, y le dijo a un editor del sello Planeta que lo publicara. Algo que en ese momento no había leído completo nadie, aparte de un informador externo de los que escriben informes a sesenta euros la pieza, o las pesetas de la época que fueran…

El negocio editorial parece estar cambiando muchísimo últimamente…

Va a peor. Tuvo su burbuja, reventó, y los megabestsellers ya no venden un millón y medio de ejemplares, sino solo medio millón. Pero hay vida fuera del mundo de los megabestsellers.

Ha traducido a autores como Nabokov, Truman Capote, Henry James, Sam Shepard o Martin Amis. ¿Qué aprende cuando traduce?

Traducir a Henry James, las nouvelles de finales del siglo XIX, me convirtió en escritor de ficción. Hasta entonces yo escribía pésima poesía. Pero esa prosa sinuosa de James, esas históricas medio fantasmagóricas, esos mundos cerrados, pesados… Algo me hizo pensar que eso sí podía tratar de imitarlo yo. De Nabokov aprendí a indagar sin miedo en la locura, a utilizar cierto tipo de narrador cabroncete. Y en esas estamos.

¿Por qué cree que los suplementos culturales de los medios de comunicación tradicionales están perdiendo la importancia y la vitalidad que tuvieron?

Yo llevé Libros de El País y preparé los números cero de Babelia, todo a la vez, y saqué tres meses de ese nuevo suplemento… Así que sé lo difícil que es. Creo que nunca han tenido mucha influencia. Para empezar la crítica de diario debería ser una asesoría al lector empedernido que quiere saber qué comprarse esta semana. Pero a veces la crítica se coloca en una posición excesivamente elevada. Debería ser como ese amigo que te dice, oye, he leído tal cosa y es cojonudo, por tal y cual razón. Los críticos olvidan que escriben para periódicos, y en la prensa la regla de oro es el lead. El lector hojea, mira los titulares, se detiene en alguno, lee un párrafo y, como no le enganches, no leerá más. Es muy difícil. Solamente cuando el crítico gana autoridad y arrastra a mucha gente, su labor alcanza su objetivo. Deberíamos todos ser un poco más modestos, empezando por los editores, claro. También ocurre que la crítica no arriesga apenas. Grandes elogios al consagrado y poca batalla por dar a conocer lo nuevo. Claro que de repente te escribe un crítico y te dice, como me ocurrió hace poco: “Esa Marina Perezagua es realmente muy buena. Extraordinaria. No sabía que la habías publicado. ¿Cuántos libros lleva escritos?”

¿Cómo es un día laboral en su vida?

Desde que hace unos meses dejé el campo y cerré mi casa, y me vine a vivir a la ciudad porque tengo setenta años y pocas ganas de conducir tres horas para ir y volver. Empiezo el día paseando a mi perro. A las nueve y cuarto me pongo a trabajar. Paro a las dos porque mi mujer, que pinta y luego cocina, porque es un ángel, me dice que se está enfriando la comida. Y a las tres y media me pongo otra vez y termino a las ocho o así. Luego, trabajo bastante con los insomnios: me acuerdo de las treinta cosas pendientes, tomo conciencia de que ese libro vende menos de la mitad de lo previsto y que me voy a pillar los dedos, me revuelvo en la cama, duermo unas horitas. Y vuelta a empezar.

¿Ha conocido a Hugh Hefner? ¿Visitó la famosa mansión Plaboy?

Fui director de Playboy en España medio año o así. Entré porque me conocieron tras publicar un cuento erótico, y estuve una temporada de redactor. Ni Heffner ni chicas ni nada. El dueño era entonces José Manuel Lara, y su asesor, Baltasar Porcel. Me pidieron que hiciera un Playboy con cosas buenas para leer. Publiqué la entrevista con John Lennon.

¿Quién es realmente Enrique Murillo?

Si termino la siguiente novela, esa que dejé a medio hacer, a lo mejor pueda responder a esa pregunta. Puedo decirle no quién soy, sino lo que hago: vivir apasionadamente.

¿Por qué leer?

Porque es una actividad que llena y no deja nunca mal sabor de boca.

¿Leer es vivir?

Y una parte importante de la vida. Porque ayuda a entender por qué la vida es tan difícil, tan dura.

¿Qué tipo de lector es?

Caprichoso.

¿Cómo se debe leer?

Soy incapaz de dar lecciones al respecto. Que no haya ruido. Que esté el cuerpo más o menos cómodo. Pero yo puedo leer en una discoteca, y hasta de pie si el libro me gusta.

¿Qué es un libro que no se lee?

Depende el libro. Nada. O un lujo que te pierdes.

¿Cuál es su sitio preferido para leer?

No importa cuál sea el preferido. Leo para publicar, ahora ya exclusivamente. Leo en la pantalla del ordenador o de la tableta. Incluso alguna cosa he leído en la pantallita del móvil, yendo en el bus.

¿Cuántas horas diarias dedica a la lectura?

Infinitas menos de las que me gustaría y debería.

¿Quién le enseñó a leer?

En el cole, a palos. Pero mis padres, que no tenían dinero y cuya bibloteca se reducía a una malísima enciclopedia y dos volúmenes de Episodios Nacionales que jamás me atrajeron, tuvieron una iluminación celestial y me regalaban por Reyes libros de Richmald Crompton, de Julio Verne, la historia de la Kon Tiki… Leer fue para mí un refugio, un momento de intensidad suprema, y ha seguido siendo eso.

¿Qué libros le han emocionado más en su vida?

Por mi trabajo, los de los inéditos desconocidos. Por mi fortuna en las amistades, los de mis amigos que han llegado a ser grandísimos escritores.

¿Cuáles son sus autores preferidos?

Cuando doné mi biblioteca fui muy avaro con los James y los Conrad, los Nabokov, los Faulkner, los Lewis Carrol, las completas de Freud y los Escritos de Lacan, algunos ensayos humanísticos, los clásicos grecolatinos… En fin, bastantes cosas.

¿Cuál fue ese libro que le convirtió en lector?

Las travesuras de Guillermo.

¿Hay algo mejor que hacer que leer?

Me encanta el fútbol. Como mi cuerpo ya no me permite ningún ejercicio que no sea teclear o pasear, me encanta regresar al patio del colegio y ver un partido de fútbol por televisión.

¿Existe una decadencia de la lectura, de los lectores?

En España nunca ha habido nada que no fuera esa decadencia, no nos engañemos. Los lectores siempre hemos sido pocos. Al menos ahora no somos perseguidos. No olvidemos que en España era malo leer incluso la Biblia. Los sacerdores tenían que digerirla y resumírtela. Estamos prácticamente en el antiguo Egipto.

¿Qué es el libro para usted?

Se ha convertido en mi vida.

¿Cuál es su relación ahora con los libros?

Fui algo fetichista. Luego se me ha ido pasando.

¿Prefiere los libros recién sacados de la imprenta o los volúmenes con cubiertas raídas y páginas apergaminadas por los años y el uso?

Ambos. Me gusta el olor a tinta casi húmeda aún. Y las librerías de viejo.

¿Dónde suele compra los libros?

En buenas librerías independientes.

¿Visita las librerías de viejo?

Hace tiempo que no. Ayer, pasé delante de una y me entraron ganas de meterme y husmear, pero andaba con prisa.

¿Cuántos libros suele comprar en un año?

Muchos.

¿Cuándo fue la última vez que pensó que se había gastado demasiado dinero en un libro?

Jamás.

¿Cuál es su posesión libresca de la que se siente más orgulloso?

Lo dije hace algún tiempo, el libro de Percy Lubock donde desarrolla la teoría del punto de vista de Henry James.

¿Alguna manía u obsesión con los libros?

Ya no.

¿Encuaderna sus libros?

Mi madre me obligaba cuando iba al cole. No. Jamás.

¿Posee ex libris?

No.

¿Están sus libros limpios de notas y subrayados o los marca de alguna de manera?

Los machaco. Subrayo, escribo cosas en los márgenes…

¿Qué opina de ese fenómeno comercial que son las Ferias del Libro?

Hay que hacer casi lo que sea, dentro de los límites de la honestidad, por conseguir lectores para nuestros autores. En un país que ha odiado la letra impresa secularmente, hay mucho que hacer. Todo menos tirar el dinero en necias campañas de esas que llaman de difusión de lectura. Me hacen odiar los libros.

¿Cuál es el futuro del libro?

Complicadito.

¿Tiene libro electrónico? Y si es así, ¿cuál?

No tengo aparto para leer libros electrónicos, pero leo manuscritos exclusivamente en pantalla, y sólo leo manuscritos. Cuando un autor me lo pide, hago edición electrónica. Si no me lo piden, no la hago.

¿Qué opinión tiene sobre el libro electrónico?

Evitaría las devoluciones. Es como un milagro. Pero no huele bien, tiene un tacto lamentable. Leer en pantalla es para la gente como yo. No se lo desearía a nadie.

¿Cómo luchar contra la copia ilegal de libros electrónicos?

Con ética. Pero en este país tenemos la moral del pícaro.

Su biblioteca es…

Casi inexistente, y ni siquiera los pocos libros que me quedé al donarla toda cabrían en el pequeño lugar donde vivo ahora.

Decía Marguerite Yourcenar que una de las mejores maneras de conocer a alguien es ver sus libros. ¿Cuántos libros hay ahora en su biblioteca?

Hubo unos doce mil. Deben de quedarme menos de dos mil.

¿Qué género predomina?

La novela, pero hay también mucho, muchísimo ensayo.

¿La tiene ordenada?

La tuve, sí. Por géneros, por idiomas y por orden alfabético. Y el ensayo, por materias.

¿Sólo tiene libros en las baldas o también acumula objetos, recuerdos, fotografías?

Siempre acaban ahí montones de cosas.

¿Alguna peculiaridad en su biblioteca?

Cuando la tenía: generosa, unos cuarenta metros cuadrados en donde durante diecisiete años leí y trabajé.

¿Posee libros heredados de su familia?

Los pocos de la infancia se los regalé hace tiempo a mis hijos y nietos.

¿Hace expurgo en su biblioteca con frecuencia?

No lo hacía. Y luego fue radical. Pero no tiré lo malo, doné lo bueno.

¿Contiene libros en otros idiomas?

Muchísimo, más de la mitad, en inglés. Bastante en francés, algo en italiano y portugués.

¿Qué biblioteca ha visitado y le ha fascinado?

La de Javier Marías en Madrid. Y la de Arturo Pérez-Reverte en su casa de las afueras de Madrid.

¿Qué biblioteca le gustaría visitar?

Una que contuviera todos los libros en cuya edición he participado. Ni siquiera esos libros he guardado. Y estoy seguro, ahora, que me gustaría verlos, recordar cosas, emociones…

Enrique Murillo (Barcelona, 1944) es editor, traductor, periodista y escritor, entre otras muchas etiquetas. Se doctoró en Literatura en la Universidad de Londres, fue uno de los fundadores del suplemento literario Babelia, subdirector de Vogue y director de la revista El Europeo y de la versión española de Playboy. Ha publicado tres novelas: El centro del mundo (Anagrama, 1988), Qué nos pasa (Destino, 2002) y La muerte pegada a las uñas (Bruguera, 2007) y el libro de cuentos El secreto del arte (Anagrama, 1984). En su faceta como traductor, ha trabajado en autores como Truman Capote, Vladimir Nabokov o Martin Amis, entre otros. Ha sido editor en Anagrama, Planeta, Alfaguara y El Andén, y director de Plaza & Janés. Enrique Murillo creó su editorial Los Libros del Lince en el invierno de 2008. Página web.