Yo vi a Nick Drake

Eduardo Jordá

Yo vi a Nick Drake

Rey Lear (Madrid, 2014)

176 páginas / 16,95 € (papel)

El gran cuento breve condensa la obsesión. Lo dijo Cortázar, y se quedó tan pancho. Con la rotundidad y certeza de quien ve y analiza algo imposiblemente complejo a diario con la misma claridad y facilidad con la que otros nos vemos las manos. Hablaba el eterno Julio también, entre otras muchas reflexiones, de «atmósfera». Y quizás, en una asociación de ideas fugaz, podríamos transcribir todo lo que siempre hemos intuido sobre el cuento con esas tres o cuatro palabras clave: obsesión, atmósfera, gancho. Desenlace.

Porque, ¿qué es un cuento sin atmósfera? Apenas menos que nada. Una anécdota. Ese pegamento invisible que mantiene unidas todas las partes y que no se ve, pero se intuye, es indispensable en la narración breve. Ese runrún de fondo que nos acerca a otra realidad cercana a la nuestra pero diferente. Sin esa tensión narrativa no hay historia, ni vida tras el texto.

¿Y qué es un cuento sin un final que dejé al lector sin aire, que lo golpee como si acabara de recibir un directo en el estómago? Algo que no perdura en la memoria.

Por ello, quienes hayan experimentado las dificultades, alegrías, y especiales querencias de este género «menor», quizás el más difícil dentro de la narrativa, sabrán que sólo la maestría puede hacer salir indemne a un buen cuentista de un ejercicio de narración breve de nivel. Porque en un buen cuento, todo debe encajar a la perfección, empezando desde el mismo título. Y es aquí cuando vamos al nuestro.

Eduardo Jordá tiene mucho cuento. A sus espaldas. Por sus entretelas. Pero sobre todo, en este libro.

Yo vi a Nick Drake es un ejercicio primoroso de gran narrativa breve. Cuidado, pulido. De grandes historias. Repleto de personajes obsesivos (personalmente me quedo con el amargado profesor que inspiró Breaking Bad en un brillante ejercicio de precognición que Jordá ha sido lo bastante humilde como para olvidar al no pedir royalties a los creadores de la serie), de paisajes inusuales, de pensamientos que reflexionan sobre el amor, la pareja, el tiempo, la vida, la muerte, y todo lo que hay en medio.

Cinco personajes, cinco puntos de vista, cinco lugares tan alejados de sí como es posible estarlo. Desde el muy turístico París de las segundas oportunidades, a una playa perdida de la mano de Dios donde las olas crecen salvajes. Elija el destino que elija, el lector encontrará en cualquiera de estas historias un pulso narrativo envidiable, unos personajes bosquejados con un pincel febril, una vibrante atmósfera de lo mágico, del elemento extraño en lo aparentemente mundano que lo envuelve todo, que se pega a ti y ya no te suelta.

Encontrará esos finales perfectos que te dejan vivo por poco, con la sensación de haber escuchado un «clic» en algún sitio, en algún momento, como un círculo que se cierra a la perfección, como el sonido de lo inevitable, con desenlaces para los que es imposible buscar otra opción. Esa sensación de determinismo, de que el cuento se ha encontrado a sí mismo, que muchos buscamos sin descanso cuando nos sumergimos creativamente en este género, y que no siempre encontramos.

Afortunadamente no es el caso.

Ya lo he dicho, Eduardo Jordá tiene mucho cuento.

Y está todo en este libro.

David Hernández Ortega