Marina Perezagua, escritora.Marina Perezagua, escritora.

Me he demorado mucho en decidirme a escribir por qué leer mi libro de cuentos Leche porque en principio me parecía que esta tarea corresponde más a esa parte que, vinculada a la escritura, me cuesta tanto enfrentar: la promoción. Pero, además, teniendo en cuenta la polifonía que ha de tener todo libro, me parecía contradictorio que yo, la autora, declarara mi propia lectura que, sin duda, no tiene más peso que la de cualquier otro lector. Ha sido este último pensamiento el que me ha decidido a aceptar que, no teniendo mi voz más peso que la de cualquier otro, tampoco tiene menos. A continuación, pues, los motivos por los que yo leería un libro como el mío:

– El “yo” (mío) es invisible en lo que escribo. No hay nada reconocible de la vida de Marina Perezagua en mis textos. En cuanto me detecto a mí misma en una historia, me expulso y, si me niego a salir de ella, no lo publico. Esto forma parte de mi poética, si es que la tengo. No estoy interesada en el chisme de lo particular, sino en principios generales que denoten las grietas, fortalezas y debilidades de la colectividad. En este sentido, mi libro está escrito un poco por todos los lectores, y los no lectores.

– Mis libros vienen más de un diálogo con los libros y ficciones que con una mal llamada realidad. Creo que uno fantasea, fabula, para poder vivir. Uno no imagina porque está vivo, uno imagina para poder estar vivo. No basta con existir, sino que es necesaria la conciencia de querer existir, y esta conciencia surge a menudo de una imposibilidad o una dificultad. En este sentido, tal como yo la entiendo, la creación surge como un acto de resistencia. Se crea para resistir. En las durezas del mundo de hoy pienso que no está mal unir tu lucha a las de los otros.

– Para mí, cuanto más pura sea la ficción, más constructiva será. La ficción, considero, parte de nuestra inteligencia, pero la supera para extenderla. Frente a las opiniones de aquellos que encuentran en la no ficción una mejor cantera creativa, me gustaría defender también, sin desdeñar en absoluto esta línea, la práctica de la ficción más pura, aquella que no simula, sino que crea de donde aparentemente no había nada, aquella que inventa, que trasciende la experiencia para devolvernos una realidad transformada y, confío, mejor. Es la diferencia entre un técnico que anota lo que ve por el microscopio y un científico que, para predecir el comportamiento de una célula, la provoca. Para lo primero se necesita, sin duda, gran preparación y conocimiento, pero para lo segundo se necesita tomar un riesgo, el riesgo de destruir algo y quedarte sin nada, y seguir intentando con tal de conseguir el milagro que a veces sí sucede: crear a partir de esa nada o dejar que lo que pensábamos perdido se rehaga a sí mismo de una nueva manera insospechada. Cuando digo que cuanto más pura sea la ficción, más constructiva será quiero decir que la habilidad de imaginar algo que nunca ha existido es, para mí, la arquitectura más útil que un humano puede levantar.

– Vinculado con lo anterior, creo que en mi libro, aparte de a mí misma, he expulsado algo tan inútil (para el lector) como yo: la nostalgia. La nostalgia del pasado actúa en detrimento de la ficción constructiva. Creo que esta nostalgia puede deberse a un excesivo ego. Somos incapaces de desvincularnos de la historia, la nuestra, la personal, y la Historia (con mayúsculas) de nuestra raza. El astrofísico Neil de Grasse Tyson, director de Hayden Planetarium, afirma que la contaminación lumínica afecta al ego de los seres humanos. La luz artificial –sostiene Neil–, al ocultarnos las estrellas, el mapa estelar, nos hace sentir mucho más importantes de lo que en realidad somos en el cosmos. Creo que esto mismo ocurre en nuestro mapa interno. Nos vemos tan iluminados (en el sentido literal de la palabra) por quienes nos han precedido que, portadores de nuestra propia luz, no buscamos nuevos destellos. Nos otorgamos importancia en la medida en que tenemos detrás una historia que nos respalda, personal y humana. Generaciones de homínidos nos avalan, reclamando nuestra categoría. Cierto que la mirada al pasado es fundamental, lo que me parece estéril es la nostalgia. Creo, por tanto, que el lugar del escritor ha de estar en el futuro; mirar al pasado, pero desde el futuro, saltar de la comodidad del sofá o de la cátedra hacia la formulación de hipótesis, el riesgo, la especulación.

– Relacionado con mi primer punto, intento buscar cierta polifonía. Aquello que se nos impone con una voz diferente a la nuestra, desestabiliza, en su independencia, nuestras categorías, y en esta desestabilización encuentro la postura más ética. No creo por tanto en ese arte comprometido que está pensado, de antemano, como tal. El compromiso social sólo ocurre, en mi opinión, cuando la obra ha salido de sí misma. Esta es la razón por la cual todas las dictaduras han sospechado y censurado obras de ficción. La misma razón por la cual, como diría Julio Ortega, hay obras que quedan a la izquierda de sus autores. La novela de Céline, Viaje al fin de la noche, es para mí uno de los mejores alegatos contra la guerra y el racismo, y está escrito, precisamente, por un autor acusado de antisemitismo. Una obra sincera estará siempre más comprometida socialmente que una obra pensada para la sociedad, independientemente de la postura política del autor. Esto es debido a que toda desestabilización es ética puesto que, al enfrentarnos a lo diferente facilita la auto crítica, una revisión o, cuanto menos, la conciencia de que existe algo distinto a lo que creíamos inamovible, algo distinto de nosotros que ha salido ni más ni menos que de nosotros mismos.

– Por último, mi libro tiene sentido porque tuve la suerte de encontrar un editor que me publicó en el momento justo. Si no me hubiera publicado él, dudo que en aquel momento hubiera tenido el tesón de llamar a otras puertas. Pienso que lo importante es escribir, pero esta postura, tan radical, es tan absurda como la del que dedica el 90% de su tiempo a hacer contactos. Alguien me dijo que los frutos maduros hay que recogerlos antes de que se pudran. Por eso, animo a todo aquel que piense que tenga algo que decir y que sepa cómo hacerlo, a que tenga la publicación no como una obsesión que deteriore el proceso creativo, pero sí como objetivo de comunicación necesario.

Marina Perezagua