José María García López, escritor.José María García López, escritor.

No hay escritor, por maldito que sea, que no sueñe en secreto con tener algún día más lectores de los que es capaz de imaginar. Este hombre de aire sacerdotal y ojos inquisitivos, pendiente de descubrir por el gran público, es absolutamente fiel a su exquisita obra, como lo demuestra el hecho de que publique unos textos perfectamente trabajados y bien acabados. José María García López vive buena parte del año en El Puerto de Santa María (Cádiz), y hasta allí nos trasladamos para conocerle y conversar sobre su última novela, El corazón de la piedra, publicada en Nocturna Ediciones, «una alucinación histórica con resonancias de Manuscrito encontrado en Zaragoza«, quizá una metáfora de esa inteligencia suya tan viva que parece que jamás descansa.

¿Las peripecias de una monja en un convento dan para una novela de casi 600 páginas?

Sí, sobre todo cuando la monja es la archiduquesa de Austria sor Margarita de la Cruz y el convento el de las Descalzas Reales de Madrid.

El otro protagonista de la novela es el músico castellano Tomás Luis de Victoria, considerado el compositor más importante del Renacimiento. ¿Qué significa para usted la música?

Una garantía de la capacidad humana para recrear belleza. En El corazón de la piedra, una grandiosa oposición a la política europea de los siglos XVI y XVII.

¿Cómo investigó la historia?

A partir de la amplísima bibliografía del Siglo de Oro, las biografías y estudios que hay sobre Victoria (Pedrell, Stevenson, etcétera) y desde la Vida de sor Margarita que escribió en 1636 su confesor, Fray Juan de Palma, libro que se conserva en la Biblioteca Nacional.

¿Es posible escribir bien sobre un sitio sin haber estado nunca?

Sí, claro, Cervantes nunca estuvo en la ínsula Barataria. Marsé rechazó ir previamente a Shangai para escribir su novela. Y su gran literatura está ahí.

¿Los grandes imperios lo son siempre a base de barbarie?

Sí, de barbarie civilizada. La barbarie primitiva no puede ser imperial. Pero esto lo razona mejor Sánchez Ferlosio.

¿Qué nace antes? ¿Las historias o sus personajes?

Pueden ocurrir ambas cosas. Por lo que a mí respecta, en mi última novela estuvieron antes los personajes. En Infame turba fue primero la historia; En la ciudad subterránea, el personaje; en El baile de los mamelucos, la historia de esa casta esclava y triunfante…

¿Escribir novela histórica se antoja como un ejercicio de memoria tan inútil como imprescindible?

Respecto a mí, no lo sé, porque no creo que mis novelas sean convencionalmente históricas. En relación con los demás autores no me parece que un ejercicio de memoria sea inútil, ni mucho menos. Desde luego tampoco es imprescindible.

Lo próximo es una novela sobre el escritor, poeta y director de cine Pier Paolo Pasolini…

Sí, pero seguramente no debo adelantar acontecimientos, ¿no? Sólo diré que Pasolini es para mí una referencia humana, intelectual, política y trágica prácticamente incomparable.

¿Hay alguna novela suya que le gustaría ver en el cine?

Hombre, claro: El baile de los mamelucos, esta última de Victoria y Margarita, La ronda del pecado mortal… Sobre ésta me dijo un día Berlanga que con unos años menos le hubiera gustado hacerla. La cosa quedó en nada, como es sabido, y Berlanga continuó haciendo otras películas. Puestos a hablar de lo que me gustaría: El corazón de la piedra realizada por Polansky. Pero el hombre también tiene ya 80 años. Diría que si hubiera sido más joven… Ilusiones aparte (la verdad es que a este respecto no las tengo), yo he escrito mi novela bajo una gran influencia de Jan Potocky y su Manuscrito encontrado en Zaragoza, pero también de otro polaco, Wojciech Has, director de la película sobre la novela homónima.

Ha cultivado también la poesía. ¿Cuáles son los rasgos fundamentales de un poema, los que logran que nos conmueva?

Cultivar la poesía es mucho decir. Por otra parte hay una poesía de calidad que no pretende conmover, o que no conmueve. ¿Los rasgos fundamentales de un poema? Que las palabras sean precisas y generen significados dentro de un ritmo. Pero no son fundamentos, sino consecuciones.

¿Nunca abandona la mirada poética?

La mirada poética se tiene o no se tiene. No se toma y abandona a voluntad. Si mi mirada resultara poética alguna vez, una sola vez, no estaría nada mal.

¿Cómo podemos adquirir herramientas para saber mirar?

Colocándonos una y otra vez en los puntos de vista de quienes miraron bien.

¿Poesía y humor son incompatibles?

La poesía no es incompatible con nada. Y el humor tampoco. Así que no van a ser incompatibles entre sí. Ahí están Quevedo, Irving Layton, Nicanor Parra, Luis Alberto de Cuenca

No se ha prodigado mucho en la narrativa breve. ¿Por qué motivo?

Me gusta más la novela, digo como autor. Me parece más capaz de construir universos que puedan enfrentarse a otros reales o existenciales. De todos modos he publicado algunos relatos cortos. Y tengo dos libros inéditos, uno de ellos muy reciente.

¿Ha coincidido alguna vez con alguien leyendo uno de sus libros?

Sí, una vez en el metro de Barcelona, con El baile de los mamelucos.

¿En qué medida el escritor posee el don de regalar otra realidad a quienes leen sus ficciones?

En la de la grandeza del escritor y la del lector que la reciba. Si ambos son pequeños o están desajustados, esa medida naturalmente baja.

¿Ser novelista es jugar a ser deicida, como postula Mario Vargas Llosa?

Para mí ser novelista no es un juego. En eso también estoy con Julio Cortázar. Lo del deicidio de Vargas Llosa se refería, creo, a García Márquez y su mundo. Por otra parte no puede jugar a ser deicida quien ni siquiera cree en un dios.

De entre los títulos que conforman su obra, ¿sería capaz de destacar un par de ellos y alegar las razones de tal selección?

El baile de los mamelucos y El corazón de la piedra eran proyectos que en un principio me superaban ampliamente. Y, mejor o peor, los cumplí.

¿Alguna recomendación para los jóvenes que están intentando abrirse camino en el mundo literario?

Sólo les podría recomendar que, si están convencidos de su propia pasión literaria, lean sin cesar a los mejores de todos los tiempos y lugares, que escriban como forzados, que desdeñen esa idea de abrirse camino. Si un día lo abrieran, el camino se vería. Si quedaran ojos para ver.

¿Cómo ve el panorama literario español?

Lleno de imposturas e ignorancias de la gran tradición literaria clásica y moderna. Pero con unas cuantas figuras muy valiosas, tanto en prosa como en verso. En ensayo y teatro también hay autores muy notables. Para mí, el panorama es malo, el bosque se empeña en ocultar los árboles, pero dentro del panorama hay islas excelentes. Por no mencionar a tantos enemigos encarnizados de los lectores: la mayoría de las editoriales, los medios de comunicación, los intermediarios culturales, los que debieran ser exigentes y se pliegan a intereses espurios y puerilidades.

Sus editoriales favoritas son…

Nocturna, sin duda, no sólo porque he publicado en ella. Acantilado, donde no he publicado. Siruela, Libros del Asteroide y por ahí.

¿A qué le tiene miedo?

A la tendencia destructiva de la indignidad política.

¿Podría describirnos un día cualquiera en su vida?

Supongo que la pregunta va dirigida al ámbito del trabajo literario, dejando fuera otros aspectos personales. No creo que tenga interés, pero en fin: madrugo, hago un poco de ejercicio físico, escribo, corrijo lo del día anterior, salgo a comprar el periódico y demás, duermo una siesta no siempre corta después de comer, reviso lo “poco” que haya escrito por la mañana, voy con amigos al cine, al teatro, si hay, a algún concierto, a bares y restaurantes… Y leo, naturalmente, pero casi siempre en función de lo que esté escribiendo.

¿Cuáles son las cualidades que más aprecia en la gente, en sus amigos?

La exigencia crítica y el afecto generoso.

¿Ya sólo se dedica a escribir?

Sólo no, evidentemente. Pero pocas cosas en mi vida son ajenas a la escritura, a la mía o a la de otros.

¿Alguna idea en la cabeza desde hace muchos años?

Sí, una idea vaga y poética, más bien la intuición de un libro que sea un contrapunto superior de Serán ceniza.

¿Quién es José María García López?

Un perplejo.

Hemingway decía que escribía sobre lo que sabía. Otros escritores escriben para averiguar. ¿Para qué escribe usted?

No estoy de acuerdo con Hemingway: uno no sabe lo que sabe. Yo escribo para tratar de rescatar para mí y para los otros un nuevo destello con fondo renovador a través de las viejas palabras.

¿Escribe usted de una forma distinta que cuando empezó?

Sí, claro, pero hay constantes imperdibles. Gide habló de defectos constituyentes de la personalidad. Supongo, modestia aparte, que en mi escritura pervivirán esos defectos.

¿Qué se necesita hoy para escribir?

Casi nada, por lo visto. Apenas saber leer y escribir.

¿Recuerda por qué empezó a hacerlo?

Por imitación, supongo que como todos los escritores, por haber leído algo que produjo sorpresa y fascinación.

¿Sigue una disciplina/rutina?

Debo ser disciplinado contra la vagancia, la mía y la ajena. La rutina no la siento nunca, ni la entiendo ni la trato.

¿Piensa en un lector determinado a la hora de escribir?

Tanto como determinado… Pienso en un lector ideal, un lector que pudiera seguir con provecho y entusiasmo el texto que a mí me ha costado tanto construir. Suelo imaginarme un lector más culto, más sensible, más exigente y consecuente que yo.

¿Cómo tiene la imaginación?

Quisiera pensar que aún no claudicante.

¿Tiene alguna superstición a la hora de escribir?

No, supersticiones no. Ni en eso ni en nada.

Para escribir no puede faltarle…

Una pluma estilográfica. No por superstición, pero sí por afecto a quien me regaló mi primera pluma, sí por el rasgueo del plumín sobre el papel, por el dibujo caligráfico. Y por el dibujo en sí mismo, que practico bastante mientras escribo.

¿Ordenador o a mano?

Cada vez más en ordenador. Pero nunca he dejado de tomar notas a mano, de trazar esquemas, gráficos, monigotes y subrayados.

¿Corrige mucho?

Sí, demasiado. La lengua literaria es siempre perfectible.

¿Dónde escribe?

Puedo tomar notas en cualquier sitio. Suelo llevar papelitos en los bolsillos. También escribo algo en los viajes. Ahora, escribir al límite de mis posibilidades sólo en mi mesa habitual. Tengo dos, en lugares distintos. Uno donde vivo habitualmente y otro para el verano.

¿Cómo es ese sitio habitual?

Es un estudio normal. Hay libros, cuadros, una mesa para escribir a mano y otra en ángulo (frente a una ventana o bajo una claraboya) para el ordenador, un atril de mesa y otro de pie, un laúd árabe, objetos que recuerdan lugares visitados, fotos de valor personal…

¿Necesita silencio para escribir o le gusta escuchar música o tener la radio encendida?

Silencio, desde luego. Si suena música tengo que escucharla y seguirla. No soy Rubens para hacer dos o tres cosas a la vez. Ojalá.

¿Cómo se clasificaría como escritor?

No sabría ni me gustaría clasificarme. De una novela a otra suelo cambiar de registro. Creo en la lengua y en el perspectivismo como elementos propiciadores de una entidad estética. Suelo expresar una realidad deformada por la imaginación, a veces por una visión fantástica. Con frecuencia, si no siempre, hay en mis narraciones un componente ensayístico, un análisis social y alguna denuncia política. Varias veces he construido mis novelas como un sistema de correspondencias matemáticas, fonéticas y estructurales en general, con la ilusión de que el lector se viera arrastrado, sin ser plenamente consciente de ello, por una especie de armonía revulsiva. No sé si con esto respondo.

Ha confesado en varias entrevistas que todas las novelas le cuestan un trabajo enorme…

Sí, por lo que acabo de decir. Cuando era joven escribía con más soltura, con un impulso más rápido y fogoso. Ver que todo es muy mejorable obliga al esfuerzo. Y quizá mis novelas son lingüísticamente ambiciosas. Aspiro a una arquitectura interior compleja y a que no se note demasiado.

¿Qué sería de su vida si no pudiera escribir?

Imposible saberlo. Si no pudiera escribir, significaría que estaría física o psíquicamente incapacitado.

¿Recuerda cuándo fue la primera vez que se sintió escritor?

Supe muy pronto que lo mío era escribir, pero antes probablemente hubiera podido ser escultor. Sin embargo lo de sentirme escritor fue tardío. En 1984 empecé a tomarme la literatura mucho más en serio. Antes había hecho demostraciones, ejercicios muy deficientes y mal resueltos, aunque a veces bien concebidos o planteados.

¿A quién le deja leer sus manuscritos antes de ser editados?

Casi siempre a la persona que sentimental e intelectualmente tengo más cerca. A algún escritor amigo en función del asunto y el tratamiento.

¿Hay algún estereotipo de escritor en el que odiaría caer?

No, creo que de esa posible amenaza estoy a salvo. La verdad es que no entiendo muy bien la pregunta.

¿Por qué leer?

A esta cuestión responderé seguramente mal, porque yo fui lector desde niño sin una razón evidente. Quizá intuí por la lectura que podían existir otros mundos más interesantes que el de mi ambiente familiar. Hay personas que no leen y no son más ignorantes ni más aburridas que las lectoras. Dicho esto (y yo soy lector, escritor y he sido profesor), creo que leer buena literatura predispone humanísticamente, abre horizontes estéticos, psicológicos, ideológicos, transforma la conciencia, enriquece la imaginación, despierta y reconduce.

¿Leer es vivir?

No son sinónimos, es obvio. Viven plenamente muchos seres que no pueden leer. Pero leer es un modo más de vivir, a pesar de las palabras de mi admirado Luis Cernuda en Ocnos: «Ah, redimir sobre la tierra, suficiente y completo como un árbol, las horas excesivas de lectura«.

¿Cuáles son las claves de un buen lector?

Supongo que sólo hay una clave: un cierto tipo de inteligencia.

¿Qué ha aprendido de sí mismo leyendo que no hubiera podido aprender solo?

Si se trata de qué he aprendido leyendo que no hubiera aprendido sin leer, debería referirme a la sospecha, y en ocasiones la comprobación, de que hay mentes mucho más altas, complejas y lúcidas que la mía.

¿Cuántas horas diarias dedica a la lectura?

Es imposible saber la media. Hace tiempo que leo más bien poco y ya he dicho que con frecuencia libros y artículos en consonancia con el asunto en el que yo mismo esté trabajando. Eso no deja de concordar con que mi documentación suele ser abundante y de amplio espectro.

¿Cómo se debe leer: en voz baja, en voz alta o sin voz?

Sin voz o en voz alta (esto último lo hago bastante). Leer en voz baja o en un sordo susurro suele indicar una deficiencia conocida.

¿Cuál es su sitio preferido para leer?

Es vergonzosamente tópico, pero un sillón de mi casa, mi mesa de trabajo, la cama, un jardín. Antes, el campo. No olvidaré mis lecturas de Neruda, Aleixandre, Papini, Miró, Miguel Hernández, Pérez de Ayala… bajo los olivares jiennenses y los efectos de las anfetaminas.

Para leer no puede faltarle…

La memoria.

¿Quién le enseñó a leer?

Aprendí a leer como escolar párvulo relativamente pronto. Pero tardé en enterarme de lo que leía. Decían que leía muy bien, cuando no era verdad. A leer literatura aprendí solo. Y algo había de ganas de llevar la contraria.

¿Cuál fue el libro que le convirtió en lector?

El Quijote. Cuando yo tenía 10 años me lo regaló un tío con quien viví un tiempo como si él fuera mi padre.

¿Qué libros le han emocionado en su vida?

Muchos. Ese Quijote que digo. Las grandes novelas de Dostoievski, las novelas de aventuras, también leídas en la infancia, de James Oliver Curwood, Emilio Salgari, Julio Verne, Jack London… Y tengo un recuerdo muy personal y emotivo, no sé por qué, de un libro que leí en francés a lo largo de varios días en el metro de Madrid: Le notaire du Havre, de Georges Duhamel. Me gustaría volver a leerlo, a ver qué sucede.

¿Cuáles fueron sus primeras lecturas?

Ésas que acabo de mencionar (no Le notaire du Havre). A los 17 ó 18 años leí a Edgar Allan Poe y a la mayoría de los escritores del 98, a Gogol, Turguenief, Gorki, Garin, Tolstoi, Andreiev… y otros rusos. Eso ya supuso una revolución interior, o más bien una confirmación.

¿Cuáles son sus autores preferidos?

No voy a ponerme a hacer una larga lista: Cervantes, Proust, Flaubert, Valle-Inclán, Borges, Onetti, Coetzee, Miguel Espinosa, Baudelaire, Rilke, Pasolini… La lista ya es bastante larga. Y faltan algunos importantes.

¿Qué título reciente le ha dejado sin aliento?

No, los títulos recientes no me dejan sin aliento.

¿Qué libro no ha sido capaz de terminar de leer?

Muchos (y juro que no es falsa modestia). Especialmente, o de modo muy señalado, Una historia de amor y oscuridad, de Amos Oz, y Vida y destino, de Vasili Grossman. Uno de ellos, al menos, por algún fallo mío. El otro encima me estaba gustando. Abandoné en su día, y en dos o tres ocasiones, Bajo el volcán, de Malcolm Lowry. Y finalmente el libro me pareció excelente (sin entrar en los motivos dudosos del cónsul).

¿Qué tipo de lector es?

Antes era concentrado y continuo. Ahora propenso a la distracción.

¿Hay algo mejor que leer?

Sí, hombre, cualquier cosa (o al menos tan buena); según quien la haga, por qué y para qué.

Todo el mundo dice que en España no se lee…

Está claro que se lee poco, pero seguramente más que nunca. Creo que aquí y en todas partes mucha gente lee muchas cosas deleznables. Eso es peor que no leer nada. Por otro lado la educación lingüística y literaria en España casi siempre ha sido mala.

¿Asistimos en la actualidad a un empobrecimiento del lenguaje?

Yo creo que, por debajo de la evolución natural de la lengua, sí hay un empobrecimiento manifiesto. Los artífices indocumentados y sumisos a la pseudomodernidad anglicista son unos de los culpables. Pero no todos.

¿Qué es el libro para usted?

Un reclamo inagotable y maravilloso.

¿Cuál es el verdadero lugar de los libros en su vida?

Un lugar preeminente. A la altura del sexo, la insatisfacción, la decepción y la esperanza social, la extrañeza ante el comportamiento humano, unas pocas pasiones más.

¿Cuál es su relación ahora con los libros?

No han perdido ninguna de sus magníficas virtudes. Lógicamente, ahora los miro más de igual a igual, salvo excepciones, creo haberlo dicho ya.

¿Cómo los cuida usted?

No hago nada especial. Los quito el polvo y recoloco de tarde en tarde, si están desencuadernados, los arreglo, nunca doblo las esquinas de las páginas…

¿Están sus libros limpios de notas y subrayados o los marca de alguna de manera?

Muchos de mis libros están profusamente subrayados, con notas marginales a lápiz, rara vez a pluma o a rotulador, y con marcas personales que indican “de acuerdo”, “interesante en general” o “pienso lo contrario”. También corrijo las frecuentes erratas de imprenta y las faltas ortográficas y sintácticas, las impropiedades de la traducción.

¿Alguna mitomanía relacionada con sus libros?

Sí, relacionada generalmente con quienes me los regalaron, en su caso, o con los lugares y circunstancias en que los adquirí.

¿Los presta?

Sí, sin problemas. Por eso he perdido libros para mí valiosos, como un Hijos de la ira, dedicado por Dámaso Alonso. Hace algunos años que anoto a quién he prestado qué libro y la fecha. A su devolución, tacho.

¿Posee ex libris?

No, pero firmo los libros que compro o que me llegan, anoto el lugar y la fecha completa. Si son regalos, anoto el nombre del regalador junto a una letra R.

¿Hay algún olor que relacione con los libros?

Creo que no, más que el suyo característico, un olor melancólico, pero también avisador de la muerte, lo que no deja de preparar un poco.

¿Dónde suele compra los libros?

En librerías normales (cada día hay menos). Ahora también por internet.

¿Cuál es su librería de cabecera?

En Cádiz, Manuel de Falla, desde hace veinte años. Tenía en Madrid una librería favorita, donde me hacían unos descuentos increíbles, El Brocense. Ha desaparecido.

¿Visita las librerías de viejo?

Antes, mucho (compré en tiempos bastantes libros en la Cuesta de Claudio Moyano de Madrid). Ahora, poco, pero sí a través de internet.

¿Qué opina de las librerías tipo Casa del Libro, Fnac o La Central?

Mi orden sería el inverso.

¿Cuántos libros suele comprar en un año?

No hay uniformidad. En épocas las compras se han acumulado. Ahora la media oscilará alrededor de 40, puede que menos.

¿Cuál es su posesión libresca de la que se siente más orgulloso?

Si hablamos de sentir orgullo, sólo podría referirme a alguno de los libros escritos por mí, en cuanto a que me haya supuesto resolver más de una gran dificultad. Por ejemplo, siento un orgullo humilde (machadiano) por haber concluido, a mi juicio satisfactoriamente, El corazón de la piedra. Si tuviera que referirme a libros de mi biblioteca que aprecio en particular, citaría una edición de Verlaine, Oeuvres erotiques, ilustrada por Felicien Rops, Aubrey Bearsdley y otros, ese Quijote ya mencionado, que publicó Sopena en 1954, una edición crítica de Joan Corominas, en Gredos, del Libro de buen amor, una primera edición de La lámpara maravillosa, de Valle-Inclán… En fin, hay otros muchos por los que siento un afecto semejante.

¿Qué opina de ese fenómeno comercial que es la Feria del Libro?

Nunca me ha gustado. Debo respetar su significado para libreros y editores, pero yo hubiera preferido un país en el que las ferias del libro no fueran necesarias, no fueran concebibles.

¿Tiene libro electrónico?

Yo, no, pero lo tengo cerca. Algo, poco, he leído en él, sin problemas.

¿Qué opinión tiene sobre el libro electrónico?

Es un invento no demasiado ingenioso. Se veía venir. Esa amenaza de la que hablan a mí no me inquieta.

¿Cuál es el futuro del libro?

Como el de cualquier otra cosa, o incluso cualquier ser: primero continuar, luego convertirse o conservarse, después desaparecer.

Su biblioteca es…

Un testigo amable de vida y pensamiento y una sugerencia mortal, sin embargo enigmática. Supongo que como todas.

¿Cuál es su fondo actual de títulos?

¿Entiendo número aproximado de libros?

Exacto.

Teniendo en cuenta que mi biblioteca está bastante mezclada con otra, en esta casa habrá unos 7.000 libros. En otra casa habrá unos 1.000 más.

¿Qué género predomina?

Hay más libros de prosa literaria y de historia que de otros géneros.

¿La tiene ordenada?

No tan rigurosamente como quisiera. Cada vez hay más arbitrariedades, o adaptaciones al espacio disponible. El orden depende casi siempre de los géneros, pero la literatura castellana va cronológicamente de la lírica románica andalusí al siglo XX.

¿Sólo tiene libros en las baldas o también acumula objetos?

Forzosamente hay objetos, aunque no me gusta que éstos roben imagen a los libros.

¿Alguna peculiaridad en su biblioteca?

No creo, tiene las conexiones sentimentales, artísticas, fetichistas y prácticas que suelen verse en las bibliotecas de quienes se relacionan de una forma u otra con la literatura.

¿Cuál es el libro más raro?

Aparte un manuscrito del siglo XVIII, encuadernado en becerro, pero que no es literario, quizá ese de Verlaine que he dicho, o una edición de Rinconete y Cortadillo de 1916, con ex libris del Círculo de Bellas Artes y un precioso grabado de Cervantes, realizado por Esteve i Botey.

¿Y el más caro?

Tal vez éste anterior, sin contar gramáticas, diccionarios e historias.

¿Hace expurgo en su biblioteca con frecuencia?

Muy poco. Yo tiendo a acumular, y no sólo libros. Regalo alguno si lo tengo duplicado. No suelo tirar ni destruir libros, aunque sean pésimos.

¿Contiene libros en otros idiomas?

Hay unos cuantos libros en francés, inglés e italiano. Pocos en portugués, gallego y catalán. Algún clásico latino, por lo general bilingüe.

¿Cómo debe formarse una biblioteca?

Supongo que anárquicamente. O en su defecto, bajo la dirección de un maestro. Quiero decir desde la infancia.

¿Qué biblioteca ha visitado y le ha fascinado?

La del Escorial, o la del British Museum.

¿Qué biblioteca le gustaría visitar?

La de Borges.

José María García López (Ávila, 1945) es licenciado en Filolofía Hispánica. Ha publicado las novelas La ronda del pecado mortal (Seix Barral, 1992), El baile de los mamelucos (Seix Barral, 2002), Infame turba (RD, 2006), El pájaro negro (Calambur, 2008), En la ciudad subterránea (Paréntesis, 2012) y El corazón de la piedra (Nocturna, 2014); los poemarios Sombra derretida (Cálamo, 1988), Memoria del olvido (Renacimiento, 1994) y Serán ceniza. Poesía (1988-2008) (Diputación de Cádiz, 2008); y los libros de cuentos Del laberinto al treinta (Literoy, 1972) y La muerte y la doncella (Ediciones del Centro, 2011). En 1998 tradujo Fenicias, de Eurípides, en una versión en prosa rítmica, y en 2001 Antígona, de Sófocles. Ha obtenido el Premio de poesía erótica 1987 y el Rafael Alberti 1992.