Fernando Baez, escritor y activista.Fernando Baez, escritor, activista y experto en bibliotecas.

Biblioclastía es una palabra que no figura en el diccionario pero que significa cualquier tipo de destrucción de libros, desde la censura, la quema, el descuido y la desidia por las bibliotecas, hasta la venta ilegal. El escritor venezolano Fernando Báez, autor de dos ensayos imprescindibles como Historia universal de la destrucción de libros (Destino) y Los primeros libros de la humanidad. El mundo antes de la imprenta y el libro electrónico (Fórcola) y una autoridad mundial en el campo de la historia de las bibliotecas, lucha contra la biblioclastía porque las personas y los libros le importan apasionadamente. La ONU le envió a Irak en 2003 para fiscalizar el impacto de la guerra en el patrimonio cultural del país y, debido a su informe, fue declarado persona non grata por los Estados Unidos, nación a la que tiene prohibido el ingreso. Desde entonces se transformó además en un activista contra todo tipo de censura. Hay personas con vocaciones y oficios verdaderamente admirables.

¿Qué ha pretendido al escribir Los primeros libros de la humanidad?

Busco respuestas sobre el origen del libro y su sentido en la evolución de nuestra especie. En esta etapa de transición digital tan interesante y tan riesgosa que vivimos en el siglo XXI creí que era apropiado recuperar la idea de la transformación del libro en sus distintos formatos, el por qué y duración de cada uno y su impacto social.

¿Cuánto tiempo le ha llevado la escritura de esta monumental obra de más de 600 páginas?

Unos seis años, veintiún países y tres continentes.

¿Dónde surgió la escritura según usted? Hay tantas teorías…

No surgió en uno solo sitio, pero tampoco ocurrió en todas partes. Miles de lenguas, pocos sistemas de escritura es lo que tenemos. De un millón y medio de especies descubiertas, somos la única que escribe. Hay condiciones que despertaron esa necesidad de codificar para mejorar la organización. Creo que el sistema de imágenes y signos en las cavernas y huesos prehistóricos fue el primer paso. Esta proto-escritura evolucionó y el primer sistema de escritura complejo apareció en el milenio sexto a.C., en lo que se ha denominado como Vieja Europa. Durante el inicio del período Calcolítico (Edad de piedra y cobre), hablamos del neolítico, la cultura de Vinca y allí fueron descubiertas más de 2000 figuras de arcilla y objetos inscritos que nos dan a entender que se practicó una escritura ritual de carácter religioso. En otras civilizaciones como Mesopotamia, Egipto, China, Mesoamérica, la escritura se mantuvo como algo sagrado porque se realizaba por sacerdotes y adivinos en los templos.

¿Es consciente de que este ensayo se convertirá en un libro imprescindible para entender quiénes somos?

Somos lo que recordamos que somos, de modo que sin memoria no hay identidad posible. Ojalá este modesto aporte personal sirva para despertar el interés por el tema y rompa el predominio anglosajón en estas exploraciones.

Para usted, el peor estrago de libros de la historia no es la quema de libros por parte de Hitler el 10 de mayo de 1933, sino la reciente destrucción de libros en Irak. ¿Por qué?

Lo de Hitler fue un auto de fe ideológico como los que se ejecutaban en la Edad Media dentro de un programa de memoricidio y etnocidio planificado para enlazar el antisemitismo, el odio a los masones y el antimarxismo. Lo ocurrido en Irak en 2003 fue insólito porque Irak tiene asentamientos con muestras de los primeros libros de la humanidad, y además del saqueo ocurrió una destrucción causada por Estados Unidos, que simula ser una nación que defiende las libertades en todo el mundo. Es lamentable que el siglo XXI comenzara de ese modo, muy mal presagio.

Confiesa haber visto en Irak cómo se destruían libros de autores persas o árabes que nunca fueron traducidos. Y libros antiguos vendiéndose en el mercado negro. ¿Tanto interesó esta destrucción?

Fue una pesadilla. Yo fui un tipo de intelectual muy inclinado a la erudición del bibliófilo puro hasta que vi lo que ocurrió en Irak y me he ido transformado en un activista contra todo tipo de censura.

Fue declarado persona non grata por los Estados Unidos, país al que tiene prohibido el ingreso. ¿Cómo le hace sentir esta prohibición? ¿Qué significa para usted?

Eso ocurrió dentro del esquema romano de Damnatio memoriae, que era una práctica de borrar toda memoria de alguien en el mundo romano clásico. Exclusión, censura y difamación. Igual la Historia universal de la destrucción de libros salió con varias ediciones en Estados Unidos, porque el fondo ese es un gran país con malos gobiernos, lo que no es no sorprendente en el tiempo que vivimos.

¿Le interesa la política o ha participado en ella?

Me considero de izquierda, no soy marxista porque no comparto los postulados de Marx. Más bien me siento cercano a la etapa que Engels llamó socialismo utópico. Estuve ocho meses como Director de la Biblioteca Nacional de Venezuela en los tiempos del difunto Hugo Chávez, aunque no sé por qué acepté ese cargo porque siempre me llevo de malas con todo síntoma de burocracia y pensar críticamente no le gusta al poder. Hoy apoyo a activistas radicales desencantados procedentes de unidades militares, policiales, informáticas o movimientos sociales como Indignados o de Occupy que luchan por un mundo más justo, más transparente, más digno, y lo hago sin ingenuidad, lo cual no es fácil. Creo que debemos dar el paso de la indignación y la resistencia a la rebelión global. Me refiero a una insurrección por fases contra ese grupo de privilegiados y corruptos que ha roto el pacto social con técnicas de monitoreo y represión contra los ciudadanos.

Ha dicho en ocasiones que «cuanto más culto es un pueblo o un hombre, más dispuesto está a eliminar libros bajo la presión de mitos apocalípticos». ¿Por qué tiene esta opinión?

He ampliado esa teoría del bibliocausto en la Nueva historia universal de la destrucción de libros, que apareció en 2011 y será reeditada en México en 2014. La teología del libro sagrado o doctrina ortodoxa genera ese culto apocalíptico que elimina todo lo que no confirma la visión de un grupo. Según los antropólogos, todas las sociedades dividen el mundo en nosotros y ellos, pero ese nosotros es excluyente y exaltado por el fanatismo.

El libro electrónico hace más fácil el consumo de libros, pero ¿hará también más fácil su posibilidad de destrucción?

Nunca antes pudo ser posible el proyecto de tener una biblioteca virtual global al alcance de todos y nunca antes fue posible bloquearla, eliminarla o destruirla como ahora. Varios peligros: el latifundismo informativo que privatiza a medida que crea mercados, la constitución del Leviatán tecnológico que se instala desde corporaciones y estados en una simbiosis que ataca la pluralidad y la censura tan eficiente que planifican los expertos en ciberseguridad. La digitalización no es garantía de preservación de la memoria.

La destrucción de libros antiguos y objetos de arte religioso, ¿de qué manera influye en el proceso de conquista de los pueblos originarios?

En El saqueo cultural de América Latina de 2008 conté cómo funciona el proceso de transculturización, donde están los casos de pueblos cuyos códices fueron quemados como pasó con los aztecas o mayas para sustituirlos por la evangelización religiosa. El mayor triunfo de ese proceso de aniquilar la memoria pasada y reconvertir a los pueblos originarios en América Latina a la nueva fe cristiana es que el Papa hoy es argentino, un símbolo de cómo se impuso ese antiguo esquema.

Pero en materia de destrucción no todo es historia, porque los estragos continúan en muchos lugares del planeta en el siglo XXI.

Recuerdo ahora los versos del poeta Rodrigo Caro, en su Canción a las ruinas de Itálica donde lamentaba la tragedia de la pérdida de la gloria y el poder: «Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora / campos de soledad, mustio collado, / fueron un tiempo Itálica famosa«. Hoy el planeta entero es un cementerio de culturas. El inventario de la historia de la humanidad registra seiscientas cincuenta culturas en cinco continentes (Europa, Asia, África, América y Oceanía), treinta civilizaciones y cien imperios extintos en ocho mil años. Todo está lleno de ruinas que a su vez van desapareciendo por guerras, como pasa en Siria y Libia o por negligencia o por desastres naturales. Hablo de todo esto en Las maravillas perdidas del mundo, publicado en 2012.

¿Ve alguna posibilidad de detener esta hemorragia?

Lo que asistimos es a la clonación del pasado, una tendencia a reconstruir, pero insisto en que los privilegiados que gobiernan el mundo no tienen el menor interés, más allá del exotismo del coleccionista, en apoyar con honestidad la preservación de la memoria de la humanidad.

¿Qué le lleva a convertirse en un activista contra la censura?

Sentí que no bastaba con escribir libros. Entendí que había que pasar a la acción responsable y hoy me he radicalizado, en el sentido de volver a las raíces de estas luchas formando a gente que viene de sectores tan heterogéneos como cultura, contrainteligencia y criptoseguridad. Los intelectuales debemos comprender que la vía tradicional no tiene ninguna oportunidad de lograr cambios y hay que actualizarse porque los formatos de las tecnologías de la memoria sufren modificaciones forzadas por grandes corporaciones.

¿Hay censura dentro del sector editorial?

Una censura terrible que aumentará son los grupos multimedia, que te permiten decir todo lo que quieras de la historia o de la ficción mientras no te metas con sus intereses comerciales. Grupos con poder de veto porque te destierran de sus editoriales, medios de comunicación y apelan a sus agentes de la amnesia para anularte. Cuando vemos que la eficacia de editores es reemplazada por gerentes de mercadeo sabemos que las corporaciones están inyectando dosis letales de lavado de cerebro para criminalizar la labor crítica, independiente y afín al lector que imagina. Esas corporaciones traen muy claro lo que van a hacer y su propaganda está destinada a intimidar y desmoralizar a todos los participantes autónomos del mundo del libro.

El negocio editorial parece estar cambiando más en la última década que en 200 años…

Cuando la arcilla era el material de los libros, los vendedores de arcilla enriquecieron. Cuando el papiro floreció, los mercaderes de papiro formaron monopolios. Cuando llegó el pergamino, los pergamineros se hicieron poderosos. Lo mismo ocurrió con el papel porque las plantas fabricantes de papel han sido tomadas por empresarios ambiciosos. Ahora más que producir software para libros electrónicos, vemos que el negocio son los e-readers o dispositivos. Siempre es mejor recordar el futuro que predecir el pasado. El mundo editorial cambia, se incorpora el proyecto de la migración digital, pero recomiendo a los editores mucha prudencia, no sucumbir a la tentación apresurada de destruir sus propios negocios creyendo que están innovando, haciendo pactos con corporaciones que sólo quieren canibalizarlos y someterlos a un régimen sin alternativas. Falta unidad y convenios en el mundo hispanoamericano. Es increíble la necesidad que hay de libros por esa región y unos acuerdos podrían permitir ampliar la distribución en México, Brasil, Perú, Chile o en Mercosur como novedad. Hay cientos de estupendas librerías que bajarían los costos de importación si reciben buenas ofertas. Buenas noticias es lo que oigo de los especialistas.

Sus editoriales favoritas son…

He tenido mucha suerte de poder encontrar editores sensibles gracias a la magnífica labor de Guillermo Schavelzon, un notable agente literario. Y admiro a muchas editoriales de muchos países que han decidido resistir la imposición de la vulgata corporativa.

¿Qué libros sobre libros recomendaría usted sin incluir los suyos?

Philobiblon, de Richard de Bury; Los enemigos de los libros, de William Blades; Dictionnaire critique, litteraire et bibliographique des principaux livres condamnés au feu, supprimés ou censurés, de Étienne Gabriel Peignot; Imprimeurs imaginaires et libraires supposés, de Pierre Gustave Brunet; Catalogue de curiosités bibliographiques, de Paul Lacroix; o Destructarum Editionum Centuria, de Fernand Drujon. Todos estos libros los tengo en ediciones originales y hay además muchos autores actuales, pero la lista sería muy extensa.

¿Habrá más colaboraciones futuras suyas con la editorial española Fórcola?

Estoy impresionado con el extraordinario trabajo que hizo Javier Fórcola con Los primeros libros de la humanidad. Todo su equipo ha sido muy generoso al mejorar ese volumen y ofrecer esa edición tan cuidada, tan bien ilustrada y con tantos detalles positivos. Creo que Fórcola es una de las grandes editoriales que tiene hoy España y espero que nos vaya bien.

Usted ha escrito la novela El traductor de Cambridge (Lengua de Trapo, 2005). ¿No le tienta volver a la ficción?

La verdad es que sí.

De entre los títulos que conforman su obra, ¿sería capaz de destacar un par de ellos y alegar las razones de tal selección?

La Historia universal de la destrucción de libros es la obra que me dio a conocer en 17 países, y no sé qué sensibilidad toqué con el público, pero me hace feliz saber que impulsó a mucha gente a amar más a los libros. Ahora justo terminé Secretos, mentiras y poder con documentos y datos de lo que hay detrás de las denuncias de Edward Snowden y cómo afectan nuestros sistemas de comunicaciones, cómo puede orientar nuestra concepción de la nueva censura. Corporaciones y estados vulneran nuestras libertades amparados por la doctrina de la seguridad privatizada.

Es usted un activo viajero. ¿Cuál ha sido su gran viaje hasta el momento?

La ruta transahariana de los libros: Mali, Marruecos, Siria, Jordania, Saná, Doha, Bagdad, Teherán, Beirut, China, hasta Europa.

¿Y su último viaje?

Recife y Sao Paulo, Brasil. Fui a Fliporto 2013, una de las grandes ferias del libro del mundo, a hablar sobre las consecuencias que tienen para el mundo cultural las denuncias de Julian Assange, Bradley Manning y Edward Snowden, un tema tabú.

¿Por qué viajar?

Trato de darle sentido a mi soledad. Como dijo Montaigne, «a los que me preguntan la razón de mis viajes les contesto que sé bien de qué huyo pero ignoro lo que busco».

¿Podría describirnos un día cualquiera en su vida?

Un día puede ser como el 16 de junio de 1904 que describió Joyce en el Ulises, de modo que resumo: duermo cuatro horas, leo y escribo seis o siete horas. Recibo a unos pocos activistas de varios países, su información me la reservo porque cada uno tiene su propósito. Suelo caminar como hacía Stevenson para pensar y mantener la salud, hago vida social, pongo al día mis correos en PGP desde un ordenador encriptado, y cuando viajo no me desespera ni llegar ni salir sino conocer. Cuando escucho que un vuelo ha sido cancelado y veo la cara de terror de los turistas o empresarios, sé que soy un viajero porque tendré más tiempo para leer en el hotel o dar algunas vueltas. Lo que digo con sinceridad es que la mitad de las cosas que hago se mantienen siempre en incógnita.

¿Su vida es como la imaginó?

No. Pero aprendí a convivir con mis fracasos y aprendí a ser subestimado para llegar más lejos.

¿De qué vive usted?

Inexplicablemente siempre tengo el dinero suficiente hasta que se me acaba el dinero que tengo. Un círculo interminable y curioso. Mis fuentes principales de ingresos ahora están en Medio Oriente.

¿A qué le tiene miedo?

A que he perdido el miedo. Me preocupa.

¿Cuáles son las cualidades que más aprecia en la gente, en sus amigos?

Siempre admiro a esos amigos que me preguntan cómo estoy y se quedan para escuchar mi respuesta. Después de leer La disimulación honesta de Torquato Acceto pido un mínimo de respeto a los muchos amigos que tengo. Para ser un solitario, me sorprende no ser un misántropo sino querer cada día más a la gente, saber que hay tanta gente noble defendiendo valores sin oportunismo.

¿Alguna idea en la cabeza desde hace muchos años?

Sí, pero si la digo vamos presos por conspiración y bloquean la página.

¿Quién es Fernando Báez?

Un escritor y lector nómada con muchas preguntas y cada día más radical.

Hemingway decía que escribía sobre lo que sabía. Otros escritores escriben para averiguar. ¿Para qué escribe usted?

Escribo porque es una forma de hacer un motín contra el olvido. Escribir es como organizar una emboscada contra la impunidad, contra el dogmatismo, contra la manipulación, contra la desinformación.

¿Sigue una disciplina/rutina para escribir?

Lo que recomendó Plinio: Nulla dies sine línea. No es una fórmula, porque no la hay, pero es como una ejecución de piano que debe ser ensayada una y otra vez a ver si en algún momento uno dice lo que realmente debe decir y el lector lee lo que quiere leer.

¿Recuerda por qué empezó a escribir?

Me crié en una biblioteca pública porque mi padre era un abogado honesto, y nunca tenía trabajo, en una aldea que ahora es ciudad llamada San Félix de Guayana. Mi padre escribía tímidamente, fue columnista de muchos periódicos, escribió versos al estilo de Rubén Darío, y algo tenía que siempre destrozaba lo que yo escribía, lo que le agradezco porque me educó en la crítica feroz: uno no debe ser complaciente con uno mismo.

¿Cuándo tuvo la impresión de que era escritor?

Cuando supe que no podía no escribir.

¿Cómo se clasificaría como escritor?

Creo que pesa mucho en mí una abundancia de detalles, documentos, la fractalidad, la minuciosidad en las fuentes es una manía, y en los textos políticos una necesidad de poner en claro que no voy a detenerme.

¿A quién le deja leer sus manuscritos antes de ser editados?

Dos o tres amigas y amigos implacables.

¿Tiene alguna superstición a la hora de escribir?

Sí, tomar agua como si se tratara de una larga marcha.

Para escribir no puede faltarle…

Una nostalgia por decir algo que no logro comprender del todo al principio.

¿Ordenador o a mano?

Ordenador y mano.

¿Corrige mucho?

Hasta la exageración, aunque me desborda la cantidad de datos que suelo encontrar. Conocí en mi juventud a José Manuel Briceño Guerrero, que es el pensador más importante de América Latina, aprendí rudimentos de griego con él, pero su gran lección fue someterme a pruebas en las que me pedía que escribiera un cuento. Primero debía escribirlo normal, luego sin conjunciones, otro sin nombres, otro sin uso del «que», otro sintetizando la historia en dos frases. Un maestro fascinante que escribió esa gran obra que es Amor y terror de las palabras. Solía caminar conmigo y plantear temas exigentes para derribar prejuicios personales sobre la filosofía o la literatura. No lo he visto nunca más, pero qué hombre tan extraordinario.

¿Dónde escribe?

Un estudio lleno de libros hasta el techo, afuera veo las calles de un barrio de El Cairo, a lo lejos una mezquita, abajo soldados que en la noche disparan, el vecino de enfrente es violinista y le gusta interpretar todo el día a Alban Berg.

¿Cómo es ese sitio?

Desordenado, caótico, pero austero.

¿Necesita silencio para escribir o le gusta escuchar música o tener la radio encendida?

El silencio. No tener móvil es una ventaja. Al viajar, compro un móvil desechable y luego lo boto sin el chip o batería que lanzo a otro lugar.

¿Cuáles son sus afinidades literarias?

Los libros sobre libros me fascinan, la literatura de viajes, los libros de historia, novelas, algunos poemarios, reportajes, ensayos, algunos cuentos.

¿Hay algún estereotipo de escritor en el que odiaría caer?

Sí, ese tipo de autor de izquierda o derecha que condena sólo las injusticias que afectan a su grupo y no todas las injusticias.

¿Por qué leer?

Tal vez provoca algún estímulo cerebral porque la fantasía y la imaginación operan en el mismo sector donde está el núcleo ramificado de la memoria. En todo caso, leer me produce un placer que no he logrado reemplazar. Steven Pinker, el neuropsicólogo, comentaba que la evolución nos ha llevado a leer para representarnos situaciones hipotéticas y reflexionar sobre condiciones que favorecen nuestras habilidades de supervivencia. Algo parecido dijo Denis Dutton cuando explicaba que la ficción es un medio para cultivar nuestra capacidad adaptativa social al adentrarnos en las posibilidades de la experiencia ajena. No es suficiente, pero es interesante como punto de partida.

¿Leer es vivir?

Leer hace más llevadera esta dura vida que nos toca a todos.

¿Qué ha aprendido de sí mismo leyendo que no hubiera podido aprender solo?

Lo que dijo Hermann Hesse: «Soy más incrédulo que nunca frente a toda verdad y más crédulo que nunca a toda ilusión».

¿Cuántas horas diarias dedica a la lectura?

Depende. Ahora estoy con Decadencia y caída del imperio romano de Edward Gibbon en la edición extraordinaria de Atalanta y pasé un vuelo de 13 horas absorbido sin detenerme.

¿Cómo se debe leer: en voz baja, en voz alta o sin voz?

De todas las formas que te hagan sentir bien. Leo a Homero en mi vieja edición de griego y me gusta recitar los hexámetros en voz alta. Tuve la suerte de aprender griego clásico y el sonido con sus espíritus y acentos me encanta.

¿Cuál es su sitio preferido para leer?

El estudio, pero por razones de viaje leo mucho en aeropuertos, aviones, trenes, buses, hoteles, incluso en bares.

Para leer no puede faltarle…

Todo puede faltar, salvo un libro que me guste.

¿Quién le enseñó a leer?

En la biblioteca pública donde me crié, una prima de mi madre y mi madre me ayudaron. También mi abuela paterna lo hizo después mejorando la gramática.

¿Cuáles fueron sus lecturas de infancia y cuál su influencia sobre usted?

Como no supe qué era un Xbox One o una Playstation 4, tuve la suerte de disfrutar a Julio Verne, Stevenson, Poe, Conan Doyle, Isaac Asimov, Hemingway, Fitzgerald, Rómulo Gallegos, Conrad y los cuentos de Jack London.

¿Qué libros le han emocionado en su vida?

El arte de la guerra de Sun Tsu, la Ilíada, Cuatro años bajo la Media luna de Rafael de Nogales Méndez, la Historia de Ibn Jaldún, El laberinto de la soledad de Octavio Paz, Una soledad demasiado ruidosa de Bohumil Hrabal, Farenheit 451 de Bradbury, 1984 de Orwell, Ideas de Peter Watson. Una vez un médico se equivocó y me dijo que me quedaban meses de vida y me llevé al hospital los libros que me más me habían entusiasmado porque releer es mi pasión. Leí como cuarenta libros y resultó que el diagnóstico estaba equivocado.

¿Cuáles son sus autores preferidos?

Los que releo. Homero, Plutarco, Aristóteles, Marco Aurelio, Epicteto, Séneca, Platón, Aulo Gelio, Montaigne, Rimbaud, Joyce, Borges, Ibn Jaldún, Sebald, Nooteboom, Flann O’Brien, Rafael de Nogales Méndez, Chesterton, García Márquez, Pablo Neruda, Yourcenar, Paul Bowles, Robert Fisk, Ernesto Sábato, Paul Auster, Orwell, Chomsky, Hesse, Ahmed Fouad Negm, Mircea Eliade, Olga Orozco, Elías Canetti.

¿Qué título reciente le ha dejado sin aliento?

Civilización de Niall Fergusson.

¿Qué libro no ha sido capaz de terminar de leer?

Ninguno de los pocos libros que he intentado leer de Paulo Coelho, banal y perjudicial para los escritores que deben comprender que la literatura es otra cosa. Ese autor está bien para lectores flojos que necesitan un repertorio de frases hechas para animar una convención de trabajo o una conversación en una fiesta de cumpleaños.

¿Qué tipo de lector es?

De malas pulgas: me gusta o no me gusta y punto. Si es una obra de referencia, me siento agradecido y sigo.

¿Hay algo mejor que leer?

Pensar con autonomía.

¿Qué es el libro para usted?

Con los cambios que veo, las definiciones tradicionales han naufragado. Mi hipótesis es que el libro es una tecnología de la memoria evolutiva que puede presentar imágenes o palabras impresas, manuales o electrónicas de forma tal que constituyan un conjunto cuyo volumen en páginas o unidades informáticas (bytes) sea un producto total, parcial o fragmentario de un bien cultural destinado a la lectura visual o táctil.

¿Cuál es el verdadero lugar de los libros en su vida?

Han sido mis mayores soportes contra la tristeza, contra el desánimo, contra la sensación de precariedad que veo en lo que me rodea. Mientras más censura, más lectura.

¿Qué le llevó a los libros?

Simplemente desperté, y estaban ahí. En lugar del dinosaurio de Monterroso, cuando abrí los ojos un día de mi infancia ya estaba en una biblioteca pública. El resto es historia.

¿Cuál es su relación ahora con ellos?

Más selecta. Ya no hago tratos por el soborno de la amistad o por la resignación ante la autoridad. No dejo llegar a mi biblioteca ninguna obra que no quiera tener.

¿Cómo los cuida usted?

Con dedicación. A las ediciones originales las llevo a un especialista en restauración por el ácido de su papel, y las mantengo bien cuidadas.

¿Están sus libros limpios de notas y subrayados o los marca de alguna de manera?

No subrayo. Cuando algo me gusta, lo anoto en un cuaderno de notas que tengo. Y le digo que tengo muchos de esos cuadernos.

¿Alguna mitomanía relacionada con sus libros?

Compré en Buenos Aires la América profunda de Rodolfo Kush porque olía a tabaco de pipa. Por suerte, resultó ser un libro magistral.

¿Los presta?

Hay un purgatorio cruel para los que prestan libros, estoy convencido. Y un infierno espeluznante para los que los devuelven.

¿Posee ex libris?

Sí.

¿Hay algún olor que relacione con los libros?

Olor a página nueva. Cómo huele uno un libro electrónico, es un problema.

¿Dónde suele comprar los libros?

Librerías de todo tipo, pero los anticuarios son mis mejores amigos. Siempre le digo a los escritores jóvenes que se asombran con las vitrinas de librerías, que vayan a las tiendas de anticuario y aprendan qué es lo que termina por ser importante en este oficio.

Visita entonces las librerías de viejo.

Siempre. En París, en Kabul, en Berlín, en Madrid.

¿Cuál es su librería de cabecera?

No soy monógamo, tampoco soy monoteísta en religión ni monobíblico. Acudo a muchas librerías.

¿Cuántos libros suele comprar en un año?

Los que necesito o los que descubro al azar. Compro libros para regalar a los amigos y amigas.

¿Cuál es su posesión libresca de la que se siente más orgulloso?

Una primera edición de Cien años de soledad firmada por Gabriel García Márquez.

¿Un libro que relea con frecuencia?

Estaba releyéndolo antes de contestar. Siempre algo de la Moralia de Plutarco.

¿Qué opina de ese fenómeno comercial que es la Feria del Libro?

El sentido original de las ferias está bien, lo que está mal es no comprender que muchos organizadores se han desgastado, se han convertido en gerentes de franquicias, regresaron al feudalismo cultural, han perdido el horizonte de la innovación y permiten que sus patrocinantes fijen reglas absurdas sobre la temática. Hay mucha gente nueva con libros extraordinarios que son ignorados porque no adulan a los poderes establecidos.

¿Tiene libro electrónico?

Sí, tengo un Kindle, y debo decir que hasta la fecha ninguna de mis cartas a Amazon me han explicado cuáles son sus garantías de privacidad y seguridad. En los documentos que he revisado de Snowden hay detalles que me obligan a advertir que ningún lector de un dispositivo electrónico puede estar tranquilo. Hice un experimento de permitir que algunos textos míos salieran en Kindle, y tengo paciencia para seguir investigando qué sucede con los datos personales del autor y del lector.

¿Qué opinión tiene sobre el libro electrónico?

Insisto en que estoy en proceso de investigación, ha pasado poco tiempo. Me preocupa que el lector sea llevado sin garantías a asumir el riesgo de perder derechos como ciudadano. Datos como su localización, sus adquisiciones, sus préstamos, su localización, sus marcas, sus notas, todo pasa a ser registrado con la excusa de que esto ayuda al proveedor a dar un mejor servicio, pero ya sabemos que proveedores con mayor fuerza en Internet como Google, Microsoft y Apple han tenido que entregar copias de todo a la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos, una pandilla dedicada a fisgonear para las corporaciones. De modo que si usted lee el Corán, libros sobre yihadismo, obras en árabe, revisa The Guardian en su quiosco y para colmo lee a Orwell lo más probable es que se abra una ficha en X-Keyscore para examinar sus datos personales. Me entristece que se use para conformar la Big Data. Si la gente supiera lo que yo sé de los dispositivos para leer libros electrónicos, sería más prudente.

¿Es el libro electrónico un peldaño más en el proceso evolutivo del libro?

Debería serlo, y por eso es que nuestras advertencias deben ser tomadas en cuenta en una sociedad tan dependiente de la tecnología. Hay mucha inocencia.

¿Cuál es el futuro del libro en papel?

Cumplirá su ciclo. La tablilla de arcilla duró cuatro milenios, el papiro todavía se usaba cuando se inventaron los códices hacia el siglo IV, el pergamino se usa todavía y es prueba de su valor que sirve para los títulos académicos. Si te dan un título en papel o te lo envían por correo electrónico, sientes que algo falta. El papel, en ese sentido, fue inventado por una civilización como la China, que se convertirá en la primera potencia hacia 2030, de modo que falta mucho para pensar en su desaparición inminente o incluso en su éxito final.

Su biblioteca es…

Tiene tres partes en tres países, y el 25% fue donado a la Biblioteca Nacional de Egipto. El resto irá a la Nueva Biblioteca de Alejandría y a la Biblioteca Nacional en Bagdad, porque el mundo árabe cada día se aproxima más a los estudios iberoamericanos.

¿Cuál es su fondo actual de títulos?

A la fecha actual, 5.000 libros. Modesta.

¿Qué género predomina?

Ensayo.

¿La tiene ordenada?

No. El orden y colocación de un volumen depende de si es leído con frecuencia o no. Pero no hay que subestimar. Tengo diccionarios gigantes que sólo consulto una vez y son grandes tesoros. Como la New Pauly o el Greek-English Lexicon de Liddell Scott, o las Etimologías de Isidoro de Sevilla o la Enciclopedia del Islam.

¿Qué libros le faltan en su biblioteca?

Siento que miles. Pero los libros no vienen con una póliza que te otorgue más tiempo del que te corresponde en tu vida. Lo que sí tengo es una biblioteca huérfana de una colección completa de Gredos, pero algún día conseguiré esa alegría.

¿Sólo tiene libros en las baldas o también acumula objetos?

Hay fotos de mis padres, fotos de mis hijos, fotos de escritores. Piezas artísticas, monedas raras, estampillas, piedras recogidas en ríos, caracoles, arena en vasos, un día encontré la nota de una novia que se fue y me robó un libro, y no se imagina cómo lamenté perder ese libro.

¿Alguna peculiaridad en su biblioteca?

Al reflexionar para contestar esta pregunta, recordé que desde todas las obras de Johannes Trithemius hasta un exceso de volúmenes sobre criptografía.

¿Dónde ha conseguido los libros más curiosos de su biblioteca?

En lugares como los zocos de libros de Afganistán, Damasco o en tiendas de anticuario en Europa.

¿Cuál es el libro más raro?

Cryptomenysis patefacta de John Falconer, impreso por el talentoso Daniel Brown en 1685.

¿Y el más caro?

Los doce tomos de The Great or American Voyages in Latin, en la edición de Theodor de Bry.

¿Hace expurgo en su biblioteca con frecuencia? ¿Adónde van a parar esos libros sacrificados?

Sí, y los dono o los regalo.

¿Contiene libros en muchos idiomas?

Sí, griego, latín, árabe, biblias hebraicas, mucho en inglés, francés, alemán, farsi, español.

¿Cómo debe formarse una biblioteca?

Las bibliotecas tienen capas como en los estudios geológicos. A veces reflejan nuestro pasado, nuestro presente o nuestro futuro. Tengo libros para investigación y tengo libros por el mero placer de leerlos, tengo libros que sólo quiero tener y tal vez nunca lea, y tengo libros que he dejado de leer, pero sé que son importantes y me reservo un tiempo largo para asumirlos con respeto. Una biblioteca personal debe ser ante todo honesta con uno mismo.

¿Qué biblioteca ha visitado y le ha fascinado?

Visité los 56 túneles de las montañas Chiltan en la comunidad islámica de Quetta, en Pakistán, donde un grupo de sirvientes se desvive hoy por custodiar un camposanto con 70.000 bolsas que resguardan ejemplares dañados del Corán. Estos depósitos son llamados Jabal-E-Noor-Ul-Quran. Como la Geniza de El Cairo que protege ejemplares deteriorados, fue un honor ser invitado a conocer ese lugar mágico.

¿Qué biblioteca le gustaría visitar?

No se me ha permitido entrar a la Biblioteca Nacional de Eritrea, pero insistiré.

Fernando Báez (San Félix de Guayana, Venezuela, 1963) es licenciado en Educación y Doctor en Ciencias de la Información y en Bibliotecología. Está considerado una autoridad mundial en el campo de la historia de las bibliotecas y asesora a distintos gobiernos sobre la destrucción de patrimonios históricos. Dirigió la Biblioteca Nacional de Venezuela. Es autor de los ensayos Historia de la antigua biblioteca de Alejandría (Premio de Ensayo Vintila Horia, 2003), Historia universal de la destrucción de libros. De las tablillas sumerias a la guerra de Irak (Destino, 2004), La destrucción cultural de Iraq (Flor del viento, 2004), El saqueo cultural de América Latina (Debate, 2009), Las maravillas perdidas del mundo (Océano, 2012) y Los primeros libros de la humanidad. El mundo antes de la imprenta y el libro electrónico (Fórcola, 2013), entre otros, así como de la novela El traductor de Cambridge (Lengua de Trapo, 2005). Página web.