Félix J. Palma, escritor.Félix J. Palma, escritor.

Después de un estreno prometedor en el mundo literario con sus primeros libros de cuentos, repletos de imágenes bellísimas, donde asuntos aparentemente normales se encaminan párrafo a párrafo a un universo propio, absurdo, saltó a la novela de manera discreta con sus dos primeras incursiones. Con la tercera, El mapa del tiempo, le llegó el éxito. Ahora, su nueva novela se anuncia en Times Square, Manhattan. Félix J. Palma acaba de conseguir la Insignia de Oro al mérito literario del Ayuntamiento de Sanlúcar de Barrameda, su pueblo natal, donde tuvo lugar esta entrevista.

¿Qué se siente viendo el anuncio de su nueva novela en Times Square?

Bueno… Es largo de contar.

Tenemos tiempo y espacio.

Antes de querer ser escritor, quise narrar historias. Lo cierto es que leía pocos libros (me imponían mucho respeto, y nunca fui el típico niño que devoraba a escondidas la biblioteca paterna), pero sí leía muchos cómics y veía muchas películas, por lo que enseguida descubrí que nada me haría más feliz en la vida que contar historias. Quería emocionar a los demás con algo inventado por mí, pero nunca salían de mi cabeza porque me las imaginaba en películas o cómics, y ni tenía relación con el cine ni sabía dibujar lo bastante bien como para plasmarlas en viñetas. Ese niño sí que soñaba, tumbado en la hierba del jardín de la casa de sus padres, con que sus historias fuesen conocidas en el mundo entero. Imagino que eso es lo más cerca que he estado a soñar con un anuncio en Time Square.

¿Pensó alguna vez que llegaría tan lejos?

Sí y no, porque, más tarde, ese niño descubrió una máquina de escribir en su casa, y comprendió que las palabras eran el único vehículo que tenía para contar sus historias. Así que empecé a escribir, y con el tiempo publiqué mis primeros relatos, gané mis primeros premios y finalmente, al cumplir los treinta, publiqué mi primer libro, El vigilante de la salamandra. A áquel siguieron algunos más, que fueron forjando mi trayectoria y combando mis baldas, y con cada uno de ellos iba ganando más lectores y demostrando que podía vivir de la literatura, o al menos de lo que muchos llaman los aledaños de la literatura: artículos, charlas, talleres literarios… Pero ese escritor ya había olvidado los sueños del niño que fue. Sabía que alcanzar el éxito era más cuestión de suerte que de trabajo, así que se contentaba con poder vivir modestamente de la literatura, lograr pagar las facturas con su pluma. Entonces llegó El mapa del tiempo, y los olvidados sueños de aquel niño se cumplieron.

Parece que el cine se ha fijado en sus novelas de los mapas…

Sí, cuando The map of time apareció en Estados Unidos muchas productoras contactaron con mi agente preguntando por los derechos, aunque de momento no ha cuajado nada. Yo no pierdo la esperanza, pues me parece que es una trilogía muy cinematográfica y creo que luciría muy bien en la gran pantalla.

El mapa del tiempo se ha publicado en más de 30 países. ¿Dónde es lo más lejos que le han arrastrado los vientos promocionales?

A Australia. En concreto a Melbourne, donde participé en el Melbourne Writers Festival. Lo pasé muy bien allí, pues tanto los miembros de la editorial como la organización del festival me trataron muy bien. Y además pude ver de cerca un koala.

¿Qué significa el azar en su obra?

El azar está muy presente en mi obra porque es una de mis obsesiones. De hecho, mi segunda novela, Las corrientes oceánicas, es una especie de tributo al azar, que rige nuestra vida sin interferir en nuestro destino. También en mis primeros relatos estaba muy presente la negra mano de la casualidad. En mi Trilogía Victoriana lo he dejado un poco de lado para darle más espacio a otras obsesiones, pero seguramente vuelva a él en un futuro.

¿Por qué le aburre la realidad?

La realidad deja de ser aburrida cuando uno aprende a mirarla, a indagar bajo la superficie de las cosas, a buscar el oculto andamiaje que la sostiene. Supongo que cuando dije que me aburría, me refería a la hora de escribir. Esas novelas que copian la realidad no me interesan demasiado, sobre todo si ese es su único mérito. Otra cosa es que la dramaticen o la sublimen, que sepan encontrar la poesía oculta en la cotidianidad, como hace Fernando León en muchas de sus películas, por ejemplo.

¿Qué ocurre cuando la gente termina creyéndose tanto la ficción que la hace parte de su propia realidad?

Que acaban mal. La ficción solo debe emplearse como un bálsamo benefactor que nos permita soportar mejor la realidad, pero nunca debe sustituir a ésta.

¿Ha ganado el lado oscuro en el mundo editorial?

Si por lado oscuro te refieres a lo comercial, al best seller, un vistazo a la lista de los libros más vendidos basta para confirmarlo. Pero no es algo que me parezca mal. Hay muchas editoriales, y no todas publican best seller, por lo que el lector puede escoger según sus gustos. En cuanto a los escritores, podemos elegir entre ser fieles a nosotros mismos, es decir, escribir lo que creemos que debemos escribir, y cruzar los dedos, o adaptarnos al mercado. Eso depende del motivo por el que cada uno escriba y el respeto que sienta por su propia literatura.

¿Cómo es uno de esos días normales en su vida?

La rutina del escritor es generalmente muy aburrida. Si grabaran nuestra vida en un reality, no creo que tuviera demasiada audiencia. Hay mucha gente que cree que los escritores llevamos vidas bohemias, que escribimos solo cuando nos asalta la inspiración, pero eso es un tópico erróneo. Hoy en día, si queremos vivir de la literatura, tenemos que escribir con plazos y contratos que respetar, por lo que la vida del escritor se parece mucho a la del oficinista.

¿Cuál es entonces su disciplina?

En mi caso, me pongo a escribir toda la mañana desde muy temprano, luego como, leo un rato y vuelvo a la carga hasta las ocho o las nueve. Eso sí, nunca he escrito de noche, soy escritor diurno. Al no tener jefe, he de ser yo mismo quien me obligue a sentarme ante el ordenador y escribir la escena que ese día me corresponda. Me impongo un horario de oficina, y a veces, si voy atrasado, escribo incluso los fines de semana. La ventaja de los escritores es que podemos trabajar en casa, a nuestro aire y en zapatillas, pero tiene algunas desventajas: cuando estás sumergido en una novela, por ejemplo, tu trabajo se convierte en tu obsesión. Siempre la tienes en la cabeza, dándole vueltas, hagas lo que hagas. Incluso sueñas con ella. Es muy difícil desconectar.

¿Sigue sin saber poner un tornillo?

Cuando dije eso no tenía un destornillador eléctrico. Ahora los tornillos no tienen secretos para mí.

¿A qué le tiene miedo Félix Palma?

A demasiadas cosas, según mi mujer. Pero la principal es a que algún día deje de gustarme escribir. Que ya no haya o no encuentre ninguna historia que me interese contar.

Saramago afirmaba que escribir es un trabajo, que el escritor no es un ser extraordinario que espera las hadas. ¿Está de acuerdo?

Completamente. Como antes dije, el escritor de hoy no funciona a golpe de inspiración, sino de esfuerzo y disciplina. Lo que yo entiendo por inspiración es ese chispazo que se produce en tu cabeza —casi siempre es una imagen o una idea— de forma inesperada, y que puede convertirse quizás en el germen de una futura historia. Eso suele pasarme generalmente cuando no estoy escribiendo, sino haciendo otras actividades, como viajando en tren o paseando, por ejemplo. Muchas veces ese chispazo me lo produce otra obra de ficción, como una novela o una película. Muchos de mis primeros relatos, por ejemplo, salieron de una costilla de un cuento de Julio Cortázar, aunque su procedencia sea difícil de rastrear. Y si esa idea nos parece buena para sustentar una novela, desarrollarla es más cosa de ir tanteando sus posibilidades, de ir explorando sus caminos, que de inspiración.

¿De dónde surgen esas tramas tan adictivas a las que tiene acostumbrado a su público?

Pues supongo que de mis gustos y preferencias. Desde pequeño me sentí muy atraído por el género fantástico, y casi todo lo que escribo puede encuadrarse dentro de ese género. Pero creo que esa “adicción” que mencionas, casi nunca proviene de la historia, sino de cómo se cuenta esa historia. El mejor elogio que me han hecho es: “He empezado tu novela. La trama no me interesa nada, pero no puedo dejar de leerla”. ¿Qué más puedo añadir?

Cuando escribe, ¿qué busca?

Apasionarme con la historia que estoy contando e intentar transmitirla del mejor modo posible, para que el lector la encuentra tan fascinante como yo.

¿Piensa en un lector determinado al escribir?

Sí, naturalmente. Creo que todo arte es un canal de comunicación entre el creador y el receptor. En el caso de la literatura, ese receptor es el lector, y en mi caso concreto, ese lector es un poco parecido a mí. Aunque también es cierto que intento escribir para lectores que tienen gustos diferentes a los míos, interesarles con lo que a mí me interesa. Con los “mapas” me he dado cuenta que tengo lectores muy variados, que las novelas a algunos le gusta por una cosa y a otros por la contraria, así que intento escribir para todos ellos, cosa bastante complicada, por cierto.

¿Tiene alguna superstición a la hora de escribir?

Ni supersticiones ni manías ni me rodeo de fetiches. Soy bastante poco original en ese sentido.

¿Cuál es su método de trabajo?

Cambia dependiendo de lo que esté escribiendo. Aunque hay algo que se mantiene invariable: nunca empiezo a escribir una historia si no sé cómo acabarla. Cuando escribía relatos no hacía esquemas, tenía toda la historia en mi cabeza. Y de mis dos primeras novelas tampoco los hice, aunque tenía una idea muy clara de lo que iba a contar. Con los “mapas” sí me he visto obligado a hacer esquemas muy minuciosos de la historia, a planificarla con todo detalle. Creo que son un tipo de novelas que no se podrían escribir sin un plano previo, porque hay que manejar a muchos personajes y atar muchos cabos. Ya lo hice al escribir la primera parte, volví a hacerlo en la segunda y ahora que estoy escribiendo la tercera, y he de dar un final digno a la trilogía y lograr encajar todas las piezas, he confeccionado un esquema de toda la historia de unas veinte páginas, para no perderme ni olvidar nada.

¿Corrige mucho?

Muchísimo. En realidad, corregir me gusta mucho más que escribir. Disfruto cuando ya tengo la página escrita, es decir, cuando ya he contado lo que quería, y solo me queda rizar las frases, bruñir el estilo, hacer que lo que digo suene lo mejor posible. Si no fuera por la publicación, creo que no dejaría de corregir una novela nunca.

¿Cómo se clasificaría como escritor?

Siempre digo que hay dos tipos de escritores: los que hacen pensar, y los que hacen soñar. A mí me gustaría considerarme de estos últimos.

¿Ordenador o a mano?

Ordenador, por supuesto. Al principio, cuando empecé a escribir, lo hacía a mano y luego me tiraba varios días pasando el cuento a máquina, una labor muy fatigosa para quien escribe con dos dedos. Pero más tarde, cuando tuve mi primer ordenador, seguí haciéndolo así. Escribía a mano y luego lo pasaba a limpio mecanografiándolo en el ordenador. Escribir directamente en la pantalla me intimidaba. Tenía la sensación de que todo lo que escribía quedaba bien, aunque fuese una frase sosa y torpe, así que tardé mucho tiempo en escribir directamente en la pantalla. Ahora, sin embargo, no sabría hacerlo de otro modo. Me he acostumbrado a la comodidad del procesador de texto, a la ausencia de tachones y flechas, al diccionario de sinónimos, al cortar y pegar hasta tal punto que no concibo cómo alguien puede escribir todavía a máquina, o como yo mismo lo hice durante mis comienzos. Ahora a mano solo tomo notas en una libreta que siempre llevo conmigo, pero por falta de costumbre, la letra se me ha deformado tanto que ni yo mismo la entiendo.

¿Qué sería de su vida si no pudiera escribir?

No quiero ni imaginármelo. Escribir es lo que más me gusta y haciéndolo me siento realizado. Si no pudiera escribir me temo que llevaría una existencia insatisfecha, aparte de que no se me ocurre qué otro trabajo podría desempeñar con mi absoluta falta de habilidades.

¿Recuerda cuando fue la primera vez que se sintió escritor?

Sí, cómo olvidarlo. Fue cuando vi publicado mi primer relato, Mi última noche con Donna, a los 22 años. Lo publicó una revista de ciencia ficción que brindaba sus páginas a nuevos escritores. Yo me animé a escribir un relato (hasta entonces no había logrado acabar nada: supongo que porque había empezado directamente con la novela, y nunca había pasado del primer capítulo), lo envié con gran secreto y lo juzgaron apto para publicarlo. Cuando lo vi allí impreso me sentí emocionado, pero no empecé a darme cuenta de que quizás servía para escritor hasta que empezaron a llegarme los elogiosos comentarios de los lectores. Hasta entonces yo era el único que creía en mis posibilidades y me supuso un gran alivio descubrir que no estaba equivocado, que al menos una docena de personas opinaban lo mismo.

¿A quién le deja leer sus manuscritos antes de ser editados?

Solo a dos personas: a mi mujer y a un amigo y colega escritor.

¿Cuáles son sus afinidades literarias?

Los escritores que más me gusta leer son aquellos que se parecen a mí, o yo a ellos, sería más exacto decir: aquellos que poseen una escritura estimulante, creativa, y que hilvanan tramas originales, donde casi siempre existe un elemento fantástico o absurdo. Pero últimamente intento leer a escritores que hacen cosas muy diferentes de las que yo hago, más para estudiarlos que por placer, aunque a veces lo obtenga. Intento aprender de ellos y poder convertirme así en un escritor más completo.

¿Hay algún estereotipo de escritor en el que odiaría caer?

El escritor comprometido o social, cuyas historias no son más que un vehículo para criticar o denunciar algún aspecto de la sociedad en la que vive.

¿Dónde escribe?

Escribo casi siempre en mi estudio y en el mismo ordenador. Me resulta muy difícil escribir en lugares públicos, como aeropuertos, trenes, cafeterías o bibliotecas, así como escribir una novela saltando del ordenador de sobremesa al portátil, por ejemplo. Necesito que la novela que tengo entre manos se fragüe siempre en las mismas condiciones. Algunas veces he escrito en hoteles, pero casi nunca logro concentrarme en sitios ajenos. Necesito estar en mi territorio, por decirlo de algún modo.

¿Cómo es ese sitio?

De un tiempo a esta parte, suelo mudarme de casa cada año, por lo que me veo obligado a adaptar mi despacho a la habitación de la casa que me parezca más apta para escribir. Siempre intento que sea una habitación silenciosa y luminosa, no me gusta escribir con luz artificial, y a ser posible lo suficientemente amplia para que quepa una mesa espaciosa y unas pocas estanterías con mis libros favoritos y los que esté usando para documentarme en ese momento. Tengo en mente la idea de un estudio ideal, por supuesto, pero de momento intento crear un espacio cómodo y agradable para escribir allí donde me arrastra la vida.

¿Necesita silencio para escribir o le gusta escuchar música?

Suelo escribir en silencio, aunque a veces pongo música, sobre todo para corregir. Lo que me desconcentra es el sonido de la calle, por eso intento que mi estudio esté lo más alejado posible de ella.

Una razón para leerlo.

Me gustaría que mis lectores pasaran un rato entretenido y emocionante con lo que escribo, y de paso disfrutaran estéticamente de mi escritura.

¿Leer es vivir?

Para los apasionados de la lectura, por supuesto que sí. Sumergirse en un libro, aparte de vivir otras vidas, es también pactar una tregua con la cotidianidad, siempre vertiginosa e impredecible.

¿Cuál es su sitio preferido para leer?

Hay muchos: en una tumbona junto a la piscina en verano, junto a una cristalera un día de lluvia, en la cama después de un largo día de trabajo. Para leer, al igual que para escribir, necesito silencio.

Ha comentado en ocasiones que las lecturas obligatorias en el instituto le hicieron mucho daño y que llegó casi a odiar la literatura…

Es cierto. Que me obligaran a leer a Delibes o a Cela a los catorce o quince años me hizo huir de los libros y refugiarme en los cómics. Son dos autores básicos e importantísimos en la historia de nuestra literatura, pero los he leído luego, más tarde, cuando he sabido apreciarlos y comprenderlos. Por suerte, tuve una profesora de literatura que me hizo descubrir una literatura distinta, más adecuada para aquellos años según creo, como las novelas de García Márquez o los relatos de Boris Vian. Ojalá hubiera podido acercarme a los libros con Harry Potter o incluso Crepúsculo, como hacen los chicos de hoy. Te aseguro que no hubiera huido espantado de los libros, sino todo lo contrario.

¿Cuáles fueron entonces sus primeras lecturas?

Durante mucho tiempo solo leía a Stephen King. Sus novelas eran lo más parecido a los cómics que por aquel entonces devoraba, así que cuando estos empezaron a resultarme insuficientes, recurrí a King. En la pequeña librería de mi pueblo a la que solía ir apenas llegaban otros libros que los suyos, y yo los compraba puntualmente. Era la colección de bolsillo de Plaza & Janés, y creo que deben de ser los libros más viejos que tengo en mi biblioteca, al menos que yo haya comprado. Por aquel entonces, desconocía que había más autores que hacían cosas parecidas, así que durante muchos años solo lo leía a él.

¿Quién le enseñó a leer?

La verdad es que, al contrario que mucha gente, no guardo ningún recuerdo al respecto. Supongo que aprendería en el colegio.

¿Le ha deparado la literatura alguna agradable sorpresa extraliteraria?

Sí, bastantes. Un lector muy querido, por ejemplo, me envió hace unos meses el crucifijo con alitas que el agente Clayton luce en El mapa del cielo. Fue un detalle que verdaderamente me emocionó.

¿Hay algo mejor que hacer que leer?

Se me ocurren unas cuantas cosas, pero muy pocas.

¿Qué libros le han emocionado en su vida?

Muchos. Cien años de soledad, La guerra de los mundos, En busca del tiempo perdido, Los miserables, Las puertas de Anubis, muchos cuentos de Cortázar, Borges y Poe…

¿Cuáles son sus autores preferidos?

Wells, Cortázar, Borges, García Márquez, Daniel Pennac, Auster, Bardbury, Gerald Durrell, George R. R. Martin, Ballard, Stevenson… Seguro que me dejo a alguien.

¿Qué tipo de lector es?

Creo que me definiría como un lector inquieto.

¿Existe una decadencia de la lectura, de los lectores?

Desgraciadamente sí. El hecho de que actualmente Cincuenta sombras de Grey sea el libro más vendido lo dice todo. El lector de hoy carece de criterio, compra lo que más se vende y rehúsa explorar las librerías en busca de autores nuevos, supongo que porque tiene poco tiempo para leer y prefiere esperar a que los tres o cuatro autores que sigue o conoce saquen su siguiente novela.

La lectura es…

Aquí podría decir alguna frase poética o rimbombante, pero cada persona tiene muy claro lo que para ella significa la lectura. No es para todos lo mismo.

¿Qué es el libro para usted?

Por un lado, el soporte de algo imprescindible, la literatura, y por otro un objeto que también puede ser bello en sí mismo.

¿Tiene libro electrónico? Y si es así, ¿cuál?

De momento no, pero en breve pienso adquirir un Kindle Whitepaper.

¿Qué opinión tiene sobre el libro electrónico?

Me parece que tiene más ventajas que el libro en papel, pues te permite tomar notas, leer en la oscuridad, llevar tu biblioteca encima cuando sales de casa… pero mucho menos encanto al carecer de calidad, no oler a nada, no tener la sensación de acunar en las manos un objeto trascendente…

¿Cómo luchar contra la copia ilegal de libros electrónicos?

Imagino que ofreciendo extras que no puedan piratearse.

¿Cuál es su relación ahora con los libros?

Siempre ha sido de más que amigos.

¿Hay algún olor que relacione con los libros?

El principio del curso escolar, inevitablemente.

¿Dónde suele compra los libros?

De momento en librerías, aunque también en Fnac o Casa del Libro cuando he vivido en alguna ciudad grande. Me gusta pasarme horas curioseando en las librerías, observando tanto los libros como el comportamiento de los lectores. Ahora que vivo en un pueblo donde solo hay una pequeña librería, casi siempre tengo que encargar los libros que me interesan.

¿Visita las librerías de viejo?

La verdad es que no porque rara vez he tenido alguna cerca.

¿Cuántos libros suele comprar en un año?

No sabría decirte, entre veinte y treinta.

¿Alguna manía u obsesión con los libros?

Siempre uso separadores para señalar donde dejo la lectura. Odio doblar las esquinas de las páginas, cosa que a mi mujer le encanta, lo cual posiblemente nos conduzca al divorcio tarde o temprano (se ríe). Y generalmente me gusta cuidarlos, evitar doblarlos, leerlos con las manos sucias y ese tipo de cosas. Tampoco me gusta subrayarlos, a menos que sea inevitable por motivos de documentación.

¿Recibe novedades editoriales? Si es así, ¿qué hace con los ejemplares que no le interesan?

Antes, cuando ejercía de crítico literario, recibía muchas, pero ya no. De vez en cuando, alguna editorial me manda algún libro espontáneamente, y suelo colocarlos en las estanterías, con los demás, sabiendo que perecerán por selección natural en la próxima mudanza.

¿Cuál es su posesión libresca de la que se siente más orgulloso?

La verdad es que no soy nada bibliófilo y no atesoro ningún incunable ni nada parecido. De los libros que me siento más orgulloso es de los ejemplares de mis obras traducidas a otros países. Me gusta tener una novela con distintas cubiertas y diseño.

¿Qué opina de ese fenómeno que es la Feria del Libro?

Me gustan porque son una buena oportunidad para conocer personalmente a tus lectores, y también porque de repente el libro sale a la calle, se convierte en protagonista y se acerca más a la gente que no frecuenta las librerías.

¿Cuál es el futuro del libro?

Su contenido permanecerá, ya que siempre será imprescindible para el hombre. Es su sustento espiritual. Del continente no me atrevo a especular, pues desde que la tecnología ha tomado cartas en el asunto es imposible prever nada.

Su biblioteca es…

Un lugar donde abundan los libros de género fantástico y los de autores españoles actuales, debido a que durante varios años ejercí la crítica literaria, y de un tiempo a esta parte, desde que me puse con el proyecto de la Trilogía Victoriana, cada vez hay más libros sobre la Inglaterra del siglo XIX y más novelas de escritores de la época.

¿Hay muchos libros en su biblioteca?

Ahora que se ha juntado con la de mi mujer hay bastantes, sí.

¿La tiene ordenada?

Sí, me gusta tenerla ordenada por géneros, y dentro de estos, por autores. Me gusta saber dónde dirigirme cuando tengo que buscar un libro concreto.

¿Sólo tiene libros en las baldas o también acumula otro tipo de objetos?

Hay algún trofeo de algún certamen literario y alguna que otra figurita de algún personaje de cómics.

¿Alguna peculiaridad en su biblioteca?

No, son Billys de Ikea, como los de la mitad del planeta.

¿Cómo va su colección de cómics?

Dejé de comprar cómics hace mucho tiempo, por lo que está un tanto estancada. De vez en cuando compro algún tomo, pero ya no lo hago con la regularidad de cuando era adolescente. Aunque no descarto volver a recuperarla.

¿Qué libros tiene en su dormitorio?

Los que estamos leyendo en el momento, que rebosan las mesillas de noche.

¿Hace expurgos con frecuencia?

No, me encomiendo a las mudanzas.

¿Contiene libros en otros idiomas?

Tengo los ejemplares de El mapa del tiempo y El mapa del cielo de los países donde han sido traducidas.

Félix J. Palma (Sanlúcar de Barrameda, Cádiz, 1968) es autor de cinco libros de relatos, El vigilante de la salamandra, Métodos de supervivencia, Las interioridades, Los arácnidos y El menor espectáculo del mundo. Como novelista ha publicado La hormiga que quiso ser astronauta, Las corrientes oceánicas, El mapa del tiempo y El mapa del cielo (Plaza & Janés, 2012).