Eduardo Mendicutti, escritor. (c) Juan María RodríguezEduardo Mendicutti, escritor. (c) Juan María Rodríguez

Miembro de la avanzadilla que abrió camino a una novela homosexual hecha y pensada en España, autor de títulos incontestables como El palomo cojo o Yo no tengo la culpa de haber nacido tan sexy, este sanluqueño afincado en Madrid es un andaluz cauto con los desconocidos –quizá sea timidez- y de trato cálido con los amigos. Su actitud coloquial, sus maneras elegantes y su extrema cortesía nos hablan de un hombre cosmopolita que exhibe su desapego de todo lo que recuerda la fama. Eduardo Mendicutti sigue siendo un ejemplar envidiable de lo humano y de lo literario, que sobrelleva el humor como una tara congénita. O como remedio terapéutico, quién sabe.

Escribir es una trabajera, ¿verdad?

Sí. Lo cuento en un momento de mi última novela, Otra vida para vivirla contigo: «Escribir es sentarse, redactar una frase, borrarla, volver a redactarla, aguantarse las ganas de echarte a la calle a pendonear un poco, repasar lo que acabas de escribir, corregirlo, atornillarte a la silla, dejarte llevar por lo que estás contando, darte cuenta de que te estás dejando llevar más de lo conveniente, frenar, corregir, releer, cabrearte si algo no acaba de convencerte, alegrarte moderadamente si consideras que no está mal, y seguir, durante tres horas sin excusas, al menos en mi caso, durante tres horas aunque me atasque, y sólo durante tres horas aunque me embale, y así, meses y meses». En efecto, una trabajera.

Afirma con frecuencia que no tiene imaginación a la hora de escribir…

Suelo decir que yo, primero, vivo y después escribo, y que soy un escritor sin imaginación. Pero tal vez sea más apropiado decir que soy un escritor que no se fía mucho de su imaginación. Me siento más seguro cuando escribo de lo que conozco porque lo he vivido o lo he compartido con alguien, porque me lo han contado, porque lo he sentido, porque lo he soñado, porque lo he deseado. De todo eso se compone la vida de cada uno de nosotros. Sobre todo eso me gusta escribir, y todo eso me gusta encontrarlo, de modo más o menos directo, en lo que leo. También cuando leo un libro prefiero encontrarme con lo vivido por su autor que con lo puramente inventado.

Recurre en muchas de sus novelas a la infancia. ¿Es la memoria el motor de su literatura?

Creo que alguien dijo que la infancia es la verdadera patria del escritor. En realidad, la infancia es la verdadera patria de cada uno de nosotros. En la infancia nos vamos descubriendo, nos vamos conociendo, y vamos descubriendo y conociendo a los demás. Y es el momento vital en el que empiezan a construirse los recuerdos. Desde ese instante, empezamos a ejercitar la memoria. Y la memoria, desde que empecé a escribir, se convirtió, en efecto, en el primer motor de todo lo que he escrito. Y no sólo me refiero ya a mi memoria estrictamente personal, sino también a la memoria de mis personajes. Casi todas mis novelas arrancan con el narrador, casi siempre en primera persona, recordando.

Pero la memoria en la mayor parte de los casos no deja de ser ficción.

En una ocasión lo dije a mi manera: «La memoria es otra manera de inventar». La materia prima –el recuerdo– está ahí, y de un modo más o menos consciente la manipulamos. Y eso lo hacemos todos, no sólo los escritores. Sólo que los escritores tenemos que estructurar, ordenar, «justificar» narrativa y emocionalmente esos recuerdos cuando los utilizamos para escribir una historia. Toda novela «autobiográfica» –teniendo en cuenta lo que he dicho antes sobre los muy diversos componentes de nuestra «vida»– tiene una importante y absolutamente necesaria carga de ficción. Y, desde luego, toda «memoria literaria» o «autobiografía» es ficción en buena medida.

En sus novelas reivindica la riqueza expresiva del habla andaluza frente a su descrédito generalizado. ¿Por qué?

Porque somos como hablamos, o hablamos como somos. Porque, si me considero andaluz es, sobre todo, gracias al lenguaje que recuerdo habar hablado o haber oído hablar cuando era niño. Porque el habla coloquial, en general, y el habla andaluza en particular, es, en muchas ocasiones, un prodigio de creatividad. Porque yo creo en la narrativa en primera persona. Porque muchos de mis personajes son andaluces y, por tanto, cuando se expresan coloquialmente, intento que se expresen con creatividad verbal, con instinto literario. Y porque la recreación del lenguaje coloquial es, si se hace bien, un ejercicio literario de primer orden. No vale “reproducir” el lenguaje coloquial, hay que convertirlo en literatura, en lenguaje literario verosímil. El lenguaje coloquial andaluz no debe quedar reducido a sainetillos de tercera.

¿Se puede hacer literatura de un chismorreo? Lo comento porque Otra vida para vivirla contigo tiene mucho de maledicencia.

Fue el reto que me propuse al escribir esa novela. Parte, efectivamente, de lo que cotillearon de mí y de un amigo, en las redes, con el anonimato que consiente Internet, algunas personas. Primero me enfadé, después ese amigo y yo nos reímos de lo que decían de nosotros, y después decidí escribir una novela con la complicidad de ese amigo, al que le está dedicada. El planteamiento fue: “Si todo lo que han dicho de nosotros fuera verdad, ¿cómo sería esa historia”. Los dimes y diretes están ahí, son formalmente la parte esencial del libro, pero están, claro, manipulados para que tengan estructura y coherencia narrativa y dimensión literaria.

¿Por qué reivindica la literatura homosexual?

Porque no estoy dispuesto a esconder, disimular, enmascarar o ningunear el hecho de que hay una literatura que refleja la cultura homosexual, la experiencia homosexual, la mirada homosexual, el lenguaje homosexual. Dicho esto, fuera prejuicios. Y mientras esos prejuicios sigan pesando en el mundo académico, en la industria editorial, en la educación, en los medios de información, en las revistas literarias, en los gestores culturales y entre los mismos lectores, es necesario enfrentarse a ellos y sacar a la literatura homosexual de cualquier tipo de armario, incluyendo el educativo y el comercial.

Para que una obra sea considerada literatura homosexual, ¿su escritor tiene que serlo?

Sí. Igual que para que una obra pueda sea considerada literatura heterosexual el autor tiene que serlo. Y para que sea considerada masculina, el autor tiene que ser hombre; y para que sea considerada femenina, la autora tiene que ser mujer. Y así todo seguido… Porque hay literatura heterosexual y masculina. Aunque no se diga, la hay. Otra cuestión es la temática: un heterosexual puede escribir una novela de temática homosexual, pero seguirá siendo literatura heterosexual. Y Madame Bovary es literatura masculina. Y Memorias de Adriano es literatura femenina y lesbiana. Y por supuesto que todo, al final, es literatura, pero apellidar la literatura también es clarificador.

Pero siempre el humor y el sarcasmo como remedios terapéuticos.

Sí. Pero no porque mi literatura sea homosexual, sino porque mi literatura, entre todas las risas que se quiera, al final siempre trata del dolor. Lo que necesita alivio es el dolor, no la cuestión homosexual. Y el humor, en todas sus variantes, es el mejor instrumento que se me ocurre para sobrevivir. También en los océanos turbulentos del mundillo literario.

Su literatura le da voz a los perdedores, a los marginados, a los excluidos…

La historia la cuentan siempre los vencedores. La novela permite completar la narración de la historia, de nuestra biografía colectiva, mostrando las vidas de los perdedores, de los marginados, de los excluidos. Dándoles voz y visibilidad. Sin las grandes novelas de todos los tiempos, la crónica del mundo estaría gravemente mutilada, desenfocada, falsificada. Una guerra no la cuenta igual un soldado vencedor que una mujer vencida. Un acontecimiento histórico contemporáneo, con trascendencia para todos, no lo cuenta igual un ejecutivo triunfador, que un obrero en paro o un travesti bullicioso. Hoy por hoy, la historia la cuentan de manera diferente un heterosexual y un homosexual. Y es imprescindible para todos, para que nos conozcamos bien los unos a los otros, que así sea.

Usted escribe con libertad, con independencia. ¿Es un lujo en los tiempos que vivimos?

Cuando, en 1973, la censura de la época prohibió mi primera novela, Tatuaje, con la que acababa de ganar el premio Sésamo, decidí que no volvería a escribir una sola palabra si no lo hacía con absoluta libertad. Eso es todo. No es un lujo, es una convicción.

Sus primeros libros sufrieron la censura política. ¿Hay ahora otro tipo de censura, como la de los mercados?

La peor es la autocensura, y hay que estar atento para no enmascararla bajo pretextos aparentemente dignos y razonables. El mercado –como el pudor, la familia, la respetabilidad social, la seguridad profesional, el reconocimiento crítico, el deseo de tener el mayor número posible de lectores– no son, al final, sino soldados al servicio de la autocensura.

Esa libertad la ha podido tener gracias en parte a su fiel editorial, Tusquets.

Rotundamente, sí. En Tusquets editores han sido siempre acogedores, cómplices y generosos conmigo. Novelas como las que yo escribo necesitaban una editorial así, atenta sólo a la personalidad literaria del autor, sin ningún tipo de filtro en función de la temática de las novelas. Les gustan mis libros, y los publican, los apoyan y promocionan, los venden para traducciones y para adaptaciones al cine o al teatro. Soy desde 1987 autor de Tusquets. Son mis editores y mis agentes. Algunas de mis novelas han funcionado mejor y otras, peor, pero siempre me han apoyado, nunca me han condicionado. Yo les he sido fiel y ellos me han sido fieles. Y más que fieles: han sido siempre espléndidos.

¿Tiene miedo a que alguna vez Tusquets deje de publicar sus libros?

Yo seguiré entregando cada una de mis nuevas novelas a Tusquets. Sin miedo. Pero siempre puede haber imprevistos. De momento, en el ámbito estrictamente literario, Tusquets sigue siendo lo que era. Una garantía.

Cuando a un escritor le ofrecen hacer la adaptación cinematográfica de una novela, ¿se le aparece la Virgen?

Se te aparece un señor con un contrato y un talón, y uno sólo tiene que firmar el contrato, ingresar el talón en su cuenta, y desear que la película sea buena. Pero la película basada en una novela no es en absoluto responsabilidad del autor del libro. Así que más vale que el autor intervenga lo menos posible en lo relacionado con la película, me parece lo más sano y lo más justo para todo. Yo he actuado así en las dos adaptaciones que se han hecho de mis novelas. Que nadie me pida cuentas por el resultado de las adaptaciones cinematográficas. Empezando por no pedirme cuentas yo a mí mismo.

¿Le gustan las adaptaciones de Los novios búlgaros (Eloy de la Iglesia, 2003) y El palomo cojo (Jaime de Armiñán, 1995)?

Razonablemente. Hay cosas en ambas películas que me gustan y otras que no. Pero intento valorarlas como mero espectador. Procuro olvidarme de que soy el autor de las historias que ahí se cuentan. Así, ni me adjudico méritos que no me corresponden ni me llevo berrinches que no me merezco.

¿Somos lo que vivimos, lo que soñamos y lo que leemos?

Y lo que deseamos, y lo que tememos, y lo que defendemos, y lo que detestamos, y lo que escribimos. Por suerte, no sólo somos lo que hacemos un día tras otro.

No es un autor que se prodigue mucho en Internet, no tiene blog ni está en las redes sociales, ¿acaso no cree que es importante tener visibilidad en la Red?

A estas alturas supongo que sí, que es importante tener visibilidad en las redes sociales. Pero ya se encargan los demás de darte esa visibilidad sin contar con tu consentimiento. En Internet hay montones de comentarios sobre mis libros y sobre mí, pero ninguno de ellos lo he propiciado yo, más allá de publicar las novelas, conceder entrevistas e intervenir en actos públicos de carácter cultural, político o social. La verdad, no me parece que lo que tú digas de ti mismo o de tus libros importe al final demasiado. Y me sigue dando mucha pereza tener que dedicarle tiempo a blogs y redes sociales. Insisto, ya se encargan lo demás de hacerlo.

¿Ha coincidido alguna vez con alguien por la calle o en una plaza leyendo uno de sus libros?

Una vez, en el metro, un chico iba leyendo Una mala noche la tiene cualquiera y se reía mucho. No me identifiqué, me dio mucho apuro. En un avión, una señora de El Puerto de Santa María me reconoció y me trajo El palomo cojo para que se lo firmara. Me imagino que lo leería durante el vuelo…

De entre los títulos que conforman su obra, ¿sería capaz de destacar un par de ellos y alegar las razones de tal selección?

Tiempos mejores, porque quizás tenga notables defectos formales, pero sigue teniendo también fans acérrimos. Otra vida para vivirla contigo, porque es la última y porque todavía me duran sus efectos, y espero que nunca se me pasen…

¿Alguna idea en la cabeza desde hace muchos años?

Durante muchos años tuve en la cabeza la idea de California, y no encontraba la manera de escribirla. Ya se publicó y fue un alivio. Por lo demás, mis novelas nacen muchas veces a partir de algo que nos está pasando. Ahora, la dichosa crisis. A eso ando ahora dándole vueltas.

¿Alguna recomendación para los jóvenes que están intentando abrirse camino en el mundo literario?

Que lean. Que sean autocríticos. Que sean disciplinados a la hora de escribir. Que no se empeñen en corregir una y otra vez cada capítulo, si eso les impide avanzar. Y que encuentren a alguien sincero y con autoridad que les diga si tienen talento o no. A partir de ahí, que no desesperen.

¿Podría describirnos un día cualquiera en su vida?

Me levanto a las 7.30 de la mañana. Voy cuatro mañanas a la semana, de 9 a 14 a la Asociación de la que soy secretario general. Desayuno y como siempre fuera de casa. Si estoy escribiendo una novela, lo hago cada día, de 17.00 a 20.00 horas, todos los días, salvo los sábados. Si no, dedico un par de horas a leer. Doy una caminata terapéutica por el Retiro. Algunas noches quedo a tomar algo con amigos o voy al cine. Si no salgo, me acuesto temprano, a eso de las 11.30 de la noche. Si salgo, pueden darme las tantas.

¿Cuáles son las cualidades que más aprecia en la gente, en sus amigos?

La lealtad y el sentido del humor. Un amigo de verdad te apoya siempre, incluso si alguna vez te dice que estás equivocándote y tú te empeñas en el supuesto error.

¿A qué le tiene miedo?

Creo que soy un miedoso compensado. Le tengo miedo a montones de cosas, pero casi siempre soy temerario. Por supuesto, morirme me aterroriza, y sobre todo, en contra de lo que suele decir todo el mundo, morirme sin darme cuenta.

¿Quién es Eduardo Mendicutti?

Qué barbaridad. Supongo que una contradicción ambulante.

Hemingway decía que escribía sobre lo que sabía. Otros escritores escriben para averiguar. ¿Para qué escribe usted?

Para no sentirme desleal a mí mismo. Soy consciente de que sé escribir: si no lo hiciera, me sentiría mal en mi propio pellejo. A partir de ahí, viene todo lo demás.

¿Escribe usted de una forma distinta que cuando empezó?

En líneas generales, no, si se refiere al rito de escribir. Por supuesto, escribo en el ordenador, y eso supuso en su día un cambio importante. Yo siempre escribí a máquina, jamás a mano, no me entiendo la letra.

¿Qué se necesita hoy para escribir?

Estar convencido de que uno lo hace bien, y temer siempre hacerlo mal.

¿Sigue una disciplina/rutina?

Sí, en el caso de los libros. Cuando publico una novela, tardo unos meses en empezar la siguiente. Dedico ese tiempo a pensar, a imaginar, a dudar, a entusiasmarme con lo que se me ocurre, a desconfiar de lo que se me ocurre, a desanímame, a recuperar la confianza y el entusiasmo, a perfilar el argumento y los personajes y a decidir el título. Sin título, no empiezo. Luego, ya digo, tres horas cada día, ni más ni menos, salvo los sábados, durante no más de un año.

¿Piensa en un lector determinado a la hora de escribir?

No. Sólo pienso en lo que estoy escribiendo y en como lo estoy escribiendo.

¿Tiene alguna superstición a la hora de escribir?

Ninguna.

Para escribir no puede faltarle…

No se me ocurre… Sí puedo decir lo que me sobra: la música. No puedo escribir si suena música en alguna parte y la oigo. No necesito silencio absoluto, no me molestan los ruidos normales de la casa, del edificio y de la calle. Pero no puedo con la música ni con la radio. Y la tele, apagada, claro.

¿Ordenador o a mano?

Ordenador.

¿Corrige mucho?

Cada día, lo escrito el día anterior. Cada capítulo, una vez terminado, y tomo nota de lo que considero que debo tener en cuanta en lo que vaya escribiendo. Cuando termino el libro, corrigo el texto entero, una sola vez. Luego lo mando directamente a la editorial.

¿A quién le deja leer sus manuscritos antes de ser editados?

A nadie. Nunca. Salvo en el caso de Otra vida para vivirla contigo, porque afectaba de modo directo a otra persona, y esa persona tenía derecho a saber lo que yo estaba contando. Apenas propuso modificaciones, y cuando lo hizo procuré no hacerle caso y convencerle de que lo que yo había puesto era lo que la novela demandaba. Por lo demás, mis editores son los primeros y únicos en leer los originales. Tampoco me gusta nada leer originales ajenos, ni siquiera los de mis mejores amigos escritores. Lo evito sistemáticamente.

¿Dónde escribe?

En una zona del salón de mi casa. En una mesa que debería ser de comedor, de madera con sobre de cristal.

¿Cómo es ese sitio?

Cualquier cosa, menos aislado del resto de mi apartamento. La mesa está llena de libros y rodeada de libros, eso sí.

¿Qué sería de su vida si no pudiera escribir?

Si no pudiera por razones ajenas a mi voluntad, no me amargaría la vida. Lo que me agobiaría sería poder escribir y no hacerlo.

¿Recuerda cuando fue la primera vez que se sintió escritor?

Cuando alguien se refirió a mí por vez primera diciendo «el escritor Eduardo Mendicutti». Pero aún me cuesta presentarme diciendo «soy escritor». Suelo decir: «Escribo».

¿Hay algún estereotipo de escritor en el que odiaría caer?

El que va por la vida «de escritor». Esos tipos son pesadísimos.

¿Por qué leer?

Porque no leer es mutilarse a uno mismo.

¿Leer es vivir?

Lo que lees forma parte de tu vida, y si no lo haces tu vida es más pobre. Pero no me gusta el lector que apenas vive fuera de los libros.

¿Cuáles son las claves de un buen lector?

La información y el instinto. Y la falta de prejuicios. Leer tiene que ser siempre una aventura libre y placentera, lo placentero no quiere decir superficial, claro.

¿Qué ha aprendido de sí mismo leyendo que no hubiera podido aprender solo?

Si no hubiera leído ciertos libros, me habría entendido fatal, con más dificultad, con más sufrimiento.

¿Cuántas horas diarias dedica a la lectura?

Si no estoy escribiendo una novela, un par de horas diarias. Si estoy escribiendo, un rato antes de acostarme, pero nunca novelas. Y jamás en la cama.

¿Cómo se debe leer: en voz baja, en voz alta o sin voz?

Yo lo hago sin voz, lo que no quiere decir que no escuche ni imagine voces mientras leo. Pero que cada cual lea como quiera. Eso sí, convivir con alguien que lee en voz baja, y no digamos en voz alta, sería complicado.

¿Cuál es su sitio preferido para leer?

Mi mesa de trabajo. Prefiero leer sin estar excesivamente cómodo. Nunca en la cama.

Para leer no puede faltarle…

No necesito para leer nada más que un buen libro. E insisto: me sobra la música.

¿Quién le enseñó a leer?

Recuerdo quién me enseñó a disfrutar la lectura. María Merello, una prima hermana de Rafal Alberti, que vivía con su familia en el bajo de la casa en la que yo viví hasta los nueve años en El Puerto de Santa María.

¿Cuál fue el libro que le convirtió en lector?

Hombrecitos, de L.M. Alcott, la autora de Mujercitas. Me lo trajo mi padre, cuando yo tendría ocho años, como regalo de un viaje a Madrid y lo leí montones de veces.

¿Qué libros le han emocionado en su vida?

Por citar sólo un puñado: Hombrecitos; Nada, de Carmen Laforet; Otras voces, otros ámbitos, de Capote; El guardián en el centeno, de Salinger; Maurice, de E.M. Forster; Mortal y Rosa, de Umbral; Diario del ladrón, de Genet; El vampiro de la colonia Roma, de Luis Zapata; el Diario, de Joe Orton; Mi padre y yo, de Ackerly; Mi familia y otros animales, de Gerald Durrell; El corazón helado, de Almudena Grandes…

¿Cuáles fueron sus primeras lecturas?

Vidas de santos de una colección que publicaba una editorial de los jesuitas. Las novelas del Oeste de Marcial Lafuente Estefanía; los tebeos de Roberto Alcázar y Pedrín; Platero y yo

¿Cuáles son sus autores preferidos?

Valle Inclán, Proust, Mujica Láinez, Truman Capote, Jean Genet…

¿Qué título reciente le ha dejado sin aliento?

Las tres bodas de Manolita, de Almudena Grandes.

¿Qué libro no ha sido capaz de terminar de leer?

Versos satánicos, de Salman Rushdie.

¿Qué tipo de lector es?

Desordenado. Elijo siempre los libros por impulso. Procuro estar siempre informado de lo que se publica. Creo que soy buen lector de los libros de mis amigos.

¿Hay algo mejor que leer?

Enamorarse.

Todo el mundo dice que en España no se lee…

Quizás no haya muchísimos lectores, pero sí buenos lectores. Sobre todo, buenas lectoras.

¿Asistimos en la actualidad a un empobrecimiento del lenguaje?

Se olvida el lenguaje de nuestros padres, de nuestra infancia: una desdicha. Se aprenden lenguajes nuevos: una bendición.

¿Qué es el libro para usted?

El mejor compañero. Un poco por encima del buen partido de fútbol.

¿Cuál es el verdadero lugar de los libros en su vida?

Libro a libro, ocupan un lugar fundamental, imprescindible. Acumulados a lo largo de los años, ocupan demasiado, la verdad.

¿Cuál es su relación ahora con los libros?

Fervorosa.

¿Cómo los cuida?

El mejor cuidado que se le puede dar a un libro es leerlo. Por lo demás, mi biblioteca es un galimatías, pero creo que sólo acumula el polvo inevitable.

¿Están sus libros limpios de notas y subrayados o los marca de alguna de manera?

Casi nunca subrayo. Prefiero tomar notas en un papel y guardarlo después dentro de cada volumen.

¿Alguna mitomanía relacionada con sus libros?

Ninguna.

¿Los presta?

Casi nunca. Algunos los he regalado, y no precisamente los que menos me interesan.

¿Posee ex libris?

No.

¿Hay algún olor que relacione con los libros?

El del fuego de una chimenea, el de la sombra de los eucaliptos en pleno verano… El fuego y la sombra huelen.

¿Dónde suele compra los libros?

Hasta hace poco, recibía muchos de las editoriales. Ahora, cada vez menos. Y los compro en librerías, y no siempre en la misma.

¿Cuál es su librería de cabecera?

Cualquiera en la que haya de todo. Soy muy de la FNAC, de la Casa del Libro, de La Central, todas ellas en Madrid. Y de Berkana, la librería gay y lésbica de Chueca.

¿Qué opina de estas librerías tipo Casa del Libro, Fnac o La Central?

Son mis favoritas. Lo encuentras todo y me dejan mucha libertad para elegir. No busco consejo a la hora de comprar un libro. Comprendo que pueden ser una competencia demasiado dura para las librerías pequeñas. De hecho, lo está siendo y es una pena, pero a mí me parece imprescindible sentirse cómodo a la hora de comprar, que cada uno elija el tipo de comodidad que prefiere.

¿Visita las librerías de viejo?

No para mí. A veces, para hacer un regalo.

¿Cuántos libros suele comprar en un año?

Ahora, alrededor de veinte. Creo. Luego, ya digo, están los que me mandan las editoriales.

¿Cuál es su posesión libresca de la que se siente más orgulloso?

No soy bibliófilo, no tengo ediciones especiales.

¿Qué opina de ese fenómeno comercial que es la Feria del Libro?

Es un espectáculo bonito. Como escritor, la frecuento poco. Cuando tengo que firmar ejemplares, lo paso regular.

¿Tiene libro electrónico? Y si es así, ¿cuál?

Tengo libro electrónico desde hace algún tiempo, pero creo que no he leído en él ningún libro completo. De hecho está arrumbado en algún lugar de la casa, y como diría el otro, no me voy a levantar ahora a mirarle la marca.

¿Qué opinión tiene sobre el libro electrónico?

Yo tengo una inmejorable opinión sobre cualquier libro. Está cambiando los hábitos de lectura. Parece cómodo en muchas ocasiones. Pero el libro-libro permanecerá.

¿Cuál es el futuro del libro?

Soy fatal para predecir el futuro, del libro o de cualquier cosa. El presente del libro es delicado. Pero sobrevivirá, aunque sea protegido por una secta de lectores.

Su biblioteca es…

Un galimatías. Los libros ya no están ordenados por nada. Me fío de mi memoria. Fatal, claro. Algunos están duplicados por eso: no los encuentro, y los vuelvo a comprar.

¿Cuál es su fondo actual de títulos?

Después de la última purga, unos 4.000 volúmenes. Mi objetivo es dejarlo en 1.500.

¿Qué género predomina?

La narrativa.

¿Sólo tiene libros en las baldas o también acumula objetos?

Hay alguna cosilla. Algunas cajitas pues durante un tiempo me dio por coleccionarlas. Ninguna fotografía.

¿Alguna peculiaridad en su biblioteca?

Aparte del desorden, no se me ocurre otra.

¿Cuál es el libro más raro?

No tengo libros raros. Que yo sepa.

¿Y el más caro?

No tengo libros caros. Que yo sepa.

¿Hace expurgo en su biblioteca con frecuencia? ¿Adónde van a parar esos libros sacrificados?

De vez en cuando. He hecho uno importante hace unos meses. Se los di a un amigo en apuros que creo que los fue vendiendo en librerías de segunda mano.

¿Contiene libros en otros idiomas?

Muy pocos. Algunos en francés o en inglés. Son los idiomas en los que puedo leer.

¿Cómo debe formarse una biblioteca?

Creo que no hay reglas para formar una biblioteca particular. Y cada vez estoy más convencido de que una biblioteca particular debe ser pequeña. 1.500 volúmenes se me antoja el número perfecto.

¿Qué biblioteca ha visitado y le ha fascinado?

La Biblioteca Pública de Nueva York. Combina maravillosamente lo grandioso con lo accesible. Emociona.

¿Qué biblioteca le gustaría visitar?

Quizás la biblioteca privada de Harold Bloom. Creo que me llevarías bastantes sorpresas.

Eduardo Mendicutti (Sanlúcar de Barrameda, Cádiz, 1948) ha escrito las novelas Tatuaje (1973), Cenizas (1974), Una mala noche la tiene cualquiera (Tusquets, 1982), Última conversación (Tusquets, 1984), El salto del ángel (Tusquets, 1985), Siete contra Georgia (Tusquets, 1987), Tiempos mejores (Tusquets, 1989), El palomo cojo (Tusquets, 1991), Los novios búlgaros (Tusquets, 1993), Yo no tengo la culpa de haber nacido tan sexy (Tusquets, 1997), El beso del cosaco (Tusquets, 2000), El ángel descuidado (2002), Duelo en Marilyn City (La Esfera de los Libros, 2003), California (2005), Ganas de hablar (Tusquets, 2008), Mae West y yo (Tusquets, 2011) y Otra vida para vivirla contigo (Tusquets, 2013); el libro de cuentos Fuego de marzo (Tusquets, 1995), así como el libro de crónicas veraniegas La Susi en el vestuario blanco (La Esfera de los Libros, 2003). Su obra se ha traducido a numerosos idiomas.