José y Antonio Galván, maestros encuadernadores.José Galván y Antonio Galván, maestros encuadernadores.

Una definición estricta de encuadernación podría ser la del bibliófilo catalán Ramón Miquel y Planas: «Procedimiento que tiene por objeto unir entre sí las hojas del libro para facilitar el uso de éste y procurar su conservación». Tiene también la finalidad -opino- de embellecer el libro. El encuadernador es un noble oficio y un arte cuando se realiza con esmero y profesionalidad, pues resulta un quehacer cultural de primer orden. Antonio Galván (Cádiz, 1931) y José Galván (Cádiz, 1939) son dos hermanos, dos artesanos de talla internacional en el campo de la encuadernación artística que trabajan desde su taller de la capital gaditana de manera juiciosa, sin hacer ruido, a pesar de ser profesionales imprescindibles del arte ligatorio europeo. Dialogar con los hermanos Galván es empaparse de la belleza y del oficio. Un placer para cualquier amante de los libros.

¿Por qué debemos encuadernar los libros?

JG. El libro es el objeto transmisor más importante del saber, de la cultura. Ya sólo por estas razones me parece más que suficiente para que se le otorgue la premisa de conservación y protección. Incluso añadiría que de respeto y dignidad. ¡Cuántos libros han envejecido prematuramente o han desaparecido por no haber sido dotados a tiempo de una adecuada encuadernación!

AG. Hoy hay cierta tendencia a decir que los libros se conserven tal como salen de la imprenta. Y no lo entiendo. La encuadernación nació para proteger y para conservar al libro. Nada puede dignificar más al libro que una buena encuadernación artística. La encuadernación es una clara manifestación del amor al libro, tanto por su contenido como por su continente, y desde luego demuestra la estima que le tenemos a un determinado ejemplar.

¿Qué diferencia existe entre la encuadernación industrial y la encuadernación artística?

JG. La etapa más importante de la encuadernación llamada «de editorial» fue al final del siglo XIX, con casas tan importantes como Montaner y Simón. Sus ediciones, aún siendo realizadas mecánicamente, tenían un gran valor e interés, no sólo por la importancia de sus grabadores e ilustradores, Doré, Parcerisa y Villamil, sino también porque estaban encuadernados por Hermenegildo Miralles, Domenech o Monserrat. Eran encuadernaciones de editorial, pero poco tienen que ver con las hoy se realizan. La encuadernación manual y artística es otra cosa, y requieren todo el saber y conocimiento acumulado durante muchos años de experiencia para dotar a ese único ejemplar de la perfección técnica y belleza decorativa que lo haga interesante y atractivo.

AG. La finalidad de la encuadernación industrial es que el libro llegue al mayor número de manos posibles, mientras que con la encuadernación artística se pretende honrar a un ejemplar único, por las razones que sean, por la rareza del libro, por la tipografía, por el afecto sentimental…

¿Realizan en su taller otro tipo de encuadernación además de la artística?

JG. Sí, claro, siempre hemos realizado todo tipo de encuadernaciones. Estamos establecidos en Cádiz desde 1945, que fue cuando nuestro padre se independizó, y desde devocionarios y misales que se llevaban mucho por esos años hasta libros de contabilidad o encuadernaciones en media piel. Por esa época de mediados del siglo pasado había una sana competencia entre las imprentas más importantes que había en Cádiz por hacer buenos trabajos. El encuadernar un buen devocionario en papel biblia o un libro enorme de contabilidad cuya principal exigencia es que abra bien, no es fácil de conseguir y requiere años de aprendizaje.

AG. No hay que olvidar que estamos en Cádiz, y, por ello, obligados a realizar todo tipo de encuadernaciones, pero siempre realizadas con buenos materiales y exigente mano de obra; aunque sean libros en media piel para biblioteca, lógicamente más asequibles, pequeñas ediciones o libros en pergamino. Ese amor propio bien entendido, el deseo de perfección, difícil de conseguir, y la satisfacción que se produce con la obra bien acabada, técnica y artísticamente, nos hace la vida más agradable. No hay que olvidar que somos seis trabajando en el taller, siendo una empresa totalmente familiar.

¿Cuáles son las dificultades del encuadernador de arte en la actualidad?

JG. La escasez de clientes [largo silencio]. El ambiente que se respira ahora no es el más idóneo para ninguna de las bellas artes. Falta sensibilidad, estímulos… ahora se opta por lo sencillo, lo inmediato.

AG. Y en el aspecto técnico, la escasez de materiales apropiados. Hace ya bastantes años que los encuadernadores artísticos no encontramos materiales aptos, pieles principalmente. Tradicionalmente, la piel de cabra marroquen ha sido casi en exclusiva el material elegido para cubrir toda buena encuadernación, principalmente para los que nos dedicamos a las encuadernaciones con decoraciones clásicas. También le sucede lo mismo a los franceses. Es una odisea. Antes te podías fiar de los suministradores, pero hoy este aspecto ha cambiado mucho. De hecho, hay que hacer pruebas para comprobar si el material que nos suministran es el apropiado. Las hacen muy bonitas, muy interesantes, muy atractivas por el color para las encuadernaciones modernas, pero el encuadernador clásico, que tiene que hacer frente a un ejemplar del siglo XVIII, no puede emplear este tipo de pieles.

¿Cuáles son las cualidades indispensables para ser un buen encuadernador?

JG. Una formación adecuada desde los primeros años donde se ponga en práctica la adquisición de una amplia manualidad, porque es fundamental sea al nivel que sea. Y esta manualidad sólo se adquiere con el paso de los años, y con mucho deseo por adquirirlo.

AG. Ya en 1950, Matilde López Serrano, directora de la Biblioteca del Palacio Real, en la presentación de un catálogo que nuestro padre editó con reproducciones de encuadernaciones clásicas y modernas, manifestaba que la cualidad que definía a José Galván era su desbordante entusiasmo. Y ésta me parece la primera cualidad que debe tener un encuadernador, aunque quizás el entusiasmo deba estar presente en todos los oficios. Ese amor propio bien entendido, el deseo de perfección, la satisfacción que produce toda obra bien acabada, dotada de elegancia y sensibilidad.

¿Qué operación consideran la más difícil en la encuadernación artística?

JG. No hay operación por simple que parezca que no entrañe dificultad. Hablamos de proporciones, regularidad, armonía… Todas las operaciones deben llevar a conseguir un trabajo satisfactorio y correcto. El prensado del libro, la costura adecuada, el enlomado, la buena preparación de la piel, entre otras muchas. El conseguir una lógica y cómoda abertura del libro no es fácil y, a veces, se atribuye a una mala encuadernación; pero no debemos olvidar que en ello influyen muchos factores: el gramaje del papel empleado en la edición, el sentido de la fibra del papel, el grosor y número de pliegos, todos ellos ajenos al propio encuadernador. En el aspecto decorativo, cada ejemplar requiere una decoración adecuada a su época, al país de impresión, a su espíritu, características de grabadores e ilustradores, color. El conocimiento de todo ello es fundamental y sólo se consigue con muchos años de trabajo e inquietudes.

AG. Para conseguir un trabajo perfecto es indispensable ser muy exigente, pues de no estar bien realizada las múltiples y variadas operaciones puede hacer fracasar todo el encanto e interés de la obra. Aun así, no siempre estamos seguros de alcanzar un buen final. Jules Fache, eminente dorador francés, decía que no olvidásemos que la roca tarpeyana está al lado del Capitolio.

¿Cómo se clasificarían como encuadernadores?

AG. Como aficionados, siempre discípulos de los mejores, como se dice vulgarmente. E incapaces de sentirse plenamente satisfechos de la obra terminada. A Marius Michel, celebre encuadernador del siglo XIX, al preguntarle de que obra se sentía mas satisfecho, manifestaba: «De la que voy a emprender». Pues eso.

¿De quiénes son discípulos?

JG. De todos los que mediante un trabajo honrado, concienzudo, riguroso y exigente, han conseguido elevar nuestra profesión a mayor altura. En el aspecto decorativo, lo hemos sido de los más sublimes diseñadores y decoradores, sobre todo, de la mejor época francesa de los cincuenta. Siempre hemos sido esclavos de lo bien hecho, de lo elegante, de lo correcto… En una palabra, del sentido común.

AG. Nuestro padre tuvo la oportunidad de ver en la librería Cerón de Cádiz una obra del encuadernador catalán Emilio Brugalla. Quedó sorprendido por la técnica tan perfecta de sus trabajos. Años después, nos pusimos en contacto a través de las revistas profesionales con la obra de los grandes maestros franceses, Paul Bonet, Coster-Dumas Therese Moncey, Mercher, Devauchelle… De todos ellos tenemos abundante correspondencia que hoy conservamos con gran cariño y agradecimiento, pues sus opiniones positivas y de admiración sobre nuestra labor las consideramos de gran valor por ser todos ellos expertos profesionales de la época cumbre de la decoración francesa.

¿Recuerdan cuando fue la primera vez que se sintieron encuadernadores?

AG. Cuando terminé el bachiller, yo no sabía qué camino tomar. Me encontraba un poco desorientado. Pero mientras me decidía me puse a trabajar con mi padre en el taller. Y él fue quién me sugirió, con muy buen ojo, que estudiase una carrera universitaria por si acaso fallaba la encuadernación. Cuando terminé la carrera, me dediqué por completo a la encuadernación.

José Luis Checa Cremades publicó un ensayo monográfico sobre vuestro Taller en 2008. ¿Qué se siente ante trabajos como éste y otros en los que aparecen?

JG. Es una gran satisfacción para nosotros, porque una firma como la de José Luis Checa Cremades no se presta a publicar un libro de cualquiera. Es un profesional muy entendido y muy exigente.

El artista encuadernador ha estado siempre bien considerado. ¿Ahora también?

JG. En líneas generales, sí. No podemos tener queja. Aunque las instituciones deberían tener un poco más de consideración hacia este tipo de talleres artesanales que llevamos años demostrando nuestro buen hacer y nuestra profesionalidad facilitándonos el trabajo de restaurar y encuadernar libros de sus bibliotecas. La Universidad de Cádiz, que antes tenía la sana costumbre de obsequiar a los que se doctoraban con un ejemplar de Pedro Virgili, por ejemplo, la ha olvidado; y no creo que sea solamente por la coyuntura de la crisis económica. Esto me duele manifestarlo, porque creo que estas instituciones deben ser las primeras en velar por la cultura de su ciudad.

AG. A pesar de ello, tenemos que reconocer y agradecer la creación e institucionalización del Premio Nacional de Encuadernación de Arte José Galván por el Ayuntamiento de Cádiz como reconocimiento a la labor desarrollada por nuestro padre a favor de la divulgación del nombre de nuestra ciudad a través de una profesión tan modesta pero tan honrada como es la encuadernación. Caso único en España.

Y a nivel nacional, ¿se cuida a los encuadernadores de arte?

AG. Depende. Desde hace años, el Ministerio de Cultura convoca un premio nacional, que en su primera convocatoria nos fue otorgado. Por otra parte, y a iniciativa de la directora de la Biblioteca del Palacio Real, cada año se encarga a los encuadernadores españoles mejor considerados una muestra de su obra para que ello sea un fiel reflejo del estado y de la evolución artística de la encuadernación española.

¿Cómo ven la encuadernación en la actualidad?

JG. En lo profesional no estamos en el mejor momento. No podemos permanecer al margen de las dificultades que atraviesa nuestra sociedad; sin embargo, no todo se reduce a posibilidades económicas. También influyen el gusto y los deseos por dotar a un buen ejemplar de una buena encuadernación artística o de otra más modesta, según la valía del ejemplar, de las llamadas encuadernaciones de biblioteca.

AG. Aunque tampoco en épocas pasadas se mostraban muy optimistas. Recuerdo algunos profesionales de prestigio que reconocían que de no haber sido por el patrocinio de un mecenas como Bartolomé March, no hubieran podido sobrevivir. La encuadernación española es reconocida hoy más allá de nuestras fronteras en parte por la labor de asociaciones como AFEDA, que con sus exposiciones, actos culturales y publicaciones, contribuyen a dar a conocer y divulgar nuestra bella profesión.

¿Qué es lo más curioso que les han encargado?

JG. Un oftalmólogo de Sevilla, José Aznares, nos sorprendió hace ya más de cuarenta años con un poemario dedicado a su esposa. Quería que encuadernásemos esos poemas y realizásemos el mejor trabajo de nuestra vida. Creo que lo conseguimos. Como el libro se titulaba Mi eterna primavera, era obvio que la decoración sería de estilo floreal. Es una encuadernación espectacular, preciosa, un verdadero alarde de dorado y mosaicos en lo técnico y de decoración equilibrada y de buen gusto en lo artístico. En opinión de Antolín Palomino, célebre encuadernador madrileño de la segunda mitad del siglo XX, es una obra digna de ser firmada por Sangorsky o Zahendorf, decoradores ingleses de gran prestigio. Palomino, junto a Brugalla y Galván, representan la trilogía más destacada de la encuadernación española del siglo XX. Y, por otro lado, es digno de mención el trabajo de restauración y encuadernación que realizamos del Códice del Beato de Liebana de la catedral de Gerona del siglo X. Fue un trabajo de gran responsabilidad que realizamos en la propia catedral. El deán nos manifestó su deseo de que el Códice abriese bien tras la restauración. En una anterior restauración habían utilizado una cola sintética, inapropiada para un códice del 975. Tuvimos que quitarla y hacer el trabajo sin ningún tipo de cola que estuviese en contacto con los pergaminos y vitelas. Fue una operación de gran dificultad, pero conseguimos que tras la restauración el deán quedase satisfecho. Obviamente el Códice abre ahora estupendamente (risas). No podemos dejar de citar algunos de los más importantes ejemplares que han pasado por nuestro taller: las Etimologías de San Isidoro, el Astronomicon de Marcio Malio, el Gaston Phoebus, la Gramatica de Antonio de Nebrija, El Salustio de Ibarra, el Quijote de la Academia, así como primeras ediciones de las generaciones del 98 y del 27.

Algunos de sus clientes son…

JG. La Biblioteca Colombina, el Palacio Real, la Biblioteca Nacional, el Museo del Prado, la Biblioteca de Cataluña, la Fundación Bartolomé March, las Universidades de Harvard, Michigan o Montreal, el Vaticano, la British Library o la Biblioteca Municipal Celestino Mutis de Cádiz, entre otras muchas.

¿Resulta caro encuadernar un libro?

JG. Quizás resulte más caro para el encuadernador que para el cliente (risas). Siempre hemos procuramos ajustarnos a los gustos y posibilidades de cada cliente, sin tener en cuenta las horas, días y semanas que dedicamos a ese libro.

AG. Nuestro trabajo tiene que quedar bien y punto.

Para encuadernar no puede faltarles…

JG. Libros e ilusión.

AG. Y ver que el cliente tiene deseos de tener una buena encuadernación realizada por los Galván.

¿Alguna recomendación para los jóvenes que están intentando abrirse camino en la encuadernación?

JG. Aunque como decíamos anteriormente no es buen momento para poder vivir de la encuadernación, sí lo es para poder sentir la satisfacción y el placer de dar cauces a sus aspiraciones artísticas teniendo un libro entre sus manos.

¿Qué significa para ustedes la palabra bibliofilia?

AG. Lo mismo que para la Real Academia Española (risas), o sea, toda persona que tiene pasión por los libros, especialmente por los raros y curiosos. Eso sí, nosotros ampliamos el concepto, y consideramos que el buen bibliófilo no solamente debe amar al libro sino también ser un apasionado por la encuadernación. Un libro no está del todo terminado si no está encuadernado.

JG. El buen bibliófilo considera que, aún sin lujos ni alardes, el libro puede estar dignamente encuadernado, pero conservando todos los elementos, cubiertas, lomera, márgenes, dedicatoria, que forman parte del mismo.

Si su padre levantase hoy la cabeza…

JG. Estaría orgullosísimo de ver que sus hijos y sus nietos permanecen en el taller que él creó y en el que vivió hasta sus últimos días. Otra cosa es cuando viese cómo está la situación actual y concretamente el de la bibliofilia. Posiblemente ya no le gustaría tanto.

AG. Si para él era una preocupación el que dos encuadernadores pudiésemos vivir de la encuadernación en Cádiz, figúrese si viese que ahora somos seis. Él pretendió trasladarse a Madrid, pero no fue posible. La primera Academia de encuadernación se hubiese podido abrir en Madrid, en la calle Villanueva, con nosotros al frente, pues el presidente de los bibliófilos españoles, Carlos Romero de Lecea, conocedor de nuestros deseos de desplazarnos, nos lo ofreció.

¿Por qué leer?

JG. Leer es fundamental, la única forma de enriquecer nuestro espíritu. Uno se enriquece con otras opiniones y otras formas de ver la vida. Yo le dedico la mayor parte de mi tiempo a la lectura de todo lo relacionado con mi profesión, un tiempo que comparto con la acuarela y la música clásica.

AG. La lectura hace completo al hombre. La historia lo hace sabio y prudente; la poesía, espiritual; las matemáticas, calculador; la filosofía, profundo. Leer es conversar con los sabios. Pero si lees u oyes, hazlo atentamente si no quieres perder tu tiempo y tu trabajo.

¿Leer es vivir?

AG. Sí, sí, sí, leer es vivir.

JG. La lectura, junto a las otras manifestaciones artísticas, contribuye a que nuestra vida sea más rica.

¿Cuántas horas diarias dedican a la lectura?

JG. No todas las que quisiera, porque pasamos trabajando en el taller muchas horas del día.

AG. Vivir no es sólo existir, como dijo Gregorio Marañón, e hizo suyo Palomino. Sino existir y crear, saber gozar y sufrir, y no dormir sin soñar. Descansar es empezar a morir.

¿Quién les enseñó a leer?

AG. Mi madre. Recuerdo que los tebeos de entonces, sobre todo los de El hombre enmascarado, que me gustaban mucho, tenía debajo del dibujo un epígrafe demasiado largo y con la letra muy pequeñita que ella nos leía. Recuerdo los dos primeros libros que me regalaron, uno de Cosas de Dalmau y otro de Urbanidad. Tenía cinco años.

¿Cuál fue el libro que les convirtió en lectores?

JG. Las enciclopedias y libros de texto de Álvarez. Y una novela que me gusta mucho es El nombre de la rosa, de Umberto Eco, quizás por la vinculación con el libro y la encuadernación de la época medieval.

AG. En lo profesional, los manuales escritos por los profesionales más destacados de la encuadernación. En lo literario, los libros de Historia y sobre todo los ensayos, que necesito leerlos más de una vez y subrayarlos.

Todo el mundo dice que en España no se lee…

JG. Eso dicen los encuestadores, pero yo solamente le puedo decir si se encuaderna o no. Vemos demasiados libros en rústica en la biblioteca que posiblemente hayan sido leídos, pero ¿bien leídos?

AG. Si durante la época estudiantil no nos hemos sentido subyugados por el placer de la lectura, creo que esa persona ha perdido el tiempo.

¿Qué es el libro para ustedes?

JG. El vehículo transmisor del saber y de la cultura humana.

AG. El libro en papel es el embajador máximo de la cultura. Al menos lo era hoy (risas), porque el libro electrónico es otra cosa.

¿Cómo defenderían al libro y a la encuadernación?

AG. Hoy hay una tendencia de no querer encuadernar los libros y conservarlos con las cubiertas originales. Como le pasa por ejemplo al escritor Juan Bonilla, que odia las encuadernaciones según leí en su entrevista aparecida en su blog ¡A los libros! No lo entiendo. Quizás una mala encuadernación le pueda haber quitado las ganas de encuadernar sus libros, porque no se me ocurre otra razón. ¿Hubiera podido leer las grandes obras de la antigüedad si no hubiesen estado encuadernadas? ¿Hubieran llegado a nuestro poder esos libros del siglo XV y XVI si no hubiese sido por la encuadernación?

JG. Apoyo a mi hermano. Aunque por supuesto yo prefiero un libro en rústica que mal encuadernado. La rareza, la época, el estado de conservación, autor, son consideraciones que acreditan el valor de un libro y, por tanto, la obligación de protegerlo y conservarlo.

AG. En este caso concreto sí. Aquí le doy la razón a mi hermano. Y pienso que a lo mejor esto es lo que le ha pasado con Juan Bonilla. No ha tenido suerte, o no ha sabido elegir un buen encuadernador.

¿Cuál es el verdadero lugar de los libros en sus vidas?

JG. Lo son todo, porque sin el libro nos es imposible aprender y encuadernar.

¿Cómo los cuidan?

JG. Siempre hemos entendido que los libros se tienen que airear de cuando en cuando, limpiarles el polvo y no tenerlos expuestos a la luz para que no se decoloren las pieles teñidas. Poco más.

¿Alguna mitomanía relacionada con sus libros?

AG. Encuadernar todos los libros que han contribuido a mi formación. Les tengo un verdadero aprecio.

JG. Nada tiene que ver lo de mi hermano con esos chavales de ahora que, en ocasiones, queman los libros en la playa cuando terminan el curso académico (risas).

¿Los prestan?

AG. Sí, y algunas veces no me los devuelven, como el libro sobre la Guerra Civil Española de Paul Preston que todavía lo estoy esperando (risas). No me gusta prestarlos porque al final acabas perdiéndolo. Y ahora que lo recuerdo, de mis libros de estudio del bachillerato, el único que no tengo es uno de las matemáticas de séptimo curso que presté a un compañero algo mayor. Se lo presté y lo perdí. No puedo olvidarlo.

¿Poseen ex libris?

JG. No.

AG. No.

¿Hay algún olor que relacionen con los libros?

JG. La tinta de imprenta, la tinta litográfica, el olor del buen papel, los pieles, las curticiones… Para mí son una mezcla de olores que relaciono con el libro.

¿Dónde suelen comprar los libros?

JG. En la librería de Juan Manuel Fernández, Manuel de Falla, en Cádiz. Y los que están relacionados con nuestra profesión, a las propias editoriales porque en muchos casos son ediciones francesas.

AG. Yo también los compro en Manuel de Falla.

¿Visitan las librerías de viejo?

JG. Antes las visitaba muchísimo más que ahora, sobre todo las de Madrid y Barcelona. Tenga usted en cuenta que nuestros clientes principales eran los libreros de viejo. Las librerías de Bardón, en la plaza de San Martín de Madrid, Berrocal, Porrúa, Guillermo Blázquez, son importantísimas y las hemos visitado en muchas ocasiones.

¿Cuál es su posesión libresca de la que se sienten más orgullosos?

AG. Cualquier libro de los grandes pensadores de cada época.

¿Tienen libro electrónico?

AG. Yo aún no sé qué es eso (carcajadas).

¿Qué opinión tiene sobre el libro electrónico?

AG. Creo que todo lo nuevo se rechaza a veces sin justificación aparente. A lo mejor mañana es un elemento fundamental en la cultura, igual que ocurrió con la imprenta de Gutenberg, que en su momento se vio como un invento del diablo. La imprenta se veía entonces como el pariente pobre del libro. Y se despreció. A lo mejor hoy también se desprecia al libro electrónico, y resulta que en el futuro se convierte en un elemento fundamental. Quién sabe.

JG. Será muy práctico, pero no me gusta. Y creo que ambos, el libro en papel y el electrónico, son compatibles. Pero nunca eliminará al papel.

¿Cuál es el futuro del libro en papel?

JG. Depende de la evolución del libro electrónico, pero creo que el libro en papel seguirá existiendo. Tienen valores tan opuestos…

Sus bibliotecas son…

AG. Leída, trabajada, consultada, sobre todo mis libros de estudio y los relacionados con la encuadernación.

JG. Éstos especialmente.

¿Cuáles son sus fondos actuales de títulos?

JG. Unos mil quinientos puedo tener. Y muchísimos discos de música clásica. Lo que le falta a uno es tiempo para leer, escuchar música y pintar acuarelas.

AG. No sabría decirle, pero además de mis libros tengo muchos deuvedés de arqueología y sobre todo de astronomía.

¿Qué género predomina?

AG. Narrativa y ensayo, historia, filosofía…

¿La tienen ordenada?

AG. No demasiado.

JG. Yo tampoco (risas).

¿Sólo tiene libros en las baldas o también acumulan objetos?

JG. Ahora tengo muchas fotos de mi nieta. Y las acuarelas que pinto desde pequeño. Me ocupan mucho espacio.

¿Alguna peculiaridad en sus bibliotecas?

AG. Todavía conservo tres o cuatro libros que mi padre encuadernó en sus comienzos, como uno de María Luisa Caturla, Arte de épocas inciertas, o algunos poemarios de José María Pemán. Y en todos se observa sus pretensiones de hacer algo nuevo, moderno, nada repetitivo.

¿Cuál es el libro más raro?

AG. Un manual de encuadernación traducido por mí y encuadernado en pergamino. Su autor es Jules Fache, y es un manual de ornamentación de decoraciones. Inédito en español.

¿Y el más caro?

JG. No tenemos libros caros.

AG. No, no, tampoco.

¿Cómo debe formarse una biblioteca?

AG. Con paciencia y con tiempo, porque los libros de una biblioteca reflejan quienes somos, nuestros gustos y nuestras aficiones.

¿Qué biblioteca han visitado y les ha fascinado?

JG. Sin lugar a dudas la de Luis Bardón, con unas encuadernaciones extraordinarias.

AG. La Biblioteca Colombina.

¿Qué biblioteca les gustaría visitar?

AG. La del gran librero francés Augusto Blaizot, que es donde están las mejores encuadernaciones francesas del siglo XX.

Antonio Galván (Cádiz, 1931) y José Galván (Cádiz, 1939) son hijos de José Galván Rodríguez (1905-1989), destacado encuadernador artístico del siglo XX. Antonio y José continúan la labor iniciada por su padre, fundador del Taller en 1945, uno de los «santos lugares» de la encuadernación en España. Antonio y José han participado con sus trabajos artísticos en numerosas exposiciones y concursos, obteniendo importantes distinciones, como la Medalla de Honor en la Exposición Internacional de Madrid de 1953, la Placa de Plata del Ayuntamiento de Cádiz en 1972, el 1º Premio en el 1º Concurso Nacional de Encuadernación convocado por el Ministerio de Cultura en 1993, la Medalla de Andalucía, la Medalla de la Provincia de Cádiz en 2003, la Medalla del Trimilenario de la Ciudad de Cádiz o el homenaje de los libreros gaditanos en 1994. Son miembros de Honor del Ateneo Literario, Artístico y Científico de Cádiz desde 1986 y Académicos de la Real Academia Provincial de Bellas Artes de Cádiz desde 1996. Hay dos libros publicados sobre los encuadernadores Galván: La Artesanía se hizo Arte. El Taller de Galván. Edición de Rosario Martínez (Cádiz, 1999) y El Arco y la Serpiente, de José Luis Checa Cremades (Ollero y Ramos, 2008). Antonio Galván es ingeniero técnico industrial y José Galván, dibujante. Página web.